Nació y creció muy lejos del mar. Desde pequeño hacia preguntas sobre él, preguntas que sus padres no le supieron explicar, no entendían un interés por algo que nunca había visto. Un día unos amigos de sus padres, al regreso de pasar las vacaciones junto al mar, le trajeron postales de las playas que habían visitado y una caracola, le explicaron que si se la acercaba junto a al oído podría escuchar el rumor de las olas.
Desde ese momento no se separo de la caracola y se aislaba de todo escuchando aquel murmullo que le aproximaba al mar de sus sueños.
Pasaron los años sin poder ver el mar, se caso, tuvo hijos y más tarde nietos. Por circunstancias de la vida no pudo acercarse al mar, pero seguía teniendo la caracola muy cerca de él. Cuando ya era un anciano, uno de sus nietos vino a decirle que se preparase, que aquel fin de semana irían a ver el mar.
Lo miro con ojos cansados, pero corrió a preparar una bolsa con algo de ropa, esa noche no durmió, porque estaba nervioso.
Fueron muchos kilómetros los que tuvieron que recorrer antes de llegar a la costa, que se le hicieron eternos, aun así no quiso que parasen a descansar. Cuando el aire cambió su aroma y aquel olor a salitre que impregnó todo, el abuelo dijo:
- Siento que el mar me conoce, que sabe que estoy muy cerca de él-.
Su nieto le dijo de ir a descansar y volver por la mañana a ver el mar, pero se negó, tanta fue su insistencia, que lo acerco a la playa.
Se bajo del coche sin dejar de mirar el mar. Camino hasta la arena y se descalzo, sintiendo el frescor bajo sus pies. La tarde moría lentamente y en el cielo aparecieron los bellos colores de la puesta del sol como dándole la bienvenida. Se acercó muy despacio por la orilla dejando que las olas acariciaran sus pies. Saco de su bolsillo la caracola y la arrojo al mar, después se adentro lentamente con los brazos abiertos, esperando el abrazo del mar que tantas veces había soñado. Siguió avanzando con calma hasta que desapareció.
Por la mañana encontraron su cuerpo en la orilla. Su nieto se sorprendió al ver la cara de su Abuelo, jamás había visto una sonrisa tan hermosa.
En su mano derecha, cerrada con fuerza, llevaba la caracola.
Sueko