guilas Negras -13- (Novela y Guin para Cine)
Publicado en Feb 27, 2013
- Ya estamos en Madrid capital, Juan... ¿ahora qué hacemos?
- La experiencia es algo maravilloso, nos permite reconocer un error cada vez que lo volvemos a cometer. No me mires con esa cara tan extraña. No es mío. Lo dijo el humorista estadounidense Franklin Pierce Jones y hablando de humor y de Jones, en tiempos de mis abuelos se podía formar una sensacional línea media Losco Jones como eje de flotación para poder sobrevivir a las crisis. ¿Qué te parece, Atilano? - Otra vez vuelvo a perderme... - Pues tendrás que buscarte bastante mejor... a ver si te mejoras un poco y te haces todavía más guapo de lo que eres... - No tiene gracia, Juan. - Ya lo sé que no tiene gracia, Atilano. - Entonces... ¿qué hago yo? - Lo que tengas que hacer hazlo pronto. - ¿No fue eso lo que le dijo Jesucristo a Judas Iscariote? - Tú lo has dicho. Sí. Eso es. Resulta que conozco a un teólogo que no cree en Dios y, sin embargo, yo creo en Dios aunque no soy un teólogo. Cosas así suceden diariamente en nuestras vidas, Atilano. - Entonces... ¿qué hacemos ahora? - Lo que tengas que hacer hazlo pronto pero tú solo y sin mi ayuda; porque hasta aquí hemos llegado, de momento, los dos juntos. A partir de ahora tú investigas por tu cuenta y yo investigo por la mía. - ¿Dónde vives? ¡Te llevo a tu casa! - No voy a ir a mi casa todavía. Por cierto... ¿cuál es tu número favorito? - El 56 sin duda alguna. - También mi número favorito es el 56 sin duda alguna como dices tú y sin duda alguna que no creo en ciertas coincidencias. A veces cuando los demás se duermen alguien sigue hablando por las madrugadas. Supongamos que me refiero a una emisora de radio clandestina en el mundo de los juegos de los niños. ¿Recuerdas tú haber escuchado alguna vez a una emisora de radio clandestina en el mundo de los juegos de los niños? - Ni idea de lo que dices. - ¡Adiós, Atilano! Nos veremos cuando tengamos algo seguro y cierto, sin duda alguna como tú dices, para entrecruzarnos información. Ahora que cada uno cargue con su propia cruz. Chao. - Pero... ¿a dónde vas? - Tengo un asunto importante que dejé de terminar por culpa de haber tenido que ir contigo a pescar algo y mientras tú has matado a un inocente y humilde gorrioncillo yo acabo de descubrir un punto muy importante. - ¿Qué es? ¡Cuenta, cuenta! - Es el cuento de nunca acabar... así que en otra ocasión te lo cuento a ver si logramos que acabe... proque ahora me voy a terminar el asunto pendiente no vaya a ser que se mne escape de las manos. - ¿Algo relacionado con nuestra investigación? - No seas tan generoso conmigo, Atilano. No es nuestra investigación. Para que te lleves tú toda las Glorias, cosa que a mi me la suda, digamos que esta investigación solamente es tuya. La única Gloria que a mí me interesa tiene nombre de mujer pero no es Gloria por si te interesa saber algo más de mí. He conocido a alguna Gloria que otra, con bastantes éxitos culturales por cierto, pero me llama más la atención una chavalilla diferente. - ¿No puede darme más pistas? - Eres bastante pesado para ser policía. Deberías ser más discreto. Sí y no. - ¿Qué quiere decir sí y no? - Que sí tengo datos pero no te los doy porque perenecen a mis muchos mundos privados. ¿Tú tienes muchos mundos privados? - Sólo tengo un mundo privado, Juan. - Otro cosa en la que nos diferenciamos por completo. Tú sólo eres monocolor y yo soy multicolor. Tú eres políticamente correcto y yo no. Hasta en eso somos diferentes tú y yo. Siempre el burro delante para que no se espante. - ¡Jajajajaja! ¡No te puedo dejar tirado en la calle como si fueras una colilla! Juan saca su paquete de cigarrillos, extrae uno de ellos, lo enciende y vuelve a la tarea de crear interrogaciones con las volutas de humo antes de continuar hablando. - Ese es mi problema. Tú preocupate de tu colilla no vaya a ser que la pierdas sin darte ni cuenta. La mía la tengo bien protegida. Yo resuelvo mis problemas solo desde que era un niño en edad escolar y sin tener que formar parte de ninguna pandilla. ¿Conoces a las pandillas de la Carretera