CAPITULO I : UN SACO CON AGUA.
Publicado en Mar 11, 2013
-No puedo dormir abuelo.
-¿Necesitas un cuento, Alejandrita?-Ya!!-Arrópate bien que hace frió. Ese día igual hacía frío… mucho frío… “La princesa Ania estaba tendida boca abajo en el piso de mármol. Su cabello naranjo se llenaba del carmesí de la sangre que manaba de su vientre abierto. Zagal, con la espada manchada al igual que su honor, sonreía junto a ella. Los bellos ojos azul cielo de la princesa Ania se habían apagado y el siguiente era su padre, que estaba arrinconado como un ratón. Cuando Zagal se acercó hacia él espada en mano, Lacros abrió la puerta de golpe. Abrió los ojos, un nuevo día después de la pesadilla recurrente. El día que falló y que jamás lo dejara de perseguir. El vino había sido suficiente para dormir, pero no para olvidar.Estaba sentado en el piso de la taberna. Ya había amanecido. Tenía la espalda apoyada en el muro y en su mano aún tenía el tarro con restos de vino dulce. Unas noches era vino, otras era cerveza. Tenía la desgarrada capa de lana enrollada para protegerse del frío. No recordaba como llego al piso. Se intentó levantar pero la cabeza le pesaba. Necesito tres intentos y solo duro unos segundos de pie antes de sentarse en el banco de madera de la barra. No alcanzo a pedir el primer tarro de cerveza cuando una mano enguantada le tocó el hombro. No giro la cabeza, pero hizo un ademan de atención. -¿Eres Lacros? -No, no soy nadie -Es él – dijo el cantinero. El hombre no sacaba su mano del hombro de Lacros. Era un hombre alto y robusto, totalmente calvo, pero con un espeso y largo bigote negro y las pocas cejas que tenía, arqueadas en una mueca de constante enojo. Lacros volvió su mirada al mesón. -Vamos, te quieren ver. Lacros saco un cigarrillo de su bolsillo y lo dejo un momento entre sus labios. Tenía la boca seca y pastosa. Acerco una vela y prendió el tabaco. -¿No me escuchaste? – Dijo el hombre calvo – Nos vamos. El hombre intento sacudir a Lacros, pero antes de que se diera cuenta, su oreja cayó al piso y el filo de la daga de Lacros estaba manchado con su sangre. El hombre retrocedió gritando e intentando detener la hemorragia con las manos. Lacros se volvió a sentar, pero al instante sintió un fuerte golpe en la cabeza y el mundo se apagó. Despertó respirando agua, con la cabeza envuelta en un saco de harina. Tenía las manos amarradas y el torso desnudo. Lo levantaron y el aire entro rápidamente por su nariz y boca mientras le sacaban el saco. Cayó de lado tosiendo y retorciéndose. -No fue muy amable lo que le hiciste a mi buen amigo Gaudo – Dijo una voz ronca y raposa. Lacros intento abrir los ojos. Diferencio cinco sombras. Tres corpulentas y dos delgadas. Una de las corpulentas goteaba agua de sus mangas y otra, tenía una venda en la cara. Una de las delgadas se reía. La última de las sombras corpulentas se acercó y el mundo se aclaró un poco más. El, un hombre viejo, pero fuerte, con los brazos anchos y musculosos, un guerrero tal vez. Tenía el pelo delgado y escaso, hasta los hombros, blanco como su profunda barba. Aun así, parecía arreglado y limpio. En vez de ojo izquierdo tenía una cicatriz violácea, con una línea que iba desde la sien hasta el comienzo de la mejilla. -No es forma de tratar a tus nuevos compañeros de trabajo – Dijo el viejo de voz ronca. - Unojo, déjame cobrar venganza, déjame sacarle la oreja a este bastardo – Grito desde atrás el que parecía llamarse Gaudo, el hombre calvo. -Si te sacó una oreja sin que te dieras cuenta, no la merecías – Dijo