El amor todo lo vence
Publicado en Nov 28, 2012
EL AMOR TODO LO VENCE
En cada alborada anhelaba el ocaso, que la penumbra crepuscular colmara nuevamente sus ojos de noches, sabia que sólo en ese lapso de tiempo se quedaba en soledad, pues es al caerse el sol sobre el horizonte cuando las sombras consiguen escaparse de la ergástula de nuestros pies dejando de ser esclavas de nuestros pasos para evadirse en libertad. Durante este tiempo renegaba de la consciencia y deliraba en inesperados y fascinantes mundos de ensueño, que le servían en su memoria imágenes renovadas de una noche en especial. Habían transcurrido incontables años desde el inicio de ese instante, o eso le parecía a él. Se gastaban los postreros días del estío, y en estas latitudes del hemisferio norte ya comienza a hacer frío, y a veces, incluso a menudo, se precipitan las primeras gotas de agua del otoño. Aquella noche media luna resplandecía en lo alto de un firmamento plagado de estrellas que centelleaban como ya hacia tiempo que no contemplaban sus ojos. Pero, rompió a llorar el infinito, unas lágrimas frías y melancólicas del que despide una estación para siempre. Allá en la lejanía distinguió algo reflejarse en los cristales de un escaparate, él desfilaba entre la dagas del aguacero, pero de todos modos la vio, estaba convencido de que era una mujer. No podría describírsela a nadie, pues ignoraba que existieses palabras para detallar tal belleza, con ella descubrió lo que los filósofos intentan entender, qué es lo bello, ahora ya lo sabe. Siguió su marcha calle abajo, cada vez más veloz, aunque no podía verla sabía que ella caminaba en el mismo sentido, sólo que iba a una distancia considerable por delante de él. Durante varias horas no cesó de precipitarse el cielo sobre su cabeza, sus indumentarias empapadas lentecían su avanzar. Su respiración, ya entrecortada, era cada vez más forzada y sus extremidades no lograban moverse de dolor. Se detuvo. Era inútil ella había sido efímera cual relámpago en medio de una tormenta, se había evaporado sin dejar rastro, solamente en su memoria, en sus retinas y en sus sueños. Donde aun la veía una y otra vez reflejada en aquel cruel vidrio que no supo o no pudo congelar su imagen. Sus amistades al oírle el relato no le creyeron, nadie es capaz de desplazarse tan rápido, seguramente no fuera nada sólo la luz de una farola reflejada en las gotas de agua que se escurrían por el cristal, o ni siquiera eso, a lo mejor sólo fue tu deseo de verla, de aprender lo que es bello, lo que te hace imaginar alguien que solo en tu pupila se halla. Era lo que le repetían una y otra vez, pero él ya no oía, ya no veía, ya no respondía, ya no percibía ningún sentido, estaba loco de amor. Pasaron semanas, meses, años, y una vida entera, él ya era un decrepito anciano que ya ni su cayado conseguía sostener de pie, se abandonó al suelo, cerró los ojos lánguidamente, y antes de exhalar el último suspiro creyó escuchar una voz celestial que le decía “ven”, al tiempo que admiró por última vez a la belleza que tiempo atrás le se apoderara de su vida, no sabía ciertamente si era su imaginación otra vez, o era que en cierto ella existía, pero la miró y le entrego su alma con unas perentorias verbas que emergieron de su garganta: “el amor todo lo vence”.
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