Verdelejos
Publicado en Mar 16, 2013
Verdelejos Luis Alberto Nella El mejor camino es como tomar un buen vino, con la sola e ineludible condición de sembrar y cosechar tus propias uvas. Para Julio, el ángel inspirador. Prólogo El padre Héctor, apresuró su paso bajo la lluvia para llegar hasta la oficina parroquial, cruzando el patio de la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes de la ciudad de La Plata.. Apenas llegó a la oficina, sacudió las gotas que corrían por sus cabellos platinados y escurrió la parte baja de su sotana empapada debajo de su piloto, pero con su apuro no perdió tiempo en cambiarse de atuendo; solo se quitó el piloto. Hernán, su joven asistente, lo ayudó a quitarse el abrigo mientras lo saludaba y le ofreció llevarle una taza de té a lo que Héctor aceptó mientras subía las escaleras hacia su despacho y le impartía la orden de que no fuera molestado a no ser que se tratara de una emergencia. A Hernán le llamó la atención la prisa del párroco pero no se atrevió a detenerlo para preguntarle. Ya en su oficina se dirigió a una pequeña mesita donde había una botella de ron; se sirvió hasta la mitad de un vaso de boca ancha y tomó largo sorbo. Mientras el alcohol quemaba su garganta, dirigió su mirada hacia la pared donde colgaba un hermoso cuadro de la Última Cena. Despaciosamente dejó el vaso sobre la mesita y apretó su puño mientras deliberaba consigo mismo sin dejar de mirar el cuadro. Suspiró dándose aliento y caminó hasta ponerse frente a la pintura; luego de unos instantes, lo corrió hacia un costado y arriba poniendo en descubierto la pequeña caja fuerte; la abrió y extrajo un cuaderno pequeño pero groso, con tapas verdes de cuero. Volvió hasta la mesita y recogió el vaso con ron, luego se sentó con el libro a su escritorio y encendió la lámpara ya que la luz del día era muy escasa por el tiempo lluvioso. Mantuvo su mirada clavada en aquel librito mientras jugaba con sus pulgares nerviosamente. Luego de meditar durante un lapso, se colocó sus anteojos de lectura y abrió el pequeño cuaderno. Antes de comenzar a leer su contenido, recordó que se lo había dado hace unos días atrás una persona que siempre le despertó admiración y curiosidad. Tampoco olvidó cuando luego de darle el libro, esa persona rodeó sus manos a las suyas y sintió una paz interior tan profunda como no había conocido jamás, transmitida por manos cálidas y fuertes, era una paz a su vez tan perturbadora que despertó una curiosa inquietud en Héctor. Y esa sonrisa, tan amplia, tan misteriosa, dejando un rastro en la memoria, para nunca olvidarla. No dejó de pensar, cuando salió del recinto, diciendo sus últimas palabras antes de irse. “Padre Héctor, en verdad lo extrañaré,... pero no será por mucho tiempo,... nos vemos”. Héctor abrió la primera página de aquel librito que le daría una visón que no había imaginado en su existencia. Se acomodó y se dejó llevar por un camino escrito, fascinador, de una parte de la vida de alguien.. Tal vez, una parte de la vida de todos. Capítulo I Leonardo conducía su camioneta roja, recorriendo la entrada a las primeras elevaciones de la precordillera andina en un atardecer esplendoroso, poniendo un tinte rojizo a las elevaciones de la tierra y haciendo caer las primeras sombras en los pequeños lagos. Una suave música en el reproductor de CD, acompañaba el escenario y él consumía el enésimo cigarrillo. Mientras, miraba el paisaje y escudriñaba el mapa de ruta, apoyada en el asiento del acompañante. Aún le quedaba unas tres horas para llegar a San Martín de los Andes; pensó entonces que era un buen momento para detenerse un poco a orilla del camino. Así lo hizo y descendió del vehículo caminando lentamente hacia el borde de una colina para observar la belleza del lago. Sacó un cigarrillo más, lo encendió y le dio una buena aspirada, tratando de disfrutarlo con aquella magnífica vista. Sintió la brisa fresca en su cara y como remolinaba en su pelo. Escuchó el profundo silencio solo interrumpido por el revoloteo de las aves y el soplido del viento en sus oídos. Se sintió feliz por estar allí. Extrajo de su mochila la cámara fotográfica para hacer unas tomas del lugar. Se acomodaba en busca de buenos ángulos caminando hacia atrás y hacía la vera del camino. Un susto grande se llevó cuando un soplo violento lo golpeó en la espalda. Un camión con trailer a gran velocidad había pasado y lo hizo tambalear. Se quedó observando como se alejaba el mastodonte con ruedas, suspiró primero aliviado y luego le dedicó una andanada de insultos al desconocido camionero. Retornó a sus tomas. Luego de varios minutos en el lugar, se dispuso a continuar su camino. Se apenó de tirar la colilla al suelo; era como manchar un bello cuadro. Optó por apagarlo en el cenicero de la camioneta. Puso el contacto y falló varias veces; Leonardo se preocupó, pero solo fue un susto, el motor arrancó. Pensó en dejar el vehículo en un taller mecánico ni bien llegara a San Martín de los Andes, pues había tironeado varias veces durante el viaje. Al doblar una curva, vio al primer vehículo luego de mucho tiempo de camino solitario, una camión con acoplado de gran porte que quién sabe que llevaba; lo sorprendió un poco, porque no había escuchado el motor, solo hasta que lo tuvo al lado. Supo que se había confiado demasiado mirando el mapa y no prestando atención al camino. “¿Es que los camiones no hacen ruido por acá?”, se dijo a si mismo. Plegó el mapa y lo guardó en la guantera. Dejó que el camino lo guiara; confió en eso. Luego de varios kilómetros, la camioneta comenzó a carraspear de nuevo. Leonardo no sabía que podría ser y pasó lo inevitablemente esperado, se detuvo el motor. Intentó ponerlo en marcha varias veces pero sonaba como si no llegara corriente. La aguja del alternador ni se movía ni respondía nada. No hubo caso, se bajó de la camioneta, abrió la capota y miró sin saber que debía mirar, pues no sabía nada de mecánica. Tocó algunos cables, dio algunos golpecitos y nada, volvió a darle marcha y nada; así durante un rato hasta que desistió. Sacó su celular del gabán, trató de marcar y no había tono, miró el aparatito y se dio cuenta que no tenía batería. Maldijo, se acordó de toda la familia de alguien imaginario; se había olvidado el cargador de batería en su casa. Pensó en la mala pata, faltando tan poco y la porquería ésta, no llegó a destino. Se bajó, y empujó la camioneta a la banquina, allí esperaría; con suerte alguien pasaría a ayudarlo. Se quedó dormido acurrucado dentro de la camioneta ya entrada la noche La calefacción no funcionaba, pero pronto su suerte cambiaría. Leo, se sobresaltó al oír que alguien golpeaba su ventanilla; trató de enfocar la vista en quién se trataba pero la luz de una linterna lastimó sus ojos. El individuo pidió disculpas y retiró la luz de su rostro. -¿Necesita ayuda, compañero? - preguntó un hombre de gorra engrasada y bastante mal vestido. Leo contestó afirmativamente mientras abría la puerta. Acostumbró la visión y repasó la figura del hombre. Era algo pequeño, de unos sesenta años, de aspecto desaliñado, algo sucio pero le inspiraba confianza su rostro. Parecía feliz y su tono de voz pausada y dulce le daba mas tranquilidad. El hombre se dirigió a mirar el motor de la camioneta, lo examinó y luego dio un veredicto propio de alguien que entendía lo que veía -Parece que el burro de arranque no quiere más Lola... El hombre no dejaba de sonreír, algo que a la hora de la noticia, dejó de gustarle a Leo. -Tiene suerte, caballero, soy mecánico y además tengo a mi grúa. Así que, lo remolcaré hasta el pueblo. ¿Qué le parece? . - Claro, desde luego ¿qué otra cosa se podría hacer?- se resignó Leonardo. Luego de enganchar el vehículo a la grúa, se pusieron en camino. -¿Cuánto tiempo le demandará arreglarlo? - le preguntó Leo. -Ni bien comience la mañana, veremos si conseguimos los repuestos necesarios. Leo se sintió molesto de saber que no pasaría la noche en la cabaña de San Martín de los Andes y más aún que el celular estuviera descargado. El hombre se percató de su malhumor sin perder el suyo. -Me presento, mi nombre es Carlos, para lo que guste y mande- dijo el mecánico. -Discúlpeme, con todo esto, no me presenté debidamente, me llamo Leonardo Brecci. -Encantado, señor. Y seré curioso, ¿hacía dónde se dirigía?. -A San Martín de los Andes, debería estar llegando a estas horas. -¡Ah!... Bonito lugar, muy lindo. Y seré más curioso todavía, ¿De placer o negocios? Leo ensayó una pequeña sonrisa y le contestó. -Mas o menos de placer, si se puede decir. Para reflexionar, pensar un poco y disfrutar. Suelo venir a menudo por estos lados. -Si señor, usted sabe elegir el sitio, nada mejor que el sur para las almas que encuentran su camino. Leo se asombró del hablar de aquel hombre que no cesaba de sonreír, eso lo hizo sentir bien. -¿Y a qué pueblo vamos?- le preguntó al mecánico. -Verdelejos - le respondió -¿Verdelejos?. No sabía que había un poblado que se llamara así y eso que he pasado varias veces por aquí. -Es porque no está sobre la ruta, está muy adentro, como a unos 20 kilómetros, ya verá, es un sitio muy hermoso, estamos muy contentos de vivir allí. -Aja... No figura en el mapa, no lo he visto. -¿Cuál mapa?- preguntó el mecánico. -El que quedó en mi camioneta. El mecánico se rió y le dijo. -Y si ha pasado tantas veces por aquí, ¿para qué necesitaría un mapa?. Leo se dio cuenta lo que el mecánico le decía, se sonrojó y no le quedó otra que acompañarlo en la risa. -Sí, tiene razón, debe ser la costumbre. Es más, por estar mirando el mapa, casi me trago un camión que venía en sentido contrario. -¡Uuhhh!. Debe tener cuidado, es engañosa la ruta mucho tiempo sin que pase nadie y de golpe, ¡pum! Aparecen de la nada. -Sí, es cierto; como ahora, desde que partimos, no vimos ni un auto o camión que pasara. Leo hurgó buscando algo en su gabán y luego en los bolsillos internos y de los pantalones. -¿Perdió algo señor Leonardo?- le preguntó el mecánico. -Sí.. Mis cigarrillos -Se les habrá acabado. -No, no... estaba a la mitad el atado; los habré dejado en la camioneta... ¿Usted fuma Don Carlos? Nooooo!, que va, jajajajaja, en estos lugares no hace falta, aquí la gente no fuma, disfruta. Debería hacer lo mismo, si me permite decírselo, señor Leonardo. -Llámeme Leonardo, no más. Señor me hace sentir muy mayor. El mecánico largó una pequeña carcajada y asintió con la cabeza De pronto, apareció las luces del pequeño pueblo de Verdelejos, Leonardo comenzó a estudiar el panorama y se percató de lo pintoresco que era. Se sorprendió de la cantidad de gente que caminaba por sus veredas. Las tiendas abiertas y muy luminosas, parecía que el pueblo estuviera de fiesta, pues las calles eran cruzadas por guirnaldas luminosas a lo alto de los postes y carteles. Notó a los transeúntes muy sonrientes, despreocupados, propio de estos sitios del sur argentino. Hicieron unas cuadras y llegaron al taller de Carlos. Descendieron de la grúa y el mecánico le indicó donde podría encontrar un hotel y un sitio agradable para comer algo caliente y refrescar la garganta. Antes, Leo buscó sus pertenencias en la camioneta, una mochila y el mapa en la guantera, pero no encontró el atado de cigarrillos ni el mapa; supuso que lo había perdido. Saludó a Carlos y se dirigió a un bar cerca cruzando la calle. Mientras lo hacía, se cruzaba con varios lugareños que lo saludaban muy cordialmente, tanto, que Leo se sintió reconfortado. Los saludos hacia él siguieron cuando ingresó al bar, se dirigió hacia la barra y una moza muy atractiva lo recibió como si se tratara de una celebridad. Leonardo devolvió el saludo amable y le pidió que le sirvieran un plato de sopa, un poco de papas con arroz y un vaso de vino tinto. La moza le sugirió que tomara asiento en una de las mesas que quedaban vacía y ella le alcanzaría la orden. Leo agradeció y se dirigió a una mesa sin antes volverse sobre sus pasos y preguntarle a la moza si tenía cigarrillos; ella le contestó negativamente con una amplia y seductora sonrisa. Leo se lamentó. Se sentó a una mesa cerca del ventanal que daba a la calle, miraba a través de él y otro poco al bullicioso interior de aquel bar. Observaba como todos sostenían conversaciones amenas; recorrió cada rostro del lugar hasta que sus ojos se clavaron en otros que lo miraban a él. Un hombre de piel negra, extraño en esos lugares. Con sus gafas para leer por debajo de sus ojos. Supuso que tendría unos sesenta y picos o setenta, pero de notable semblante, robusto, le adivinaba una fisonomía de trabajador de campo; se encontraba sentado enfrente de la mesa de Leo. El hombre le sonrió sin dejar de mirarlo y lo saludó. Leo respondió el saludo con timidez. -Parece que ha venido de lejos- le dijo aquel hombre. -Sí. Desde La Plata. -Que bien. ¿De paseo? -Algo así- le contestó Leo, un poco más distendido y sonriéndole -¿Y cómo es algo así?