Captulo X. La fortuna esperaba en Argentina
Publicado en Nov 26, 2012
Capitulo X. "Cronica de una familia"
Si nos retrotraemos unos años, que terrible panorama, esas preciosas niñas sin madre. Todo parecía una terrible pesadilla, un sueño del que había que despertar. Pero por desgracia se trataba de una crueldad de la vida, de la que no existía retorno ni marcha atrás. Por suerte existía el tío Luciano, quien ayudó económicamente y sicológicamente a su hermano Pepe, estableciendo todo lo necesario durante muchos años para que nada faltara a sus sobrinas. En ese transcurso de tiempo, las niñas algo mayores, recibieron el consejo y la atención de Carmen, la decana de todas ellas, durante el tiempo que vivió en Casariche. Poco a poco la vida iba pasando, tomando el protagonismo las hermanas con la aparición de jóvenes pretendientes, atraídos por la belleza de aquellas mujeres. La tradición exigía el examen de la personalidad del muchacho, en función del cual este podía entrar o no a la casa en la consideración de novios. No era cosa fácil convencer a Pepe Borrego, y mucho menos a Luciano, ambos querían lo mejor para ellas. La costumbre era que el pretendiente tenía que hablar con los padres y convencerles de sus sanas pretensiones. Solo así se podía conseguir la autorización para salir juntos, siempre acompañado de otra hermana, a modo de "carabina". Ocasiones no faltaban, las fiestas locales del momento, Romería de San Marcos, Semana Santa o Feria de Santiago, aparte los domingos, para ir a misa o pasear por las tardes. Las mocitas ya mayores empezaron a casarse, a veces no por el orden que nacieron. ¡Qué trajín, preparar el ajuar de cada una, bordar las sabanas y mantelerías con las iniciales de ambos! En la clase alta, además del ajuar la novia correspondía comprar el dormitorio y sufragar los gastos celebración de la boda. Un dineral que solo unos pocos en el pueblo podían cumplir con desahogo. Los novios ponían el resto del mobiliario de la casa y dependiendo de las posibilidades económicas de los padres, como dote se aportaba la casa para vivienda. Como es natural, los novios tenían una profesión reconocida, solvencia suficiente y el servicio militar cumplido. La vida de Miguel, el único varón de la familia, fue ejemplar. Desde muy pequeño ayudó a sus padres en todo cuanto se le encomendó, incluso tareas propias de hombre. Alternaba sus estudios con el trabajo en la tienda de dependiente. Se trataba de un céntrico comercio donde se vendía casi de todo. Era la tienda de su padre, en la que trabajó hasta el 1926. El tío Manolo, hermano de su difunta madre, en tiempos de juventud había emigrado a Argentina, buscando nuevos modelos de vida, encontrar trabajo y crear una familia, objetivos que había alcanzado con creces. Hizo una excelente fortuna y había encontrado una bella mujer para esposa. Pero esta mujer no le dio descendientes y quería que su herencia fuese para sus sobrinos de Casariche, aunque para ello tuvieran que viajar a Argentina por cuestiones de legalidad, ya que la Ley de este país era muy estricta. Envió varias cartas a nuestro abuelo exponiendo su deseo, se trataba de una oportunidad única, ya que después de haber conseguido esa fortuna, al no tener descendientes quedaría en poder de la familia de su mujer. Nuestro abuelo habló con Miguel y Ana María, hijos que aun estaban solteros. Argentina era un país prospero y con muchas posibilidades. Al primero que convenció fue a Miguel, aunque también por las circunstancias que este atravesaba en Casariche como ahora veremos. Aclaramos que Manolo no era el único familiar por parte de la abuela que había emigrado. Existían otros, como José "El Chelo" que emigró a Francia, en busca de fortuna. Venía a Casariche con su hijo Adolfo, la esposa de este, Cloti y su hija Lilian. "los franceses" cuando de vacaciones nos visitaban con su familia, nos traían atractivos