La desaparición de bebés es un tema demasiado grave (yo diría que de extrema gravedad) como para tomárselo a chirigota. Las chirigotas son válidas para el Carnaval pero en lo referente a los bebés que desaparecen nuestra postura, como seres humanos, debe ser consecuente con la extrema gravedad de los hechos. Yo no creo en ciertas casualidades que dan mucho que pensar. ¡Vaya casualidad que Sor María, la principal acusada de la desaparición de los bebés, haya muerto de sopetón! Alguien sabe la verdad sobre la desaparición de los bebés y se la guarda para sí mismo. ¡Qué "callao" se lo tiene el Arzobispo! 
 
Quinto levanta y tira de la manta. Si hay que tirar de la manta con la que duerme, bien calentito por cierto, el Señor Arzobispo, pues se tira... porque la verdad tiene que saberla alguien y ese alguien, si no es el Arzobispo, ¿quién es?. Muy bueno esto de pasarnos la vida entera ocultando gravísimos delitos bajo el mal llamado secreto de confesión. Pero ya es hora de que alguien tome la responsabilidad y diga qué es lo que sucede, en realidad, con los bebés desaparecidos. Existe un tráfico de bebés y eso es una realidad vergonzosa tanto por el sufrimiento de los padres naturales como por la conciencia humana que todos debemos tener.
 
¡Qué "callao" se lo tiene el Arzobispo!. Con el cachondeo de los secretos de confesión, estamos ante una tesitura de extrema gravedad. ¿Quién o quiénes roban a los bebés y por qué en ciertos conventos el silencio es la respuesta? Los bebés que desaparecen, a cambio de un buen puñado de millones de euros, ya no es un secreto de confesión. Ahora es un cargo de conciencia para toda la sociedad. Si se guarda silencio ante el profundo dolor de los padres naturales de esos bebés es que no tenemos corazón o tenemos el alma más podrida que la manzana que mordieron Eva y Adán. Así que, por favor, sería dingnísimo por parte del silencioso Arzobispo que nos contara la verdad, nada más que la verdad y solamente toda la verdad.