El mercadillo.
Publicado en Dec 11, 2012
Iba paseando por el mercadillo, mirando aquí y allá, buscando algo y sin buscar nada en particular.
Me detuve en un puesto, tenían muchas cosas, y aunque no eran las mejores que había visto, tenían algo por lo que me gustaban más que las demás. Ya llevaba varios, pero aun así cogí más anillos, estaban a 1€ y así podía ir cambiando. Los que llevaba eran negros, y estos tenían colores y algunos hasta dibujos. Vi un collar muy bonito, por desgracia llevaba el precio en una etiqueta y escapaba a mi alcance. Sin embargo vi una camiseta verde y roja, de un verde bastante oscuro y un rojo no muy chillón, que me gustó y era bastante barata, además, parecía ser de mi talla. Seguí ojeando cosas aquí y allá sin moverme del mismo puesto, fue entonces cuando vi una muñeca, era de trapo, y aunque ya era mayorcita para muñecas, aquella tenía algo especial. Estaba hecha a mano, de eso no cabía duda. Creo que eso la hacía todavía más hermosa de lo que era por sí misma. Llevaba un vestidito de tela azul, su piel era blanca, y su pelo, debajo de un sombrero también de tela azul, estaba hecho con lana marrón. Sus ojos eran dos grandes botones negros, y su nariz apenas dos puntadas con una aguja. Sus labios eran rojos, pintados con un rotulador en un gesto de una tímida sonrisa. Sus mofletes, apenas un poco coloreados, tenían un ligero tono rosado. No era una muñeca preciosa, sin embargo a mí se me antojó como la más bonita que había visto nunca. No pude resistirlo y pregunté el precio. Fue entonces cuando me fijé en uno de los vendedores que me atendió, el que había más lejos debía ser su padre… Pero él… Él era un chico alto, como mucho de veinte años, su piel era oscura, bastante oscura. Seguramente sería de algún país del norte de África, porque no llegaba a ser completamente negro. Iba sin camiseta debido al calor que hacía y se notaba que hacía ejercicio, seguramente ayudando en el mercadillo, ya se sabe que esa gente va de aquí para allá y tiene que montar y desmontar casi todos los días, además, su puesto era uno de los más grandes. Su pelo era completamente negro y liso, cosa que me sorprendió. Lo llevaba algo largo, bastante despeinado, pero eso sí, tenía un brillo francamente envidiable. Llevaba algo de barba, también negra, pero estaba arreglada y recortaba, lo cual dejaba ver que por mucho que el pelo estuviese despeinado, cuidaba su imagen. Entonces, al ir a preguntarle el precio de la muñeca, vi sus ojos. Eran de un negro azabache precioso, no se sabía donde terminaba el iris y comenzaba la pupila, sin embargo se intuía. Eran simplemente los ojos más atrayentes que había visto jamás, parecían hechos con algún tipo de imán que hacía que los míos no se pudiesen despegar de ellos. Saliendo de mis pensamientos, carraspeé un poco y le pregunté el precio de la muñeca, por desgracia estaba bastante fuera de mi alcance. Me explicó a qué se debía, pero francamente, no le prestaba atención. Me quedé absorta mirando sus labios, no eran ni grandes ni pequeños, y tenían una forma simplemente perfecta. Por debajo de ellos destacaban sus dientes, eran sumamente blancos, y más en comparación a su piel. Supuse que había terminado de explicarse, porque dejó de hablar, así que le di los anillos y la camiseta y le dije que era todo lo que me llevaba. Por un momento nos quedamos mirándonos a los ojos, nos perdimos el uno en el otro. Su padre se acercó y le dijo algo en un idioma que yo no conocía, aunque supuse que sería árabe, su padre parecía molesto o enfadado. Entonces él bajó la mirada, lo guardó todo en una bolsa, me dijo cuanto era, y me lo dio. Le di las gracias y le sonreí, él me devolvió la sonrisa. Me quedé un rato por el mercadillo, creo que con la esperanza de que saliese a descansar y viniese a decirme algo. Estuve un buen rato por allí hasta que me quité esa idea de la cabeza. ¿Cómo alguien así se iba a fijar en alguien como yo? Era una tontería, además, yo ya tenía novio, ni siquiera sabía por qué estaba haciendo aquello. Empecé a caminar en dirección a mi casa, ya era casi de noche, aunque mis padres no estarían preocupados, les había dicho que igual después de ir al mercadillo me iba a dar una vuelta con el novio, y sin embargo ahora no quería ni recordar que lo tenía. Entré en una calle más bien oscura, no me gustaba esa calle. Comencé a oír unos pasos que me seguían. Apreté un poco el paso. Los pasos apretaron también. Uno de los anillos