- inquirió muy delicadamente el hombre Sin embargo, Leo se sintió perturbado a lo que aquel hombre notó de inmediato -Discúlpeme, no quise ser entrometido- le dijo para tranquilizarlo. -No, esta bien, no se preocupe, debí ser más específico. -Entiendo, no se aflija, mi amigo, es que por este sitio no suelen venir personas de afuera a no ser que sea por algún motivo insalvable. -Precisamente algo así pasó, estoy de paso, voy a San Martín de Los Andes. -Aja, me lo imaginé. En ese momento llegó la moza con el pedido, dejo todo sobre la mesa y le peguntó a Leo si necesitaba algo más y si estaba cómodo, Leo le dijo que sí y le agradeció la atención. -¡Pero Rita!, Servile el mejor vino que tenemos de la zona, debemos darle una buena impresión a nuestro huésped.- dijo con buena voz aquel hombre que ahora se erguía y mostraba que a pesar de los años se lo veía vigoroso. Rita, asintió sin dejar aquella espléndida sonrisa en su boca y partió rauda a cumplir el pedido. Leonardo se sintió obligado a un gesto e invitó a su interlocutor a sentarse a su mesa, Leo se paró y se presentó extendiéndole la mano, el hombre hizo lo mismo. -Mucho gusto, mi nombre es Ángel- le dijo con una sonrisa de dientes muy blancos y parejos y una mirada que no dejaba de escudriñar los ojos de Leonardo. Luego de una exquisita cena, vino de por medio, Ángel y Leonardo siguieron charlando distendidos e interesados uno del otro. Leonardo, aunque se sentía más tranquilo; aún lo invadía la curiosidad por aquel hombre bondadoso, de conversación interesante y de una voz muy segura .-Tal vez no sea tanta casualidad que se encuentre en nuestro pueblo- decía Ángel –Es un poblado muy tranquilo y bello, seguramente mas que San Martín de Los Andes, tal vez el destino quiso que pasara por aquí y se enamorara de este lugar. Leonardo sonrió y le contestó: -Deberé verlo por la mañana para decirle, pero lo creo difícil; hace años que voy a San Martín, ha sido mi lugar de toda la vida, lo digo sin menospreciar este sitio que debe ser bellísimo. Leo, miró a los ojos del hombre moreno y se atrevió a preguntarle algo. -Usted no es de aquí. ¿Verdad?. Ángel se rió y luego le respondió: -No, no lo soy. Si soy argentino, de Paraná, Entre Ríos. -¿Y cómo llegó hasta aquí?. -Mi madre era de Entre Ríos y mi padre de Norteamérica, de Filadelfia, él llegó aquí por su trabajo. Era ingeniero hidráulico y conoció a mi madre, se quedó y de ahí vengo.- volvió a ensayar una sonrisa tímida – Soy único hijo..., no fue tan malo después de todo, aquí no hay tanto racismo como habría en Estados Unidos. -Argentina es un país más amigable. -No sé, supongo que no hay tantos negros para odiar, se entretienen con los judíos, bolivianos, paraguayos y otros forasteros. -Pero no me ha contestado como llegó aquí, a Verdelejos. El hombre volvió a levantar la vista para mirarle a los ojos y le dijo -De la misma manera que vos. Leonardo, se le quedó mirando perturbado hasta que se animó a seguir indagándolo. -¿Se le rompió la camioneta? Ángel se rió y mientras recogía su vaso de vino para saborear otro trago. -No, no. El destino me trajo hasta aquí, nunca antes había visto una montaña y un lugar tan maravilloso como este. Los lugareños de Villa Trafúl, dicen que en ese sitio, Dios se detuvo a descansar mientras construía el Paraíso, y nosotros decimos que lo que construía era Verdelejos. Leo se sintió complacido por las palabras de aquel viejo. Le sonrió y le miró por unos instantes descubriendo unos ojos negros brillantes, mezcla de paz y cansancio. -Me agrada que la gente le guste donde reside, que ame su tierra. El viejo, notó un dejo de tristeza en lo que Leo decía. -¿Buscas echar raíces?. -Estoy en eso, creo que estoy a punto de lograrlo. -¿En San Martín de Los Andes?. -No..., en mi ciudad, en La Plata. -¿En La Plata?, humm, ¿Crees que en una ciudad podes encontrar lo que necesitas? -No lo sé aún, pero es el punto de partida. Ángel asintió con la cabeza en señal de entender lo que decía Leonardo. Leo dio un suspiro y con la mirada en la lejanía, mirando vaya saber que. -Puedo decir que al fin pude acomodar mis cosas, falta un poco, pero ya tengo todo cocinadito- comentó sonriendo –Además, encontré lo que he buscado toda mi vida. El viejo estaba casi seguro a lo que se refería pero quería escuchárselo decir. Leonardo llevó la vista a los ojos del viejo. -Encontré a la mujer mas linda del mundo, la más buena y la mejor compañera que en toda mi vida soñé. Luego de tanto andar, sabía que la encontraría. Se llama Pierina. Es una belleza mujer. -Eso es bueno, muy bueno- afirmó Ángel -Por eso es que voy a San Martín -¿Y cómo encaja San Martín, si es que puedo saberlo? -Ha sido mi refugio desde hace muchos años, donde aprendí muchas cosas y me ayudó a salir adelante. Ángel se le quedó mirando hasta que se animó a preguntarle. -¿Por qué no te quedaste en San Martín? -Hum.. No lo sé. Tal vez debía regresar. -¿Cuándo fue la primera vez que viniste por aquí?. Luego de una pausa, Leonardo respondió -Al poco tiempo que terminó la guerra. Unos amigos me prestaron una cabaña en Quila Quina, cerca de San Martín, para poder descansar y distraerme un poco. Era por un par de semanas y..... me quedé un par de años. -Aja..., entiendo Leonardo, lamento que hayas pasado por eso de la guerra. Leo no sabía por qué le contaba estas cosas tan suyas a un extraño, por mas que le caía bien y se sentía cómodo. -No se preocupe. Ángel, fue hace tiempo, ahora vengo a pasarla bien, me encanta este lugar del mundo. Luego de compartir un café e intercambiar otras trivialidades, Leo se excusó comentando que ya era hora de ir a descansar. Tomaría un cuarto en el hotel; pues a la mañana temprano quería ver si su camioneta estaba lista para seguir viaje. Se levantó y saludó a Ángel dándole las gracias por su compañía y esperaba verlo antes de partir. Le retribuyó el agradecimiento amablemente y se despidieron. El viejo se quedó mirando como Leo cruzaba la puerta del bar y luego la calle con dirección al hotel. Se pasó los dedos por sus labios pensativamente, luego sacó un puro del bolsillo de su camisa, lo encendió y le dio una fuerte aspirada para saborearlo. Regresó la vista a la calle. -Bienvenido a Verdelejos- dijo en voz baja. Capitulo II Leo se despertó sobresaltado, trató de ubicarse en donde estaba. Se sentó al borde de la cama y mientras ordenaba sus pensamientos y recuerdos de la noche anterior, se dio cuenta que había dormido con la ropa puesta, ni siquiera se había quitado sus botas. No le prestó demasiada atención a eso, sino a que no recordaba si realmente durmió; se sentía muy descansado y pleno, pero no estaba seguro de haber dormido, era una sensación muy confusa. De inmediato comprendió porque estaba ahí y se preocupó por ver como había quedado su camioneta. Así que se incorporó y se dirigió al baño a refrescar su rostro. Mientras lo hacía, un extraño sonido, algo familiar, hizo prestar su atención. Lentamente se dirigió a la ventana y abrió sus postigos. La luz del día no lastimó sus ojos a pesar del intenso sol que brillaba en la mañana. El paisaje era muy hermoso, se percató que no había frío, aunque las altas cumbres recibieron nieve durante la noche. Notó que no circulaban casi autos por las calles y que la gente caminaba por el pueblo muy distendida, eso le parecía muy similar en todos los pueblos del sur. Volvió a prestarle atención a ese sonido que llegaba a sus oídos como un tenue murmullo, trató de ubicarlo pero no podía saber de donde provenía. “¿Tal vez sea el viento en las laderas?”. Pero no era el sonido que él solía escuchar en esos sitios de montañas, de todas maneras le era muy familiar, trató de asociarlo y lo hacía con el sonido que hace el oleaje en el mar. Dejó de prestarle atención a aquel murmullo y se concentró en ir a buscar la camioneta. El viejo Carlos, estaba sentado a un lado del taller tomando mates y disfrutando de la mañana soleada. Su rostro cambió de la pasividad a la preocupación al ver que Leonardo cruzaba la calle con dirección a su taller. Se levantó de su silla y fue decidido a su encuentro. Luego de saludarlo de una manera algo turbada, Carlos le explicó que los repuestos no llegarían sino dentro de uno o dos días. Leonardo no podía creerlo, se molestó mucho, pero no quería tomárselas con el viejo que tan bien se había portado con él. Le preguntó al mecánico dónde podía encontrar un negocio que venda baterías para su celular. El viejo le contestó que no había tal negocio, pues no necesitaban celular allí. Leo lo miró extrañado y hacía que su enojo creciera, pero se contuvo de nuevo. Le preguntó entonces dónde se encontraba la terminal de ómnibus o algo que lo llevara a San Martín de los Andes y el viejo le respondió nuevamente que no había tales cosas allí. Leo no salía de su asombro, se preguntaba como hacía la gente para vivir allí sin medios de transportes. Sus pensamientos comenzaban a desordenarse y antes de que le gritara a aquel bondadoso mecánico, decidió cruzar la calle nuevamente e ir a la cafetería. Entró, se acercó al mostrador y le pidió a Rita que le sirviera una taza de café bien grande y negro. Se dirigió a una mesa cerca del ventanal, no podía ocultar su enfado, no se percató de los parroquianos que charlaban afable y alegremente; mucho menos, del viejo Ángel que lo observaba desde un rincón del salón. La introversión de Leo se alteró por la voz de aquel hombre parado al lado de su mesa. -Parece que no está todo bien... ¿Malas noticias?- le dijo Ángel. Leo lo miró y se sintió algo cohibido por dar ese aspecto de molestia, pero no quiso ser deshonesto con aquel hombre. -Si, así es, Don Ángel. No está lista mi camioneta y Don Carlos cree que va a tardar uno o dos días y no tengo manera de comunicarme ni de irme en algún transporte... Pero, por favor, siéntese, le invito una taza de café. Ángel aceptó con gusto; se sentó y miró al muchacho con compasión esperando alguna palabra de él. -¿Acaso tienen teléfono público o algo así?- le indagó Leo. -No, por las características del pueblo, hace tiempo que dejó de usarse. -Pero... ¿Cómo es posible?