Me cansé de llamar al teléfono de Raúl anoche y por poco tiro mi jodido celular al inodoro. Me puse roja de ira y tenía mis razones. Se suponía que esa, era una noche especial (cumplíamos diez meses de relación). Tenía tanta rabia que no me percaté del dolor que sentía en las plantas de los pies, de tanto caminar de allá para acá por el apartamento.
Pero la ira se disolvió cuando llegó con un ramillete de rosas amarillas y blancas (tres docenas, para ser exactos) una caja de bombones extranjeros y la libido encendida al cien por ciento. Al día siguiente me llevó el desayuno a la cama y en la noche me llevó a cenar, y me dedicó una ridícula serenata con mariachis que tenían cara de cerdos rojos.
Demasiados detalles, demasiada atención. Mi intuición prendió el bombillo amarillo de alerta. Algo raro pasaba, o pasará... ¿o pasó? ¿Qué mosca le habrá picado?
Como toda mujer curiosa y desesperada, me puse a rebuscar entre sus cosas.
Todo se volvió mas extraño cuando Raúl fue de viaje al otro lado de la gran cuidad en donde vivíamos, alegando que eran negocios. Alquilé un auto y lo perseguí. ¿Para qué viajaba tan lejos? No vi nada raro y decidí dejarlo ahí por hoy e irme al apartamento antes de que Raúl llegara.
Abrí y cerré cajones del armario y el gavetero, pero no encontré nada, ni siquiera en los bolsillos de toda su ropa. Si escondía algo, lo hacía como un profesional. Fue entonces, cuando una caja larga y negra me llamó la atención. La abrí apresuradamente. Fue para luego desear no haberlo hecho.
Ligas de cuero rojo y negro, máscaras igualmente de cuero negro, instrumentos de los que desconocía su uso y... ¡oh! ¡Fotos!
Náuseas, vértigo, todo me daba vueltas.
Regué todo por la cama. Imaginarme desnuda con él en esa amplia y cómoda cama, me daba ganas de vomitar.
Recogí todas mis cosas y antes de marcharme le deje una nota a Raúl...
"Querido Raúl, disfruta el resto de tu miserable y
asquerosa vida con tu amigo.
Te odia, Carla"