juguetes, de una tecnología avanzada, nada parecido a los juguetes que teníamos en el pueblo, un carro de madera tirado de un burro de cartón. Adolfo contrajo matrimonio en Casablanca (Marruecos) y allí nació su bella hija Lilian. Recordamos otros hermanos de la abuela Ana: Francisco, Benjamín, Julián, o Germán, este ultimo vivió toda su vida en Casariche. Pues bien, siendo aun muy joven, Miguel hizo las maletas y se marchó lejos, muy lejos de aquella España rota, de vaivenes políticos, de golpes de estado, de miserias, calamidades y pesadillas. Contaba 17 años, tiempo atrás había tenido una ruptura con una novia, era una joven hermosa, ojos rasgados y mirada serena, cuello de cisne y elegante como ella sola. El la amaba con pasión, pero un día descubrió que no era la mujer de su vida. Aquella relación terminó dejándolo marcado por algún tiempo. Tal vez esa desavenencia impulsó a realizar aquel largo viaje. Harto ya y sin que nada le atara en su pueblo natal, no lo pensó dos veces; animado por su padre, programó lo que después resultó su gran destino: Argentina. Miguel se trasladó hasta Sevilla, donde vivía un amigo suyo. Al día siguiente salió para el puerto de Cádiz, con solo una maleta con varias mudas y ropa de calle. En su cartera, una foto de su madre y la esquela mortuoria, donde se indicaba los nombres de los hijos entre los que se encontraba. Invirtió casi todos sus ahorros en el pasaje. Todos los días durante el trayecto, desde la cama de su camarote, apurando su último cigarrillo, pensaba en lo que se quedaba atrás, recuerdos de sus padres, en especial de su madre, su infancia, el colegio, los juegos en la calle, sus amigos, hermanas y aquel amor imposible. Al amanecer, miraba a proa desde la cubierta del barco frente al inmenso mar al horizonte, impaciente ya por ver tierras argentinas. Pronto llegaría a su destino, a su nueva vida. Allí lo esperaba su tío Manuel. En Casariche, la vida continuaba, los avatares políticos no tuvieron gran incidencia, si bien al estallar la guerra civil y años posteriores, se vivieron tiempos de verdadera angustia, relatos que me gustaría comentar, pero que eximo por no ser objeto de este librito. Ana María, la segunda en partir también para Argentina, tuvo un pretendiente, se trataba de un chico que trabajaba en la fábrica de aceite de su tío Luciano, se llamaba José Bancolero, natural de la Roda de Andalucía, buena persona y amigo de sus amigos. Solo había un pequeño defecto, le gustaba el alcohol más de la cuenta, por las mañanas se le veía en los bares donde frecuentaban los jornaleros antes de salir al campo, para tomar un trago de aguardiente y emprender la faena. Al mediodía y por las noches repetía el mismo itinerario, hasta el punto de faltar de vez en cuando a la cita con Ana María. Ella tenía un carácter apacible pero también audaz. Sabía lo que quería y puede que hubiera llegado el momento de tomar una gran decisión. Su hermano Miguel le había escrito desde Argentina, donde le contaba la forma de vivir de allí y la dulzura de los argentinos con su acento dialectico. Le explicaba el lugar de residencia, un lugar atractivo para una mujer como ella. En definitiva le invitaba a tomar el mismo camino, Argentina era de régimen democrático, con más oportunidades para una chica de su estilo. Unos años más tarde, Ana María hizo las maletas y tomó rumbo a ese país, ella contaba 32 años. Resultó una gran sorpresa para todos. Ana María había desaparecido sin decir ni una palabra. Ella había cogido el tren en la estación de Casariche. Había sacado un billete para Málaga, donde se desplazó hasta el puerto de La Línea, para embarcar hasta su destino final. En La Línea conoció a un hombre que le cambiaria la vida. Era un hombre apuesto, de profesión marinero, buen conversador de carácter alegre y divertido. Ella quedó cautivada por mucho tiempo. Pero tenía un pasaje para Argentina, un solo