CAPITULO VI: BOROS
Publicado en Mar 11, 2013
-¿Lacros y Zagal eran hermanos?
-No solo la sangre te da hermanos, Alejandra. Los sueños, las metas y los anhelos también te pueden llevar a tener hermanos que morirían y vivirían por ti… “El Sombra Espumosa se detuvo en los puertos de Sangre de Boros. La ciudad de Boros era uno de los principales centros de comercio de la región. Todo lo que viajara desde Eris hasta Jade y viceversa, primero pasaba por la desértica ciudad de Boros. El sol se mantenía fuerte en lo más alto del cielo, eliminando cualquier sombra en la ciudad. Comerciantes de todas partes del mundo se reunían bajo los techos de tela color crema, anunciando sus productos y regateando con los compradores. Lacros y Mish fueron a recorrer la ciudad mientras Derio descargaba mercancías del barco y Nana se refugiaba del sol en los camarotes más bajos del barco. -Boros es muy similar a mi tierra natal – dijo Mish para romper el silencio que se mantuvo durante buena parte del camino. -¿De dónde vienes, Mish? -Vengo de Kalim-ha, cruzando Jade y los ríos Gemelos, más allá de los antiguos imperios muertos. Es una tierra desértica y cruel, pero se dice que allí pisaron los primeros hombres y que luego se esparcieron por el mundo. Boros en realidad era un montón de casas color ocre, cuadradas, puestas una junto a otra dejando pequeños callejones entre cada una y cada dos casas, un paso más ancho que serían las calles principales. Muchos de los habitantes se refugiaban del calor en aquellos callejones. Los habitantes de Boros eran de piel oscura como el ébano o morenas como el trigo tostado. La armadura de Lacros se había trasformado en un horno, mientras que Mish parecía muy cómoda bajo el inclemente sol. -Estás empapado Lacros, será mejor que te busquemos ropa – dijo Mish -No es necesario… -No me alegues Lacros – Mish soltó una risa entre dientes – con esa armadura y las prendas de lana te desmayarás bajo este sol. Parecía que el calor de Boros le dio una nueva energía a Mish. En Eris, el verano era frío y el invierno duro. Muchos viajeros decían que el clima hace la personalidad de la gente y los pobladores de Eris eran como su clima, serios, oscos y huraños, como Lacros; totalmente distintos a los hombre de las islas como Derio o los que venían de más allá de Jade, como Mish. Mish se paseaba de un puesto mercante a otro, alegando a viva voz, moviendo las manos en el aire, discutiendo con los vendedores y comprando mientras mostraba su coqueta sonrisa. A veces hablaba en lenguas que Lacros no lograba entender. Lacros logró ver un grupo de hombres armados en uno de los callejones, que miraban fijamente a Mish mientras ella bailaba entre los puestos mercantes.Lacros se puso alerta sin dejar de observar a los hombres del callejón, pero Mish le llenaba los brazos y las manos de prendas de ropa. En el momento que Mish lo llamó para que viese un chaleco de piel, los hombres desaparecieron. Después de unos cuantos puestos mercantes más, Lacros vestía pantalones delgados café, zapatos de suela dura, una camisa suelta color arena, ajustada por un fajín negro. Conservó el cinturón de cuero del que colgaba su espada. -Ahora sí, ¿te sientes más cómodo? -Sí, la verdad que sí. Mish, regresemos al barco – Lacros no escondía su preocupación. - ¿Qué sucede? De pronto estaban los dos solos en la esquina de la calle. De los callejones salieron un grupo de hombres, todos armados pero vestidos con ropas comunes. Todos eran morenos como los granos de café. Uno llevaba el cabello largo, suelto, que le llegaba hasta la cintura y entre los gruesos labios y los dientes blancos, llevaba un cigarrillo verde. El segundo era calvo, pero tenía una larga trenza en la barba, teñida de color azul. Ambos, musculosos, con espadas curvas y un corvo en el cinturón. Detrás