Cuento chino (Cuento Infantil)
Publicado en Jan 25, 2013
La corta distancia que existía entre la ciudad y los campos de cerezos en flor, tenía algo de misterioso: un gigante que contaba historias a los niños y niñas de Sichuán. Cuando el gigante llegaba a la puerta del supermecado, allá por el mes de marzo, siempre se pasaba siete horas exactas contando distintas y diferentes historias sobre un mismo suceso. Su capacidad de variar los argumentos del mismo suceso era maravillosa. Sucedía, sin embargo, que el gigante hablaba un idioma desconocido por todos los niños y las niñas que se quedaban en total silencio intentando comprender al gigante. Siempre, tras un total exacto de tres horas seguidas, el gigante venido desde más allá de los campos de cerezos en flor, pasaba el platillo de porcelana china por entre la concurrencia de los padres que tampoco habían entendido nada pero que se apresuraban en llenar el platillo de monedas ante el feroz rostro de aquel corpulento hombre. El gigante, una vez repleto de monedas el platillo de cerámica china, comenzaba entonces a contar, ya en un idioma entendible por todos los niños y las niñas de Sichuan, que había viajado miles de veces por encima de las más altas montañas, que había visto pájaros con colas de león, que había hablado con las nubes y que, en un lugar remoto, existía una princesa que vivía dentro de un castillo de hielo. Todos los niños y niñas de Sichuán se quedaban flipando al escuchar las historias de aquel tremendo gigante y, cuando éste terminaba de narrar sus aventuras, corrían hacía él para fotografiarse y tener un recuerdo de su presencia. Entonces era el momento propicio en que el gigante, procedente de más allá de los campos de cerezos en flor, volvía a pasar el platillo de porcelana entre los asombrados padres de los niños y las niñas quienes, de nuevo acobardados y asustados por su feroz mirada, volvían a llenar el platillo con sus monedas. "Hola" y "gracias" eran las únicas palabras del gigante que siempre terminaba con sus narraciones diciendo "hale hup" y saliendo de estampida hacia más allá de los campos de cerezos en flor para depositar, en el Banco de su aldea, todo lo ganado y que, a través de los años, ya le habían hecho reunir una cuenta corriente millonaria. Pero los niños y las niñas de Sichuan, mientras esperaban a que llegara el próximo mes de marzo, soñaban todas las noches con miles de viajes en avión por encima de las más altas montañas, viendo pájaros con colas de león, hablando con las nubes y ansiando conocer, algún día, a la princesa que vivía dentro de un palacio de hielo.
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