Olavide (Diario)
Publicado en Dec 12, 2012
Enero, febrero y marzo de 1967. Lo más duro de tener que trabajar en la Oficina Principal de Madrid de la Central del Ahorro Popular, no era tener que darse el madrugón y levantarse incluso antes de las 7 de la mañana para darle gusto al Señor Atienza, en aquel entonces Jefe de Personal, o darle gusto al Señor Monjas, en aquel entonces Jefe de Cartera, para fichar a tiempo y que no te quitaran unos miserables céntimos del sueldo mensual. No era eso lo más duro que había de soportar trabajando en aquella Caja. Lo más duro de todo era tener que soportar todo aquel griterío de !hay claudias frescas!, ¡al rico melocotón de Alcorcón!, ¡melones, melones de Villaconejos!, ¡a la fresca cebolleta cruda!... y es que la Oficina Principal de Madrid de la Central del Ahorro Popular se encontraba en una plaza donde había un famoso mercado. Me estoy refiriendo a la Plaza de Olavide. Aquello del vaporoso sopor que era ir aprendiendo a clasificar las letras de cambio, los cambios continuos de los intereses, los pagarés que algunos pagaban y otros dejaban de pagar... tenía, como telón de fondo, el estruendoso vocerío (la vocinglería madrileña podría haber escrito Francisco Umbral para demostrar que era un perfecto/prefecto dominador del lenguaje cañí madrileño) de aquellos hombretones con mandiles de carniceros y con mandiles de pescaderos y las continuas cantaletas de las verduleras. Todo aquel abigarrado mundo de voces chirriando en el interior de mi cerebro tenía la virtud de servir como analgésico para mi dolor por no haber "hecho los deberes" del Preuniversitario una vez superado el curso en el Instituto San Isidro de Madrid. Lo mejor de todo era saber que, entre aquellas abigarradas algarabías de unas voces más altas que otras, existían las dulces claudias, los ásperos albaricoques, los sabrosos y dulces melones de Villaconejos... más las sardinas frescas y los golpes de hacha dados por los hombretones de los mandilones verdes con finas rayas negras en horizontal, al partir en trozos los huesos de los codillos de algún pobre animal, habíase acumulado en mi cerebro un verdadero cúmulo enriquecedor de onomatopeyas en formas tales que me servirían, después, para forjar mi intrincado tesoro de animaciones entre realistas y mágicas, entre costumbristas y románticas, entre naturalistas e hiperreales, entre simbolistas y abstractas... ¡valiosas cuestiones que servían para paliar las largas y pesadas, por insoportables, tareas bancarias que sólo se compensaban... y vaya que estaban bien compensadas... con el descubrimiento de algunas chavalas super guapas con las que, algunas veces, coincidía en la dichosa y odiosa maquinita de clicear la hora de entrada, la hora de salida!... y así me sirvió de provecho todo aquel "paisaje" de personas/personajes de barrio madrileño entre castizo y jolgórico, entre blasfemo y santurrón. Aprendí, mientras manejaba con grandes aciertos la Cámara de Compensación Bancaria, cuáles eran los precios de la merluza o la oportunidad del día que eran los arenques, el bacalao y hasta el bonito del norte. Tenía, por lo tanto, su parte positiva eso de tener que pasar por la dichosa maquinita para cliquear las horas de entradas y salidas (mañanas y tardes) por ver a las chavalas más guapas de la Caja. Merecía la pena escuchar la voz gangosa del vendedor de lotería y las imprecaciones que soltaba, de vez en cuando, alguna placera contra el guiri de turno que se había metido un buen puñado de aceitunas campurrianas ciudalareñas (sin abonarlas por cierto) que también me servían de ligero pasatiempo para pasar el pesado tiempo aquel de distinguir recibos valiosos y recibos de chichinabo. Pude saber, también, algo de Don Juan de Austria; qué sucedió, en realidad, en la Batalla de Lepanto y por qué se llamaba Hermandades del Trabajo el gimnasio donde comencé a ejercitar las artes marciales para dar por bien acabado lo complementario de mi cuerpo físico ante los ojos asombrados (y asombrosos) de un par de chavalas guapas, de esas que eran apetecibles para cualquier guateque de la época, que "pasaban por allí" (me refiero al fotomatón utilizado para las fotografás del carnet de la Federación Española de Judo)... y entonces comprendí que, mientras las mujeres siempre se desarrollan intelectivamente, algunos tíos (por ejemplo Benito y quienes son como Benito) solamente piensan pero no discurren, tal como decía, y decía en verdad, mi abuela materna Rufina.Olavide
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