"LOS CAPOS DEL NARCOTRFICO" -ALBUM: LA VERDADERA HISTORIA DEL ALTO HUALLAGA.
Publicado en Mar 03, 2013
CAPÍTULO III TIERRA DE HOMBRES DE BALA PISTOLA Y FAL
Tingo María no era tan grande como la había imaginado, a esas horas de la mañana las calles se hallaban casi desiertas, los locales cerrados. Las primeras luces del día indicaba un día soleado como era habitual en la selva, o nuboso cuando llovería, pero en verdad el clima era tan voluble como una mujer caprichosa, algunas veces puede amanecer lloviendo a baldazos y a la hora despejarse el cielo para solear fuertemente, secando los vestigios del diluvio convirtiendo las carreteras fangosas en secas y polvorientas. A veces también llovía, cuando el cielo estaba prácticamente despejado o viceversa. -Chino, a estas horas sale la primera combi a Uchiza –me sacó de mis pensamientos el chofer del ómnibus. Efectivamente, cuando llegamos a Tingo María, le pedí al conductor me permitiera quedarme en el vehículo hasta el amanecer para tomar el colectivo a Uchiza. Este muy gentilmente me dijo que no me preocupara, las combis que salen a Uchiza, tenían su paradero cerca donde se estacionaba el ómnibus. A través de la ventana del bus, vi la combi de color blanco hacer su aparición, para estacionarse en la pista paralela donde supuestamente era el paradero. Bajé mi mochila de lona color verde olivo del portaequipajes y metí la gruesa chompa que me sirvió para sortear el frío durante la travesía. Así en polito corto blue jean y zapatos deportivos, con mi mochila al hombro, me dispuse a abandonar el ómnibus. Antes de despedirme le di las gracias al chofer por su buen gesto. –Ve nomás hijo, ve tranquilo y pórtate bien –dijo el hombre sonriendo, pero su mirar era como si sintiera lástima por mí. Era un hombre mayor tal vez hasta podría ser mi padre. Como chofer, hombre de ruta ¿A cuántos jóvenes osados, afiebrados por los dólares de la coca, habrá visto partir? Seguro que a muchos, pero no todos regresaron. Era el momento de empezar mi loca aventura para la cual, meses atrás ya había trazado. Me aproximé a la combi y pregunté al ayudante, un muchacho flaco, desaliñado casi de mi edad. –Amigo, ¿sale a Uchiza? -Sí, completamos los asientos y salimos al toque –respondió. Trataba de escribir en el parabrisas del vehículo, pero enseguida lo borraba fastidiado. -¿Puedo ayudarte? –me ofrecí. –Sí, chino ¿Tienes buena letra? Escribe: “Sale a Uchiza”. –tomé el enorme plumón blanco que me dio y escribí “Sale a Huchiza’’. -Gracias chino, pero Uchiza se escribe sin H –corrigió. –Rápidamente los asientos fueron ocupados, también el techo del vehículo donde estaba acondicionada una canastilla para el servicio de carga. Apareció el chofer, un sujeto grueso y barbudo, se instaló en el volante y bromeaba con algunos pasajeros, pero cuando me vio por el espejo retrovisor su carácter bromista desapareció. –Oe flaco, vas a Uchiza? –preguntó con gesto adusto y desconfiado. –Sí, sí, voy a Uchiza –respondí algo confundido, pues también los demás pasajeros no dejaban de observarme con igual desconfianza. -¿Qué edad tienes hijo? –Era una señora muy mayor y de benévolo rostro, se dirigió a mí, como lo haría una madre a su hijo en apuros. –Diecisiete pero cumpliré dieciocho…en Abril –respondí nervioso. –Jajajá... ¡Estás cachorro todavía, pero por tu pelo corto y esa mochila que llevas, cualquiera te confunde! –el chofer y los demás pasajeros celebraron el incidente. Obvio que me confundieron con un odiado militar infiltrado -¿Cómo harás para pasar los controles de la policía? Esta zona no es como en otros sitios. Aquí, la vida de un desconocido y sin libreta electoral, no vale nada –me advirtió uno de los pasajeros sin dejar de mirarme irónicamente, recordándome, que era un total desconocido, ignorante de la boca del lobo donde me había metido. -No te preocupes hijo, cuando pasemos los controles diré a la policía, que eres mi sobrino -me tranquilizó la misma mujer, lo cual agradecí. El ayudante después de asegurar los equipajes en el techo de carga, se introdujo en el vehículo listo para partir, antes cobró los pasajes por adelantado. Abandonamos las últimas calles de la ciudad para tomar la pista principal, más específica la carretera Federico Basadre. El chofer con la mano libre prendió la radio, después de cambiar varias emisoras, la detuvo en una donde la nitidez era mejor “Yo me alejo de mi tierra, en busca de compañía, Lo pasado ha sido, toda una amargura. Desde que te fuiste ya no vivo, ahora ya mi vida es Un martirio, pero tengo la esperanza de hallar un Amor nuevo…” La música de Los Shapis, interpretadas por Chapulín, nunca la sentí más identificada y agradable. Y yo que siempre guardé distancia con ese estilo y género de música chicha, ahora vivía mi realidad con sólo escucharla. Luego de unos