¿Cómo hacen para comunicarse entre ustedes y con el exterior?. -Internet- le contestó apaciblemente el hombre moreno. -¿Internet?. Vaya, hubiera dicho eso. Al menos podré mandarle un mensaje de correo a mi familia, a un amigo o... incluso a mi novia. -Si, es posible. Aquí, todos tenemos computadoras. Leo lo miró, tratando de ver o adivinar que es lo que hacía tan extraño ese pueblo bellísimo, tal vez, buscando una repuesta en el rostro del aquel hombre que le traía paz a su espíritu. -¿Dónde hay un lugar para mandar un correo electrónico? -Aquí mismo, dando la vuelta al mostrador, hay dos computadoras en las mesas del fondo Entonces, Leo se dirigió a una de ellas y se puso a escribir un mail a su novia Pierina. Luego de ello, Leonardo volvió a la mesa y siguió conversando un poco más tranquilo con el viejo. Hablaron mucho, de todo un poco y cada vez mas de la vida misma de Leonardo. El viejo se daba cuenta que le gustaba hablar de él, porque sabía que su vida fue dura y que ahora, las cosas le sonreían. Más que nada quería hablar de su amada, de lo que le costó llegar a ella, como si alguien hubiera encontrado el final del arco iris. La describía como quién hubiera visto a un ángel del cielo. El negro se regocijaba escuchándolo. -Veo que la amas mucho. ¿No llevas una foto de ella?. Enseguida Leo se apuró a sacar su billetera, sacó la foto de su novia que llevaba consigo y se la extendió a Ángel. El viejo moreno, observó detenidamente aquella foto, pudo ver en los claros ojos de la joven, la plenitud, el amor, la honestidad, en aquella sonrisa, una frescura y una bondad a la vida única, su rostro denostaba las ganas de vivir enamorada de alguien como al parecer era Leonardo. -Es muy hermosa, te felicito- le dijo Ángel. -Gracias, es usted muy considerado- Ángel quería preguntarle más, pero acerca de él. No sabía como abordar muy bien aquella cuestión, pero lo intentó. -¿Sabes?. Aún no sé por qué necesitas irte solo a San Martín de los Andes y no viniste con ella. Pero no quiero ser entrometido, por cierto. -Es que solo necesitaba venir, como le dije antes, es mi refugio y me ayuda a pensar mucho, además es como el lugar que guardo mis alegrías y mis tristezas. Esta vez será una alegría y un montón de basura que tiro de vez en cuando, jajajaja,- se sonrió Leo. -¿Cómo que basura tiras? Leo se quedó reflexionando un instante como buscando las palabras para responderle, acomodando los pensamientos, viendo si realmente tenía algo para tirar allá. -No sé, realmente. Le diría que es como cuando uno tiene la casa desordenada y busca un tiempo tranquilo para volver a ordenarla, tan solo eso. -Muy poca gente hace eso lo que vos; y siempre son por cosas grandes, cosas que dolieron y mucho. ¿Creés que lo tenés resuelto? Leonardo lo miró a los ojos un tanto sorprendido, tratando de averiguar dónde quería llegar el viejo. -¿Qué tan grande puede ser eso que dice?- le indagó a Ángel. -Hum... Tal vez algo que te haya lastimado, no sé, me hablaste de la guerra anoche... -No tiene que ver eso, ¿por qué lo dice?- le interrumpió abruptamente Leo. -Lo siento, no quise ser tan metido en tus cosas- se disculpó el viejo Leonardo reflexionó un instante y luego dijo: -No, no, no lo fue, solo que... no sabía a que se refería, no se sienta molesto porque yo no lo estoy.- y le dio una sonrisa como para restablecer la confianza. Luego se le ocurrió preguntarle por algo que le llamaba la atención. -¿Sabe?. Esta mañana sentía un murmullo que venia, creo que detrás de las montañas, como si fuera el arrullo del mar, ¿qué hay allí?. .-Ah!, Una cascada, un salto muy alto, es un sitio muy agradable. Le llamamos el Salto de los Niños. -Vaya, debe ser muy alto, pues se escucha clarito como si fuera el mar, debe de ser estruendoso la caída. Nunca supe de tal salto por estos lugares. ¿Y cómo se llega hasta allí?. -Por la ladera norte, como a dos y medio de kilómetros de aquí. Leo bajó la vista a su taza de café mientras el viejo lo miraba con una mezcla de ternura y caridad, como leyéndole la mente y el corazón. Vio como Leo llevaba su mano al interior de su gabán buscando algo hasta que le preguntó algo al viejo. -¿Venden aquí cigarrillos? -No- le contestó con una firme delicadeza. -Uff!!!. Es cierto, me olvidé. Perdóneme, pero este si que es un pueblo bastante extraño, sin teléfonos, sin cigarrillos, ¿es que no hay vicios aquí?- preguntaba Leo sonriendo. -Para los que nos gusta, fumamos buenos habanos, cigarros caseros de buena hoja y bebemos a gusto, con medida, je je je je. Ángel, extrajo del bolsillo de su camisa un cigarro fino de muy buen aspecto. Lo encendió y el aroma los rodeó agradablemente. Se lo ofreció a Leo. Él lo tomó, lo estudió un rato y se lo llevó a la boca. -Mmm, rico- expresó Leo- es muy bueno, ¿de dónde es?. -De aquí. -¿Aquí tiene tabaco?. ¿En una zona fría?. -¿Tenés frío? Leo se le quedó mirando sin comprender muy bien la pregunta -No, ahora no, pero es una zona fría. El tabaco, es de zonas más cálidas. -Pues, te sorprendería las cosas que nacen por estos sitios.- le contestó Ángel mientras se incorporaba y colocaba la gorra en su cabeza. -Bien, tengo cosas que hacer así que no te demoro mas, espero vernos y que todo salga bien. Le dio la mano muy cordialmente a Leo y se marchó. Él, acompañó con la mirada al viejo que se iba. Entonces, en el fondo del bar, vio a otro hombre en una mesa, sin tocar su café humeante, con las dos manos sobre los costados de su cabeza, con la mirada perdida, con su rostro compungido. Leonardo se levantó y amago sacar la billetera para abonar, pero Rita le dijo que la casa invitaba; Leo agradeció tanta generosidad. Caminó a la salida, pero no pudo dejar de fijarse en aquel hombre preocupado en la mesa del fondo, no supo que hacer, solo atinó a dirigirse hacia él. Se quedó parado delante de aquel hombre y al rato le preguntó si necesitaba algo; el hombre alzó la vista, parecía que había llorado y solo le salieron unas palabras con algo de dificultad. -No debía estar aquí... Leo lo miró sin saber que significaba ello pero se animó a preguntarle algo más. -¿Por qué?, ¿Acaso también se le descompuso el vehículo o algo así? -No- contestó tajante el hombre –solo que no debía llegar aquí aún- -Discúlpeme, pero en verdad no le entiendo, quisiera hacer algo para ayudarle..., no sé Rita les interrumpió abruptamente y se dirigió al hombre compungido. -Disculpen. Señor, en la PC se está anunciando el mensaje que esperaba, puede ir a leerlo. Aquel hombre le dio las gracias apresuradamente y salió casi despedido de la mesa hacia la computadora que estaba en el salón del bar. Leo, no sabía que pasaba. La chica lo miró y le dedicó una dulce sonrisa; se dio media vuelta y prosiguió con sus tareas. Salió del bar y caminó por el pueblo, preguntándose como es que jamás supo de un sito tan bonito como este. Veía a la gente totalmente distendida, los niños jugando entre ellos. Se alegró ver que parecía no afectarles la crisis que atravesaba la Argentina en el aspecto socioeconómico. Luego de varias cuadras, sintió nuevamente el murmullo de aquello que le recordaba el mar. Volvió a pensar que tipo de cascada sería para que se oyera tan claro. Sintió curiosidad, sabia de que estaba a mas de dos kilómetros de donde se encontraba, pero estaba acostumbrado a las largas caminatas y más en esos sitios donde la naturaleza lo acompañaba a uno. Sería agradable, pensó y puso rumbo a la ladera norte de la montaña que encuadraba al paisaje de Verdelejos. Aún caminaba por las calles del pueblo que se nutría de más gente en ellas. Le agradaba mucho ver como disfrutaba los habitantes de todo lo que hacían; vio en la vereda de enfrente a u grupo de hombres de bastante edad que miraban como otro estaba en lo alto de una escalera arreglando un letrero. Leo se detuvo al ver que la escalera se tambaleaba y luego de un vaivén anunciado se produjo lo que él temía; el hombre en lo alto de la escalera se vino abruptamente al piso cayendo violentamente de espalda. Leo se tomó la cabeza y atinó a cruzar para auxiliarlo pero lo detuvo las carcajadas que lanzaron el resto de los señores que rodeaban al infortunado. Leo se molestó por la falta de solidaridad de esas personas pero mayor fue su sorpresa cuando notó que el que estaba en el piso comenzó a reírse a destajo y luego se incorporaba como si nada le hubiera ocurrido. Lo palmeaban y bromeaban entre ellos. Leonardo no entendía bien lo que sucedía pero decidió no prestarle más atención y seguir. Caminó mucho, luego comenzó la ascensión de la ladera. Al pasar un par de horas de escalar, llegó a un lugar que había una especie de mirador. Sabía que no estaba lejos, pues sentía con mas fuerza el rugido de la cascada. Al fin llegó; se sentía de maravilla, no sentía cansancio por la escalada. “Debe ser el aire”, pensó. Pero dejó de darle importancia ante lo que comenzó a ver; una maravillosa y altísima caída de agua desde los deshielos de los picos más altos. El agua caía con la cadencia de un bailarín clásico, su colorida transparencia esmeralda parecía acompañar el compás dulce del sonido torrentoso. Trató de calcular esa caída; tal vez media unos 400 o 500 metros. Se precipitaba en una pequeña laguna esmerilada de espumante belleza donde advirtió que varios niños jugaban dentro entre risas y gritos festivos. Observó que otros niños se acercaban a la pequeña olla de agua para sumarse al juego. A él le agradó eso, pero se preguntaba como los padres dejaban a esos niños estar en una laguna que estaría casi congelada. Estaban apenas con mallitas y el resto desnudo. “¿La gente de aquí no siente el frío o que les pasa?” pensó Leo. Pero algo comenzó a llamarle la atención. Más aún; algo que no encajaba o que rompía la simplicidad de la escena, o lo que era aún más extraño, rompía con toda regla de la física y la lógica humana. Uno de los pequeños que jugaba, salió del lago, dio unos saltitos elevando sus brazos al cielo, con una alegría contagiosa. Comenzó a elevarse del suelo, cada vez más; ya no era un simple brinco. Estaba volando o por lo menos flotando, eso creyó al principio Leo. No batía sus brazos como un ave, solo flotaba y se elevaba, dando piruetas en el aire, como un acto circense, sin que nada lo elevara, solo su voluntad, riéndose, cada vez mas alto, y más... y más. Ya estaba a la altura de los ojos de Leo que calculaba unos 200 metros hasta el suelo desde donde estaba. El niño pasó cerca de él, dando vueltas y volando cada vez más rápido. Leo lo acompañaba con la vista sin saber si era cierto lo que veía, comenzó hasta sentir una sensación de terror en su interior, sin poder comprender nada. Pero no fue lo que terminó hacerlo creer estar loco; pues siguió con la mirada el vuelo del pequeño hasta que su cuerpito se fundió en el brillo del sol. Leo fue adaptando su visión al reflejo y comenzó a visualizar algo que no debía estar ahí. -¡¡¡¡Por Dios!!!!, ¿Qué?... ¿qué? ...¿qué pasa aquí?. Leo comenzó a sentir que perdía el aliento. Retrocedió para abarcar el panorama lo mejor posible para cerciorarse de lo que estaba viendo. Un Océano profundo de un color esmeralda perfecto en su orilla y un azul profundo que se adentraba, cuyos oleajes besaban tiernamente la arena blanca de sus extensas playas. -¿Qué pasó con el resto de Los Andes?. Se supone que aún queda territorio argentino para el este. ¿Y dónde quedó Chile?, ¡No puede ser el océano Pacífico!