La mañana que morí no me despedi de tí.

La mañana en que morí el sol surcaba planamente el cielo azul celeste coloreado con esporadicas nubes blancas.

Ese día yo era sumamente feliz.

Recuerdo tu espalda al dormir, tu cabello negro esparcido por la almohada blanca y esa piel tersa peleada con la sabana.

Me fui mientras dormias esperando regresar temprano como tu querías.
Todo fue tan extraño esa mañana de aquel día, mis pies se movieron con extrema ligeresa, una sonrisa sincera adornaba mi cara, mientras un cálido sentimiento azotaba mi alma entera.
Era feliz por que finalmente te tenía a tí, porque tu me habias escogido de entre todos los que habitan en el planeta, yo... nunca antes fui tan feliz.

No obstante, el cielo se contrasto demasiado, el sonido de las aves de aquel parque por donde pasaba habitualmente ceso. Mi cabeza se sintio más fresca, y senti una enorme ligeresa, solo cerre por unos segundos mis ojos, solo por un par de inocentes segundos me permiti sentir la tranquilidad que durante años perseguí.

Esa mañana descubrí el valor de mi corazón, la inmensidad de tu amor. Ese día tontamente me permití llorar con la fuerza y sinceridad de una criatura recien nacida, con la fuerza que oprimi siempre enfrente de cualquier persona.

Cuando finalmente reaccione te vi a ti de espaldas nuevamente, tu cabello permanecía rebelde, tu piel se estremecio a mi roce, fue ahi cuando finalmente admire tu rostro lloroso.
Aquellas lágrimas, aquel llanto junto con tu imagen desprotegida me ayudaron a recordar el día en que te conocí. Ironicamente los papeles se habían invertido y ahora eras tu quien necesitaba ser protegido.

La noche en que entendí el significado de morir estaba bajo el cielo negro con miles de estrellas centellando a lo lejos.

Cuando por fin me despedi, te deje mi corazón junto a mis recuerdos.

La mañana en que morí fui feliz.
La noche en que marche fui feliz
Hoy soy feliz, porque no lloras más por mí
Soy feliz porque cada momento en que me recuerdas sonries nuevamente para mí.