de Aragón? - Bastante bien. - Pues yo conozco muy bien a las pandillas del Puente de Vallecas y otros barrios mucho más peligrosos todavía. ¿Sabes lo que es la soledad, Atilano? ¿Has conocido tú la soledad? - Un poco, Juan... - No. No me estoy refiriendo a la soledad bien acompañada. Me estoy refiriendo a la soledad profunda. A esa soledad en que nadie más que Dios te acompaña porque nadie de los que están a tu lado te quieren acompañar y te dejann solo y te dan la una y las dos y las tres y te pasas toda la noche completamente solo. - No. Esa no la he conocido. - ¿Quieres que te la cuente? - Si me sirve para algo... - Sí. Te puede servir apara algo en tu investigación. Pon las orejas tiesas, Atilano... pon las orejas tiesas como si fueras un astuto zorro y escucha lo siguiente: Abandonando las falsas premisas de lo dispuesto por las leyes dictatoriales de los diurnos filósofos de la tan cacareada complejidad femenina, los bohemios ruedan sus horas en los cafetines de la madrugada y en las puntas de sus palabras siempre hay escrito un único nombre de mujer envuelto en miles de homónimas presencias. Son anónimos amores de luna plateada que se entrecruzan como espejos de la soledad y, sin embargo, en el epicentro de todos ellos -que nunca llegarán a consumarse- se encuentra el verdadero amor del poeta que escribe en una hoja de papel algo así como "a través de todos estos sueños de madrugada estás tú, única causa fundamental de toda mi existencia" y recoge su equipaje lleno de estrellas amarillas para convertirlas en un sol donde calentarse... y se marcha... y se va al cafetín de enfrente a seguir viviendo amores de papel y de palabras, de verdaderas palabras nocturnas que verán la luz a la mañana siguiente cuando él ya no esté alli (quizás vuelva a la madrugada siguiente o quizás invente nuevos amores en otro cafetín de la siguiente esquina) porque está viviendo, en realidad, el epicentro de toda su pasión. Amores bohemios: el kitsch dulce del único cóctel amoroso de todas sus madrugadas... ¿Necesitas más pistas? - No. Tengo suficientes. - Te voy a regalar otra para que veas que soy muy generoso para quienes trabajan conmigo. Sigue con las orejas tiesas como un astuto zorro y vuelve a escuchar porque quizás te sirva de algo: Todos, en este mundo, quieren ser felices y tú, como uno más de ese todo universal, también lo deseas con todas las fuerzas nobles de tu corazón... pero El Gran Censor, anciano de la colectividad de los acusadores, te persigue con sus plúmbeos e interminables sermones de la condenación; así que sales de casa con un peso de diez kilos de acusaciones, admoniciones e insultos cargados a tu espalda, como manera traicionera de su querer convertirte en lo que a él le interesa. Interés. Eso es lo que caracteriza al anciano Gran Censor de causas ajenas que va engordando su ego a costa de tus propios sacrificios. Entonces es cuando te acuerdas de esos "angelitos" blancos que se autodenominan tus hermanitos de la fe. Y acudes allí por ver si, con su ayuda, consigues descargar ese pesado fardo de los diez kilos que te ha endosado el endiosado anciano Gran Censor. Luego te sucede lo de siempre... que los "angelitos" blancos que se autodenominan tus "hermanitos" de la fe no sólo no te alivian de ese cargado peso sino que le añaden, entre todos ellos ocultos en la hipocresía de la santa comunidad, otros cien kilos más. Es cuando empiezas a comprender. Y comprendes. Has hecho caso a San Francisco de Asís y te has convertido en el lobo manso apaleado, perseguido e insultado por esas "ovejitas" autodenominadas tus "hermanitos" de la fe. Los famosos "angelitos" blancos. Y te has convertido en el lobito bueno al que maltrataban todos los corderos. Con la pesadísima carga de los ciento diez kilos sobre tu conciencia llegas, cansado, triste y aburrido, a esa especie de hueco donde te han clausurado para que no puedas escapar del dedo acusador del anciano Gran Censor que todo lo cree saber... aunque nada sabe de tu persona ni mucho menos de tus sueños de felicidad. Te has convertido, sin tu quererlo ni desearlo, en el vecino de nadie. Para