AQUELLOS VIEJOS TIEMPOS
Publicado en Aug 15, 2009
"Recuerdo triste de un pasado alegre que no volverá". (Anónimo Escolar) Era viernes a medio atardecer. Los niños jugaban con una pelota de goma en la esquina, a pocos metros de sus casas. La esquina era el territorio de juegos, la calle era de tierra; tierra que en verano era polvo, polvo que se levantaba con el viento formando pequeños remolinos donde los traviesos se introducían formando una algarabía y desparramando alegrías; tierra que en invierno era barro que limitaba el campo de juego y donde los chiquillos más osados metían sus pies sintiendo discurrir el frió entre sus dedos. En esas calles de tierra volcaban todas sus energías, en los tiempos de descanso, jugando los tres cachitos, la banderita, tonga o cero contra por cero, policías y ladrones, metras, trompo, volando papagayos y zamuras. En fin los días de aquellos pequeños trascurrían en medio de las desesperanzas de un pueblo que se negaba a morir bajo las garras de la soledad, producto de la migración de sus hijos a la ciudad en búsqueda de un mejor futuro. La nacionalización del petróleo; el oro negro, era el boom del momento, atraía a miles de campesinos y obreros del sector rural, que se desplazaban hacia los centros económicos de mayor importancia, creando las migraciones internas, fenómeno sociocultural incentivado por el auge de los polos industriales y mineros de la Venezuela contemporánea. El excremento del diablo como algunos le llamaron luego al petroleo, era tema de conversacion en cualquier lugar, momento y espacio del pequeño valle. Los niños le daban su importancia mezclando el tema con sus juegos. _Mi papa tiene como dos semanas que se fue pa oriente. Se fue a buscar trabajo a una petrolera, dijo Pedrito. _El mio tiene dos semanas que no viene, pero es que trabaja con mi abuelo vendiendo platanos, verduras y naranja en el mercado. Mi apá dice que el petroleo de nosotros esta en las montañas sembrando y cosehando, El dice que esto es como una quimera, como la fiebre del oro, en las peliculas mejicanas, explicó José. _Mi paito dijo que ni loco se iba, manifestó Antonio, él me dijo "mire mijo algunos se van otros se quedan, yo soy de los que se quedan". Carlos que se mantenia al margen de la conversación, no le quedó mas remedio que hablar, le tocaba su turno. _¡No joda mi táita ni siquiera piensa en eso, no sabe ni le ni escribi, como va a sali por ai así! Ni que este loco é remate, con lo poco que él gana ai nos mantenemos. Mi amá dice que dios provera más adelante. _ ¡Oi con estas orejas al prefecto don Tomas decir, que pal año que viene van asfalta todas las calles del pueblo con petroleo, revelo pedrito al tiempo que se preguntaba ¿que sera eso? _¿Quien sabe? dijo Antonio. Sin perder su inocencia y su candida niñez que languidecía lentamente como aquella tarde, los picaros se entretenían jugando, y conversando lo que escuchaban de sus padres y allegados. José tendría para ese entonces once años, estudiaba quinto grado turno de la tarde, formaba parte del equipo de béisbol menor del pueblo al lado de muchos compañeros de estudios. Su posición favorita era el jardín central el cual cuidaba y protegía como un policía, ahí no caía ninguna pelota si no fuera en su guante. De los tres niñitos que lo acompañaban Antonio y carlos no estudiaban, venían de una familia muy pobre; pero de gente honesta y laboriosas, así como ellos muchos otros no tenían oportunidad de estudiar y se dedicaban a trabajar desde pequeños. Antonio trabajaba con el papá en el conuco y Carlos ayudaba a su táita cuando lipiaba a escardilla los jardines y patios de los grandes caserones. En ese breve espacio de su micro historia, en el pueblo solo existían cuatro familias con televisión en sus casas. Él tuvo la suerte de tener una vecina, que le permitía ver los programas y especialmente los juegos de béisbol profesional, muchas veces hasta altas horas de la noche. Aquel deporte se convirtió en su pasión, el Magallanes su equipo favorito venia de ser campeón de la serie del caribe. El equipo de la señorita Inés Maria, la vecina, eran los Leones del caracas; los eternos rivales siempre jugaban formidables encuentros donde en muchas ocasiones los atrapaba las doce campanadas del reloj de la iglesia en extraining, y a la señorita haciendo un humeante, aromático y sabroso café para mantenerlos bien despiertos. Aquella oportunidad que le dio de ver televisión a cualquier hora, sembró en su corazón lazos de amistad y cariño sincero por aquella bondadosa