kilómetros recorridos por la carretera, el vehículo tomó el desvío a Aucayacu, donde empezaba la carretera Marginal y también la zona roja, la flor y nata del narcotráfico en el Alto Huallaga. No entendí los enormes rompe muelles en la pista, estaban a escasos cincuenta o setenta metros, Los vehículos tenían que bordearlos por un lado de la pista para no terminar destrozados. –Esos rompe muelles lo hicieron los militares, para que no puedan aterrizar las avionetas –me dijo un hombre viendo mi desconcierto y fastidio. Era un sujeto joven, tenía pinta de mercachifle y sonreía, viendo mi cara de sorpresa. Era obvio entonces que los grandes cocales estaban a ambos lados de la carretera, sin ser visible por la frondosa vegetación. De las avionetas que revelara, eran las colombianas que usaban la pista para hacer sus embarques de cocaína. Esto recién comenzaba, había más cosas, más sorpresas que me aguardaban. Durante más de tres horas de viaje por ese camino desastroso, terminado los rompe muelles, acabó también el asfalto para entrar a tierra firme lleno de baches y zanjas. Llegamos al restaurante “Toro mata” a la altura del caserío de Madre Mía. Me extrañó muchísimo lo carísimo de las cosas, con decir que una simple gaseosa costaba cuatro veces más del valor de su precio habitual, y la comida ni hablar, pero la gente pagaba normal sin problema y hasta en dólares, como también pude ver a un sexagenario, creo que no le alcanzó para comer y reuniendo todos los céntimos que tenía pidió en caja una gaseosa, y la cajera haciendo una mueca de asco, en tono despectivo los rechazó. –Señor, ¡Estas monedas aquí no valen nada! –Luego añadió furibunda, como quién mira a un bicho repugnante– ¡Y por favor, hágase a un lado que está estorbando mi trabajo! –Claro, era un insulto para esa jovencita acostumbrada a cobrar en billetes grandes, sobre todo en dólares. Un ejemplo más que la miseria huele mal, apesta, es repugnantemente molestosa. Como a las tres de la tarde después de avistar algunos pequeños poblados, durante el recorrido, por fin estaba llegando al desvío de Santa Lucía. La combi, tuvo que estacionarse sobre un puente móvil de madera para ser remolcado por dos motores fuera de borda para cruzar el río Huallaga, siguiendo el tramo llegamos a puerto Huicte, a diez kilómetros se encontraba el pueblo de Uchiza. Durante el trayecto, vi muchos jóvenes que se movilizaban en motocicletas de gran cilindraje, la mayoría eran XL250 o XL500, no sólo impactaban por las poderosas máquinas a todo terreno, sino, además por las ropas caras y las joyas que lucían, pude notar que también andaban armados. A ambos lados de la carretera se divisaban las plantaciones de coca, entre ellos algunas plantas de coco y árboles frutales, en medio las casas de madera y techos de calamina, habían enormes patios donde los lugareños secaban las hojas de coca, he incluso colgaban letreros que decían “Se compra hoja”. Sorprendido y ajeno de todo estaba con mi mochila en la plaza de armas de Uchiza, todo a mí alrededor era extraño, nunca antes vi un lugar tan animado, la plaza principal estaba rodeada de bares y chicas, toda la gente hablaba de dólares, de “merca”. Los motociclistas iban y venían algunos borrachos corriendo como locos, otros cargaban dos chicas, una en el asiento trasero y la otra adelante prácticamente en las braguetas del conductor; en los paraderos los choferes esperaban su turno de salida, pero también hacían de las suyas, algunos se besuqueaban con algunas chicas aunque no tan bonitas como se levantaban los Traqueteros. En los pocos minutos que estaba en Uchiza, me bastó para saber que esos jóvenes motociclistas y armados, eran narcotraficantes que trabajaban para las firmas colombianas. Todo era diversión o como dirían “Vivían la vida loca” en desenfreno total. En medio de todo ese ambiente, avizoré una camioneta 4x4 estacionarse al otro extremo de la plaza, de él descendió un hombre de raza negra, alto, grueso y de escalofriante mirada. Caminó sigiloso y rápido al centro del parque mientras de la cintura extrajo una enorme pistola cromada, el cual brilló a la luz del sol, el objetivo era un despreocupado lector sentado en una de las bancas, no pude verle bien, el periódico en su totalidad le cubría el rostro. Sonó un disparo y el hombre cayó la piso exhalando un grito de dolor, entonces fue cuando el negro se acercó al caído y a quemarropa le remató con dos tiros en la cabeza. Los disparos y el infortunado sujeto, tirado en un charco de sangre casi apenas sobrecogió a la gente, excepto una pareja que minutos antes discutían en la puerta de un hotel, La chica dejó de ofuscarse muy asustada se abrazo fuerte al hombre y rápidamente se metieron al interior. Arma en mano el asesino terminó de cruzar el parque y cuando llegaba al pavimento, lo