Altamira y la matrícula del filipino (Diario)
Publicado en Nov 29, 2012
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Muchísimas personas saben o deben saber que la Cueva de Altamira es uno de los más grandes y maravillosos ejemplos que tenemos, en Cantabria (España), del arte rupestre prehistórico; pero lo que poquísimas personas saben es que Altamira también existió como Academia en el Distrito Retiro Mediodía de Madrid. Con mayor exactitud, en la calle Antonio Arias, muy cerca de Alcalde Sáinz de Baranda y Doce de Octubre. Para los golosos y las golosas señalo que, en frente de dicha Academia, se encontraba una fábrica-tienda de caramelos. No los de Saci precisamente sino de su competidora Sara. Quizás es que Sara era el nombre, no sólo de la mujer de Abraham, sino el de la mujer de los caramelos. 
 
Allí, en la Academia Altamira no encontré yo, por ningún lado, a Campanita (la niña del cascabel de la que tanto me había hablado cierto fantasma) porque sólo eramos chavales y no había chavala alguna nada más que la que cada uno de nosotros quisiera imaginarse. Lo más curioso que me sucedió es que yo no me enteraba de nada de las explicaciones del profesor de Religión, un cura fino filipino (era bastante delgado y por eso le cito como fino porque es costumbre más bien normal encontrarse por la vida con curas gordos y algunos hasta muy gordos) que me debió de confundir con San José o que se creía que yo, cuando escuchaba en profundo silencio sus esplicaciones de Religión, debía estar en trance místico, en éxtasis religioso... lo cual es totalmente incierto, falso y mentira, porque yo debería estar pensando en aquello de que los porteros suplentes del Real Madrid (y los cromos no mentían como sí mentía Guti, el hijo del frutero de Alcalde Sáinz de Baranda) eran Fermìn y Piñol y no Bagur y Berasaluce. O también estaba yo meditando sobre la verdad absoluta de que el campo de fútbol del Español de Barcelona era Sarriá. 
 
En esas meditaciones futboleras estaba yo pensando cuando el fino filipino, que nos contaba que huyó del comunismo porque le querían  hacer compartir sus zapatos con los demás puesto que los comunistas dicen que todo es de todos y otros asuntos espeluznantes de tragedias por el Asia Oriental, creyó que estaba yo como haciendo silencio de ejercicios espirituales cuando yo, la verdad, ni entendía nada de todo aquel rollo que contaban los jesuitas sobre tales ejercicio... y fue y me encasquetó una Matrícula de Honor en Religión. Cosa increíble pero cierta.
 
La realidad es que aquella Academia ni tenía patio de recreo, función que realizaba un garaje particular de los vecinos de los pisos de arriba y donde correr era más difícil que encontrar a la dichosa niña del cascabel, la Campanita de la cual tanto me había hablado el fantasma de mis infancias. Todo eso es cierto pero lo más verdadero era que un día te podías encontrar en los últimos puestos de la fila de los más destacados estudiantes cuando, de repente, por esos asuntos de tener buena memoria, dabas un salto/asalto tan espectacular que pasabas, de bote pronto -como aprendí a decir del lenguaje futbolero- a formar parte de los primeros lugares de la fila de los más destacados estudiantes. Yo incluso llegué a alcanzar la primera posición varias veces y entonces es cuando el profesor de Ciencias Naturales exclamaba: ¡Esto es para comer cerillas!
 
Quizás el señor Mochales se acuerde de todo ello... aunque Mochales no era precisamente uno de aquellos estudiantes, sino el muchacho ya mozalbete que hacía las labores de portero, no del Real Madrid, sino de la Academia. A lo mejor sí se acuerda Vaquero. Y quizás Municio se acuerde del taconazo que dí, sin moverme del sitio, a la pelota de trapo. Bien. La Historia de los Trapenses (quiero decir la historia de los traperos de aquella época) también tiene su miga. Pero a mí, en realidad, las migas que más me gustaban eran las que hacía mi abuela materna, con la ayuda de madre, y que me las servían con uvas quizás de moscatel... pues eso... que allí en la Academia Altamira obtuve una Matrícula de Honor en Religión cuando de Religión no tenía ni la más repajolera idea ya que los domingos no íbamos a misa sino que nos dábamos un pire, aprovechando la mejor esquina para que mamá no se enterara, y nos pasábamos toda la mañana, hasta que se acababa el espectáculo gratuito, viendo jugar al fútbol al Campana y otros equipos de la Regional de Madrid.  Insisto en que la niña del cascabel, la Campanita del fantasma de mis infancias, quizás sólo era una imaginación de dicho fantasma porque yo, la verdad, tenía todavía muchas cosas interesantes que conocer (incluídas, por supuesto, chavalas como La Toti). Fin de estos recuerdos. Inicio de nuevo curso. Nos vamos del barrio porque me están esperando en el Instituto San Isidro de Madrid y a mi padre le han ascendido de brigada a teniente.     
 
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Foto del autor José Orero De Julián
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Palabras Clave: Diario Memoria Recuerdos.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



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