eso están las amonestaciones del anciano sabedor de la ignorancia que prohibe a los demás acercarse a ti para desalojar tan pesada carga de tus desencantos. Es cuando, para olvidar, para no hacer daño, para escapar de ese muro que te han puesto como barrera de tus profundos sentimientos, saltas el muro todas las noches y te introduces en la niebla de la gran ciudad... para perder la memoria y no tener que recordar... y sigues callando mientras vas cayendo... sigues callando mientras vas cayendo... sigues callando mientras vas cayendo... Hasta que una de esas noches, tú que eres el lobo manso de toda la manada de "ovejitas" blancas que se mofan de ti haciéndose pasar por los "angelitos" blancos de la buena vida, enciendes el conmutador de tu conciencia y, de nuevo, escuchas la canción que desearías haber olvidado. Es la mala reputación que te han endosado, por su propia desidia y ambición, los de las "iglesias". Paco Ibáñez haciéndote recordar: En mi pueblo sin pretensión tengo mala reputación, haga lo que haga es igual todo lo consideran mal, yo no pienso pues hacer ningún daño queriendo vivir fuera del rebaño; no, a la gente no gusta que uno tenga su propia fe. Todos todos me miran mal salvo los ciegos es natural. Cuando la fiesta nacional yo me quedo en la cama igual, que la música militar nunca me pudo levantar. En el mundo pues no hay mayor pecado que el de no seguir al abanderado. Y a la gente no gusta que uno tenga su propia fe. Todos me muestran con el dedo salvo los mancos, quiero y no puedo. Si en la calle corre un ladrón y a la zaga va un ricachón zancadilla doy al señor y he aplastado al perseguidor. Eso sí que sí que será una lata siempre tengo yo que meter la pata. Y a la gente no gusta que uno tenga su propia fe. Todos tras de mí a correr salvo los cojos, es de creer. Ya sé con mucha precisión cómo acabará la función. No les falta más que el garrote para matarme como un coyote. A pesar de que no arme ningún lío con que no va a Roma el camino mío. No, a la gente no gusta que uno tenga su propia fe. Tras de mí todos a ladrar salvo los mudos es de pensar. No hace falta saber latin yo ya sé cuál será mi fin, en el pueblo se empieza o oír : muerte, muerte al villano vil. Yo no pienso pues armar ningún lío con que no va a Roma el camino mío. No, a la gente no gusta que uno tenga su propia fe. Todos vendrán a verme ahorcar, salvo los ciegos, es natural. Y sigues pensando en San Franciso de Asís y la promesa que le diste se der un lobito manso mientras te maltratan todas las "ovejitas" blancas. Y entonces, en medio de la soledad, el dolor, el aislamiento y la persecución del anciano Gran Censor y toda su camada de "corderos" te llega a la conciencia una nueva canción. Es Manu Giran esta vez el que ha tomado el relevo a Paco Ibáñez: Buenas noches, el lobo comenzó a hablar estoy aqui por última vez. En el bosque mis días solía pasar salvaje y cruel seguro en mi soledad tu voz me hizo ver tu luz me alejó del mal los niños sonreían al mirarme y el amor me hacía llorar. Pero un día el hombre mal me empezó a tratar abrieron heridas que no cerrarán jamás. Padre, ¿volveré a ser feroz? Mi garra será mortal ¿volveré a dar temor? y el miedo será mi hogar el bosque escuchar aullidos de tempestad, ¿volveré a ser feroz? un rayo en la oscuridad. Pero no deseas cantar porque ya no tienes ni ganas de cantar. El dolor, el sufrimiento, la persecución de tus hermanitos "blancos" tan sonrientes en la misa mientras el anciano Gran Censor les administra buenas dosis de sermones plúmbeos y aburridos, hipócritas sepulcros blanqueados, mientras llena sus bolsillos de sus propios intereses a la vez que te persigue su dedo acusador, es tan alto, tan elevado, tan brutal que saltas por última vez el muro y te hundes, en esta última noche de tu falsa culpabilidad, en lo profundo de la niebla de la gran ciudad. Tu fuego interior de lobo estepario te invita a degollar unas cuantas "ovejitas" blancas, "angelitos" que se autoproclaman tus "hermanitos" de la santidad. Mas tienes, una vez más, compasión de todos ellos y no deseas hacer daño... y, sin