entre risas uno de los delgados. -¡Dejen de pelear! – Grito el viejo – Deben dar una buena primera impresión a su nuevo compañero. -No soy compañero de nadie – Jadeo Lacros. Todos rieron, menos Lacros. -Veras muchacho – Comenzó el viejo – Se quién eres y sé que ocurrió; y no te mentiré, necesito a alguien como tú. Fue difícil encontrarte y sabía que sería difícil convencerte, pero la oreja de Gaudo es un pequeño precio. Eres un hombre entre pocos Lacros y tu habilidad es impresionante, pero no eres el mejor. Te has descuidado, pero al menos no tanto para que me seas inútil. Muchos dirían que el antiguo reino cayo por tu culpa, pero yo sé que no es así, yo sé quién es el culpable y busco lo mismo que tu… -Yo no busco nada – Interrumpió Lacros. -Claro que no – El viejo se le acercó al oído – Yo sé dónde está Zagal. Lacros abrió los ojos y miro al viejo. De un movimiento se sentó y de otro, se puso en pie. El viejo le desato las manos. -Te escucho – Le dijo Lacros sobándose las muñecas. -El muy bastardo de tu amigo es difícil de encontrar, pero yo le seguí la pista. En este momento debe estar tomando un barco al oriente, por las nuevas rutas de comercio. Mis informantes me han dicho que planea ir a un lugar llamado Valle de Jade. -¿Qué quieres de él? ¿Por qué lo buscas? -Digamos que no cumplió su parte del trato. Lacros observo al grupo. Todos parecían seres extraños. Estaba el enorme hombre calvo y a su lado, un gigante de cabello largo y rubio, con una espesa barba teñida azul en las puntas y un tatuaje rojo bajo el ojo derecho, en forma de olas. Uno de los hombres delgados era bajo y lampiño, su rostro era blanco y sin gracia, parecía más uno de los antiguos alquimistas, que la ley del señor de las nubes quemo hace cientos de años, que un guerrero. El otro era alto y escuálido. No dejaba de sonreír. Llevaba el pelo hacia atrás, tomado por un cintillo grueso. Posiblemente un ladrón o un asesino. Tenía dagas pequeñas en todo el cinturón, a los lados de las botas y en las mangas del chaleco de lana. -¿Qué quieres que haga? – Dijo Lacros, sin cambiar su expresión vacía. -¡Eso es! – Grito el viejo – Que bueno que aceptas. Solo necesito que le sigas el rastro a Zagal y me lo traigas. Yo arreglare mis cuentas con él y luego podrás hacer lo que quieras con el bastardo. Un barco te espera en los puertos Grises. Zarpara en una semana. En el establo de la taberna donde estabas desperdiciando tu talento hay un caballo para ti. El capitán del barco sabe que llegaras con él y le dará espacio también al caballo. El barco se llama “Sombra Espumosa”. -¿Cómo sabias que aceptaría? – Pregunto Lacros - ¿Cómo sabes que no tomare el caballo y el barco y no me volverás a ver? -Te dije que te conozco, muchacho – Dijo el viejo tensando la cicatriz del ojo – Y sé muy bien que no me engañaras. Lacros miro con desconfianza al viejo y luego a sus compañeros. Estiro la mano y el viejo le dio un apretón fuerte y firme. -Es un trato – Dijo el viejo en voz alta – Al calvo ya lo conoces, su nombre es Gaudo. El de su lado es su hermano, Skairs. Es algo callado desde que perdió la lengua. La rata que sonríe es Airs. Revisa tus bolsillos cada vez que te salude. Y él es el doctor Barion Vertz, más conocido como el carnicero Vertz. -Es un gusto – Dijo Barion, con voz temblorosa y tímida – Sera un gusto trabajar con usted señor Lacros. - Y a mí me llaman, Unojo, no creo que tenga que explicar porque – Dijo al final el viejo – Bienvenido a la familia muchacho.
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