NEGRA
Publicado en Feb 01, 2013
I
Desde la muerte de mi padre me he sentido sola, inútil, culpable y sobretodo arrepentida. Por las cosas que hice, pero que no quise hacer, por las cosas que dije, pero que no quise decir. Lo extraño mucho, pero aun en ocasiones, siento su presencia. Aun escucho en mi cabeza los ecos de recuerdos de su voz, diciéndome: “te quiero”, dándome aliento. Padre, fuiste una gran inspiración para mí, siempre vivirás en mi corazón como aquel que me enseño y me hizo lo que soy. Irina Ocho de la mañana, acabo de levantarme, al terminar mi ducha y colocarme mi vestido tocan la puerta. Al abrirla me estremezco al verlo allí, con su rostro serio, vestido con un esmoquin impecablemente negro. -No me has llevado flores a la tumba- Me reclamó. No supe que decir, no tenía excusas, nada de lo que dijera podía hacerme quedar bien ni librarme de mis culpas. -¿y bien? –Continuó-¿por qué no has ido? Las rosas ya están marchitas, después de tanto tiempo, no creo que el viento haya dejado ninguna en su lugar. -Quisiera tener una buena excusa padre-respondí- Pero no la tengo. -Por supuesto que no. Cerró la puerta en mi rostro y se marchó. Que miserable me siento, A veces me parece que el mundo no tiene sentido, que mi vida no tiene sentido. Tocan la puerta de nuevo, me emociono al pensar que puede ser mi padre que ha regresado, así que me apresuro a abrir, pero descubro que se trata de una niña pequeña, de seis años aproximadamente, muy delgada, blanca como la nieve . No tengo idea de quien pueda ser, me dice cosas sin sentido, como: “mi mamá quiere que bajes a desayunar”, ¿a mí que me importa lo que quiera la madre de esa niña? Ni siquiera obedezco a la mía. La niña se marchó inmediatamente y seguido cierro la puerta con seguro. Siento un malestar en mi estomago. Sin poder resistirlo comienzo a llorar desconsoladamente. II -ya le dije que bajara, pero mi hermana no respondió nada- me dijo mi pequeña hija Sarah mientras tomaba asiento en la mesa. Dios… Al escuchar eso comienzo a sospechar que es uno de esos días. Todos son difíciles, pero días como este, son los peores. Sarah la menor de mis hijas termina de desayunar, seguido sale a jugar sola al jardín. Prefiero no molestar a Irina, por lo que subo a mi habitación y sin poder resistirlo comienzo a llorar desconsoladamente. Mientras mis lágrimas recorren mis pómulos, saco mi diario de poemas, y pensando en el primer y más grande amor de mi vida comienzo a escribir. Tú fuiste el primero en muchos sentidos El que me enseño a amar, a apreciar la vida A tener esperanza. Pero desafortunada aquella noche de octubre En la que te llevaste todo lo que alguna vez me diste. Contigo te llevaste mi felicidad, Mi fuerza y mi optimismo. Dime amor mío, ¿como puedo seguir sin ti? III Ya me canse de jugar sola. Mi hermana nunca juega conmigo, a veces parece que ni me conociera, que me odiara. ¿Que pude haber hecho para que me odie así? Me siento tan sola, nadie me quiere, el único que me quería ya no está conmigo. Extraño a mi papá. Sin poder resistirlo comienzo a llorar desconsoladamente. IV Ya ha anochecido, pero no tengo hambre a pesar de no haber probado bocado en todo el día. Tal vez por estar demasiado ocupada llorando. El malestar en mi estomago regresa, siento ganas de vomitar, pero después de unos minutos desaparece. Entre tanto pensar, mirando el cielo, me llegaron recuerdos, agradables y otros no tanto, en especial aquella discusión con mi madre. *** -¿crees que no me doy cuenta?-preguntó ella. No le respondí. -No es la primera vez que lo intentas Irina, ¡dios mío tan solo tienes trece años! Y ya...ya has intentado matarte. Comenzó a llorar mientras reprochaba. No me gusta cuando llora en frente mío, me siento miserable, y mi actitud fría lo empeora todo. -¿por qué me haces esto Irina?... ¿Por qué? -¿por qué?- le respondí altanera- ¿que por que lo hago?... ¡ME ESTOY AFIXIANDO!