embargo, ellos son los que te han hecho arrastrar el peso de los cien kilos de sus propios pecados que aumentan los solo diez kilos de los tuyos. Y recuerdas la voz de Jesucristo, la verdadera Voz de la Verdad y no la del anciano Gran Censor sino la verdadera Voz de Jesucristo en El Calvario: "Venid a mí, todos los que estáis cansado y cargados, y yo os haré descansar". En medio de la más profunda oscuridad alguien sigue cantando dentro de tu corazón. Es de nuevo lo que desearías olvidar para siempre. Vuelve Paco Ibáñez a entrar en tu memoria: Tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja como un aullido interminable. Hija mía es mejor vivir con la alegría de los hombres que llorar ante el muro ciego. Te sentirás acorralada te sentirás perdida o sola tal vez querrás no haber nacido. Yo sé muy bien que te dirán que la vida no tiene objeto que es un asunto desgraciado. Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso. Un hombre sólo una mujer así tomados de uno en uno son como polvo no son nada. Pero yo cuando te hablo a ti cuando te escribo estas palabras pienso también en otros hombres. Tu destino está en los demás tu futuro es tu propia vida tu dignidad es la de todos. Otros esperan que resistas que les ayude tu alegría tu canción entre sus canciones. Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso. Nunca te entregues ni te apartes junto al camino nunca digas no puedo más y aquí me quedo. La vida es bella tú verás cómo a pesar de los pesares tendrás amor tendrás amigos. Por lo demás no hay elección y este mundo tal como es será todo tu patrimonio. Perdóname no sé decirte nada más pero tú comprende que yo aún estoy en el camino. Y siempre siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso. Has llegado al final de todos tus cansancios paseados de parte a parte de la ciudad para escapar de la persecución de ese plúmbeo y aburrido anciano Gran Censor que te acusa ante los demás mientras se llena sus bolsillos de intereses y ves llegar al tren. Por un momento piensas en dejar ya de existir pero entonces recuerdas de nuevo la Voz de Jesucristo: "Yo soy El Camino y La Verdad y La Vida". Y, al paso estruendoso del tren cargado de las vanas mercancías de este mundo absurdo y consumidor de vacíos y de nadas, lanzas tu ensordecedor y atronador grito, para no hacer daño a nadie. Es como un aullido interminable de tu naturaleza de lobo estepario... pero, al igual que gritó Jesucristo en medio de su agonía... consigues, por fin, descargarte de la pesada carga de tus diez kilos de pecados propios y de los cien kilos de pecados que te han hecho cargar los hipócritas "hermanitos" de la santidad. Y, al igual que Jesucristo... ¡Te has liberado y Dios te ha transformado eligiéndote, sin hacer caso a las falsas "iglesias" ni a sus decisiones, líder de los desposeídos por culpa de los sermones plúmbeos, aburridos y acusadores del anciano Gran Censor!. ¿Qué te ha parecido, Atilano, Gran Número 10 de todos los policías? - ¡Pues yo vuelvo a decirte que no voy a consentir que te quedes en la calle, Juan! - Y yo te repito, una vez más, que no te preocupes ahora de mí porque sé vivir en las calles y no precisamente como una colilla tirada sino como hombre entero. No te equivoques conmigo. Sólo me estoy refiriendo a la colilla de mi cigarrillo para que no pienses que me las doy de más que tú. Yo nunca seré un número 10 sino un capitán que sólo es un número 8 nada más. ¡Es el único problema de mi personalidad! No te voy a descubrir ni a ti ni a nadie nada más de mi sabiduría si es que te crees que yo soy un sabio; lo cual no me importa en absoluto. Tú defiéndete también solo porque para eso eras siempre el mejor de la clase entre todos los niños. Supongo que eras el mejor y el más fuerte de la clase ¿no es cierto, Atilano?. Cuando yo sólo era un niño nada más tuve que cargar con la responsabilidad de guiar por las calles a mis hermanos pequeños y eso que no era mía esa obligación. ¡Qué cansado era tener que hacer esa labor!... pero también era, por otra parte, divertido... - ¿A qué te estás refiriendo ahora? - A la clase, Atilano, a