Esta clase de opereta (Reflexiones)
Publicado en Jan 23, 2013
El punto de mira nos sitúa, hoy en día, literalmente dentro de esa especie de clamor que se centra en la demiurgia. La vida es también una opereta llena de advertencias desmitificadoras. ¿No es la música que nos rodea una llamada a crear nuestro propio proyecto concebido con ese renegar de la cultura de las masas para intentar otorgar a la vida un concepto preservador de las cuestiones que nos atañen y nos conjuntan en la idea original? Hoy se trata, sobre todo, de cuestionar a los falsos mitos de opereta. Hoy se trata, sobre todo, de extrapolar la intensidad de las fechorías cometidas contra el pueblo para pasar a a ser más transitivos, más auténticos, más autónomos con respecto a nuestra propia autoestima. Hacer un camino más consecuente y menos conspicuo; más transcendente y menos ambiguo. Es, en otra palabras, dejar de ser personajillos de mantras superficiales para convertirnos en verdaderos personajes de nuestras posibilidades humanas, personales, auténticas y, sobre todo, dimensionadoras de nuestra personalidad. Decimos adiós a las máscaras para explicar nuestra memoria. Ese es el verdadero mérito de ponernos en escena y ser verdaderos ciudadanos y ciudadanas de categoría superior a la animal. Esta clase de opereta no sólo es estética (como se empeñan en reducirnos los de las alusiones a nuestro carácter evocador) sino, sobre todo, elástica; en función de la iconografía soñada por nuestras utopías liberadoras. Sabemos que las utopías, en ciertos lugares del planeta, son casi imposibles; pero en el espacio arbitrario de los gustos temporales, lo mejor es presentarnos y representarnos tal como extraordinariamente soñamos. Particularmente creo que la mejor forma de tener personalidad propia es no relativizar nuestros retratos, sino absolutizar nuestras imágenes. Solventado y superado el "álter ego" de los espectáculos banales en el que nos envolvían los vanguardistas, somos la vanguardia de nuestros propios seres humanos. El esfuerzo de mantener la tensión en la escena de este espectáculo vital que huye de las dudas y nos formaliza como verdaderos cristianos y verdaderas cristianas, nos afirma y nos confirma una nueva imagen. Hoy no debemos pensar en adivinanzas tan típicamente exclusivas (solamente unos pocos pueden cambiar porque nadan en la abundancia) sino que todos y todas queremos inscribir nuestra propia partitura en esta clase de opereta. Y para ello es necesario cambiar el rostro y sonreír... porque lo demás sólo son sofismas. Soflamas que nunca me han llegado a convencer.
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