Diez platos, constituían su dieta básica, de la que rara vez se apartaba. Nunca fue la comida un tema de su interés: “comer para vivir y no vivir para comer" era su lema. Sin embargo una noche ingresó a un restaurante de platos orientales, que por años había ignorado. Sentía la necesidad de un cambio y “porqué no empezar por la comida”, pensó. Tan extraordinaria fue esta experiencia, que fue el punto de partida de una nueva vida. De la misma manera que un ex cautivo disfruta la libertad y se niega a regresar a su cárcel, su paladar disfrutaba de cada sabor nuevo y se negaba a retornar a los viejos sabores.
       Tomás Alexander, de esa manera, había iniciado un excéntrico camino: un plato distinto durante  los trescientos sesenta y cinco días del año fue su consigna. Cada jornada representaba el desafío de  nuevas recetas, ingredientes, formas de preparación y cocción,  historia y cultura del país de origen. Conseguir lo elementos de la magistral era otra gran aventura…
     Una noche en el quinto año de su extravagante derrotero tuvo un sueño que lo condujo a los  aromas y sabores de su dorada e irrecuperable  infancia.
     Diez platos, desde entonces, constituyen su dieta básica, de la que rara vez se aparta.