Si tenemos suficiente sensibilidad como para ser un precedente cara al futuro, vivir es una sensación de tensiones formuladas en base a la reserva de tranquilidad que nos permite pensar, razonar y seleccionar las mejores ideas que llenan nuestro pensamiento humano. Para ser mucho más que un mecanismo infalible.  Esto representa que somos la servidumbre de lo que pensamos y lo que razonamos a través de la estructura de nuestro indicador de personalidad. 
 
Sí. Estamos sujetos a esas leyes internas que dejamos aflorar hacia los demás cuando tenemos nuestras propias formas de ser y unas actitudes unidas a las coordenadas que deben enlazar nuestros corazones con nuestras almas. Si los corazones funcionan, el alma perdura. Lo más significativo de esta sensación es que nuestra personalidad va por dentro. Y, como podemos reflexionar, cuando las causas ajenas no siguen nuestras propias líneas de conducta lo mejor es abrir un espacio nuevo para formalizar nuestra idiosincrasia. Simplemente es necesario seguir el camino con la atención puesta en esa tensión interna que nos provoca la verdadera proporción de nuestro ser en medio de la colmena humana. 
 
Es cierto que nuestra imagen puede ser aquella que deseamos proyectar hacia los demás... pero siempre que nuestro vivir sea una sensación de serenidad, de aplomo y de entusiasmo contenido en el interior de nuestro pensamiento. La idea final es la que expresamos para no confundir sino para despejar las dudas que puedan implicarnos en los absurdos que otros elaboran a la manera kafkiana. No. No debemos ser unos personajes absurdos. Somos siempre personajes que debemos manifestar nuestro propio yo y prolongarlo hacia nuestra propia identidad. Somos eso. Unos personajes de nuestra propia visión universal y, en ese universo idealístico, lo singular significa que somos, nada más y nada menos, que nosotros mismos o ellas mismas, teniendo sangre en las venas y tranquilidad en el clímax de nuestras existencias.