- pensó en voz alta, entre el asombro, retrocediendo mas aún, llevándose las manos a la cabeza, tratando de ordenar su mente, su ubicación en tiempo y espacio. Pisó mal una piedra suelta, perdió el equilibrio y cayó de espalda sobre el borde de una pendiente. Rodó unos metros y casi en la orilla del precipicio se tomó de una raíz, trató de usarla para retomar suelo firme, pero no resistió. No pensó, solo se apoderó el miedo y el ahogo en él, mientras la caída libre desde lo alto se hizo inevitable. Su cuerpo rebotaba en algunos salientes; arrastraba consigo ramas y rocas pequeñas. Ya era lo mas parecido a un muñeco de trapo, desarticulado, ferozmente golpeado en la caída interminable. El cuerpo de Leo cayó pesadamente en la playa al pie de la colina que le había servido de mirador. Los niños percibieron la caída del cuerpo; corrieron hacia el lugar donde yacía. Se quedaron alrededor del cuerpo inerte; lo miraron en silencio, de pronto, comenzaron a reír graciosamente; algunos de los niños aplaudían. La mano derecha de Leo, comenzó a moverse lentamente, luego la alzó y se la llevó a su frente; se tocó el rostro, abrió los ojos, se quedó un momento así, movió el otro brazo, se palpó algunas partes de su cuerpo; al rato se incorporó abruptamente, como despertándose de una pesadilla, se quedó sentado, mientras la arena le caía de sus cabellos y contemplaba a los niños burlones que reían a destajo como si aquello hubiera sido un acto del mejor de los payasos acróbatas. Una mujer desde la orilla del lago, les gritó a los niños: -¡Niños, dejen al señor en paz!. ¡Ya regresen a jugar que pronto comenzará el almuerzo en el jardín! Los niños, regresaron corriendo al lago. Leo se les quedó mirando, no sabía que pensar, que decirse, que es lo que pasaba allí. Volvió a mirar a la altura en la que cayó y expresó en voz alta -¡Tal vez 500 metros o más! ... ¡Mierda!... ¡!¿Qué es lo que sucede?!. Capítulo III Leonardo llegó al poblado, caminando con todo su abrigo roto y sucio de pies a cabeza, pero entero, como si nada. Eso sí, furioso, muy furioso. Empezó a los gritos en medio de la calle, preguntando quiénes eran aquellos habitantes del lugar, luego maldijo a Ángel. Lo llamaba a los gritos pelados. -¡Desgraciado, aparece!, ¡Explícame que carajo pasa acá!. El barbero que afeitaba a Ángel, le hizo saber su presentimiento. -OH, OH!!. Creo que ya algo se avivó. El negro Ángel se sacó la bata de su cuello, quitó la espuma de afeitar de su rostro y se incorporó del sillón del barbero. Vio desde la ventana a Leo fuera de sí. -¿Qué vamos a hacer?- preguntó uno de los clientes del lugar. -No lo sé,... Aún no nos dijeron nada! Se lamentó en un murmuro Ángel. Pero arrojó la bata al sillón y caminó hacia fuera al encuentro de Leo. -¿Qué es lo que té pasa, muchacho? ¿Por qué tanto alboroto?- se animó a dirigirse a Leo, disimulando con una sonrisa. Él lo miró y le contestó caminando hacia Ángel. -¿Que qué pasa? ¿Qué pasa?!!!... Je. Bonito pueblo este de Verdelejos. Llego, nadie sabe decirme que pasa con mi camioneta; no tienen un puto teléfono, ni un puto transporte, ni cigarrillos. Me encuentro con una cascada inmensa que no debía estar allí.. ¡¡¡Y!!!, ¡¡¡Y!!!, ¡UN MALDITO PENDEJO VOLANDO!. ¡Cómo un jodido pájaro!... Y.. y ... ¡UN OCÉANO!. ¡¡¡Ah!!!. Sin contar que me vine al suelo desde unos, digamos, ¿500 metros? ¡Y NO TENGO UN PUTO RASGUÑO! ¡¡¿QUÉ ESTA PASANDO EN ESTE LUGAR?! ¡¿PODES EXPLICÁRMELO?!. Un silencio pareció atrapar al pueblo de Verdelejos. Sus pobladores rodeaban a los interlocutores en medio de la calle. Ese silencio fue cortado abruptamente por el sonido del timbre de un teléfono. Leo miraba para todos lados para saber de donde provenía ese sonido a... ¿teléfono?. Ángel, extrajo de su bolsillo amplio del mameluco un celular; desplegó su tapa y se lo llevó lentamente al oído sin apartar la mirada a Leo. Contestó, murmuro algo, sin que Leo supiera de que se trataba. No lograba escuchar lo que decía Ángel. Solo un “sí” de vez en cuando y finalizó la llamada con un “bien.. Haré lo que pueda”. Cerró la tapa del celular y lo guardo nuevamente en su bolsillo. -Tenías un maldito celular y no me dijiste nada, no me lo diste.. no... -Calmate, ya, ya. Necesito llevarte a un sitio. Debes ver algo, ya es hora de aclarar esto- Le señalo Ángel. Una camioneta blanca, sucia por el polvo del camino de montaña, bajaba de los cerros conducido por Ángel. Ellos no hablaban, aún Leo enfurecido, trataba de disimular su curiosidad con su enojo, pero le carcomía las ganas de saber a donde se dirigían. Ya no pudo más, le habló al viejo. -¿Adónde vamos? -Solo esperá; de nada vale que te lo diga si no lo ves -¿Acaso es otro truco, algún efecto visual para divertirnos? Ángel lo miró un instante con una mueca de sonrisa y volvió la vista al camino. Luego le preguntó -¿Te dolió la caída desde el mirador? Leo no contestó, solo sintió escalofríos, se sintió mas confundido aún. El viaje se hacia largo. Solo la belleza del sitio hacía más ameno el andar. Leo no reconocía nada de aquellos paisajes, comenzó a sentir una somnolencia profunda, quería dormirse pero tenía miedo. Pero cerró los ojos; el sueño lo venció por un rato. Se sobresaltó, trato de recomponer la visión. Ya los paisajes le eran más familiares. El camino por donde transitaban lo había recorrido decenas de veces. Llegaron a una curva cerrada donde la ladera cortaba la visión del otro lado del camino. El negro se estacionó debajo de un árbol pequeño entre los arbustos que daban del lado de la cornisa. -¿Llegamos?- preguntó en un hilo de voz, Leo. El negro no le contestó, solo descendió de la camioneta y camino hacia la carretera. Leo, después de un rato, hizo lo mismo; descendió y caminó hacia donde estaba Ángel. Sintió la brisa como en el atardecer en que iba a San Martín; sintió el canto de las aves, sintió el silbido del viento en sus oídos. Al llegar al viejo, vio en su rostro un semblante triste, con los ojos perdidos en el camino. -¿Ángel?... ¿te sentís bien?...¿qué te pasa? Ángel no emitió sonido alguno, solo se dio vuelta y se apartó de Leo. Él, lo siguió con la mirada, sin entender su actitud; pero un sonido lo distrajo, un sonido como un a sirena que provenía desde el camino. Leo miró hacía allí, vio a un hombre que se tomaba la cabeza y gritaba algo que no entendía. Detrás de él estaba un camión y su acoplado volcado en medio de la ruta. Leo no comprendía que pasó, empezó a acercarse lentamente hacia allí, supo que el hombre lloraba, gritaba, se tomaba la cabeza. Vio unas luces centellantes que se acercaban por el camino detrás del camión, el ulular de sirenas se hacía más intenso. Leo se acercó más al sitio. Quiso preguntarle que había sucedido; le habló a aquel hombre, pero no lo oía, le alzó la voz; el ulular se hizo más intenso. Una patrulla frenó violentamente y bajaron de su interior varios policías; un auto bomba se detuvo a continuación, los bomberos rápidamente extendieron las mangueras. Leo comenzó a correr al sitio, preguntándoles a los gritos que sucedía, una ambulancia le cortó el paso, cruzándosele por delante como un viento aterrador. Vio a los paramédicos bajar y correr hacia otro lugar que no era donde estaba el camión. Leo se dirigió detrás de la ambulancia para ver donde iban. Descubrió otro vehículo, lo reconoció de inmediato, sintió que el aliento se le cortaba. Los paramédicos gritaban enloquecidamente, nerviosamente. Llegaron otros bomberos, sacaron un soplete, lo encendieron, trabajaban apurados con mucho nervios. Otro rompía el techo de la camioneta con un hacha. No podía creerlo, no quería hacerlo, el miedo lo invadió... ¡Era su camioneta! Y observó que querían sacar a alguien desesperadamente del interior. Trato de acercarse pero no sentía las piernas para caminar, no podía respirar. Pensó algo terrible, pero no podía ser cierto. Los bomberos pudieron liberar a la persona del interior, uno de los paramédicos se acercó a la víctima, parecía que le tomaba el pulso, de inmediato hizo una seña negativa con su cabeza a los demás. Leo sintió que perdía la noción, que perdía su conciencia, se sintió débil... se vio a él mismo que lo sacaban del interior de la camioneta. Gritó..., gritó como nunca. -¡¡¡¡¡¡¡No, no, no, no!!!!!!!!! Trató de acercarse a los rescatadores, no podía, no sentía las piernas. -¡¡¡Estoy acá!!!!, ¡¡¡Soy yo!!!!!- gritaba con desesperación, pero nadie lo oía Vio como lo colocaban en una camilla. Yacía inmóvil, con su rostro en paz, solo un hilo de sangre le recorría la frente hasta su oído derecho; luego lo cubrieron totalmente. Leo estalló en un llanto desconsolador, caminó enloquecido, gritaba y decías cosas indescifrables. Se sentó y comenzó a columpiar su cuerpo con sus manos rodeando las rodillas, haciéndose un ovillo, en estado casi fetal. -No, no, no... no es posible, es un sueño, no, no, no- se repetía en sollozo, a ratos se reía, luego lloraba otra vez. Ángel se acercó a él, lánguidamente, sin decir palabras. Ya a su lado puso su mano en el hombro de Leo, pero éste se incorporó de un salto y le gritó. -¡No! ¡No!... ¡No me toques!. Caminó en círculos a paso constante y ligero, repitiendo la pregunta del por qué, una y otra vez. Ángel le respondió débilmente que no lo sabía. -¿NO? ¿No lo sabés?, ¿Acaso sabés algo? -Calmate, hablemos... - le pedía el viejo -¡¿Hablar?! ¿De que estoy muerto? ¿De que acabo de verme en una camilla ¡muerto!?... ¡Nadie me va a creer cuando lo cuente!............¿Cómo voy a contar esto? Leo gritaba desaforadamente, maldecía cuanta cosa se le cruzaba por la cabeza y volvía a llorar desconsoladamente. Ángel trató nuevamente de acércasele pero Leo inesperadamente salió corriendo por la carretera. Ángel lo llamó varias veces en vano. Leo corrió y corrió, totalmente ido, descontrolado,... desolado. Capítulo IV Ángel conducía de regreso en la solitaria carretera a Verdelejos. A la distancia, pudo adivinar que Leo estaba sentado a un costado del camino. Se acercó lentamente, estacionó en la banquina y bajó a su encuentro. El viejo no le dijo nada, solo se quedó de pié, a su lado, contemplándolo; esperando que dijera algo. Luego de un largo rato, Leo preguntó: -¿Cuánto corrí?. -Hum... digamos unos... 16 kilómetros desde la curva. -¡Que bien!. No siento que hubiera corrido eso, no me agité, no sudé, no siento cansancio, no tengo pulsación acelerada. Es como si ya no me funcionara el corazón.. ¿No?. Ángel lo miró compasivo, no sabía que responderle. -¿Qué se supone que debo hacer?- inquirió Leo- ¿Sentirme feliz?, ¿Considerarme una especie de ángel o un jodido poltergeist?. El viejo negro ensayó una mueca de sonrisa y le respondió. -No puedo cambiar lo que sentís, solo puedo decirte que estás en el sitio más hermoso que jamás hayas imaginado. Con el tiempo lo sabrás. Leo alzó la vista para verle a los ojos, aún los suyos permanecían rojos e hinchados por el llanto. -¿Dónde se supone que estoy?¿Esto es el paraíso?. -Es parte de ello, de lo que estamos construyendo -¿Y no debería sentirme feliz de estar acá?. -Deberías, sí. -Entonces, ¿por qué me siento mal?, ¿Por qué siento que no pertenezco acá? Ángel se colocó en cuclillas para hablarle mejor, pero tardó en encontrar las palabras justas, necesitaba hacerle entrar en confianza y no sabía como empezar. -Creo que no admitís lo que te sucedió, lo que Dios determinó en tu destino. Leonardo rió con sarcasmo -¿Dios?, Jajá, ¿Dónde carajo esta Dios?... ¿Cómo pudo hacerme esto? Ni siquiera hablamos. -No lo sé, amigo. Pero si estás acá es por algo y créeme que el estar acá habla bien de vos, de lo que has hecho en tu vida, te ganaste el derecho a compartir una eternidad hermosa. Leo parecía no compartir esas emociones; no lograba entenderlo, se sentía defraudado, aún confundido, como si fuera un mal sueño. -¿Es esto el cielo?