El edificio
Publicado en Mar 14, 2013
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Transcurrida una semana y dos días desde el primer incidente de canibalismo, las calles se convirtieron en lugares de llantos, gritos, desesperación y desorden. Todos corrían de un lugar a otro, buscando un buen lugar donde ocultarse. Muchos morían hoy y al día siguiente, estaban de pie, persiguiendo a los vivos que gritaban de agonía, sin entender por qué estaba pasando eso.
Los religiosos devotos, aprovecharon la situación para recordarles a todos que el infierno existe y que el apocalipsis había llegado. Aunque ellos estaban a salvo, tenían a Dios en su corazón, se sentían completamente preparados y por ello dejaban que los zombis se les acercasen, lanzaban a sus hijos inocentes a las manos caníbales de los demonios, confiando en que llegarían al Paraíso con Dios y su hijo.
 
Félix, estaba cansado de mirar las noticias, siempre decían lo mismo. –No salgan de sus casas – Desde el pasillo escuchaba los ruidos de personas corriendo, gritando y pidiendo auxilio. En el momento que se disponía a abrir la puerta para ayudar. Los gritos cesaban y el pasillo volvía a su silencio habitual.
 Los dos tenían las esperanzas de que llegara alguien que los ayudaría a salir de ese edificio de setenta pisos. Mientras bloquearon la única salida y entrada que tenía su departamento. Durante varios días, el hombre no cerró ni un ojo escuchando los sonidos que venían de fuera, dudando si la puerta resistiría. Tenía miedo que al abrir los ojos, un zombi estuviese frente a él, esperando a que despertase, para verle gritar y sufrir, mientras masticaba su carne, con la cara desfigurada y el cuerpo podrido. Las películas de zombi que  veía con Gabriel, le venían a la mente;  buscando una idea realista que pudiese funcionar en esos momentos... En la realidad.
Volviendo a caer la noche, Gabriel apagó el videojuego  y colocó las noticias.  Al parecer fue la última trasmisión de las ocho de la noche, los dos escucharon atentos y se enteraron de que la guardia nacional, por órdenes del presidente Hurtado estaban reuniendo a los sobrevivientes en camiones convoy para llevarlos sanos y salvos a refugios libres de contaminación y de zombis.
 Félix se decidió llegar hasta una de las rutas nombradas por la periodista. Tomó el bate de béisbol que adornaba en la pared de la habitación de  Gabriel, y le dijo que se preparara. Éste se calzó una mochila deportiva sobre la espalda; llena de comida enlatada y agua embotellada. Acto seguido, los dos se plantaron de frente a la puerta y luego con mucho cuidado Félix quitó la mesa del comedor y las sillas que estaban como obstáculos.
Félix abrió la puerta con tanta delicadeza que parecía no moverse de su sitio. Asomó la mirada y se encontró con un pasillo oscuro y frió, por suerte no escuchó siquiera un suspiro. Sosteniendo el bate con las dos manos y de frente al rostro, los dos caminaron deslizándose contra la pared. Félix pensó en el ascensor, pero luego lo descarto, puede llamar la atención, dijo en su mente. Por otra parte, bajar por las escaleras desde el piso cincuenta y ocho con aquel sigilo, les tomaría toda la noche recorrerlas. Además de vérselas con la posibilidad de encontrarse con los zombis en el camino. Mientras avanzaba, sentía que el corazón se le saldría por la boca; estaba completamente seguro, que cualquier ruido en ese momento, haría que le diera un infarto. – ¿Qué hago aquí? – Se preguntó disminuyendo el paso. La esperanza de ser rescatado jugó con su mente y con sus sentidos, en ese momento se preguntó, de que le serviría el bate, sin tener una buena visión.
Recordó en la televisión de como a varios desdichados los seguían entre quince y veinte, sin darle la oportunidad siquiera de lanzar un golpe de defensa. Entró en razón y supo que salir del departamento en la noche, había sido una pésima idea. Además de haber puesto en peligro la vida de él mismo y la de su hijo. Entendiendo el peligro en que estaba metido. Se detuvo y volvió la mirada hacia atrás, donde escasamente podía ver los rasgos del rostro joven de Gabriel. Todo estaba oscurecido y de algún lugar, impregnaba un olor fétido que se mezclaba con el olor de la sangre. Una ventana estaba medio abierta y de ella, se escuchaba un sonido como si un hombre estuviese jadeando constantemente, era la brisa que venía con fuerza y entraba chocando contra la abertura.
No sabía que tan lejos se encontraba de la puerta de su departamento, pero tenía unas ganas inmensas de volver y esperar la claridad del día. En ese instante, los dos escucharon una pisada y algo arrastrándose en el suelo. Los sonidos eran cada vez más constantes y se hacían más claros. Félix colocó a Gabriel detrás de él y contra la pared, sujetó el bate con mucha fuerza y no pudo evitar temblar. La respiración se le aceleró y el corazón parecía un tambor anunciando la llegada de algún emperador chino a su palacio. Sintió como las manos de Gabriel presionaban con mucha fuerza sobre sus hombros. Por un momento pensó que su hijo lo halaba a alguna parte y  se resistió como si fuese  una estatua de mármol de veinte mil kilos. Luego de varios intentos de forcejeo, Félix reaccionó y delicadamente se dejó llevar. 
Llegaron al espacio donde estaba la ventana medio abierta y cubierta por una tela desgarrada y gastada. Se agacharon y recostaron de la pared. Intentaron controlar la respiración. Resulto hasta que el zombi de quien se ocultaban, estaba parado de frente a la ventana, con la luz de la luna iluminando su silueta. Los dos observaron horrorizados la piel asquerosa por donde se asomaba los huesos, tendones y la carne podrida. De su boca babeaba un líquido espeso y negro. La pierna izquierda estaba rota y los dedos de los pies miraban hacia atrás de su espalda, el hueso de la rodilla se asomaba por la piel y el pantalón. Era lento y torpe debido a su pierna. El horrible personaje, deambulaba por el pasillo cincuenta y ocho. Tal vez atrapado como los otros dos que se ocultan de él. Pero en su caso no sabía cómo salir. 
Mientras la espantosa figura, se tomaba su tiempo para avanzar, a Félix se le hacía ese momento interminable, se le durmieron las piernas y de repente le dieron ganas de orinar. Su mente le mostraba imágenes ficticias, saltar con un grito de guerra sobre ese cuerpo andante, tumbarlo y correr junto con Gabriel de vuelta al departamento. Respiró profundamente, empezó con la cuenta regresiva de tres para poner en acción su plan, entonces un ruido inesperado venido más adelante del pasillo, hizo que se detuviese,  observó como el zombi de la pierna fracturada, aceleró el paso hacia adelante. Por un momento, parecía que estaba actuando, haciéndose pasar por el zombi invalido. Fue a paso rápido hasta una mesita y pisó el jarrón recién caído. No sabía qué era lo que causo el ruido, pero ya no importaba porque no estaba lo que en realidad quería. Entonces, se giró y olió la carne.
 
