LA LTIMA BATALLA
Publicado en Mar 12, 2013
Qué sensación tan profunda de desolación... aún escucho el intenso aullido de la muerte rasgando mis oídos. Parada como estoy en lo alto de una colina, puedo observar impotente un campo sembrado de sangre y lágrimas. Pero, ¿qué hemos ganado?... Muchas cerraron sus alas a la vida en ésta lucha encarnizada... Sus rostros se confunden entre un mar purpúreo y sus cuerpos hermosos ahora acarician la tierra para la eternidad.
Pero no hay nada entre los muertos y los vivos; ya no hay ninguna diferencia... Una mirada fría y lejana se observa en el rostro de todas las mujeres que lograron pasar esta última prueba. Mis ojos negros resienten la vista de aquél paisaje tan oscuro y putrefacto. Mis manos temblorosas sueltan, sin ofrecer resistencia alguna, la espada que sostenían momentos antes con tanta fiereza... Una ráfaga furiosa y lastimera golpea cada rostro que se encuentra en el campo. Y de pronto mis ojos observan a lo lejos un punto en movimiento. Pero se mueve lento, despacio; buscando, escudriñando, observando... No cesa en su tarea, se mueve entre las armas, los cuerpos de las mujeres y de los caballos; al principio no logro distinguir si se trata de un ser humano o de un animal, pues la figura es diminuta; pero conforme se va acercando lenta y pausadamente, logro ver a una niña pequeña, frágil y delgada... Su mirada no se despega del suelo, observándolo todo, absolutamente todo. Su cuerpecito, caminando entre lo que quedaba de la batalla, tocaba y rozaba gentilmente los cuerpos caídos; sus manitas rosadas acariciaban con delicadeza (hasta podría decirse que con dulzura) sus rostros, brazos y piernas. Sus piecitos parecían no tocar el suelo, como teniendo miedo de lastimar a alguien... lentamente, comenzó a levantar la mirada, muy despacio (como para evitar que algún detalle se le escapara). De pronto, posó sus ojos en los míos... Unos ojos oscuros y profundos, sabios y pacíficos como jamás había visto. Su mirada era absoluta y profundamente melancólica, pero a la vez dulce, tranquila, amorosa... Toda la desesperación que inundaba mi alma, la veía reflejada en esa enigmática mirada que penetraba rápidamente mi interior. Por un momento tuve la sensación de que sus grandes ojos desnudaban mi alma, dejando al descubierto todos mis temores y miedos, todas mis angustias, dudas y fracasos. Aquélla pequeña niña siguió caminando entre los cuerpos, ahora sin quitar la vista de mi rostro. Una fuerza inexplicable me mantenía unida a aquélla mirada compasiva, dulce y profunda... Cuando llegó calmadamente junto a mi, un calor acogedor se apoderó de mi cuerpo; una paz que contrastaba con la muerte y la desolación que reinaba alrededor, me cubrió por completo -cuerpo y alma-... La mirada profunda de aquélla criaturita escrutaba hasta el último rincón de mi corazón, sin miedos, sin prejuicios, sin juzgarme. Poco a poco, casi sin darme cuenta, una música cadenciosa comenzó a sonar dentro de mi cabeza... despacio... despacio... el sonido se iba apoderando de todo... mi piel, mis entrañas, mis oídos, mis ojos... mi alma. Todo lo que me rodeaba comenzó a dar vueltas y vueltas, primero lentamente; después ya no se distinguía nada... los cuerpos, la sangre, el terror, el miedo... todo comenzó a fundirse y hacerse uno con esa música que me invadía. Cuando sentí que estaba a punto de perder la conciencia, una voz fuerte, atronadora y ensordecedora lo interrumpió todo. Abrí bruscamente los ojos, y mi mirada se posó en lo único que quedaba del caos y la oscuridad que se había formado... la niña. Su mirada, llena de esperanza y amor, no dejó de clavarse en mí... cuando menos me di cuenta, esa niña había crecido, poco a poco; sus ojos no cambiaban, pero un cuerpo de mujer la invadía... no duda, no tiembla, no tiene miedo... ella sigue mirándome... ... Mis ojos comienzan a entenderlo todo, a comprender vagamente lo que sucede... Un torrente de agua cristalina comienza a brotar dentro de mi... es un torrente furioso, fuerte, iracundo que quiere salir, que quiere sentir alivio en la libertad; y pronto encuentra un resquicio en mis ojos. No lo puedo reprimir, no se puede detener esa fuerza contenida. Y sin embargo, siento un alivio que me confunde, me estremece, pero me tranquiliza... comienzo a percatarme de nuevo de aquélla mirada... Ya no es una niña... ya no... pero en su rostro puedo comprenderlo todo. Y de nuevo aquélla voz que me inundó, volvió a sonar dentro de mi... Ya no era atronadora y colérica, ya no era demandante y poderosa... Esa voz que surgía dentro de mi era débil, susurrante, queda... casi suplicante. Y cuando por fin pude escuchar claramente lo que me decía, una sonrisa iluminó mi rostro... ..."Has ganado la batalla que ha estallado en ti... Ya no has de temer, porque eres tú la forjadora de tu destino, la guerrera encarnizada de tus propias batallas, la dulce niña sanadora de tus heridas, la mujer determinada que escribe su propia historia. Ya no has de temer... porque has ganado la última batalla..."
Página 1 / 1
|
Carlos. A. Gutierrez. A
Battaglia
Saludos!
Sandra Somohano Castan
Edgar Valdebenito Martnez
Sandra Somohano Castan