Uno. Que cuenta la historia de Draanek y el Gusano venido del norte.
Publicado en Mar 12, 2013
Orîa. Ron duléminen sia Vaaru Epin olda Dûraanek A pasos de gigante trotaba Draanek por entre el húmedo bosque, sabía que la sombra de la noche caería pronto sobre sus hombros y que no le sería propicio enfrentarla en aquel lugar. Draanek seguía el rastro del Gran Gusano del Norte, el animal que le había robado algo preciado que sólo el muchacho conocía, y que guardaba celosamente. Mas el Gusano había sido mandado por uno que vivía muy al Norte y a quien el animal obedecía al nombre de Señor, pues el Gusano era inteligente y en su malvada existencia sólo conocía un solo amo. Uno oscuro. Así fue que se demoró en el Bosque del Sur para hurtar el preciado tesoro de Draanek y dejarle la soledad y la incertidumbre a cambio, pues el amo deseaba a Draanek y le quería pronto entre sus redes. El pobre muchacho estaba cansado. A lo lejos se oía un rumor de aguas que caían hacia lo profundo. Las sombras eran largas, pero el bosque aún no era atemorizante del todo, aunque pronto llegaría la oscuridad. Drânek llevaba el día entero en busca del Gusano, por la mañana se había enfrentado a él en su hogar en el claro del Roble Solitario. Ahí el bicho emergió de las profundidades y se alzó magnífico y terrible ante la hierba verde que bordeaba la casona en el árbol de Draanek. Lucharon hasta que el sol subió y la gran estrella les miraba desde lo alto indiferente, mas con un leve dejo de odio hacia el repugnante animal que debía mantenerse bajo tierra y que ahora violaba su naturaleza. Pero cuando Draanek se descuidó, la cadena con la que luchaba se aflojó y su espada dio golpes vanos en el aire. Estaba cansado, el inmundo había llegado en ayuna, y no había probado bocado. Entonces el animal le embistió y su cuerpo fue a caer a un lado del claro, inerte, como muerto. En ese instante el terrible monstruo robó el tesoro de Drânek y por un segundo, en su inconsciencia, el muchacho creyó oír un grito de lamento y terror. Se despertó tarde cuando ya no había nada, y decidió emprender la travesía tras el animal que dejaba un rastro a propósito, pues ése era el deseo de su amo, atraer al muchacho a sus dominios. No llevó alimento, pues iba ciego de ira tras el animal. Draanek corría más rápido ahora por los hirsutos árboles del bosque del sur, el suelo era barro, había llovido hace poco en este lugar, pero en su casa hacia el oeste las nubes no llegarían sino hasta el atardecer. Sintió una vez más profundo el rumor de las aguas, entre las ramas y el oscuro boque. El cielo estaba moteado de nubes sueltas, y la gran estrella describía ya la última parte de su recorrido diario. El rastro del monstruo era un montículo continuo por donde pasaba, iba por entre la tierra y las raíces de viejos árboles. Era sinuoso a veces y desaparecía de pronto, pero volvía a aparecer luego de unos metros. Había árboles desraizados y caídos por el paso del inmundo. Y el bosque sabía que el animal había venido a contaminar el sur y su odio era mayor que el del sol. Draanek se sentía fatigado, pues su ira desaparecía al tiempo que su hambre se hacía cada vez más presente. Y en su interior una confusión se asomaba. ¿Habrá llegado al río la bestia? El rastro se dirigía hacia los acantilados. Según lo que Draanek sabía el gusano no podría nadar, o al menos no lo intentaría. Pero quizá se equivocaba, pues desde hace mucho tiempo que de aquellas tierras los asquerosos gusanos habían partido. Pronto el sonido del agua se hizo más fuerte y la frescura acariciaba los árboles que se inclinaban cerca del acantilado alto, donde había una roca no muy alta y el rastro desaparecía. Draanek llegó hasta aquel lugar y sus botas pisaron la verde hierba mojada sobre el risco, cuando llegó hasta el límite miró hacia lo profundo, hacia la cascada que bajaba por la derecha del río que venía del oeste. Aquí en el corazón del bosque, había una bifurcación y la vegetación caía junto a las grandes aguas que pasaban por allí, abajo había mucha espuma y el fondo no podía ser visto. El ruido era puro. Las nubes subían desde el abismo. Alrededor los lindes del bosque