Esqueletos se entierran en vida con cada paso que dan hacia su ilusión  dejando por el camino pedazos de sus cuerpos.
Como chanchos nadan en el lodo de su vida, respirando el reloj derretido en el aire, que marca segunda a segunda los latidos de su corazón.
Largas cabelleras decoran cabezas vacías, victimas de la mentira de su mente.
Se esfuerzan por conservarla erguida para no ver el lodo en que están inmersas, levantan mas y mas su cuello, hasta que llegan al punto en que se quiebran y en un golpe sordo el barro los recibe de brazos abiertos, mientras sus ojos desorientados captan el cielo, el sol y por fin el lodo en su boca, no tienen tiempo para ceder al desespero sus ocho segundos previos a su muerte acaban de terminar.