Vorem: Cuento.
Publicado en Nov 28, 2012
El lujoso tren dorado entró en la humilde estación de Aldea Logintegral. Del tren bajó el millonario señor rico que, sin mirar al flaco y pequeño perro blanquinegro que vigilaba, en la puerta de la taberna, el vacío platillo de hojalata, entró pomposamente en ella. Vio, de soslayo y sin querer mirarle de frente, al pobre vagabundo que estaba bebiendo, poco a poco, casi gota tras gota, su vaso de cerveza, algo así como entre somnoliento soñador y vago despreocupado según pensó, para sus adentros, el millonario señor rico quien, pidiendo urgentemente un vaso de cerveza, se lo bebió todo de un trago. A la hora de pagar, el millonario señor rico sólo pudo sacar un billete de mil euros de su cartera de piel repujada y más brillante que el Sol Naciente japonés pues, efectivamente, había sido un regalo de uno de sus más queridos socios del Club "El Arroyo". - Lo siento, señor -dijo el camarero- pero no tengo cambio para tantísimo dinero... - ¡Pues es lo único que llevo en mi billetera! - Pues usted no puede irse de aquí hasta que no pague su cerveza. - ¡Eso es imposible! ¡¡Me están esperando urgentemente en "El Arroyo"!! - ¿"El Arroyo"? ¿Es usted de "El Arroyo"! ¡No se confunda usted, señor, que lo que quiero decir es que si usted vive en esa lujosa urbanizazión de "El Arroyo" y no lo que pueda usted mal pensar! - ¡Yo no tengo nada que pensar acerca de usted ni usted de mí! ¡Vivo en "El Arroyo" y tengo que llegar allí dentro de media hora! - Pues le vuelvo a repetir que hasta que no me pague la cerveza que se ha bebido no puede salir de aquí. El millonario señor rico sudaba viendo los forzudos brazos del tabernero y ante la imposibilidad de salir a la calle por culpa del billete de mil euros. Por eso se puso como un basilisco. - ¡¡Ya le he dicho que tengo que estar en "El Arroyo" dentro de media hora!! Esto hizo que el tabernero también se encolerizara. - ¡¡Y yo le repito que hasta que no pague la cerveza que se ha bebido de un solo trago usted no puede salir de aquí! El millonario señor rico bajó, repentinamente, la voz... - Como comprenderá... no le voy a regalar a usted un billete de mil euros por beberme una simple cerveza... - Ni aunque usted me lo regalase cogería yo un billete de mil euros que no me hubiee ganado con el sudor de mi frente. El millonario señor rico volvió de nuevo a sudar... - ¿De verdad se cree usted que se lo voy a regalar? - No le estoy pidiendo nada más justo que me pague, exactamente, un euro por la cerveza que se ha bebido usted. Ni le pido ni deseo el billete de mil euros sino el justo euro que me he ganado por servirle. El millonario señor rico sudaba cada vez más mientras miraba insistentemente su reloj, antes de explotar de nuevo... - ¡¡Que le digo por última vez que tengo que estar en "El Arroyo" dentro de media hora!! Lo cual hizo que el tabernero también explotara... - ¡¡Que le repito que usted no sale de aquí hasta que no me pague un euro justo!! El pobre vagabundo dejó de sonreír, sacó la única moneda de dos euros que llevaba y pidió al tabernero que se cobrara su cerveza y que pagaba, también, la cerveza del millonario señor rico. Después, y ante el asombro del millonario señor rico, se dirigió hacia la puerta de seguido por éste. El pobre vagabundo, ya en el exterior de la taberna, deshizo el nudo de la cuerda que ataba al flaco y pequeño perro blanquinegro y comenzó a caminar lentamente dejando en el suelo, junto a la única puerta de Entrada y Salida, el vacío platillo de hojalata. - ¡¡Espere usted un momento, viejo!! ¿A dónde va? - Lejos... -respondió el pobre vagabundo sin volver la cabeza y sin dejar de caminar lentamente. - ¡¡Le estoy diciendo que le ofrezco la oportunidad de subir a mi lujoso tren dorado y que se venga usted a vivir conmigo en "El Arroyo"!! El pobre vagabundo siguió caminando lentamente mientras contestó sin volver la cabeza. - Perdone, señor, pero yo tengo un mejor destino... Y, ante el asombro y la incredulidad del millonario señor rico, el pobre vagabundo, seguido del fiel, flaco y pequeño perro blanquinegro, se perdió entre la niebla. Al millonario señor rico parecióle que hasta le vio subir y perderse entre las nubes con su fiel, flaco y pequeño perro blanquinegro. Pensó que había sido un sueño pero allí, delante de él, se encontraba el vacío platillo de hojalata para demostrarle que había sido una realidad.
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