Félix y Gabriel, se levantaron y en cuanto decidieron volver, escucharon una pisada y una pierna arrastrarse a gran velocidad hacia ellos. Volvieron la mirada hacia atrás. La luz que alumbraba un pequeño espacio del pasillo, dio visión al zombi  que se acercaba con los ojos clavados hacia el frente. Gabriel quedó pasmado por la mirada del zombi. Éste se apartó de la luz y junto a un chillido agudo se lanzó contra el chico.
Sin poder alcanzar la carne, por la cual sentía un hambre insoportable, recibió uno, dos, tres… seis golpes devastadores en la cabeza, provenientes de un bate de madera gruesa y pesada. Sus sesos podridos se derritieron como gelatina fuera del  refrigerador  y el líquido viscoso, negro y rojo, bañó a su atacante y a su alrededor.
 
–¿Sigue vivo? –Preguntó Gabriel conmocionado.
– No lo sé –Contestó Félix sin ver exactamente lo que acaba de hacer.
 
Entraron al departamento y volvieron a tapar la entrada. Gabriel se lanzó al suelo contra el sofá, odiando no poder controlar su cuerpo, temblaba y respiraba desesperado, además de sentir una  extraña sensación en el estómago. Félix corrió hasta el baño de su habitación, se miró al espejo. Por un momento no reconoció al hombre que se reflejaba en el. Un rocío de sangre le tapaba el rostro desde la frente hasta el cuello, se enjuago con el agua del lavamanos, las gotas se corrían como lágrimas rojas, se secó con la toalla y  se quitó la camisa, decidió calmarse y no hacerle caso a su estómago. Se bajó la cremallera del pantalón, apunto al inodoro, orinó y luego sin querer, vomitó.   
 
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Foto del autor La Cradora De
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Descripción

Es una pequea parte del cuento que llev preparando ya por ao y medio. Espero les guste.

Palabras Clave: zombie edificio padre.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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