y la salvaje vegetación crecían límpidos gracias al eterno rocío que recibían de la cascada. Un aire húmedo invadía los pulmones. Proseguía luego una cañada muy abajo donde el pie del humano jamás había llegado. Draanek se arrodilló y no prestó mayor atención lo que le rodeaba, pudo ver que había un gran agujero abierto en el risco como una cueva por la cual corriera antaño agua, pero notaba que hace poco había sido hecho. Supuso que la bestia habría caído hacia el río y ahora estaría muerta allá abajo junto a su tesoro, contaminando el agua. Pero su respuesta llegó desde atrás, desde la roca a la cual no miró al salir del bosque. —El mal que persigues aún no ha encontrado su fin allá bajo el acantilado, dijo una voz dulce y clara que venía desde la roca. Draanek se volvió con mucha cautela, sabía que en estos lugares no había hombres, pues el campamento de los zíngaros se alzaba hacia el Oeste cerca de su hogar y ellos no se aventuraban muy lejos. Sabía que había un ermitaño al norte, pero nunca le había visto. A parte de eso este no era un lugar transitado y meditó mucho antes de volverse del todo y contemplar a la náyade. Era bella y su pelo resplandecía ante los últimos rayos de sol que le llegaban por entre la neblina. Sus ojos brillaban y llevaba una delgada tela de algo que parecía lino que la cubría hasta la cintura. El muchacho notó que su cuerpo era parte de la enredadera que cubría la roca. Su piel era clara. Estaba como sentada y tenía un vestido hecho de puras hojas como el manto real del Rey del bosque. Miraba a Drânek con una fría expresión de templanza e impasibilidad, no había rasgo de vejez en su rostro, aunque era vieja como el bosque y la Tierra. —El mal que persigo me robó algo muy preciado--dijo Draanek--he atravesado medio bosque tras él y cuando nace dentro de mí la esperanza del fin de la bestia usted aparece y sus noticias son malas, son nefastas. Mis fuerzas no conseguirán alcanzarlo ahora si ha caído en el río. Pero dígame mi Señora—pues guardaba muchísimo respeto ante los habitantes misteriosos del bosque— ¿le ha visto usted? ¿Acaso ha sentido el temblor que la bestia produce con su paso? La náyade miró hacia la cascada con ojos brillantes y tristes, su rostro volvió hacia los ojos de Drânek y su cabeza giró un poco mirándole. —El mal atravesó por cierto estas tierras, y rompió el acantilado en un agujero que no se cerrará dentro de muchos años. Yo y mi gente percibimos el rumor que venía desde el Occidente hace ya muchas horas cuando el sol recién bajaba, y las ondinas de la cascada escaparon y los tritones quisieron demorarle, pero sus intentos fueron en vano. La bestia se arrastró por el borde del acantilado, y su baba quemó el verdor del risco. Cayó pesado contaminando todo a su paso y se fue pululando horrorosamente por las piedras hasta que internándose en el bosque se hundió de nuevo en la tierra y siguió hacia el Norte. Nunca vimos horros semejante llegar hasta el corazón del bosque, y nuestro Rey estaba muy molesto. Draanek recibió silencioso y muy triste las noticias, quizá el Inmundo ya llevaba muchos kilómetros hacia el norte y no le alcanzaría ahora. Quiso llorar y gritar de rabia pero su hambre no le dejaba pensar claramente. En su interior había impotencia y confusión. — ¿Qué haré ahora? La bestia corre lejos bajo tierra a muchos kilómetros de aquí, ya no puedo seguirla—meditó Draanek—inútil sería intentar bajar por el acantilado, no lo conseguiría. En este instante un trueno atravesó el corazón del bosque, un rugido muy fuerte se escuchó, y la lluvia comenzó a caer con brío. Por suerte Draanek llevaba una capa de viaje que resistía la lluvia. Sin embargo, aunque pudiese protegerlo de la lluvia que caía, no encontraría refugio fácilmente en la oscuridad del bosque, y estaba muy lejos de su hogar en el claro del Roble Solitario. Por un momento se quedó así de pie bajo la lluvia, viendo poco a poco la crecida de las cataratas del río. El sol iluminó una última vez y luego se escondió tras los montes del oriente. Draanek seguía de pie ante el acantilado, se sentía mareado y sin fuerzas.
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