La Ta Herminia
Publicado en Aug 17, 2009
De los buenos momentos de la infancia, guardo, entre los mejores, los transcurridos en la casa de tía Herminia. Mi pequeño paraíso fue su hogar, alegre y acogedor, al que tuve libre acceso desde que, mis piernas, obedeciendo los impulsos de mi alborotado corazón, me llevaban vacilantes hasta su puerta. Para mi fortuna, nuestras casas, separadas por una tapia de ladrillos, se comunicaban en los fondos. Pronto advertí que si la entrada principal estaba cerrada, tenía una alternativa para llegar a los brazos de mi querida tía. Todo lo que ella tenía, me fascinaba y nada que quisiera hacer ó tocar me estaba prohibido, salvo, lo que significara un riesgo. Su esposo, tío Alfredo, un hombre corpulento y bonachón, emprendedor y laborioso, pasaba escasos momentos en el hogar que se iluminaba con su desbordante, contagiosa alegría. El amor, el respeto, la cordialidad y la ternura que se profesaban, ya adulta, me llevaron a buscar a alguien semejante para compartir la vida. Confieso no haber logrado ese objetivo. Al comenzar el ciclo escolar, mamá, que carecía de paciencia y tiempo para atenderme, dejaba que pasara el día entero con tía Herminia que se hartaba de consentirme. Yo feliz y agradecida. Una resplandeciente mañana de octubre, desayunaba en su casa, como lo hacía habitualmente, apurada por no llegar tarde a la escuela. Fuimos hasta la puerta a esperar a mis compañeras, tía Herminia me apretó fuerte, muy fuerte contra su pecho, después me apartó y mirándome a los ojos dijo: - No estaré cuando vuelvas hoy del colegio, deberás quedarte con tu mamá. -¿Irás de compras, tía? ¡Acuérdate de la muñeca que me prometiste! Me sorprendió ver lágrimas en sus ojos que, sin lograrlo, trató de ocultar. Llegaron mis amigas, le dediqué una sonrisa y partí. Durante cuarenta años, un complot de silencios intentó sepultar su memoria. Su nombre y el acceso a su casa me fueron prohibidos. La puerta del fondo se selló. Vi. por última vez al tío Alfredo, el día que vino a clausurar las puertas y ventanas de lo que fue su radiante hogar y ahora, despojado de alma, se había convertido en oscuro claustro. También él cambió. No había nada del entusiasta y candoroso gigante que conocí. Al despedirse me impresionaron los profundos surcos de su frente y su abatido corpachón. Como la casa, había sido despojado de su alma. Días después, el cartero trajo un paquete envuelto en papel madera, lo extraordinario fue que era yo la destinataria. Mamá se encargó de abrirlo. Era la hermosa muñeca que tía Herminia me prometió. Corrí a tomarla pero la dura mirada de mamá me mantuvo alejada. No supe lo que hizo con ella ni permitió que se lo preguntara. Pasaron los años, después de las exequias de mi madre, revisando sus cajones, la encontré oculta, envuelta en el papel madera donde aún se podía leer mi nombre y domicilio. La remitía Herminia Maceda desde una, más tarde lo comprobé, inexistente dirección de Buenos Aires. H.L.
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haydee
Quien me la relató, tuvo una relación difícil con su madre, hermana de Herminia. Encontró el afecto que su mamá le escatimaba, en los brazos de la tía. Cuando ésta, partió, por el silencio y el misterio de su desaparición, la familia, la borró. Mi amiga, protagonista, de adulta, hizo lo imposible por localizarla. No lo consiguió.
GRACIAS POR COMENTAR!
BESOS!
Alfonso Z P
y como bien lo dices, un misterio que a pesar los años aún está sin descifrar.
Qué pasó con la tia Herminia? Por qué esa desapariciòn tan súbita? Por qué ese enojo de
tu mamá?. Tal vez tu tampoco tengas la respuesta. Te felicito por esta historia.
Besos: Alfonso