pasaje. Llegó la hora de partir y se despidieron como dos enamorados a pié de aquel barco de vapor que atravesaría el atlántico en menos de un mes. ¡Qué complejidad! Por un lado no quería marcharse y por otra no tenía más remedio, ya que su hermano Miguel y su tío Manolo la esperaban al otro lado del océano. Al fin llegó al puerto argentino, su hermano Miguel esperaba impaciente. Ambos se trasladaron a casa del tío. Pero los acontecimientos no respondieron a las expectativas. La Ley Argentina no aceptó que la herencia del tío fuese a parar a manos de sus sobrinos españoles, desplazados hasta allí a tales efectos. Así las cosas, Manuel hizo una importante inversión para Miguel. Le puso un comercio similar al de su padre en Casariche. Todos los beneficios serian para él. Aquel negocio le proporcionó una gran rentabilidad. Al poco tiempo de estar allí, Ana María obtuvo una extraña sensación que se apoderó de ella, de pronto sintió vómitos y mareos que nunca experimentó en España. Como los síntomas continuaron, acudió a un medico quien le pronosticó que estaba embarazada. Efectivamente, estaba esperando un hijo, de aquel pretendiente de Casariche. Iba a ser madre en el plazo de siete u ocho meses, había que tomar una decisión, quedarse para siempre en Argentina con su futuro hijo o regresar a España y dar a luz en su pueblo natal. No lo dudó, hizo las maletas y regresó a España cuando ya se le notaba el embarazo. El parto tuvo lugar en Casariche, un precioso niño que puso por nombre Pepe Luis, era algo mayor que mi hermano Fernando, nacería allá por el año 1940. Contrajo matrimonio con el padre del niño, José Bancolero. Aquella unión no debió complementarse lo suficiente y Ana María decidió emprender una nueva vida con su niño. Ella no olvidaba aquel marinero que conoció en La Línea de la Concepción y al poco tiempo resolvió ir a su encuentro, para lo que no escatimó esfuerzo alguno. Pero el destino le tenía preparado una mala pasada. Por más que buscó a ese hombre, jamás lo encontró. Por su profesión podía estar en cualquier puerto o en alta mar, o quizás con otra mujer. Prácticamente sin recursos para vivir, trabajó temporalmente en casas y en un bar de ayudante de cocina en el puerto. Volver a Casariche no era su deseo. Pero los años pasaban, tiempos de hambre, miserias tras la guerra civil, quedando en la pobreza, sin apenas dinero para subsistir. Esa situación finalmente la hizo perder la razón, hasta el punto de acabar en un hospital de La Línea. La gestión de su ingreso la hizo mi hermano Fernando. Seria por los año 1967/68. Mi madre fue informada por su hermana Dolores y mi hermano localizó a un amigo médico de ese hospital, el cual intermedió para su admisión. Vivía en una barriada de chabolas con su hijo Pepe Luis, en medio de una gran miseria, recogiendo chatarra y otros desechos de la calle. Al parecer Pepe Luis, no corrió mejor suerte, abandonado entre tanta fatalidad, encontró a una mujer que la convirtió en pareja de hecho. Yo recuerdo a Pepe Luis de una visita que hizo de joven a Puente Genil. Tengo noticias que falleció en Medina Sidonia, (Cádiz) el 25 de Diciembre del 2003 con 63 años. Esta fecha es recordada por el primo Manolo Parrado, ya que coincidió con sus bodas de plata. El acudió al sepelio acompañado de su hermana Antonia y el primo Antonio Estepa. En cuanto al tío Miguel, casado en Argentina con Lidia, mujer sudamericana que le dio dos hijos, el primero de nombre Miguel, hizo la carrera de farmacéutico. Sabemos que tiene dos lindas mujercitas. El segundo, Nacho, se dedicó a la cría y venta de caballos de pura raza. Es titular de una Escuela de Doma Vaquera. Al parecer, está soltero. La crónica familiar, como en todas las familias, no estuvieron exentas de los zarandeos de los períodos que les toco vivir, pero también encontraron la felicidad a lo largo de su vida, en una familia llena de vivencias y