mujer. Para aquel momento existía el telégrafo y el servicio de correo en la comunidad. Si bien es cierto que las calles eran de tierra, y el éxodo invitaba a la soledad para que se adueñara de aquel terruño, en el pueblo no faltaban los servicios básicos. A esto se le sumaban los manantiales que bajaban de los cerros refrescando el pequeño valle, rodeado de montañas inmensas, y adornados por diversas bandadas de aves que surcaban el limpido cielo; tapiz azul celeste, moteado por los estratos y cúmulos que se desplazaban lentamente bajo el sol ardiente de aquel crujiente verano. La naturaleza y la hospitalidad de la gente le daban un aire especial, tan es así que recibió de sus hijos y visitantes la denominación de rincón cordial de Venezuela. Ese era el panorama que existía en el pueblo de José y sus compañeritos que se entretenían aquel día hablando de béisbol y pétroleo, y pegando la pelota de goma en la pared de una casa vieja, con techos de tejas y paredes de bahareque. Los niños hacían sus apuestas, que se pagaban con candelitas; lo cual consistía en golpear el brazo del perdedor con los dedos de la mano, hasta completar el número de candelitas apostadas. _ ¡Van diez candelitas di a dos deos, qui a que te gano la partida de parecita! desafío Carlos a Pedrito. _ ¡Van! vociferó a todo pulmón, mientras se aprestaba ajustarse las trenzas de los zapatos, que apenas les alcanzaban para un nudo sencillo. Al tiempo que Pedrito ajustaba sus zapatos, Carlos se subía sus interiores desteñidos y rasgados por el uso, que ya le llegaban a media nalga, era la única prenda de vestir que lo cobijaba y reflejaba la pobreza y la desidia que golpeaba a muchos campesinos del país que al igual que el habían nacido en una familia de poquísimos recursos y poca oportunidad de estudiar. Desde la otra acera en diagonal a ellos la señora Lisabeth, desde el portón de su casa le increpo. _ ¡Muchacho límpiate esos mocos y anda a ponerte unos chores que se te ve el culo! El muchacho la miró con cierta rabia, siempre lo estaba sermoneando y regañando, mientras se sostenía el interior con la mano izquierda, la miro y sin impórtale que fuera de buen abolengo le lanzo una sarta de palabras tratando de sanar el orgullo herido. _ ¡A tú que te importa vieja entrepita, métase la lengua donde le quepa! La mujer no esperaba aquello,levanto el mentón y frunció la boca, para luego dar la vuelta y adentrarse en el zaguán, mascullando palabras entre dientes. José cuya familia era pobre pero cubrían las necesidades básicas y gozaban de aprecio en toda la población, estima heredada por el abuelo paterno, solo atisbó a decir "uno debe respetar a los mayores". Carlos con el furor reflejado en su rostro, se defendió diciendo "siempre se esta metiendo con uno y cuando mi pa le pide trabajo le dice que no ai". José para la poca edad que tenía entendía la situación, las conversaciones con su abuelo abrieron su mente y lo sensibilizaron a las malas fortunas que sufrían los más desprotegidos. Mostrando consideración le dijo "mucho ayuda quien no molesta, así dice mi abuelo". Antonio el otro muchachito rompió la conversación tomando la pelota de la mano de Pedrito e invitándolos a jugar. Golpeaban la pelota contra la pared, con el juego tres a dos a favor de Carlos, cuando doblando en la otra esquina José vio acercarse a una compañerita de estudios cuyo nombre no olvidaría jamás, aquella hermosa niña se llamaba Graciela, mientras mas se acercaba, su corazón latía de emoción. Los chamacos dejaron de pegar la pelota ante la insistencia de José, "pueden golpearla" les dijo. Ellos asintieron a regañadientes mientras la muchachita paso cerca del grupo, volteo a ver a José y lo saludo. Él dijo"hola" y le sonrió. La vio marcharse con su hermoso pelo; negro, largo y liso. Era de piel blanca, sus padres eran gente alegre, honrada y trabajadora, que llegaron de Trujillo y se enraizaron en el pueblo enriqueciéndolo con su cultura andina. José no la perdía de vista, la muchacha de pelo negro y largas pestañas entró a la casa del señor Hernández donde se sellaban los cuadros de caballos, para el juego del 5 y 6, al verla salir una idea se le cruzo por la mente, sonriéndole a los muchachos les dijo: _ ¡Que a que le doy un beso, cuando pase! _ ¡Que a que no!, le respondieron. ¡Tú eres un patarúco! _ ¡Que a que si!, les dijo. ¡Van ocho metras! _ ¡Van! dijeron los párvulos. Un carro viejo y destartalado cruzo la calle levantando una nube de polvo que los baño de tierra; polvillo seco y caliente sediento de agua por