- le preguntó a Ángel. -Se lo puede llamar así, pero es la tierra, solo que en otra dimensión. El paraíso esta entre nosotros, en el mundo, en el mismo sitio donde está el infierno, como le llamamos a la realidad que se vive. -¿Cómo es eso? -Verdelejos no es el único sitio donde se construye el paraíso. Hay muchos sitios como este, acá en Argentina y en el resto del mundo, pero nada mas que ya no hay nacionalidades, ni patrias, solo almas generosas, libres, llenas de amor que construyen esto, para nosotros y los que vendrán, hasta el fin de la historia tal como la conocemos en la vida terrenal. Entonces será todo un paraíso este mundo, como muchos otros en el universo. Luego de un silencio, Leo emitió su opinión. -Suena muy lindo lo que decís. Como sacado de un cuento. Pero eso no me hace sentir bien.. No sé, se supone que uno debe ser feliz en una supuesta vida después de la vida y siento una profunda soledad ahora. Siento como... como si me hubieran abandonado. -Leo... Debe haber una explicación para esto que te ocurre. Nada es porque sí; tendrás las respuestas a su debido tiempo. No sé cuales son los planes del Señor. -¿Sus planes?, ¿Qué hay de los míos?, ¿Me los arrebata así como así?. Comenzaba a tener mis logros, tenía mi trabajo que siempre quise, había logrado encontrar el amor que soñé toda mi puta vida, ¿y?, ¿Me lo quita todo?..¡Por favor!. Cada cosa que ame en la vida, me la ha arrebatado. Ángel no se animó a contradecirle, solo acompañó su sentimiento en silencio. Luego de un rato así, lo invitó a emprender el regreso al pueblo. Ambos abordaron la camioneta y retomaron la carretera a Verdelejos. -¿Dios vive en Verdelejos?- peguntó Leo. -Vive ahí y en todas partes. Recorre sus dominios, comparte con nosotros a diario, es uno más entre sus hijos. No es como lo imaginamos en la vida terrenal. Es tan humilde y grandioso como no te imaginás. -¿Lo conoces en vivo y en directo?. Me refiero, ¿has hablado con Él directamente?. -Sí, lo he hecho, todos lo hacemos. Fue Él quien me llamó al celular cuando te enojaste en el pueblo. Me dijo que te llevara a la curva. Leo se sonreía sin poder creer lo que escuchaba. -¿Cuándo lo veré? Ángel se perturbó ante la pregunta -No lo sé, Leo, no sé cuales son los caminos que te tiene preparado. -Así que Dios usa celular... Jeje. Es todo un yupi. Después dicen que Jesús era socialista, ¡ja!. Ángel meneó la cabeza sonriendo -Él se vale de todo aquello que sirva. Después de todo, son inventos útiles y si son bien usados, bienvenido sea. -Veo que tienen Internet, usan computadoras, ¿Será que necesitan de mis servicios?. Me dedico a la informática... o me dedicaba. -Es posible, aunque aquí las cosas no se descomponen, ya veras que todo es eterno, renovable, pero eterno. -¡Carajo!... Hasta Dios se globalizó.- ironizó Leo. Él trataba de hacerse una idea de lo que le decía pero era demasiado grande como para asimilarlo tan pronto. Como si no pudiera abarcar lo que significaba la palabra, eterno. -¿Cuánto hace que estas acá, Ángel? El veterano, dio un suspiro y le respondió. -En términos del tiempo terrenal, cuatro años, pero aquí el tiempo no cuenta, no se siente, se vive cada instante. -¿Qué es lo que te sucedió? -Pues... el cigarrillo, acabó con mis pulmones, con mi corazón, el cáncer me tomó todo el cuerpo y ya sabrás el resto de la historia. - Si, supongo que a mí si no me acababa el camión, me acababa el cigarrillo también. -Leo, esta noche daremos una fiesta en el anfiteatro de la colina, ¿querés venir? -¿Qué festejan?. -La llegada de una nueva alma al paraíso, siempre lo hacemos. -¿Me van a hacer una fiesta?. -Aún no es para vos, lo siento, -¿Acaso no estoy en el paraíso? -Si, pero no estas preparado de ello, Dios sabrá cuando estés listo. -Ángel, ¿soy el único que se siente así?. Mi pegunta es si es normal que se sientan así al pasarles esto. -Si, a veces sucede, no es la mayoría, pero pasa. -¿Y cómo les va? -A veces bien, otras no tanto -¿A que te referís? - Hay almas que no admiten lo que les sucedió, no encuentran su paz, y deambulan sin poder establecerse. -Suena terrible Como dicen los mexicanos: “me lleva la chingada”. -Te sugiero que te dejes guiar por las señales, entonces vas a lograr las respuestas que necesitas. -No puedo dejar de pensar en mi familia, en mi novia Pierina, en los amigos, en lo que había logrado todo este tiempo. -Sé que es duro, amigo, pero tené confianza, te ayudará, ya lo vas a ver. Te ayudaremos en todo lo que podamos. Leo asintió amargo, buscando las respuestas en el paisaje que se descubría ante su mirada perdida desde la ventanilla de la camioneta. -¿Quién ingresa a Verdelejos hoy? -Mi querida esposa Raquel- contestó el viejo Leo lo miró sorprendido. -¿Cómo? No me comentaste que eras casado. - No me preguntaste- le respondió sonriendo- Pero sí, al fin tendrá su paz con nosotros, la familia vuelve a estar reunida. Nuestro hijo también ya está entre nosotros, desde hace un par de años. -¿Cómo es eso? -Leucemia. Acabo pronto con su cuerpo en vida terrenal, acá está bárbaro y aparte se enamoró de una linda chica del pueblo. Su madre estará feliz de vernos otra vez. -Me alegro por vos.- El viejo sabía que se lamentaba por los suyos. -No te preocupes, esas cosas suelen arreglarse. -Eso espero. No quiero molestarte con mis preguntas, pero, tu esposa, ¿cómo será su final en la tierra tal como la conocíamos?¿ Enfermará también? -No. Raquel retornará de la casa de una amiga, al pasar por la puerta del local de un partido político, estallará una bomba, habrá muchas víctimas. -¡Que lo parió!. ¿Por qué debe ser así?... Nuestro país se fue a la mierda con tantos estúpidos desacuerdos y tanta ignorancia. -No lo sé aún, de a poco vamos descubriendo los designios del Señor, pero no te aflijas, no se sufre, de ahora en mas es toda felicidad. -Si, supongo. Al menos tiene más suerte que yo. Hasta le harán una fiesta. -No amigo, solo que ella, su alma, estaba preparada. Tenía sus cuentas saldadas en la vida. -¿Querés decir que yo no las tengo? -Tal vez, no, será algo que deberás averiguar. -Puede ser. Trato de ser amplio de criterio; pero no estoy muy de acuerdo con eso de los designios del Señor. No lo veo muy democrático que digamos. -Yo también me resistía a creer eso. Pero la lógica con la que vivimos en nuestras vidas, no nos permite comprender lo que desconocemos y no está a nuestro alcance. -No lo sé. Ángel. Me he llevado varias desilusiones para creer en todo lo que se me dijo como cristiano. No entiendo porque Dios permite ciertas cosas si es que tanto nos ama como dicen. -Cada respuesta lleva su tiempo y su comprensión, solo date el tiempo que necesites. Por algo estas aquí. -Sí, como no. Quitándome la posibilidad de ser feliz con todo lo que iba logrando. No sabes lo agradecido que estoy. Ángel solo sonrió, no quiso contestarle; sabía que estaba confundido. Tampoco él sabía porque el destino o Dios lo había mandado aquí sin paz en su interior. Al llegar al pueblo; caminaron bajo el anochecer de Verdelejos sin decir palabras. Llegaron a la puerta del hotel donde se alojaba Leo. Ángel se le quedó mirando por un instante, tratando de encontrar alguna palabra, algún gesto que lo sacara de su tristeza. -¿Por qué no venís a la fiesta de bienvenida de Raquel?. Será muy divertida; vas a conocer a mucha buena gente. -No, gracias Ángel. Esta noche no soy buen invitado, no tengo ánimo, si es que se tiene eso aquí, claro. -Si lo tenemos aquí, ja, ja, ja, es lo acostumbrado. Leo volvió a agradecerle la invitación y le dijo que sería conveniente irse a descansar. En eso, apareció otro negro, mucho mas joven, de su edad que intuyó sería el hijo de Ángel. -Te presento a mi hijo Reinaldo- le indicó orgulloso Se estrecharon las manos. Leo sintió, al hacerlo, una firmeza y una calidez que también se le reflejaba en el rostro, en su sonrisa blanca que resaltaba en su negrura. Lo veía feliz, exaltado a aquel joven que esperaba ver a su madre nuevamente en breve. -Sos bienvenido a Verdelejos Leo; mi padre me ha hablado muy bien de vos. -Gracias, sos muy amable. -¿Venís a la fiesta de mi madre? -No, se los agradezco nuevamente, pero ha sido un día muy agitado, creo que mejor me iré a dormir, tengo mucho sueño.. Les deseo una feliz velada.. Los saludó a ambos e ingresó apesadumbrado al hotel. Ángel y su hijo se le quedaron mirando, luego Reinaldo le dijo a su padre: -¿Dijo que se iba a dormir? -Sí, es lo que dijo,... Qué extraño. Capítulo V Leo entró a su cuarto sin encender la luz, se sentó en la cama bajo el reflejo de la luz que entraba por la ventana. Se quedó meditando un instante luego miró su valija en el suelo, la levantó, la puso sobre la cama y la abrió. No encontró nada en su interior, todo había desaparecido. Buscó su billetera en el bolsillo interior de su campera, comprobó que no había nada tampoco, ni las fotos de su familia ni la de su novia Pierina. Le pareció lógico bajo estas circunstancias, pero no por eso menos triste y solitario. Quiso llorar, pero no se lo permitió. Siempre creyó que hacerlo, significaba resignarse ante las cosas y era algo que nunca quiso hacer. Solo se acostó y perdió su mirada en el techo. Pensó mucho, una y otra vez luchaba con las lágrimas que querían escaparse de sus ojos. Oyó estruendos, se levantó y se dirigió a la ventana. Pudo observar que fuegos artificiales de fantásticos colores, surcaban el cielo estrellado, tanto como jamás lo había visto. Supo por que eran y eso le dio algo de alegría a su alma. Dijo en voz alta: “Lo lograste, Raquel” y sonrió. Volvió a la cama, se dejó llevar por la melodía de los estruendos a lo lejos, dejo de pensar y comenzó a ganarle el sueño hasta que se durmió. Apenas podía dejar el placentero sueño del que disfrutaba tratando de no escuchar la música. Daba una y otra vuelta en la cama, tapándose los oídos con la almohada. La música cesó y una voz le informaba que el día se presentaba más cálido de lo habitual para la altura del año, le anunciaba una hermosa mañana y luego comenzó a decir sobre las cuestiones económicas y políticas del momento. Leo abrió un ojo lentamente; lo primero que vio fue una radio despertador en la mesa de luz que señalaba 8:30 AM. Reconoció aquella radio. Se sobresaltó, trató de inmediato de ubicarse; se fue dando cuenta de que no era el sitio donde había llegado anoche. Es más; le era más familiar que nunca el sitio de ahora, la decoración, los banderines en la pared, el almanaque con la publicidad de su tienda de informática, las fotos de amigos y familiares. Cayó en la cuenta de que estaba en su habitación. Le faltaba el aire, no podía creerlo, ¿o tal vez, todo había sido un sueño?. Se incorporó y notó que llevaba la vestimenta de ayer, supuestamente; solo que no la tenía rasgada. Intentaba ordenar las ideas, sus pensamientos, comenzó a sentirse eufórico, todo señalaba que había sido un sueño. Otra voz, ya no de la radio que seguía sonando, lo llamó para ir a desayunar. Reconoció la voz de su madre, se alegó escucharla y le contestó afirmativamente. Sólo se lavó un poco la cara para terminar de despejarse y salió de su cuarto, bajó las escaleras hasta la cocina y saludo a su madre con un estruendoso beso, tan contento que hasta ella se sorprendió. -Bueno, me alegro que estés contento, ahora dame una mano con el desayuno que ya es tarde para todos. A los gritos llamaba a su esposo y a Julieta, la hermana de Leo, para que bajaran a desayunar. Leo se regocijaba, se sentía eufórico, sin entender nada aún, pero no le importaba. Colaboró en poner la mesa para desayunar. Su madre corría con la preparación mientras le comentaba algunas cosas a su hijo. Leo dejó de prestarle atención a lo que le decía ella y comenzó a percibir algunos detalles que o bien ya los conocía o los había visto. Recorrió la cocina con la vista hasta clavarla en el número grandote del almanaque de la pared. Marcaba el día 12 de agosto. Pensó entonces que, si fuera así, estaría a un mes justo de su partida a San Martín de los Andes. -Mamá. ¿Hoy es 12? -Todo el día -¿De agosto? -Claro, ¿de qué sino? Comenzó a sentirse mal pero trató de disimularlo; le había cambiado la cara. -Hoy es el final de tu hermana y aún no he hecho las compras para hacerle la fiesta esta noche. Va a ser un día de aquellos. -¿Final? -¡Claro!, ¿Ya te olvidaste que tu hermana se recibe de arquitecta? -¿Es que ya no lo es? -¡Ay hijo!. O sos muy optimista con Julieta o anoche le diste duro a la cerveza con tus amigos. A propósito. Supongo que estarás esta noche aquí, ¿verdad?. Leo tardó en contestarle, hasta que asintió con la cabeza. -Todavía seguís dormido al parecer. Desayuná que tenés que ir a abrir tu negocio. Su padre, entró a la cocina con apuro, dando un beso a su esposa y luego a su hijo sin dejar de armar el nudo de su corbata. Él no dejaba de hablar del costo de la vida y de maldecir a los gobernantes actuales; ella de su hija, de su eventual recibida en la universidad y de la fiesta por la noche para agasajarla mientras limpiaba algunos platos en la pileta de la mesada. -Vas a romper la jarra, mamá La madre se dio vuelta para preguntarle que le había dicho y se llevó por accidente la jarra de vidrio sobre la mesada estrellándola contra el suelo. Ella puteó y enseguida fue en busca de la escoba y la pala de la basura. -O sos adivino o conoces a tu madre de rompedora que es- bromeó su padre Julieta se incorporó al desayuno luego de saludar a todos -¿Cómo te va hermanito mayor?. Anoche no te escuche cuando regresaste. ¿Salieron con los chicos? -¿Salí anoche? -¡Uy!. Vino tan en pedo que ni se acuerda a dónde fue- comentó Julieta. -Vos dale que tenés un final. Parece como si nada para vos pero yo tengo los nervios de punta.