se cayó al suelo, pero hice como que no me daba cuenta. Entonces los pasos pararon, supongo que quien fuese se paró a recoger el anillo. -¡Espera! ¡Se te ha caído esto! – me dijo. Reconocí la voz, era él, así que me detuve en seco nada más escucharlo. Cuando lo tuve delante, tan cerca, me di cuenta de que me gustaba todavía más de lo que me había parecido en el mercadillo. No era el chico más guapo que había visto en mi vida, pero tampoco el más feo, ni mucho menos. Le pedí perdón por haber apretado el paso y le dije que no me gustaba demasiado aquella calle. Él me dijo que no debería haberme seguido así, pero que al ver que me iba no pudo evitarlo. Sin poder evitarlo yo esta vez le pregunté por qué. Él me dijo que tenía los ojos más bonitos que había visto nunca, y que quería verlos al menos una última vez antes de marcharse. Le pregunté si se iban hoy mismo, y me dijo que no, que recogerían mañana por la mañana y se irían entonces. No pude evitar girar la cara, las lágrimas se asomaban a mis ojos. Ni siquiera conocía a ese chico, no sabía nada de él salvo que vendía cosas en un puesto de un mercadillo, y aun así, no quería que se fuese, no quería aceptar que aquella sería la última vez que vería esos ojos, esos labios, esa sonrisa, ese cuerpo… El me dijo que por primera vez en su vida sus deseos de viajar habían desaparecido de golpe, y en lugar de eso, sentía deseos de quedarse en el mismo sitio, con la misma persona, sin importar lo que pasase en el resto del mundo. Aquello era una locura, pero no pude evitarlo, me negaba a pensar que aquel chico se iba a marchar. -Imaginemos que mañana no va a llegar. – le dije en un susurro, sin mirarlo a la cara por la tontería tan grande que acababa de decir. Entonces él me abrazó, pero no era un abrazo cualquiera, era un abrazo de esos en los que te quedarías sumergida una vida entera, ese abrazo que le das a alguien cuando sabes que no quieres perderle y las palabras se quedan cortas para decírselo. Entonces me levantó suavemente la cara y me miró a los ojos. Me dijo su nombre, se llamaba Sharyk. Yo le dije el mío. Y sin poder esperar más, solo con aquella pequeña presentación, nos besamos. Al cabo de un rato me dijo: -Sé que nos acabamos de conocer, que no sabemos nada el uno del otro, y que seguramente esto te parecerá una tontería… Pero estoy seguro de que te quiero. Lo sabía cuando te atendí en el puesto, y lo sigo sabiendo ahora. No pensaba que me fuesen a salir las palabras, sin embargo lo hicieron: -No me parece una tontería, yo también te quiero. También lo sabía antes, y también lo sé ahora. Después de ese pequeño pero intenso momento dimos una vuelta, él venía de un país de África que yo no conocía, no era negro porque su madre no lo era, según me dijo, hacía muchos años que no la veía. Tenía 19 años, y llevaba con su padre en el mercadillo desde los 6. Nunca había sentido lástima por tener que marcharse de un sitio a otro, por tener que dejar a gente, por tener amigos diferentes cada día. Nunca, hasta hoy. Estuvimos juntos hasta que se hizo de día, por suerte era verano, y aunque por las noches refrescaba no hacía nada de frío. Por la mañana nos despedimos entre besos, abrazos y lágrimas. Ni yo quería que se fuese, ni él quería irse, pero ambos sabíamos que no podía hacer otra cosa. Su padre y su familia lo necesitaban. Aun así, sin que yo se lo pidiese, me prometió que volvería al año siguiente, y me prometió también que si no al año que viene, al siguiente, volvería para quedarse. Yo, que nunca había pensado prometer nada así porque me parecía una tontería, le miré a los ojos y le prometí que le esperaría, además, sabía que lo haría igual que sabía que él volvería. Me acompañó hasta mi casa. Subí a mi habitación y me dormí entre lágrimas. Cuando me despertó mi madre diciéndome que era la hora de comer, vi que la ventana estaba abierta. Había dejado la muñeca y una nota: “Quizás el precio te pareció demasiado alto, pero ni regalándote mil muñecas como esta tendrías todo lo que te mereces. Volveré al año que viene, mientras tanto no dejaré de pensar en tus ojos verdes, así tendré la certeza de que aunque quede mucho para volverte a ver, llegará el día en el que no tenga que volver a marcharme. Entonces seré feliz porque no tendré que recordarlos, serán lo primero que vea al despertar. Te quiero. Sharyk.” Sabía que volvería… y al fin y al cabo, un año se pasa volando.
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