Siéntate para madurar la espera
en medio del vértigo de luz y sueño
y guarda el llanto de las olas de tus ojos
para cuando llegue el recuerdo de la noche.
No existen pálpitos en el alma
de aquel pasajero inerte que se fue
y dejó en tus pupilas su presencia
hasta agotar la primera hora del alba.
¿Por qué sigues soñando con su ceniza
si ya sólo es el rescoldo apagado?
 

Una extensa mirada por la blanda
esencia de aquellos días que se fueron
sirve, campana del silencio,
de senda para el sonido de los besos. 
¿Y qué fueron esos besos
tan heridosde nostalgia y melancolía?.
Esos días ni existen ni existieron
porque era imposible, entonces, ver la vida. 
 
Esa inesperada presencia que se marcha
no la intentes conquistar encendiendo sombras
porque alguien la miró y la hizo suya y la hizo ajena a tus suspiro
y la hizo cuerpo y corazón y alma.
 
Bajo este árbol donde giran nuestros sueños
la paz de nuestros cuerpos se desata
y entonces tú... ¿quién eres tú
al desnudarse las voces de la tarde?
¿Quizás un paseo entre la niebla
de algún beso malgastado por desuso?
¿Quizás una sombra acompañando
la distancia entre tu cuerpo sin medida?
¿O es que, al final, nos descubrimos
en otro tiempo, en otro lugar, en otra estancia?
 
Ahora tu sueño está dormido
en los recuerdos bajo la luna encendida
y todo lo obrado, todo lo alcanzado, todo lo seguido
se vuelven fantasmas de la nada. 
Humo. Sólo humo de un cigarrillo
que se apaga... que se apaga...