Yo vengo desde la quietud del tiempo,
desde la flor silvestre
y la calle solitaria.
Yo vengo desde una mirada triste,
donde el corazón descalso
atrapó la alegría del amor
en los ojos saltarines
de una niña traviesa.
Allí te amé
y mi niñez se llenó de fantasías.
 
Yo vengo desde el vientre fecundo
de un atrevido beso campesino.
Las venas eran ríos de sangre,
las tardes eran ímpetus de vida,
las noches anunciaban el noviazgo
bajo la luz mortecina de una plaza.
Yo vengo desde los libros arrugados,
desde las palabras rebeldes
y las canciones ebrias.
Yo vengo desde la voz de una guitarra.
Allí te amé
y mi juventud se tiñó de compañías,
con hijos de trigo
y rosas en el verso del poema.
 
Yo vengo desde las palabras,
desde el umbral literario del trabajo,
desde un pueblo coronado de poesías.
Mi alma palpitó en las bibliotecas,
mi piel construyó un remanso de paz,
un hogar pletórico de vida,
un sueño de constancia y compromiso,
un nidal de amor en la familia.
Aquí, bajo el techo del hogar,
aún te amo como el primer día,
porque tú, tu amor,
tu has habitado mi alma
desde la niñez hasta la muerte...