de Lacros apareció un hombre delgado y alto, con el pelo en pechones apelmazado. Un cintillo en la cabeza evitaba que los mechones le taparan el resto. Llevaba un chaleco teñido de colores y unos pequeños lentes redondos de cristal oscuro. A su lado, un hombre alto y gordo, de torso desnudo llevaba una maza en el cinturón. El gordo era calvo y lampiño. -Hermano, mejor me entregas tu espada y a la morena – dijo el delgado de lentes. Lacros desenfundó y trató de moverse para tener a los cuatro enfrente y a Mish detrás de él. Los cuatro hombre se echaron a reír y los dos musculosos desenfundaron las espadas curvas. El de cabello largo caminó, siempre mirando a Lacros y le entregó el cigarrillo al hombre de lentes. El hombre de lentes lo encendió y fumó hasta que sus pulmones se llenaron. -Mátenlo – dijo manteniendo el aire y entregándole el cigarrillo al hombre gordo. El hombre de pelo largo se lanzó directo a Lacros, pero éste lo esquivó rápidamente. Sin la armadura y con ropas tan livianas moverse era sumamente fácil. Los otros tres hombres soltaron una enorme carcajada cuando el hombre de pelo largo se dio contra el muro al otro lado de la calle. -Quédate atrás de mí- le dijo Lacros a Mish. El calvo de barba comenzó a pasear su espada de una mano a otra. Lacros notó que no eran hombres entrenados. Sus movimientos eran torpes y lentos, derrotarlos no sería problema. El calvo atacó y Lacros lo esquivó hacia un lado, golpeándolo con el mango de la espada en la espalda. El calvo dio unos saltos intentando mantener el equilibrio, pero fue inútil y cayó en el adoquín caliente. El hombre gritó y soltó la espada, mientras se escupía en las manos y las agitaba. El escandalo hizo que varias personas se asomaran a las ventanas; incluso los ebrios de un bar al final del callejón se acercaron a mirar. En los callejones cercanos al puerto jamás había guardias de la ciudad, a menos que algún barco importante estuviera en el puerto. En ese momento solo había galeras pesqueras y el Sombra Espumosa. El hombre de lentes parecía molesto. Esta vez no había carcajadas. El gordo se acercó a Lacros, acorralándolo junto con los otros dos. -¡Mátenlo dije! – repitió el hombre de lentes y volvió a fumar. Los tres hombres se lanzaron al ataque. Lacros esquivó a uno, detuvo el golpe del segundo y quedó abierto a recibir el golpe del tercero, pero éste jamás llegó. Lacros miró a su lado. El hombre gordo había dado contra una espada que no era suya. La piel del guerrero que ayudó a Lacros era negra como el ébano. Llevaba el cabello largo, amarrado en una cola que caía en espirales cerrados. Llevaba una espada muy delgada y larga; y vestía ropas parecidas a las de Lacros en ese momento, pantalones anchos, sandalias de cuero y una camisa ajustada por un fajín. -Tres contra uno y aun así no logran ganar – dijo el guerrero, empujando al gordo. Mish se corrió hacia la multitud que se reunía encerrando a los ladrones y a los guerreros. Lacros juntó la espalda con el guerrero de piel oscura, quedando con los tres matones a su alrededor, pero bastó solo un movimiento para derribar a dos. Lacros golpeó con fuerza al ladrón de pelo largo y su compañero derribó de una patada al gordo, luego de detener el golpe de su maza con la espada.El hombre de lentes se puso nervioso y escupió el cigarro al piso. El ladrón de barba azul, aún en pie, bajo la espada y corrió entre la multitud. El de lentes, al verse solo, lo siguió, dejando a sus dos compañeros abandonados en la mitad de la calle. El guerrero de piel oscura enfundó su espada y sacó unos lentes pequeños y redondos, de cristal oscuro y se los puso. -Eso estuvo cerca – le dijo a Lacros. -Gracias por la ayuda… -Efrón... -Hermano – Mish miraba desde la multitud que se disipaba.
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