el fiero y largo verano que lo azotaba aquel año. José sacudía el polvo de su cuerpo, mientras la venia venir, por la mente solo le paso la idea de darle un beso, mas allá de la apuesta. Esta, solo había servido para incentivarlo. Estaba recostado de la pared, mientras los muchachos esperaban en silencio. Al entrar a la esquina se le acerco lentamente para preguntarle algo de la escuela, al tenerla cerquitica le dijo "me gustas" y sin ver para atrás le dio un beso en la mejilla. La Muchachita quedo sorprendida y con los cachetitos sonrosados, la chiquilla apresuro el paso a su casa sin decir nada. El osado muchacho dio la vuelta y se acerco a los pequeños que lo esperaban junto a la pared, enseguida todos se acercaron a tocarlo y echarle broma. _ ¡Eres un gallo fino, le diste un beso de verdad! _Toma las metras, dijo Pedrito. _No muchachos guárdenlas después jugamos con ellas, expresó en medio del entusiasmo. _ ¡Aja, y si se lo dice a su hermano! Exclamo Carlos. Ahora la cara de José dejó de mostrar la sonrisa amplia que le caracterizaba, mientras la euforia pasaba la preocupación llegaba. En aquel momento recordó al hermano que tendría unos dieciséis años, era alto y corpulento. Se imagino que le estaría contando lo sucedido con lágrimas en los ojos. Sintió que la brisa le quemaba la cara, y el polvillo que respiraba cada vez que batía la brisa, le resecaba aun mas la garganta, dejándole un mal sabor en la boca. Ya no había tiempo de arrepentirse, enfrentaría las consecuencias. Bromeó con los muchachos y luego se despidió rápido y disimuladamente. Por su mente comenzaron a formarse pensamientos que generaban angustia y temor de encontrarse a Willy en la calle, ese era el nombre del hermano de Graciela. La percepción de encontrárselo y tener que pelear con aquel grandulón duro todo el fin de semana hasta que dio en cuenta que no le había dicho nada a su familia. El lunes, después de las primeras horas de clase, en el recreo, la observo sentada al borde de una de las jardineras que ornaban, con sus matas y flores multicolores, los jardines de la escuela. Lentamente pasó a su lado y le ofreció una sonrisa que fue correspondida por la jovencita, noto empatía en el saludo y se acerco. Góticas de sudor comenzaron a humedecer su rostro, mientras sus dedos entrelazados disipaban la emoción contenida en su estómago. _Hola Graciela, titubeo asustadizo. Ella le dispenso un balsámico recibimiento con una mirada clara, que irradiaba el brillo de sus ojos negros , salpicandolos con un pestañeo que reflejaban su gran corazón. Quizás José no se dio cuenta de estas cosas pero si se alegro cuando le dijo: _ Hola, Cheito. _ Quiero que me disculpes por lo del otro día, solo fue un juego. _Esta bien, te perdono. Ambos rieron de la travesura y rato después no hablaron más de la cuestión, él se sentó y comenzó a hablar del partido de pelota de goma que jugarían más tarde contra quinto grado del turno de la mañana. A partir de allí se tomaron de la mano y juntos recorrieron el camino de la adolescencia. Aquel verano de 1976 fue glorioso para aquel niño, fue su primer beso y su primer amor platónico. Tocaba el cielo por primera vez en esos asuntos que forman al hombre. Un año después del beso a Graciela, el equipo de béisbol infantil donde jugaba José gano el derecho de representar al municipio en los estadales de béisbol menor. En medio de la algarabia y el entusiasmo de sus companeros, vivio la aventura de viajar a la ciudad, allí en el estadio de la firestone jugaron contra valencia y puerto cabello. Batallaron y jugaron hasta más no poder, pero no pudieron clasificar para la siguiente ronda. Para él fue una alegre experiencia y al lado de la imagen imborrable de su Graciela, un recuerdo inolvidable de aquellos viejos tiempos.
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Daniel Florentino Lpez
Bello relato!
Un abrazo
Daniel
Alfonso Z P
que nos levantamos en el interior, detalles mas, detalles menos, pero es una película
donde nosotros éramos los protagonistas, hasta el detalle de la noviecita, que nunca
faltaba, sólo que en Tovar las calles eran empedradas. Te felicito paisano.
Saludos: Alfonso
Elizabeth Rodriguez
doris melo
angelita
Plácido relato con la pluma entrelazada.
ha sido un gusto leerte te dejo mis bendiciones.
angelita.
florencio malpica
Carlos Campos Serna
Saludos.
Enrique Dintrans Alarcn
Me ha encantado tu relato. Estilo ameno, jovial, directo, despiertas la complicidad del lector por seguirte. Son diez páginas que se me pasaron volando.
Saludos