La luz que nos derrama para siempre 
en el inmerso silencio suspendido
que abre la puerta hacia otro lado
y, oración completa en nuestros labios,
nacemos uno a uno solamente.
Tras el paso de las voces aquietadas
antes que llegue el sonido de los ecos
somos más que un simple proceso.
 
En el proceloso espacio de las dudas,
frágiles recuerdos y memorias,
nos abundamos de fermento reverenciado
y pasamos de un lado de los sentires
al centro de toda la conciencia.
 
Nos derrama cada rumor una conquista
de lluvia alimentando nuestro sueño.
Somos, entonces y ahora y siempre,
una fuerza gravitando dentro
del compás de nuestra esencia.
Perpetuos soñadores del vencido
ayer que devora el desamor.  
 
¿Y el amor? ¿Dónde está esa esperanza
de las veredas que buscamos cual ligeros
y templados seres animados?
Quizás entre el canto del arpegio
que hace nido en nuestras almas
haya mucho más que silencio...
mucho más que palabras...
mucho más que presencia.
 
La última gota de la lluvia
es siempre la que queda como recuerdo.
¿Y el resto?  ¿Y el resto de la vida mojada
entre fatigas cosidas en el viento?
Se lo lleva siempre la escondida
presencia de las olas del reloj.