Era una cálida tarde de llovizna cuando por primera vez lo ví. Caminaba con una enorme sonrísa en su rostro, yo diría que fué lo que más llamó mi atención, ya que son pocas las personas que ves por la calle caminando acompañadas de la eterna soledad y con una sonrísa dibujada en un día como ese. Se dirigía hacia la playa, y decidí seguirlo, ya que algo me atraía. 

Se sentó a la orilla del mar, se sacó su calzado y relajó sus pies en el agua salada. Recordé que en mi bolso llevaba mi cuaderno y un pequeño crayón, lo busqué y tomé asiento. Era el paisaje más hermoso que había visto en mucho tiempo, sus cabellos se balanceaban como las olas con una suave brisa, sus ojos azul marino, que guardaban tanto dolor por la forma de su brillo.
 
Encendí un cigarro, y me tomé un tiempo para apreciar esa bella imagen, quería recordarla tal cual, para poder dibujar hasta el más mínimo detalle. Tomé mi cuaderno, y empezé a derramar tal belleza sobre esa hoja, estaba tan entusiasmada, que no me dí cuenta que el muchacho ya no estaba. 
 
Miré hacía la izquierda y nada, miré hacía atrás y nada, y en ese momento oí una ronca y fuerte voz de locutor. -¿Me dejarías tu mechero un momento?.. Volví la mirada, y ahí estaba él, hermoso y radiante con sus ojos azul marino, dirijiendome la palabra. -Si. Le contesté. 
Se sentó a mi lado, tomo mi cuaderno y comenzó a observarlo, y me preguntó: -Estabas hacíendo un retrato de mi?. Lo miré, y también al dibujo -Si, es un lindo paisaje, aunque todavía no está terminado- le contesté. Me miró a los ojos durante unos segundos, me tomó la mano, y colocó el mechero en ella. Y dijo:- Terminalo, pero luego me debes un café.- Y fueron tan solo esas palabras las que me enamoraron del hermoso muchacho de ojos azul marino.