- le dijo la madre. -¡Ay mamá!. Ya te dije que me va a ir bien, quedate tranquila. -Sí, vieja, ella sabe lo que hace. Va a salir bien- reafirmó Leo pero medio como fuera de la conversación. -Hacele caso a Leonardo. Es adivino- volvió a bromear el padre sin dejar de mirar el diario. ****** Caminó por el jardín, tratando que encontrar una explicación de lo que estaba pasando; si realmente estaba muerto o qué. ¿Por qué volvió a un mes atrás y volvía a vivir aquellos momentos?. Aunque percibía algunas diferencias. Abrió las puertas del garaje y vio a su camioneta roja, tan reluciente como siempre le gustaba tenerla. La última vez que la vio, estaba volcada en el camino con su cuerpo en el interior. La voz de su madre lo sacó de su concentración -Iba a pedirte si no me prestas la camioneta para hacer las compras y otras cosas que debo hacer. -Sí, claro. Hoy tengo ganas de caminar; está lindo el día. -Así es. ¿Vas a pasar por la universidad a ver como le fue a tu hermana? -No creo. Voy a la tienda. Además, ya sé que va a salir bien. Sus compañeros la felicitaran y la llenaran de harina y huevos como hacen siempre y la verdad, no tengo ganas que me den otro huevazo en la cabeza por error. Su madre no entendía bien de que hablaba. -También voy a pasar por el laburo de Pierina y vengo con ella esta noche. Luego le dio un beso a su madre y se despidió. Ella se quedó mirando como se iba -¿Pierina?, ¿Quién carajo es Pierina?- pensó en voz alta. Cruzó la plaza Moreno, con dirección al centro comercial de la calle 8. Iba despacio, pensativo; preguntándose que significaba estar nuevamente en la tierra. ¿Estaba muerto?, ¿Resucitó?, ¿Todo habría sido un mal sueño?. Algo dentro le decía que no, que estaba de regreso por algún motivo, por algo ¿pero qué?. El aire fresco de agosto no lo sentía en la piel como de costumbre, no sentía ni frío ni calor; estaba agradable mientras veía a los demás caminar con las manos en los bolsillos o usando guantes para no dejar que el frío les calara la piel. “Parece que erraron con el pronóstico del tiempo de nuevo los de la radio”, pensó Leo. Caminó por la calle 8, sin prestarle atención al bullicio que por esas horas de la mañana comenzaba a ser el centro. Tal vez, hace tiempo que había dejado de prestarle atención a eso lo que consideraba una ciudad con gente chata, presumida y de una tremenda pereza al progreso. Detestaba a La Plata, no podía entender a esa gente que convertía a la ciudad en un pueblo grande e hipócrita. No pudo evitar comenzar las comparaciones con Verdelejos, tal vez, mas cerca aún con San Martín de los Andes, donde se miraba al cielo, se sentía el viento y se lo escuchaba. De todas maneras, esa era su casa y en el fondo, quería a su ciudad como a esas cosas que se aman hasta con enojo. Se detuvo en una esquina, dejó que esos recuerdos lo llevara y pudo advertir el viento frío en su rostro. Recordó lo bueno que era, lo feliz que se siente saber que el viento se le entremezclaba en la cabellera. Entró a su tienda. Pablo, su empleado, terminaba de atender a un cliente. Se acercó a él y le dijo que se tomaría el día, que cerrara él, le pagaría el doble por la responsabilidad. Pablo no dudó un instante y se alegró de la propuesta de su jefe. Leo se dirigió a la caja registradora alegando que le faltaba dinero; pero cuando metió la mano en su gabán, advirtió un fajo de billetes que quién sabe de donde provino. No lo pensó mucho; se despidió de Pablo y salió del negocio. Siguió por las veredas, se detenía en las vitrinas de los comercios y observaba algunos objetos que alguna vez soñó tener con Pierina; una heladera de las que podían sacar jugos de un grifo al costado, un televisor de esos con pantalla plana, la cortadora de césped para aquel jardín imaginario, el juego de sábanas y el ajuar del bebé para un proyectado cuarto en la casa que tendrían. Otra vez, la tristeza lo abordó, pensando en como podía haber perdido todo eso si es que realmente estaba muerto. Luego, fue la confusión quien lo atrapó. ¿Qué sentido tenía ir a ver a Pierina?, se preguntó. Supo que era un impulso misterioso lo que manejaba sus pasos; que la curiosidad lo invitaba a seguir y averiguar donde terminaba todo esto. Se acercó a la puerta de la librería donde trabajaba Pierina. Puso sus manos en los bolsillos del gabán y movió sus piernas como combatiendo el frío; pero eran sus nervios. Tomó coraje y entró a la librería. Caminó por entre las mesas de libros y los blisteres de revistas; miraba los ejemplares y levantaba la vista para ubicar a Pierina. Un empleado se acercó para ofrecerle su asistencia pero le dijo que no hacía falta, se lo agradeció. En ese instante, la vio. Cada vez que la veía, su corazón daba un vuelco, cada vez, era como la primera en que la conoció. Se sentía el hombre más dichoso del mundo. No solo era una mujer muy bonita, era poseedora de uno de los corazones más generosos que pudo haber conocido. Tomó aire y se dirigió al mostrador donde Pierina consultaba unos cuadernos del establecimiento. Leonardo se puso enfrente y Pierina, luego de un rato, Ella alzó la mirada para observar quien tenia enfrente. Él la miró y sonrió con dulzura; ella hizo lo mismo y le dio los buenos días. -¿Cómo estás?- le preguntó él -Bien, gracias... ¿En qué te puedo ayudar?, ¿Algún título en mente?. -No, no Leo movía su cuerpo sin sacar las manos del bolsillo. Mantuvieron un instante de silencio. Ella esperaba que le dijera algo sin dejar de sonreírle pero cada vez menos. -¿Sí?- dijo ella -¿Sí?... sí. -¿Y bien?, ¿Algo que se te ofrezca?- Leo rió nerviosamente, se estaba poniendo incómodo. Pierina siempre era muy efusiva cuando lo veía, así lo hiciera catorce veces al día, ella no escatimaba en gestos eufóricos de cariños. Iba a decirle algo como para romper el hielo cuando observó una foto en la estantería a espalda de Pierina. Una foto de ella que la retrataba junto a un hombre y dos niñas. Leo no pudo reconocer ni al hombre ni a las niñas que la acompañaban; repasó mentalmente a todos los familiares y amigos de ella y nada. Pierina advirtió que miraba la foto tras ella- Le preguntó si pasaba algo. .-No, no... Solo miraba la foto que es de, de... -Mi familia- dijo ella. -Tu... tu, ¿cómo? -Mi familia, mi esposo y mis dos hijas. ¿Qué te asombra? -¿Asombrarme?. ¿Yo?... No... Es que; solo, solo... Pierina no entendía lo que ese hombre le quería decir y también comenzó a sentirse incómoda. -¿Buscas a alguien?- le preguntó ella Leo se quedó sin respiración por un momento; luchó para recuperar el aliento rápidamente. -¿Vos no sos Elena? -No Leo se llevó una mano a la frente golpeándola como un gesto de caer en la cuenta. -¡Ay!. Pero sos muy parecida a ella. Por eso... Ta que lo tiró. Juraba que eras Elena. Mira, es una amiga de hace muchos años y sabía que trabajaba por acá pero no me acordaba bien, y... bueno, ya ves. Te vi y creí que eras ella. Se disculpó varias veces y ella lo aceptó de muy buen grado diciéndole que no era necesario. Dio media vuelta y se marchó deprisa sin mas miramientos. Pierina, aún así, sintió algo de pena por aquel individuo que la había confundido. Observó como salía del negocio casi llevándose todo por delante con torpeza y luego regresó a sus cuadernos. Leo caminó por las calles sin sentido, con furia y desconsuelo. La mujer que tanto amaba y que compartió tantos lindos momentos; ¡estaba casada y con hijos! . Proseguía su paso acelerado, sin rumbo previsto, empezó a mascullar algo, su tono de voz se alzaba cada vez más. -¡¿Y ahora que mierda querés hacerme?!- gritó levantando los brazos al cielo. Dos policías que estaban en la esquina, lo observaron con recelo. Él se disculpó y alegó que se acordó de alguien, que no le dieran importancia. Comenzó a sentir el timbre de algo parecido a un teléfono celular; miraba a su alrededor queriendo saber de quien era que no atendía hasta que se percató que provenía del interior de su abrigo. Lo extrajo y se preguntó de donde había salido, pues no era el que tuvo siempre. La tapa del celular se deslizó hacia abajo lentamente como los aparatitos que usan los agentes secretos. No salía de su asombro: Llevó el celular a su oído y dijo hola. La otra voz le contestó; le era familiar. -¿Cómo te va, amigo? -¿Ángel?¿Sos vos? -Sí, ¿cómo estás? -Según creo yo, muerto, pero vivo. No se que mierda estoy haciendo acá. Me dormí en el hotel del paraíso, supongo, y amanezco en mi casa un mes antes. ¿Alguna explicación que se te ocurra?, ¿Acaso es una puta joda de un programa de bromas?. -Parece que estas molesto. -¡¡¡Nooooooooo!!!. ¡¡¡Que va!!!. Para nada... ¡CLARO QUE ESTOY MOLESTO, NEGRO PELOTUDO!. Parece que nada ni nadie ha cambiado como hace un mes; salvo por un pequeño detalle. Mí Pierina, la mujer que amo y con quien deseaba compartir mi putísima vida, ¡Está feliz y jodidamente casada con otro hombre y madre de dos hermosas pendejas!. -Bueno, debe ser por algo, deberás ver que pasa, buscar las señales adecuadas. -¿Señales adecuadas?. Ajá... ¡¿Por qué no te vas a la puta madre que té remil parió?! -Veo que todavía no tenés el alma en el paraíso. Nosotros no hablamos en ese lenguaje, no nos sale. -¿Y a mí que carajo me importa si hablan en quechua o esperanto o en geringoso?. Quiero saber que está pasando aquí. -Pensá un poco. Tenés un celular; por algo será. Acabo de recibir un recado para vos. Debes ir a tu casa y quedarte allí. -Sí; ¿para qué?. -Solo eso -¿Solo eso?. ¿Quién te dijo que hiciera eso? -El Jefe -El Jefe; aja. ¿Quién?, ¿Menem? . -No, no. El Único que hay. Ya sabes. A parte, ese que decís, no creo que lo vayamos a ver por estos lugares nunca -Bueno, eso si que es una buena noticia. -Bien, Leonardo. No te intranquilices, solo tené paciencia y observa todas las señales aunque te parezcan tontas. Te ayudaran, no tengas miedo. -Ángel... Siento mucho haberte insultado. No quise... -No digas más, amigo. Ya no tengo la capacidad de ofenderme, solo te digo que te comprendo, perdé cuidado. Que tengas suerte y El Señor te acompañe. La comunicación terminó y Leo se quedó mirando al celular en su mano sin saber aún nada de lo que ocurría. Decidió hacer lo que se le pidió mientras decía en voz alta. -Mierda. ¡Qué bueno que está este modelo de celular!. El paraíso debe estar lleno de japoneses. Capitulo VI Entró a su cuarto, se quitó el gabán y se tiró en la