aquellos años en que había que dar un paso adelante yo solo, yo completamente solo, para poder aprender a estudiar. Ya sé qué clase de gran policía has llegado a ser cuando matas, sin compasión, a un pobre y humilde gorrioncillo. Mientras he visto esa acción quizás hasta he tenido que llorar por no poder evitarlo... pero he conseguido pescar algo muy importante... y no ha sido precisamente un resfriado. Si, como supongo porque en realidad no lo sé del todo sino que lo intuyo, tú eras el número 10 de la clase escolar también serás el número 10 del Cuerpo de la Policía de Madrid. ¿A que clase de policías perteneces en realidad, Atilano? - Que yo sepa sólo hay una clase de policías. - Te equivocas porque estás dentro. Desde afuera se distingue mucho mejor que hay dos clases de policías muy diferentes. - ¿Cuáles son esas dos clases de policías tan diferentes? - Es como el sistema binario. Están los policías del sí y los policías del no. ¿A qué clase de policías perteneces tú? - Cada policía somos un ser humano, Juan. - Ya lo sé, Atilano. Y cada ser humano es un universo entero. Pero no es a eso a lo que me estoy refiriendo ahora. - Pues no te entiendo... - ¿Por qué no le preguntas a la conciencia de Dios? - No puedo llegar a esas alturas, Juan. - Entonces es mejor que bajes de las nubes. No eres lo suficientemente soñador, Atilano. - ¡Es que no sé a lo que te estás refiriendo! - ¡Por el río Nervión, bajaba una gabarra! ¡Por el río Nervión, bajaba una gabarra! No me des la tabarra, Atilano, y vete a la barra. - ¿A la barra? - Sí. A la barra a seguir bebiendo. Son muchos los hombres que beben alcohol para olvidar... pero yo soy un hombre que bebe café con leche para no olvidar... - Sigo sin poderte comprender. - ¿Puedo hacerte una pregunta, duro policía? - ¿Es interesante para la investigación que estamos llevando a cabo? - Digamos que es paralela. - No sé qué clase de preguntas paralelas pueden ser esas pero sabes que puedo contestarlas a todas. - Es bastante privada. - No importa. - Está bien. ¿Tú crees que los hijos no pueden besar a sus padres? - ¡No deben hacerlo! ¡No es cosa de hombres! ¡Sólo las hijas pueden besar a los padres! - Y sin embargo yo creo que los hijos son iguales que las hijas... - ¿Estamos o no estamos trabajando juntos, Juan? - Estamos trabajando juntos pero no revueltos. - Jajajajaja. - No te preocupes por eso ahora. Sólo estoy pensando en voz alta pero para mi interior. Yo es que juego siempre al fútbol de interior aunque puedo servir de comodín para cualquier puesto que me necesite el equipo. ¿Y tú? ¿De qué juegas al fútbol tú? - Quiero ser un gran portero. - ¿Para pararlo todo? Espero que no te goleen demasiado... ¿y a las madres?... ¿se puede besar a las madres? - No siempre... - ¿Cuándo se puede besar a una madre y cuándo se le puede insultar a una madre? Atilano Eros Amazote queda de nuevo sin saber qué responder... - Reacciona ya, Atilano, o se te escapa el pajarito. - ¡Te vuelvo a repetir que estoy confundido! - Te vuelvo a repetir que no me levantes la voz porque, además de que no soy sordo, yo llevo la chapa. Por cierto, hablando de chapas, ¿el mejor era Murillo de verdad? - Yo creo rotundamente que el mejor era Murillo. - Pues te equivocas. Mucho mejor era Velázquez. - ¿Y que me dices de Goya? - ¡Exacto! Sisebuto vive en la calle Goya. Lo puedes comprobar consultando la Guía Telefónica de Madrid capital en la Gran Vía que ahora se llama Avenida de José Antonio por caprichos de quienes nos gobiernan. - Entonces... ¿qué hago ahora? - Lo que tengas que hacer tú hazlo tú solo. Yo haré lo que tenga que hacer yo. No quiero explicarte más sobre eso pero en verdad te digo que, para no morirme de soledad, a veces hasta he tenido que hablar con las estatuas. ¿Quieres saberlo? - Eso es de tu vida privada. - Te equivocas otra vez más conmigo. Eso es de mi vida pública. Muchas gentes me han visto hablar con las estatuas cuando no tenía a nadie más con quien hablar. Te lo voy a decir hasta con poesía. Escucha. Escucha y no tengas miedo. Forma ya parte de mi vida pública y no tengo temor alguno en cantarlo: Y entonces yo me