Schopenhauer le quedó decrépito entre las manos y, viejo libro destino de ceniza, le cayó al suelo en trozos pequeños. Y cuando se levantó no vio nada: Sus ojos habían perdido las pupilas. No vio nada pero no se asustó por ello, pues sabía que ahora era una nueva época (ni siquiera un nuevo hombre), era quien iba a escribir la historia. Buscó la luz pero esto era ya imposible. Alguien le depositó un fusil entre las manos. Salió a la calle palpando las paredes. Escuchó el son frenético de un tambor de hojalata que marcaba el ritmo a todo un país enfervorizado. Durante unos instantes dudó sobre si fundirse con la nueva Alemania. Pero lo hizo.
Todos los sueños acaban por ser solo un pasado que ha vuelto.