Cronologa de mi asesinato.
Publicado en Dec 08, 2012
Subo las escaleras de piedras caminando de puntas ya que el espacio que dejaban era diminuto. Las paredes eran bajas, de piedra también, el algunos lugares estaba corroído por el desgaste causado por los años de esa extraña estructura, no se parecía a una casa, a un edificio, mas bien se asemejaba a un cofre de piedra, diminuto.A mi espalda la puerta redonda de madera - por donde entre - baja como las paredes. Sin picaporte, cedía al empujar.Arriba me esperaba otra puerta, de hierro esta, rectangular, normal, también cedía al empujar.
Todo esto estaba iluminado por una luz blanca situada en el techo, se balanceaba al compás del viento. Respiraba con dificultad, el cuerpo me transpiraba como nunca, por causa de no haber ventanas y todo el esfuerzo que hacia para subir las escaleras y no caerme. Llegue arriba me detuve por unos minutos para respirar, calmar mi corazón que golpeaba mis costillas. Después empuje la puerta. Lo primero que percibí fue un olor pútrido, metálico mezclado al olor del polvo acumulado en las paredes madera viejas, tablas tras tablas dejaban un espacio entre ellas, mostrando un pedazo de cielo amarillo. El techo de piedra tenia la misma lámpara que había en las escaleras. Al mirar hacia bajo, reconocí un liquido viscoso, color escarlata, me arrodille para ver mejor y ese olor infernal que había sentido antes multiplico su intensidad haciéndome alejarme con repugnancia y tapar mi nariz. La sangre estaba fresca todavía, por la forma que tenían esas manchas eran de alguien de unos 30 años, se repetían durante un metro hasta encontrar un círculo hueco en el suelo de unos 2 metros de diámetro. Adentro del círculo había una escalera de anchos escalones, sin iluminación alguna, por lo menos eso parecía ya que solo se dejaban ver los primeros tres escalones. Seguí por esos escalones caminando por el lado opuesto de las manchas de sangre. Si, la escena era medio mórbida, pero no tenia nada en la casa donde vivía solo esa soledad enferma y la nostalgia que la ciudad me provocaba. La ciudad y su olor al humo de los autos, la ciudad y su cantidad de personas en todos lados, la ciudad y su intolerable intolerancia. Después de unas horas bajando en completa oscuridad el hambre empezó a aparecer, debían ya ser las ocho, la hora que almuerzo. Había dejado un pedazo de carne con papas para solo calentar a la noche. Tenía esa costumbre de dormir temprano de mi papa. Se levantaba a las 5 de la mañana, vivía en el campo, yo viví durante toda mi infancia hasta los 13 años cuando en un accidente murió y mi mama no podía cuidar todo sola, entonces decidió vender el campo y comprar algo en la ciudad. Cuando cumplo 20 años, murió ella también, accidente automovilístico. Ahí empecé a trabajar en lo que hago hasta ahora, y lo hago con supremo odio, cartero. Cumplí 30 la semana pasada y decidí venir al campo donde yo vivía antes, el dueño cedió enseguida ya que mantenía íntimas relaciones con mi mama y al segundo se acordó de mí. Me encuentro ahora donde pase toda mi infancia, permanece, por lo que note, intocable hasta ahora. A los pocos una luz naranja empezó a bailar en las paredes, hasta ese momento no me había dado cuenta que eran de tierra las paredes, tampoco tenia recuerdos de que lo fuera ya que nunca antes me habían permitido entrar ahí. No note que era de tierra porque no tenia ese olor característica de la tierra, ni tampoco me había apoyado en ella como para sentir su textura, su humedad y su suavidad. Fije mis ojos en el techo, por alguna razón lejos de mi comprensión no quería desviar mis ojos de ahí. Volcaba en ese techo toda la confusión que sentí. Al bajar mi mentón lo primero que mis sentidos captaron fue un cuerpo tirado en el centro, adelante de la hoguera. Empecé a acercarme, los pies se me hundieron en el suelo de tierra mojado. Era un cadáver lo pude notar cuando apoye mis dedos en su yugular y no sentí ninguna pulsación, apreté mas y mas mis dedos sobre su piel hasta el punto que rasgue su cuello y nada ni una gota de sangre, ningún movimiento. Saque rápido mis dedos de esa concavidad fría que helaba mi sangre, era semejante a poner los dedos entre medio de carnes frías, recién sacadas de la heladera. Sus dedos, sus talones y una porción de la cabeza estaban enterrados en el lodo. Apoye mi cabeza en su pecho y nada, era como acostarse en una piedra a orillas del mar. Estaba terriblemente delgado, su piel cedía lugar a sus huesos. Recorrí con mis manos sus muslos desnudos, su tórax, después deslice mis dedos sobre su boca entreabierta, no había ningún olor asqueroso como dicen las personas que tuvieron contacto con lo único que la muerte deja, esa carne vulgar que de nada se difieren a los pedazos de carne colgados y vendidos en las carnicerías. En realidad somos el corral de la muerte, cada vez que ella ansiosa desea sangre, vamos al cajón sin muchas vueltas. Sus deseos y de la forma que ella se entrega a ellos es lo que nosotros llamamos tiempo. Empecé a sentir sus cejar negras, cada bello que formaba ese liña negra profunda, después por su nariz fina y luego por donde antes estaban sus mejillas rosadas gorditas y mas gorditas todavía cuando se reía, dejando ver esos dientes blancos y dejando escuchar una carcajada que explotaba de su garganta, libre y burlona. Agarre pestañas y levante sus parpados mostrándome los mas increíble de este mundo. Nos se si es mi imaginación que es muy desenvuelta, pero vi. como destellos saltando de sus ojos marrones. Sus ojos eran brillosos como si estuviera vivo, lleno de caracteres que solo en vida se pueden exhalar. Un increíble amor y comprensión, como si sus ojos pertenecieran a los de un Dios, aunque nunca creí en eso, en ese Dios vengativo e idiota. Me caí en sus ojos, todo mi cuerpo se derritió y se volcó en sus ojos mi existencia.
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Marcelo Sosa Guridi
Te diría que tenés un futuro en la escritura, voy a seguir leyéndote.
Saludos.
Paloma