alcanzó la camioneta con dos sujetos armados con fusiles tipo Fal. Dentro del vehículo el matón soltó una risotada que fue celebrada por los demás ocupantes. Acto seguido pausadamente desaparecieron del escenario. -Son gente de Katalino –comentó alguien a media voz, luego otro agregó. -El que mató al soplón, le dicen “Pantera” -Solo se buscó su mal –sentenció uno que otro lugareño. Los comentarios no duraron ni un minuto, porque luego todo siguió como si nada hubiera pasado, los que estaban con las mujeres en los bares bebiendo y bailando, ni se enteraron. Si escucharon algo prefirieron seguir en lo suyo, seguir estrujando los traseros de las anfitrionas que reían y gritaban escandalosamente como hembra en celo. Mientras en medio del parque, un hombre yacía inerte manchando con su sangre el piso. ¿A dónde he venido? –me dije a mi mismo, sentí miedo, pavor, ni bien había llegado fui testigo cómo asesinaban a plena luz del día ante la indiferencia de la gente, como si todos fueran cómplices. Eran ciertos los que decían, que en el Alto Huallaga, “La vida no vale nada”, o todo se resumía al final de cuentas “le tocó perder” o “por algo será”, o “sólo se buscó su mal”. Tenía que salir cuanto antes de aquel sitio, pero ya no tenía dinero, me arrepentí por no haber ido a Pucallpa que era otra de las opciones, me deje llevar por los comentarios de la droga y el entusiasmo de los dólares, Ahora sólo pensaba en salvar mi vida, era consciente del peligro que corría, también de la absurda temeridad de haber venido a estas tierras, del muchacho intrépido, optimista y ambicioso, ya no quedaba nada, ahora sólo era un muchacho asustado, aterrado, indeciso, sin saber a donde ir. Reponiéndome de la terrible experiencia que acababa de ver eché un vistazo al paradero de colectivos (Las combis, hacían ruta a Tingo María y las camionetas el servicio interno de Uchiza hasta el Km diez, puerto Huicte, también los caseríos aledaños como Pampa Yacu, Cruz Pampa, Chontayacu y otros). Me pareció conocer a uno de los choferes, sí, lo había visto en Pichanaki, era un sujeto mediano y rechoncho no pasaba los treinta años. En Chanchamayo hacía ruta de Pichanaki a Asháninca (comunidad nativa). Era él, no había duda hasta el mismo color de su camioneta. Lo conocía sólo de vista, pero al menos había un conocido y tal vez me pudiera ayudar en algo. Me acerqué titubeando. -Amigo, disculpa, ¿No eres de Pichanaki? –conforme le hablaba, el tipo se fue inflando como un ventrudo sapo todo poderoso. Me miró muy serio de arriba abajo con desprecio, como si quisiera aplastar a un gusano– ¿Acaso, me conoces? ¡O eres un soplón! –escupió amenazante el tipejo. Con su actitud matonesca se sentía superior infundiéndome temor. -¡Oe! “Mochila” ya tranquilo huevón, deja de estar jodiendo al muchacho ¿No te acuerdas cuando recién llegaste? No conocías a nadie ¡Cabrón! Ahora porque tienes unos meses en Uchiza. Matón te crees, sicario te crees –Era un hombre grueso, cabello entrecano que salió a mi favor, reprendiendo y silenciando al bravucón. Seguidamente muy amable se dirigió hacia mí. –No le hagas caso, es mi chofer, Lo que pasa es que los cuernos que le pone la jugadora de su mujer, lo tienen de mal humor –dijo sonriendo. A pesar de lo nervioso que estaba, noté un rasgo muy similar en el rostro del hombre que amistosamente me hablaba. Tenía la nariz, ancha, corta y levantada. –Viví en Pichanaki, hace años. –Continuó sin dejar de sonreír –Me vine a Uchiza, me casé con una lugareña y me quedé por acá ¿Primera vez que vienes? -me preguntó. –Sí, señor… No tengo dinero, ni a donde quedarme y quisiera trabajar en lo que sea –seguía asustado, pero me sentí más tranquilo de poder conversar con una cara amigable, con alguien que recién acababa de conocer y se interesaba en mi difícil situación, porque tenía la seguridad que mi interlocutor me ayudaría. –Mira, justo mi cuñado necesita un mensualero para que cuide su cocal en el kilometro ocho, cerca donde yo vivo… – ¡Don Ñato, voy saliendo a Pampayacu! –lo interrumpió el tal “Mochila”. Conducía la camioneta cargado con rollos de mica y enormes galoneras plásticas, podía decirse que llevaba kerosene. –Anda nomas Cachudo y no te demores Jajaja –respondió el hombre, ñato de risa. Mochila hizo un mueca de fastidio y aceleró la máquina desapareciendo entre la polvareda. –Como te estaba diciendo –continuó, don Ñato –Mi cuñado necesita un mensualero para que cuide su cocal, tiene un muchacho casi de tu edad, pero necesita otro para que se acompañen ¿Qué dices?- ¿Qué podía decir yo? Era justo lo que necesitaba. Le di las gracias y al momento me puse a sus órdenes.
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Antenor josue atencia jara
Verano Brisas
javier tovar
Agradesco tus palabras Veranop Brisas.
Saludos cordiales.