cama mirando el techo. Volvió a levantarse, sacó su billetera del bolsillo y vio la foto de sus padres, de su hermana, pero no estaba la de su novia. Revisó los estantes de la biblioteca, los cajones del escritorio y de la mesa de luz para ver si algo faltaba. Todo estaba en orden, aparentemente. Salvo que había un álbum en uno de los estantes que, si bien reconoció, no debería estar allí. Tomó remisamente aquel álbum del estante; era el único que tenía polvo; le llamó poderosamente la atención que estuviera ahí. Un aviso sonoro emitió la computadora. Se dirigió a ella y se dio cuenta de que no solo se había encendido sola sino que estaba abierto un canal de chat. Una ventanita titilante solicitaba una charla en privado con él. Leo se sentó despacio en el sillón sin apartar la vista de la pantalla; se fijó en el nick de quien lo llamaba. Decía “Dios”. Se quedó paralizado un rato, luego miró a los costados, revisó debajo del escritorio y volvió a mirar la pantalla. Surgió una palabra en la ventanita de parte de su interlocutor. “¿Y?” Leo no sabía que escribir. “Sé que estas ahí. Decí algo, che.” Leo escribió: “¿Quién sos?” “¿Acaso no sabes leer?. ¿No ves mi nick?” “Sí, pero eso no me dice nada. Cualquiera se puede poner ese nick” “Claro. ¿Quién va a saber que soy yo realmente?” “Y realmente... ¿sos? “ “Dios, Jehová, Buda, Mahoma, Matusalén, Maradona. Como les guste llamarme.” Leo estaba escéptico, comenzó a reírse y a pensar en que se trataba de una broma. “No te rías; es en serio. Soy yo” Se le borró la sonrisa y la inquietud lo invadió. Pensó en que habría algún micrófono oculto o algo por el estilo para que ese tal dios supiera que se estaba riendo. “No hay ningún micrófono. Nop” Ya no estaba seguro en qué creer, le estaba leyendo la mente “No lo puedo creer”- le escribió. “Pensá en algo y yo te digo en qué estás pensando” Leo se concentró y pensó algo manteniendo sus ojos apretadamente cerrados “Epa... Si vas a pensar en alguien, que este vestida, je je je je” Leonardo dio un salto de su silla; comenzó a temblarle el cuerpo. “No te asutés. Vamos, acercate. Chateemos un poco. Si lo preferís; podes hablar y no escribir, soy todo oídos.” Se volvió a sentar, trató de tranquilizarse y comenzó a hablar en voz alta. -¿Por qué te comunicas por la computadora? “Pensé que te gustaba. Siempre te gustó la computación” -También me gusta los caballos. “Sí, pero no creo que le puedas explicar a tu madre, si entra, que hacés hablando con un caballo en tu cuarto” -Claro, pero sos Dios, ¿no? “Pero no fanfarrón” -Hablame, decime las cosas en mi cabeza aunque más no sea. “Todo a su tiempo. Ahora querrás saber que sucede con vos, que vas a hacer. El por qué de todo esto” -Por supuesto. Quiero saber por qué me hiciste esto. “No creas que lo hago sin sentir; no hago nada para herir adrede” -Entonces. ¿Por qué me quitaste todo cuando al fin comenzaba a sentirme feliz? “Nada se te quita, solo que cambia de lugar. Los propósitos de la vida de cada uno influyen en las otras vidas. Tenés aún un propósito y si confiás en vos lo vas a encontrar” -¡Uf!. No me hables en difícil. No te entiendo. ¿Qué querés decir? “La verdad es que te comprendas a vos mismo, no pierdas el tiempo en tratar de comprenderme. Sé que tenés muchas dudas y varios reclamos” -No son solo reclamos. Si sos tan Dios, como decís, deberías saber que dejé de confiar en vos hace tiempo. ¿Puedo ser sincero, no? “Por cierto. No sabes lo que me fastidia los acartonados y adulones de siempre que temen o hacen temer de mí. También me doy cuenta que estas enojado. Tu vida no fue fácil. Lo sé también. Pero debes encontrar la paz en tu alma. Darte cuenta que estas enojado con vos mismo también”. -Decís que amas a tus hijos, pero parece que no es tan así. Mira el mundo como está, fíjate la gente buena que sufre. “Ya estuviste en Verdelejos, ¿no?” -¿Qué tiene que ver?. ¿Traes gente al mundo para que la pase mal?. Bonita forma de amar la tuya. “Algún día, sabrás que me duelen las cosas. Me pediste libertad y té la di. Quisiste elegir y lo hiciste. No hablo de vos, hablo por todos. Aunque no te fíes de mí; dejalo en mis manos que para eso estoy.” -Sí, pero... “Pero ahora debes saber que pasará con vos, ¿no creés?.” -Claro. Pero no me la haces fácil. ¿Me regresas a la vida a qué?. ¿A ver como la mujer que amo está casada y formó un hogar? “¿La amas?” -Por supuesto, lo sabes bien “¿Ella a vos?” -Seguro. ¿Acaso lo dudas? “Yo no dudo” -¿Entonces? “¿Alguna vez le dijiste que la amabas?” -Todos los días “¿Ella te dijo que te amaba?” Leonardo hizo silencio, trató de recordar. No encontró que momento le había dicho ella que lo amaba. -Tal vez no me lo dijo, pero me lo ha demostrado a diario. “Hijo, no he hecho que hablaran para decir nada, para que no tenga significados. Los sentimientos se demuestran y las palabras las afirman. Todos necesitamos escuchar que nos quieren, aunque sea una vez en la vida y más por la persona que amamos” -¿Acaso cometió un pecado? “No, claro que no, pero tal vez el no decirlo, lo convierta en culpa” -¿Qué querés decir? “No termina tu vida porque sí, en el mundo que conoces. Te necesitamos para la construcción del paraíso donde todas las personas de bien vivirán en el verdadero mundo. Mientras, muchos de los que quedan en el mundo actual, no aceptan el alejamiento de sus seres queridos. Y ¿sabés?; el omitir a veces esa palabra que se pudo decir en algún momento, puede ser una espina dolorosa para el resto de sus vida, incluso hasta matarla.” Leonardo comenzó a dar interpretaciones a lo que Dios le decía. -¿Querés decirme que, porque nunca me dijo la palabra “te amo” ; ... ¿se puede suicidar?. “Es posible” -¡Vamos! ¿Cómo que es posible? ¿Sí o no? “Sé que tu muerte le causará una honda angustia. Sabrá que no llegó a decirte que te amaba. Pero no hará falta suicidarse. Solo la angustia la matará con el tiempo y no puede perderse un alma tan buena por una omisión” .-Entonces ¿tengo que provocar que me lo diga? Está casada con otro y ni siquiera me conoce. “Pierina logró sus metas sin tanto esfuerzo. No es pecado, por cierto. Pero a veces es bueno valorar lo que se logra a través del esfuerzo. Cuando te sentís que llegaste a lograr algo que tanto ansiaste, nunca dejas de decirlo en voz alta, lo mucho que amas tener lo que tenés. Es bueno para el alma” -Va a ser difícil. “Confío en vos, hijo”. -Entonces; todo esto es por ella, solo por ella. “Hummmm... Creo que no” -¿Qué otra cosa hay por hacer? “¿Ya encontraste el álbum sobre la estantería? Leo volvió la cabeza en dirección al álbum que había visto antes de empezar a conversar. “Vuelvo a decírtelo. Confío en vos aunque vos no en mí” -Presiento que no me lo vas a decir; ¿Verdad? “Solo que tenés hasta el 12 de septiembre” -¿Un mes? ¿Todavía me das plazo? “Es el día que llegaste a Verdelejos, ¿Qué más querés?” -¡Pero sos Dios!. Digo; podes hacer algo, darme una manito “¡Ya no lloriquees más! ¿No eras tan valiente que te las aguantabas todas?. Demostrate que podes. Carajo” -Bueno. No te enojes, ya entendí. Otra cosa. Cuando llegue el día... ¿Voy a chocar de nuevo? “¿Qué otra cosa te gusta además de los caballos y las computadoras?” -Las montañas. “¿Otra cosa?” -La nieve “Bien, eso es más factible. Si logras tu propósito, esa noche de tu partida, nevará. No me hagas crecer montañas en medio de una ciudad llena de personas” -De acuerdo. Espero no defraudar. “Bien” -Dios “Decime” -No confiaré tanto aún, pero no dejo de creer en vos. Solo quería que lo supieras. Aunque a veces sos tan cabezota que quisiera mandarte a la mierda por todas las cagadas que te mandaste, pero supongo que se puede conversar cuando haya tiempo... “Gracias. Yo también te quiero mucho, Ya ponete en marcha que el tiempo corre aquí” -Bien; Adiós. “A mí mismo... ¡Chau! ” Luego de la plática, se aproximó de nuevo al álbum en el estante. Lo tomó y observó cuidadosamente las tapas verdes de cuero ya percudido por el tiempo. Una pequeña etiqueta en el lomo que rezaba, “Los amigos de la colimba”. Leo se estremeció y se preguntó en voz alta: “¿Cómo es posible si lo quemé al álbum? Lo apoyó en el escritorio, se sentó y lo abrió para ver su contenido. Se encontraban todas las fotos que sacó durante su servicio militar. Cada foto le traía a la memoria los angustiosos meses en el servicio. Lo inútil que fue aquella experiencia ejercida por un grupo de personas con tiras en sus hombros o mangas, dispuesto a demostrar todas sus frustraciones sobre aquellos pobres y casi niños reclutas. Sin embargo; él y varios de sus camaradas y amigos, se atrevieron a convertir muchos de esos pasajes dolorosos en anécdotas divertidas. Se detuvo en las fotos en la que aparecía con su amigo del alma, Mariano Lainez. Con él, se hicieron amigos desde el primer día que ingresaron al servicio. Luego de llorar juntos ese primer día de desarraigo de la civilización, se abocaron a consolar cuanto recluta lo necesitaba en seguida de cada grito de los cabos y alférez, luego de los “bailes” que propinaban a todo el escuadrón para diversión de los milicos. Compartían todo. Hasta cuando a uno de ellos lo castigaban con ejercicios forzados, el otro cometía una falta para que lo uniera al suplicio de su amigo. Entonces, juntos jamás se daban por rendidos, provocando la sorpresa y la bronca de algún militar resentido. Hasta hacían chiste en las largas noches en el calabozo, cuando algo no anduvo bien. Calabozos de altísimas paredes y sin techos, en medio de los bosques que daban detrás del cuartel.. Soportando el rocío de las noches de invierno o las intensas lluvias de septiembre. Pero no dejaban que decayera el ánimo nunca. Se daban fuerzas uno al otro. Apareció la foto de ellos dos junto a la novia de Mariano en aquel entonces; Leticia. Ella era el amor de su vida. Ya de muy jóvenes proyectaban una vida juntos, llenos de hijos y una casa inmensa, como lo planeaba su amigo. Esa foto fue sacada un fin de semana en que ellos quedaron arrestados pero podían recibir visitas. Leticia fue a ver a su amor, le llevó ropa limpia y un pastel de chocolate que compartieron con Leonardo. Desde entonces, ella también fue una gran amiga para él. Mariano siempre le decía que se casarían ni bien le dieran la baja en el servicio militar. Ahora recorría con su vista, las fotos de cuando ya estaban en las islas Malvinas. Una de las fotos los retrataba con sus uniformes casi desechos y sucios de barro. Con los fusiles en alto y cada uno con un cigarrillo a un costado de la boca; detrás se veía un obús y un cañón de artillería antiaérea. Ambos lucían sonrientes, como desafiando a las circunstancias del momento. Otra foto donde tomaban mate. Recordó el sarcasmo con que describían aquella situación. También esa foto fue en el momento en que Mariano le comentó que le había llegado una carta de su novia anoticiándolo de que iba a ser papá. También le prometió algo a Leo que sería el mejor regalo que le dieran en su vida. Si era un niño, le pondrían su nombre, Leonardo Daniel. Le vino a la memoria la emoción que le embargo en medio de la barbarie. Pudo sentir lo maravillosos que eran sus amigos y deseó tanto tener la misma suerte que ellos; tener a alguien que lo amara tan profundamente. El cuerpo de Mariano se quedaría para siempre en las frías e inhóspitas tierras de las Malvinas. Leo se trajo a cuestas la bronca y el dolor. Las pertenencias de su amigo y algunas suyas se las envió a Leticia por encomienda y desde entones, jamás la volvería a ver. Tan solo supo que existía su sobrino postizo; Leonardo Daniel Lainez Cerró el álbum y lo devolvió a su lugar cuidadosamente.. Se quedó pensativo, ido. Otra vez la emoción lo embargó, pero nuevamente no se permitió el desahogo. Salió del cuarto y luego a la calle. Una vez más sin saber qué rumbo tomar. Capítulo VII Laura era una de las mejores amigas de Pierina. A menudo se juntaban a almorzar en el bar de la esquina de la librería, aprovechando sus respectivas hora de refrigerio del trabajo. Su amiga, era de esas personas inquietas, que nunca dejan de hablar y entrometerse en cosas ajenas, pero siempre con la honestidad y la complicidad que buscaba Pierina. Era su momento de oasis, donde sentía que alguien la escuchaba y solía escapar de las realidades que la aburrían o la atormentaban. En pleno almuerzo; no paraban de reírse, de burlarse de cosas mundanas o a veces de sus respectivas realidades. -¿Entonces, contamos con vos para irnos el fin de semana a Pinamar? -No creo, Laura. Me encantaría pero se me complica. Vos sabes; las chicas, Roberto, etcétera, etcétera. -¡Ay, no me vengas con el verso de siempre!.