emociones que marcaron su existencia. Mi tía Carmen casó con José Carnerero, de profesión vendedor ambulante. Era conocido como "Juan de Dios" muy popular en Casariche. Tras criar a sus hermanas como una segunda madre, nuestra tía tuvo siete hijos, Pepe, Paco, Miguel, Antonio, María, Encarnita y Carmen. Cuatro varones y tres hembras. Carmen vivió en primer lugar en el callejón de los Toros de Casariche, donde tuvo sus primeros hijos. Su hermana Narcisa que ya ejercía de monja en Sevilla, fue la encargada de roporcionarle un trabajo a José y colegio para sus hijos. Ya mayores, mi prima María se casó en Alemania, actualmente reside el Lourdes (Portugal). Es muy religiosa, igual que lo fueron sus tías Dolores, Josefa y Narcisa. Los primos Paco y Miguel viven en Sevilla, y Encarnita en Dos Hermanas. Esta última asistió al parto de mi hermano José Antonio en Casariche. De los que nos dejaron, Carmen se casó con Daniel, vivieron también en la Roda de Andalucía; Pepe y Antonio, durante su juventud en la ciudad de la Giralda. Poco mas sabemos de nuestra tía, si bien tenemos noticias que falleció trágicamente al caer de la azotea al patio de la casa. Retrocedemos nuestro relato a los primeros años de la posguerra civil, tiempos muy duros para todos, en especial para nuestro abuelo Pepe Borrego; enfermo desde hacia una década, se aproximaba al colofón de su existencia. Aunque contaba con el cuidado y cariño de sus hijas que lo visitaban a diario; Carmen, Dolores, Juana, Fuensanta y Josefa, ya que Ana María vivía en La Línea, Miguel en Argentina y Narcisa en Sevilla. El inevitable desenlace se aproximaba. Era una muerte anunciada; su médico de cabecera don Julio Bueso nada podía hacer ante aquel escenario. Recibió el Santo Sacramento de la Penitencia de manos del cura don Emilio Martín y Calle. Aquel día se uniría de nuevo con su inolvidable esposa. Falleció el 19 de Febrero de 1943 a las 9 de la mañana, con 67 años. Vivía en la misma casa de siempre, en la calle Fuensanta, y expiró en la alcoba principal, estancia de su noche nupcial, lugar donde nacieron todos sus descendientes y aposento donde abrazó por última vez a su mujer. Sus hijas lloraban afligidas. El parte médico certificó como causa, caquexia cancerosa. Según nuestras pesquisas, esta procedencia puede ser un síntoma de algunas enfermedades; cuando un paciente presenta caquexia, los médicos generalmente consideran la posibilidad de cancer. Nuestro abuelo tenía desde tiempo una infección labial achacable a esta enfermedad. El funeral fue de segunda clase; el cortejo se realizó a hombros desde su casa a la Iglesia y desde esta al Cementerio. Los portadores eran los yernos: Fernando Gamero, Antonio Parrado, Antonio Estepa y Juan Parrado "tabletas". La Carroza fúnebre iba tirada por dos caballos, no siendo necesaria su utilización por deseo de la familia. Aunque situada en el cortejo por delante del difunto. Al parecer el entierro de segunda clase consistía en que tenía que estar asistido por dos sacerdotes vestidos de dalmática, más simple que el entierro de primera, cuatro monaguillos, el sacristán con la cruz y el sochantre con el acetre y el hisopo. No llevaban incienso. En el caso que nos ocupa los sacerdotes eran de Casariche, Badolatosa o Alameda, dependiendo de la disponibilidad. Asistieron una gran multitud de personas, incluso de pueblos limítrofes, para dar el último adiós a Pepe Borrego, el hijo de D. Luciano "el grande" como aún se recuerda en el pueblo. La Iglesia Nuestra Señora de la Encarnación fue de nuevo testigo presencial del sentimiento más doloroso. Descanse en paz. Hasta aquí la crónica de los viajes a Argentina y el fallecimiento de nuestro abuelo. Una familia numerosa. En el próximo capítulo les contaré historias y fantasias de resto de mis tias y de mi propia madre. "Mis tias, una historia novalada"
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