habré ido... / y mis versos se habrán quedado / y los rumores del río / serán ecos de verbo callado. / Las nubes de invierno frío / habrán dejado grabado / su recuerdo en mi destino / envuelto en aire pardo. / Y las horas de albedrío / que junto a ti he gozado / serán silencio de niño... / serán misterio sellado. / Y tú, estatua de armiño, / que estás callada a mi lado... / cuando yo me haya ido / serás sólo mi pasado. Atilano Eros Amazote queda nuevamente mudo... - ¿Qué te sucede, colega? - Estoy pensando... ¿a dónde vas? - Te ha faltado completar la frase. Se dice a dónde vas con el cabás. Eso al menos es algo que también hay que experimentar para conocernos muy bien a nosotros mismos y a los demás. A dónde vas con el cabás. ¿No recuerdas algo de eso en tu infancia? - No. No recuerdo nada de eso. - Entonces digamos que forma parte de esos niños que tuvimos que guiar de las manos a los hermanos pequeños cuando no era esa nuestra obligación. Pero, como te dije antes, también resultaba bastante divertido. Sobre todo cuando los demás se burlaban creyendo que eras lo que no eras. Pero tú poco puedes saber de esas cosas... por lo menos porque estoy seguro de que no las has tenido que vivir en tus propias carnes. Juan apaga su cigarrillo y se lo guarda en el bolsillo de su chubasquero. - ¿Por qué no lo arrojas al suelo como hacemos los demás? - Porque soy diferente a vosotros. Porque repito una y mil veces si es necesario que son muchos los hombres que beben alcohol para olvidar... pero yo soy un hombre que bebe café con leche para no olvidar... - ¿Y eso que tiene que ver con las colillas de los cigarrillos? - Que la mierda es mejor no tirarla al suelo sino al cubo de la basura. Eso es para mí el dinero. Eso es lo que te estoy intentando explicar en cuanto a lo de la pirámide de mis valores que, por supuesto, no es la misma pirámide que la tuya. - ¿Y eso tiene algo que ver con nuestra investigación? - No, Atilano, te equivocas de nuevo. Yo no busco la Gloria al intentar resolver este caso... digamos que la investigación sólo es tuya y así te sigues llevando la Gloria tú solo. Yo conozco alguna que otra Gloria, incluso con mucho éxito cultural y todo eso que rodea al éxito, pero si quieres saber la verdad no cambio a ninguna Gloria por una chavalilla que tengo dentro de mí desde que el uso de la razón me convirtió en un hombre con tan solo siete años de edad. No. Haz lo que tienes que hacer y llévate toda las Glorias que desees. A mí me basta con la que tengo. Juan se baja del automóvil... - ¿No te da miedo caminar por las noches? - Todos los hombres tenemos miedo... - ¡Yo no! ¡Yo no tengo miedo nunca! - Entonces es que te falta el miedo para ser un hombre completo. ¿Sabes cómo vencí yo el miedo a la oscuridad? - ¿No has dicho que tienes miedo? - Por eso lo tengo que combatir para derrotarlo. Aprendí a superar el miedo, aunque tenga miedo, apagando las luces de las escaleras y subiendo a oscuras. Y eso que vivía en un quinto piso. - ¡Qué casualidad! ¡Yo también vivía en un quinto piso pero nunca me atreví a apagar las luces de las escaleras! - Quizás porque los dos vivimos en un quinto piso es por lo qe se canta lo de quinto levanta tira de la manta. - ¡Jajajajaja! ¡Siempre terminas por hacerme reír! - Lárgate ya de aquí y que tengas mucha suerte, Atilano, hasta que nos veamos de nuevo. - ¿Cuándo será eso? - Cuando yo te llame. - ¿Quieres mi número de teléfono? - No te preocupes por tan poca cosa. No me lo des. No me interesa conocerlo. Puedo consultarlo también en la Guía Telefónica de Madrid capital de cualquier bar oscuro de los que frecuento o simplemente acudiendo al Cuerpo de Policía. y ahora... ¡chutando que es gerundio! - ¡Hasta la próxima vez que nos veamos para cotejar nuestros datos, Juan! - ¿Sabes algo, Atilano? Cotejar datos es mi especialidad. El policía Atilano Eros Amazote se pierde, con su automovil, por las calles de Madrid capital y Juan camina por otras calles distintas hasta que llega a una cafetería. - Hay verdades incuestionables -pìensa Juan al abrir la puerta.
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