Ocho poemas de cursi y ridícula añoranza.
Publicado en Dec 08, 2012
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I
Me pregunto mucho sobre ti,
casi siempre de cosas bobas,
cosas que nadie más podría responder,
salvo tú.
Ha pasado tanto
y aún me pregunto tanto sobre ti,
que el miedo de ser malo otra vez
me ataca
y te rechazo,
como si sintieras mi rechazo
estando tan lejos
y siendo ya tan impropia.
Más aún:
te rechazo como si de algo sirviera el rechazarte,
como si en esta cabeza mía
cabría el engaño
de las mentiras propias.
Tanto ha pasado
y tan fuerte has sido a tanto,
que de tanto haber pasado
no creo haberte olvidado tanto.
Y mucho de ti aún me pregunto.
Me pregunto, por ejemplo,
si aún bailas en la ducha
mientras te riegas el agua por la espalda
moviendo con ritmo
tus bellos senos.
Me pregunto si hoy,
luego de los quehaceres,
te has metido a la ducha
y otra vez te meneaste
sintiendo las primeras aguas,
miraste a tu hombre,
le sonreíste,
te sonrió,
tomó tus senos
y se bañó contigo.
Y aunque tal vez sé las respuestas,
no quiero espantar a mis dudas
por la terquedad de aún desearte
y de seguir queriendo
sentir tu cuerpo gotear junto al mío,
o anhelar con vehemencia todavía
la ricura de abrazarte bajo el agua.
Siento que si un día
ya no me cuestiono esto
te habré perdido por completo,
tanto de mi ducha
cuanto de mi memoria.
 
II
Debí dormirme esa noche a pesar de ti,
a pesar de mí
y a pesar de los sueños.
Debí dormirme
y perder emociones,
goces y errores.
Ser humano debí ser
y cumplir con lo imprevisto del deber escogido…
y soñar,
sólo soñar.
Celda y presidio para mis monstruos debí ser,
opresor de vida debí ser,
guardia de mis dardos alistados
y dejarnos en paz,
y ser paz siempre,
y no siempre dejarme ser.
Debí dormirme
y desconfiar de mis fuerzas
como inmunes al placer.
Debí recordar a Ayn Rand
aún sin conocerla.
Ser lo que verías
y parecer lo que esperabas.
Debí dormirme una y mil veces,
dormirme…
pero no pude.
Ahora vivo un sueño terco
contigo como cercana
y hablando de ti en lenguas foráneas
que ni sé qué dicen.
Y algo me dice que ya no sirve el sueño ahora,
que el chico adormilado por años
se muere.
Y algo me dice que debo despertar.
 
III
Te veo hasta donde puedo,
hasta donde me permite la distancia
que compré
el día que me fui de ti.
Te veo quizá mejor,
ajustada con garbo al albur de tus días,
superando a cada paso el lejano idilio
al que te forcé un día.
Te veo como siempre, linda
–como te gusta que te vean–
y me atoro en el tiempo
intuyendo que ha pasado
y que ayer nomás fue todo,
y que ayer nomás fue hace tanto.
Te veo sin decirte,
aunque lo sabes, imagino.
Te veo porque te busco,
no tanto como otros,
pero mucho más que a otras.
Y cada que te veo
la añoranza me hace presa,
la melancolía que no me dejó amarte en tu tiempo
y que hoy, contigo, no me deja ser el que debo.
Te veo, al fin,
no sé qué buscando,
no sé qué resintiendo.

Tienes tanto
y yo soy tan nada,
y en mi nada tengo tanto
que nada entiendo de todo esto.
Sólo sé que te veo
–a veces también en fotos–
sin el menor espanto,
sin el mayor escrúpulo,
casi presintiendo
que te he de ver de veras (algún día)
y que otra vez,
sin pensarlo mucho,
huiré de ti.
 
IV
También te escribo.
Con mi nulo don de poeta te escribo.
A escondidas te escribo.
Creo, por soberbia te escribo.
Debo escribirte
porque toda tú,
de formas y maneras imposibles,
me inspiras.
Letras,
líneas,
frases,
poesía,
lo que sea:
simplemente te escribo, por justicia te escribo.
Te escribo porque, ¡maldita sea!,
nadie más que tú me incita a hacerlo,
ni mi madre,
ni mi abuela,
otra mujer,
ni mi vida.
Te escribo porque me obligas,
te escribo porque me doblegas,
te escribo porque eres inevitable.
También te escribo como ruego,
como acto religioso
ilógico,
vano,
fútil,
como esperanza en la utopía,
como acto de fe ciega en la certeza de un imposible.
Te escribo porque me vences,
me dominas y derrotas.
Porque ni siquiera el viento en contra te ha movido de mí,
ni el remar en piedras
ha disipado lo que eras.
Y te escribo,
y en secreto
porque ya no puedo anunciarte como antes
–como cuando aún dolías–
por mi boca en oídos amigos.
No, ya no. Ya no puedo y ya no debo.
Ahora sólo debo move on!,
let it go!
get it over!
Ahora no puedo mostrarte.
Eso no estaría bien,
eso es de cobardes,
es de mal gusto
y casi, casi un crimen.
Ahora sólo te escribo
después de amar a quien debo
y luego de acordarme de nosotros,
de nuestro cuarto,
de nuestra banca,
de nuestros vicios,
de aquel camino,
de aquellos árboles,
las cercas,
los tráileres,
el sur ventoso,
nuestros comercios,
nuestras vergüenzas,
y sólo así
siento que te vivo
y creo que soporto este estar sin ti,
queriendo estar lejos de tu vida,
de tu alcance
y tu poder;
aunque al escribirlo
y al mencionarlo
vuelves a derrotarme.
 