-explote levantando la voz de repente sin poder controlarme- ¡SIENTO QUE NO PUEDO MAS!... ¡cada día es una nueva pelea!, ¡mas conflictos, regaños, orgullo! Siempre terminamos lastimándonos...siempre. Después de gritarle caí exhausta en el sillón de la sala, arrepintiéndome de inmediato de lo que acaba de decir y de la forma en que lo dije. No quería que siguiera llorando. Para sorpresa mía, mi madre en vez de responderme con más gritos, se sienta tranquila a mi lado y me habla con voz baja. -Tú dices que sientes que te asfixias Irina, pero debes saber que yo vivo con el mismo sufrimiento también. Cada día es una nueva lucha. Irina, a veces no sé como reaccionaras, si escucharas voces en tu cabeza de nuevo, si recordaras a tu hermana, si hablaras sola, o si... si intentaras de nuevo... Antes de que terminara la frase sollozó. -No quisiera ser una carga para ti- comencé a decir- desearía madre por tu bien no estar loca, no tener esta enfermedad... -¡no!- interrumpió- ¡no! No eres una carga. Nunca lo has sido. Es que...con tu padre era más fácil, estábamos los dos para apoyarnos. Todavía no me acostumbro a hacerlo sola. Quise decirle a mi madre que la amaba, no sé por qué no pude, ni por qué aun no puedo. Mi corazón está lleno de odio, hacia aquella niña, mi hermana. Se robo el amor de mi padre, ahora se robo el de mi madre, y si ella no hubiese existido, tal vez, mi padre aun seguiría aquí conmigo, todo esto es culpa de esa…de esa… dios el malestar en mi estomago otra vez…pero…si ella no estuviera…pues por ella he sido la segundona, la otra. Tal vez… ¿si ella muriera?... V La abuela de Irina y Sarah, a sus ochenta años de edad había llegado a ser una anciana sabia y experimentada. Que sin importar el momento o la persona, siempre sabia que decir, te gustase o no. Ella se sentaba todos los días en frente de la ventana para observar como pasaba un día más en su vida. Si su nieta Irina mostraba interés de conversar con ella, podía durar horas hablando de su juventud o dándole cualquier clase de concejos. Un día como cualquier otro Irina entro a la sala caminando a grandes zancadas y con el seño fruncido, se sentó de golpe en el sillón, y cruzó los brazos. Después de un buen rato sin articular una sola palabra, su abuela rompió el silencio. -Los años se vuelven cada vez más calientes, recuerdo que hace treinta años, los vientos hacían mover los arboles. Ahora parece que ni soplos hay, ni un suspiro. Ya ni los arboles verdes son, están secos, marchitos, como esta vieja. Irina no le prestó atención, solo la dejaba hablar sola, tal vez así se callaría. -La tierra se ha vuelto roja, tal vez por tanta sangre que se ha derramado en el mundo. Y es que este mundo ha cambiado demasiado, ya no lo conozco. Irina no contestó nada. -Si te enojas tanto te pondrás vieja- advirtió la anciana en tono divertido. -La odio-respondió Irina. -¿a quién? -A mi hermana. -No la odias... -¡Si la odio!-exclamo altanera. Hubo un pequeño silencio entre las dos. -Odio es una palabra muy...fea. -Es cierto. -EL odio es una excusa para sobrellevar el dolor. De repente Irina comenzó a mostrar interés en las palabras de su abuela. -¿como así?-Pregunto la niña. -Es mas fácil odiar cuando se ha amado y te han lastimado. Tener rencor es fácil, porque así no te lastiman, ni te decepcionan. Cuando odias es porque has sufrido un gran dolor y recurres al odio para sobrellavar el sufrimiento. Irina no contestó a dicha afirmación. -Si dices que odias a tu hermana, es porque la amas demasiado e hizo algo que te dolió mucho. Irina abrió la boca como si quisiese decir algo, vaciló por unos segundos, y luego contesto: -Se robó el amor de mis padres, de mi mamá y de mi papá y lo peor de todo, por su culpa esta muerto... -¡CALLATE!-interrumpió su abuela- ¡jamás digas que la muerte de tu padre fue culpa de tu hermana!... ¡jamás! Irina no supo que contestar, solo callo por la vergüenza. -Si las personas dejaran el rencor a un lado y solo dijeran te quiero, te amo, todo sería tan diferente. El aire soplaría más a menudo, los arboles no se marchitarían, no se derramaría tanta sangre y el calor no consumiría este mundo como si fuera un infierno. De repente Irina rompe a llorar. -No pude decirle que lo amaba-Decía sollozando-No le dije que lo amaba abuela...Dios lo extraño tanto...y me duele que no este aquí, para decirle cuanto lo amo. Su abuela se levanta de su mecedora, se sienta al lado de la chica y la