El hombre lobo despedazaba hombres:
No solo prostitutas, mendigos y promíscuos.
Era el mismísimo lobo de Gubbia:
Aquel que persiguió a mi amiguita Angeles
por los corredores de sus pasillos mentales
y subió por su frente entre vacuidades.
Dejó de arrojar senos en las cajas:
Ahora los echaba a los estanques
o en los cráteres inactivos de la Luna.
Su maldad estaba intacta. Su rabia era insolencia.
Llenaba los cadalsos, carreteras y automóviles
de legiones de muertos.
Las playas se encerraban temprano con sus olas
y hasta los gríses amaneceres le huían.
Las aves se espantaban de su terrible hálito.
Iba por el mundo derribando tarantines y espíritus
y evitando el regreso de solitarios y solitarias.
La luna evadía a este monstruo cavernario:
Era la crueldad movilizándose en dientes.
Pasaba por las azoteas quebrando cuellos.
Sus ojos: Focos de la maldad absoluta.
Aparecía de repente como una maldición
y se perdía en los retruenos del infierno.
Expulsó a muchas nebulosas con sus aullídos.
Hasta que se despertó un gigante del polvo.
Esos asesinos de los tiempos inmemoriales.
Amoral y más canalla que el mismo Hombre Lobo.
Pelearon por mil días con furor.
Se rasgaron los nervios y los húmeros:
Fue un encuentro descomunal y titánico
como no lo había visto la raza humana
desde los tiempos lejanos de los cíclopes.
Se decantaban y socabavan uno al otro
y cuando sus fibras llegaron a estar casi muertas
un rayo del cielo los exterminó a ambos.
Dicen que sus cenizas se extendieron en los mares
y se perdieron como metralla imaginaria...
De cuando en cuando surgen los licántropos.
Pero Dios resucita a un justiciero pavoroso
y lleva a ambos a la tumba y el Olvido:
Así combate Dios el Mal con el Mal.
Dando bien y justicia.