V
¿Y tú?
Muy bien, supongo.
Sin obsesiones salidas del recuerdo
y sin silencios venidos de la melancolía.
Te imagino soleada,
por ese tu sol,
brillante sol, como le llamas,
luchando siempre contra el fuego,
obstinada.
Diciéndole a todos que eres grande,
que infantes son los otros,
esos que no maduran,
esos que no avanzan,
aquellos que nunca olvidan.
Asumo que más hermosa
–siempre hermosa–,
y más dotada para la vida.
Distinta de éste, tu desliz de juventud,
miedoso como pocos,
cobarde como siempre,
andante como antes,
huyente del destino:
peor que el que dejaste.
Intuyo que mejor que este poema tuyo,
que, aunque honesto y tuyo,
es injusto contigo,
pues lo escribe un hombre simple
y no un poeta, como tú mereces.
¿Y qué escribirías tú, aquí en tu poema?
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Nada, ya veo.
(No necesitas hacerlo).
No importa,
ya me acostumbraré a tu silencio.
Con tal de que existas aunque sea en mis tintas
y por lo menos vivas siempre entre mis letras,
he de saber bien cómo estás y te veré dibujada.
Me contarás muchos cuentos,
me narrarás mil historias,
me gritarás cien veces fuerte
y lorarás a diez voces lentas,
harás bulla con tus gestos,
me grabarás tus sonidos
me excitarás con tus gemidos,
y te escucharé...
pese a tu silencio.
 
VI
Antes, cuando no,
el mor dolía,
hería, raspaba, jodía,
era humano, era puro, sí señora.
Antes, cuando no,
el amor era capaz de contradecir
y tornarse en antónimo del ser,
me lanzaba a la cama,
hacía que me sobe el pecho,
como apaciguando dolores
y cerrados los ojos decía: "ya pasará, ya pasará".
y pasaba, sí señora, pasaba.
Entonces era hombre,
entonces era un macho,
toro, caimán, rugiente felino;
era yo, antes cuando no.
Cogía vientos en mis puños,
doblaba vidas con rasguños.
Leía líneas de poemas
encriptados con mi nombre,
volaba sin escalas
escapando de pasiones
y sin peligro alguno,
en ciertos vacíos reductos,
moraba por momentos
antes, cuando no.
Antes,
imaginaba al tiempo cojeante,
tumbado y sin sentido,
incapaz de mirarme, de hacerme frente,
como agazapado, esperando,
observando con cuidado mi acecho,
mirando angustiado mi atrevido rodearle.
Sagaz era, sí señora,
criolladas me alentaban,
sí, estimada.
Y nótese que lo digo
sin cuidados literarios:
antes la vida era
carnaval en la orgía.
Porque cuando no,
todo pasaba, se iba, se olvidaba.
La vida se movía
desde la mañana hasta la madrugada
dejando casi siempre
un aliento que espantaba,
un aspecto destructivo
y recuerdos pasajeros.
Eran mi objetivo
aquellas horas muertas
de sonrisas orgullosas
y narcisismo complaciente.
Sí señora, así era cuando no,
antes,
cuando no venía a este cuarto
noche a noche desde afuera,
observando mis miserias
y sintiendo tu ausencia,
cuando no lidiaba siempre
con desayunos del pasado
de uniformes rojo y negro
aromatizados por deliciosas donnuts
o con pijamas floreadas
frente al mundo que decía:
"Good morning America!"
Era todo así, cuando no,
antes de tus ojos caprichosos
que compañeros me miraban
y de tus frases lindas de ánimo
regaladas por tus labios que,
humeantes,
años atrás me dieron una condena que no pasa:
tus besos.
 
VII
Llueve en Lima
y no suena.
Es feo.
Cae lluvia
sin ganas,
moja calles
y ventanas,
mete gente
a sus casas,
fastidia
el camino
y el andar.
Llueve en Lima
y es constante,
como nunca,
como ahora,
mañana
y pasado.
Llueve,
sólo llueve.
Incómoda lluvia es
aún para vivir.
Incómoda garúa
terca,
gotas vehementes...
agüitas.
Y, ¿sabes?,
llueve y no parece,
no luce como lluvia,
al menos no
como la lluvia que me gusta,
una lluvia fuerte
violenta,
bulliciosa,
escandalosa,
una lluvia de los dioses y mil demonios,
una lluvia bruta
que no cae
sino que vuela,
que no moja
sino que golpea,
una lluvia como aquella
que un día viéramos
y oyéramos
mientras hacíamos el amor.
Nuestra lluvia a solas,
de incertidumbre
y penas duras;
la lluvia del sur,
típica de Faulkner,
que enloquece,
que desespera:
nuestra lluvia,
con rayos y centellas
con truenos y gritos;
lluvia cercana,
familiar
y cruenta,
que aplasta,
que apachurra,
que atrapa
en una pieza de carretera vacía,
lejos de todo;
una lluvia apasionada
y constante,
capaz de serlo todo
y exigir el alma...
una lluvia como tú.
 
VIII
Cuesta tanto tenerte,
tanto tenerte tanto tiempo.
Cuesta tanto.
¿Qué más?
Estás y eso es.
Nada más.
Estar contigo, tenerte,
nada más.
Con el pesar, con el dolor, con el costo...
de mí: nada más.
Tenerte. Eso.
Tanto tiempo tenerte tanto,
¿no es loco?
Tenerte tanto tiempo tanto,
¿no es lógico?
Tanto, tanto tiempo tenerte.
¡Y cuesta tanto!
Mejor que olvidarte. 
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Ocho poemas de amor, cursis y ridículos.

Palabras Clave: fred borbor poesía poemas amor romanticismo melancolía tristeza

Categoría: Poesía

Subcategoría: Romántica



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