abraza mientras llora. -Yo también lo amo mi corazón- le dijo su abuela, quien también dejó escapar una lágrima. “una madre no debe enterrar a su hijo” pensó la anciana mientras trataba de tener fuerzas, donde no las había. VI Irina tomó un cuchillo, el más grande y más afilado que encontró. Lentamente entre la oscuridad de la noche subió las escaleras hasta el segundo piso. A pesar de lo oscuro del pasillo, la chica se movía sin problemas, por las cientos de veces que ya había transitado el lugar. Llegó hasta la puerta cerrada de la habitación de Sarah. La abrió lentamente procurando no hacer ruido, revelando a su pequeña hermana en un profundo sueño. Irina se acercó hasta su cama y levantó el cuchillo. -Por tu culpa...el ya no esta aquí. Permaneció estática con el cuchillo levantado, no podía hacerlo. No poseía el valor para quitarle la vida a su hermana menor, la única persona que además de su padre le había dicho: “te amo”. El malestar en su estomago se hizo mucho más fuerte, sentían que las nauseas ya venían. Mientras, en su interior se debatía el rencor contra el amor, en la cabeza de Irina resonó la voz de su anciana abuela. “si las personas dejaran el rencor a un lado”, “y solo dijeran te quiero, te amo, todo sería tan diferente” Irina rompe a llorar y dejar caer el cuillo. En medio de su llanto ya no logra contener las nauseas, por lo que vomita una sustancia negra, un liquido extraño tan oscuro como el carbón que mancha con un gran charco el piso de la habitación. Sarah se despierta lentamente y se encuentra con su hermana llorando a su lado, advierte de un cuchillo y un charco en el suelo, de lo que parece agua negra. -¿Irina?-preguntó la pequeña. Sin decir nada, Irina abraza a Sarah con gran fuerza. -¿que pasa?-preguntó Sarah. -Yo también te amo-responde sollozando- y mucho Sarah. Misteriosamente la sustancia negra desaparece sin dejar rastro. VII Un hombre y su mujer Caminan por los senderos de su pequeño y tranquilo pueblo. Ya se había vuelto una costumbre para ellos tomar una caminata todos los domingos por la mañana. Tomar algo de aire fresco, disfrutar del paisaje y conversar sobre sus días de juventud que a sus sesenta y cinco años les daba manía de recordar. Después de mucho recorrer, pasan por una cabaña vieja y descuidada, un poco alejada de la actividad del pueblo. -La casa Mejía – piensa el voz alta el viejo hombre. -¿de las Mejía? ¿Quienes son esas? Déjame adivinar... ¿allí vive o vivió una de tus conquistas? – pregunto divertida su mujer. El hombre ríe a carcajadas, pero luego se incorpora. -No mujer, hace poco escuche su historia en el pueblo. -Pues cuéntame ¿qué hay con ellas? -Antes de vivir en este pueblo, Vivian cómodamente en la ciudad. Un hombre su esposa y sus dos hijas, Irina la mayor y Sarah la menor. Resulta que la mayor siempre tuvo problemas mentales. -dios mío, ¿como cuáles? -Esquizofrenia, alucinaba, hablaba sola, decía que escuchaba voces en su cabeza, tenia ataques de rabia, depresión y a veces no reconocía a nadie. -Que desgracia- comentó la mujer. -Esa no es la verdadera desgracia...te cuento mujer, que el padre de Irina muere cuando más lo necesitaba. -¡Que horrible! ¿Pero cómo pasó? -Según me cuentan, en una noche su padre debía recoger a la menor en…en…bueno, no recuerdo...creo que de una de sus clases de ballet o algo así, pero por cosas del destino tuvo un accidente automovilístico que lo mato al instante antes de llegar a recoger a la menor. -Dios mío... -Sufrieron mucho, Irina se complico, paso por uno de sus episodios depresivos más graves y profundos por lo que intento suicidarse varias veces. Por su bien y por su salud, su madre decidió alejarla de todo, del ajetreo de la ciudad y vivir en este tranquilo pueblo olvidado. En ese preciso momento Irina sale de la casa, observa al hombre y a su mujer pasar por el sendero, se miran por unos instantes, ninguno dice nada, la pareja ni siquiera saluda, expectantes a la reacción de quien veían en la terraza, entonces, la niña de trece años para la sorpresa de la pareja, les regala una sonrisa, la primera que daba en mucho tiempo. OLIVER SILVA
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