Homenaje al día del niño... autor: Alberto Carranza Fontanini
Publicado en Aug 09, 2009
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Los días sombríos -no como el de hoy domingo en el que las nubes grises de plomo se tiñieron de cierto matiz de blancura revistiendo el cielo de un raro y deslumbrante aspecto- tienen que ver con evocaciones. En ellas veo parcializadas, instancias de mi propia niñez. Recuerdo que comenzaba el solsticio de Junio con lluvia y granizo y que el vecino sentando a la puerta, en la vereda de enfrente, miraba con idénticos ojos soñadores la inundación de la calle de nuestro barrio. Esa inundación periodica procuraba distracciones muy placenteras; cuando amainaba el vendabal podía jugar con barquitos de papel e imaginar que viajaba en ellos hacia ignoradas latitudes. Los días de fuertes vientos ocurría más o menos igual: con hojas de diarios o de cuadernos ideaba aviocintos cuyos derroteros seguían rumbos empecinadamente inciertos. La matáfora consistía en apropiarme de la fugaz libertad.
Cuando mi calle se inundaba tenía siete años y disfrutaba como todos los niños con esas pequeñas distracciones que procuraban algunas respuestas a las incipientes curiosidades y emociones. Hoy escribo mi literatura con la misma sensación de apropiación fugaz. Hoy, llevo vividos muchos días desde aquellos hermosos momentos en los que sobraban las horas para ser yo mismo y las pasaba resolviendo los primeros dilemas significativos para mí. Hoy lo significativo es carecer de tiempo, incluso es significativo que esa carencia de tiempo para el ocio, por ejemplo, incida para no hacer algo mejor de mí mismo. No importa, aún vale la intención y la posibilidad.
Lo trágico sería haber vivido pocos días o pocos años, como Miguelito que murió exactamente al cumplir los cinco. Un camión sobrecargado con cajones de tomates se desniveló y esos pesados cajones cayeron sobre su cuerpo ínfimo. Lo trágico es lo infructuoso para siempre.
Cuando uno ha pasado los cincuenta se asombra de ciertos episodios de la propia existencia. Por ejemplo, si uno dedicó muchos años a conseguir tenazmente el sustento para su familia, y sin poder disfrutar de tiempos libres, salvo excepciones, es poco probable que haya conseguido desarrollarse con la plenitud necesaria, y lo dejo ahí.
Al visualizar la calle de mi barrio inundada, retorno también a mi orfandad, a ese primer contacto con la realidad espuria y lo más parecido a mi primera incursión en el verbo. Esa asombrada visualización de las hormigas sendereando en el umbrío Jardín del Orfanato, me permitió cincelar un argumento: las diminutas hormigas, cargando enormes pesos, cumplían las exigencias de sus vidas sin la menor queja, simplemente armonizadas con el destino común. Las rejas altas que cercaban el ala interna del parque, separaban mi pequeñez del exterior.
Recuerdo esa calle y las siluetas de paso que probablemente ya son fantasmas.La curiosidad es innata, gracias a ella evolucionamos hacia la creatividad y hacia formas complejas del pensamiento. De ese tiempo también puedo evocar la domumental naturalista: bandadas de pájaron gritones y en formación plasmados sobre un cielo espléndido, luego pelícanos- criaturas mutadas-dominando con sus pesados cuerpos el aire donde navegaban majestuosos. El niño que miraba esa y películas similares, dominaba la angustia y la timidez impregnado su retina de cielos bellos emanados de la enorme pantalla. Recuerdo el triste sentimiento del final, cuando la portentosa formación abandonaba el jubiloso cielo y dejaba el telón en blanco hasta el domingo siguiente.
Cuando se es mayor, sucede como con la historia del viejo pintor que se acaricia las manos. Pone un lienzo en lugar de otro, que ya es obra de arte, y ese lienzo es pintado con la mirada del recuerdo, que es la mejor mirada poética de que es capaz un hombre que se acaricia las viejas manos mientras mira por el ventanal la arboleda dorada -verdoso-dorada del comienzo del bosque que cada vez que lo recorre tanto ama y que sabe dejará de apreciar inesperadamente en algún momento.
Los recuerdos, revividos por la elusiva memoria aunque sean tristes son magníficos en su verosimilitud. Lo extraño es que no haga falta ningún atributo material para que puedan ser reinventados y contemplados despojadamente. Sin embargo, a medida que se acerca el fin, el lienzo pintado con el recuerdo si bien anticipa también rescata de la muerte.
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Descripción

Homenaje a Miguelito, mi amiguito de la niñez.

Palabras Clave: niñez

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales


Creditos: Alberto Carranza Fontanini

Derechos de Autor: Reservados E/T


Comentarios (5)add comment
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jorge martin fontana

Un texto que va más allá de su sencillez... Bien narrado, claro y conciso. Te dejo una estrella y mis felicitaciones. Saludos JMF.
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August 21, 2009
 

alberto carranza

Carlos. siempre escuchó tus opiniones con gran respeto. Eres muy buen captador de emociones y un buen consejero para que aprovechemos la vida de la mejor manera. Un abrazote de Alberto.
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August 14, 2009
 

alberto carranza

Mar: me halaga y agradezco tu generoso comentario.¿ cómo darte las gracias? Bueno, con el corazón abierto. Afectuosamente.Alberto.
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August 14, 2009
 

Carlos Campos Serna

Alberto, pues debes estar feliz porque las remembrazas de la vida, las has escrito en este cuento extraoridinariamente, que para mí es una gran poesía. Ya decía mi papá: Finalmente la vida es muerte, pero hay que seguir hasta que nos lleve la calaca porque creo que esta te da momentos lindos, ya que sí, en este momento no existiera, no habría podido leer este maravillos texto, y eso el algo....

Saludos..
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August 12, 2009
 

Mar Sal

Alberto, magnífico texto que envuelve por su pulcritud y sencillez ... me traslada a la infancia através de los ojos de la inocencia. Y me lleva hasta el presente en un viaje atraves de tu corazón, que late en el hoy.
Un afectuoso abrazo
Mar.
Lo incluyo en mis favoritos
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August 12, 2009
 

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