¿Tu marido no se puede arreglar con las nenas un fin de semana?. ¿O es tan torpe que depende de vos?. Deja que se lave los calzoncillos una vez solito, che. -No pasa por ahí. -¿Ah, no?. No me jodas, Pieri. ¿Tenemos que esperar a que las nenas se casen y tu esposo se limpie el culo solo para poder salir tranquilas?. -No empieces otra vez, Laura a cagarme a pedos con todo eso de la familia que ya lo tengo grabado en la cabeza. Ya sabés que la mayor termina el jardín de infantes y a la otra todavía le cambio los pañales. Roberto también labura toda la semana y hace mucho que no salgo con él ni a la esquina. No me parece justo; entendeme. -Pero ¿qué tiene que ver la justicia en todo esto?. Boluda. Te estoy hablando de irnos dos días de descanso al mar; no estoy hablando de irnos de farra con dos negros bronceados a la playa. ¿Tanto sacrificio es para vos?. -Laura. La familia es algo que asumimos los dos. Sabemos que es re jodido, pero lo elegí así, me gusto ser madre y me la banco. Y con Roberto, estamos tratando de acordar cosas para nuestros tiempos individuales, tratando que la realidad del país no influya en el matrimonio; en fin, una serie de cosas. -Y tus viejos, ¿No pueden quedarse dos días con las nenas?. -Mi vieja ya está de vuelta; va con sus amigas al club, visita a mis otros hermanos y a sus nietos, pasea. Y mi viejo está con su pareja lo mas pancho en Buenos Aires. Mira si los voy a joder. .Laura seguía hablando, pero Pierina ya no le prestaba atención. Una canción en el ambiente la atrajo. Conocía este tema, le gustaba mucho. Se llamaba “How do I Live” cantada por una artista estadounidense llamada Trisha Yearwood. Miró en dirección de donde provenida la melodía. Un hombre junto a la rocola parecía haberla elegido. Recordó de inmediato que se trataba del mismo que la había confundido con otra en el negocio por la mañana. Ese hombre la había perturbado. Laura hizo unas señas con la mano delante del rostro de su amiga. -¡Ey!. Estoy acá. Pierina volvió a la realidad ante el llamado de Laura. -¿Querés decirme con que te enganchaste? -Viste que la principio te hable sobre un tipo que esta mañana se confundió de persona conmigo. -Sí -Y te comenté que era muy guapo -Sí -Y que me encantó sus ojos y... -No, eso no me dijiste, flaca -Bueno, no importa... Está en estos momentos junto a la rocola. Laura giró la cabeza para verlo pero Pierina le advirtió apresurada que sea discreta a lo que su amiga le respondió que no fuera tan cuidadosa, nadie se daría cuenta. Hizo como si contemplara el panorama del recinto y comentó: -Está buenísimo. ¿Cómo se llama? -Qué sé yo. ¿Para que le iba a preguntar el nombre? -Para conocerlo, conchuda. Un tipo así no había que dejarlo pasar. -¿Estas loca?. Soy casada. -Eso no quita que te lo podes voltear una noche. -Pará de decir estupideces que vos también sos casada y con hijos. -Sí, pero más liberal que vos. Laura dejó de prestarle atención a aquel individuo y siguió con su plática; pero aunque Pierina simulaba escucharla, sus ojos se iban en busca de los movimientos del hombre que se sentaba a una de las mesas del otro lado del salón. La canción de Trisha llegaba a su fin. No podía evitar sentirse atraída por él. -¿Me estás dando bola?- le preguntó Laura. -Sí, sí, claro -Sí, sí... Estas mirando al tipo, yegua. Pierina se sonrió y se avergonzó de que la hubieran pescado -Es que me da pena -¿Qué te da pena? -Miralo; ahí solito como pollito mojado. .Anda a hacerle compañía entonces. -¡No, boluda!. Estas mal de la cabeza. ¿Cómo voy a hacer eso? -La boluda sos vos que me viene con evasivas. Té lo querés coger. Es normal, no te avergüences. -No digas gansadas. Nada que ver. -¿Qué tiene de malo?. Debe estar bárbaro en la cama -¡Basta Laura! Laura se la quedó mirando con una sonrisa burlona que a Pierina la incomodaba -¿Qué?- le preguntó devolviendo la sonrisa Pierina -Todavía me pregunto por qué te casaste -¡Uy! Laura. ¿Todavía con eso?. Sabes que nos queremos mucho con Roberto. -O será que necesitabas blanquear tu deseo de ser madre. -¿Qué tiene que ver?. Mirá con lo que me salís por que miro a un tipo que me inspira un poco de pena, nada más. A parte no es cierto lo que decís. -Pieri. ¿Cuántos años van que nos conocemos?¿Quince, dieciséis años?. Un poco menos de la mitad de nuestras vidas. Te conozco como una hermana, que no tengo. Tengo tres hermanos varones; vos sos la hermana que no tenía. Sé cuando no te va bien y también sé que esos ojitos lindos que tenés, tienen un brillo que no lucías hace tiempo. Y todo porque entró un tipo al bar que te confundió con otra esta mañana. -Es lo mismo que te digo, Si me conoces tanto, no sé por que me salís con lo de ser madre o por qué me casé. No tenés derecho a cuestionar mi matrimonio. -Sabes que siempre soy frontal y sincera con vos. -Si, pero no me des golpes bajos. Podés equivocarte. -Puede ser. Pero siento que no me decís todo, que no sos sincera conmigo porque no lo sos con vos tampoco. El mozo se acercó con dos cafés que habían pedido. Mientras, Laura siguió hablándole a su amiga bajando el tono de su voz; pero Pierina trataba de escudriñar a donde se encontraba aquel hombre. El mozo le obstruía el panorama. Ella estiró su cuello en su afán de localizarlo; pero en un movimiento de su brazo, tiró su taza de café al suelo. Se avergonzó y no sabía como pedir disculpas. El mozo trataba de tranquilizarla y de inmediato fue a buscar algo para limpiar el piso. Laura le increpó una vez que se retiró el mozo. -Seguías mirando al tipo ¿no?. Después te haces la ofendida conmigo. -No seas boluda, che. -No, no seas boluda vos. A veces te portas como una chiquilina. Pierina se ruborizó; pero aún así, volvió a mirar hacia donde estaría él. Ya no estaba; la mesa vacía, un pocillo que aún humeaba y un billete al lado. No se dio cuenta en que momento se había ido. Sintió algo de pena; no por él, sino por ella. Laura le dijo unas cuantas palabras más, pero era inútil. Notó que estaba en otro lado, con su mente a mil por hora. Ya no quiso reprocharle nada más, sintió compasión. Solo la invitó a irse de allí, a caminar un poco y volver a sus trabajos. Capítulo VIII El padre Héctor salió de su oficina, cruzó el altar de la iglesia en busca de los misales que estaban en el púlpito. Le gustaba el silencio que reinaba en el recinto; la iluminación de los rayos del sol que penetraban por los vitrales en el atardecer. Podía oír el canto de los pájaros que se refugiaban en los árboles en busca del descanso hasta la mañana siguiente como un eco lejano que hacía más plácido al sitio. Alguien tosió. Héctor se volvió para ver de quien se trataba. Era un hombre que estaba por la mitad de la nave sentado en una de las bancas. Forzó la vista para reconocerlo y se sorprendió al saber de quien se trataba. Bajó del altar y caminó hacia él lentamente mientras empezaba a sonreír. -Pero miren a quién tenemos de visita. -Buenas tardes; padre Héctor. -Leonardo Brecci... - dijo con aires sarcásticos -¿Y a qué debemos tu visita a la casa de Dios? -Bueno. Sacando el hecho que es cura. Vengo a visitar a un amigo de la familia. -¡OH!... Muy agradecido, sos bienvenido. -Gracias padre. -Sin embargo no puedo disimular mi asombro al verte dentro de la iglesia de la que tanto renegás. -Sigo haciéndolo. Ya le dije, lo vine a visitar a usted. Héctor conocía la tozudez de Leo, pero siempre le gustó su franqueza y las horas de discusiones teológicas que se daban de vez en cuando. Lo tenía como alguien que nunca discutía sin fundamentos; y si bien era amigo de toda su familia, reconocía que Leo era su preferido. -Bien. ¿En que puedo ayudarte? -No lo sé en verdad. Son esos días en que uno se levanta y... se entra a preguntar cosas de la vida. -Aja... ¿algo en especial?. -Sabe que siempre es difícil definir que es lo que uno quiere preguntar cuando se trata de la vida. -Decí algo que te venga en mente. Así se comienza. -Empezaría con una pregunta. -Venga -Si volviera a vivir su vida; ¿qué le gustaría cambiar? Héctor se puso a pensar. Llevó su mano a la barbilla y calmadamente buscaba que responder. Para Leo, era un deleite estar con él. Le fascinaba la firmeza de su voz, la manera de expresarse tan tranquilizadora. -Tal vez no cambiaría nada, sino que viviría más intensamente la vida. -¿No habría nada que remediar? -Siempre habría que remediar y siempre nos seguiríamos equivocando en otras cosas. Claro que estoy hablando de mi vida; no sé si sirva de ejemplo o te ayude a contestar tu pregunta. -¿Y si debiera volver a vivirla por remediarle las cosas a alguien? -Antes de proseguir; mi curiosidad me incita a preguntarte a dónde queres llegar con esto. -Usted cree en esas cosas, de la vida después de la vida. Mi inquietud es que comienzo a plantearme que sucedería si fuera así; si tuviera que volver a la vida para hacer algo que no concluí. -Creo en un cielo porque creo en un Dios Todopoderoso que... -Hábleme a mí, a su amigo. No estamos en misa. Héctor sonrió, captó lo que su amigo le pedía. -De acuerdo... De todas maneras, debes entender que no puedo ser todo lo objetivo que querés, porque tengo mis creencias, mi fe. Leo asintió. -Creo que los hombres podemos redimirnos; y no hablo de los pecados sino de las omisiones. O por falta de valor en un momento, o porque creímos que no era necesario jugarse por algo, o por miles de motivos. Pero si se me permitiera volver a la vida, pensaría muy bien si todo se trata de remediarle las cosas a alguien como un ángel. A veces no pasa por ayudar a otra persona sino a uno mismo. -¿Qué quiere decir con eso? -Que no podés hacer pan sino tenés harina. Así como no podemos pedirle a los demás lo que no pueden dar; no podemos dar lo que no tenemos. -Quizás sí lo tengamos y los demás no sepan recibirlo o no sepamos darlo. Pero lo tenemos. -Los sentimientos se dan siempre, no cuando se necesitan solamente. -Padre, hablo cuando uno ama mucho a alguien pero no esta seguro que esa persona lo reciba como uno cree. Tengo la harina, hago el pan pero no sé si le gustó como lo hice. -Sí, es posible que no le guste, tal vez que ignore que hacés el pan y tal vez no sea buena la harina que utilices. -Bueno, pero es la única harina que tengo. -Vamos al grano. Lo que te quiero significar es que, a veces nuestras frustraciones no nos dejan ser como realmente somos. Quien ama, tiene un buen elemento, pero si se guarda algo que duele en el alma, ese amor se amarga y se marchita. -Sigo sin entender o no supe plantear el tema. -No, esta bien. Me preguntaste si nos dejaran volver a la vida, a quien o como remediarle la vida a alguien. La pregunta sería; ¿no será que debemos arreglar nuestra alma antes que a otra persona? -Entiendo. Pero me extraña que tenga esa posición algo egoísta. -Para nada es egoísta. Ya te dije, Si no tenés harina, difícilmente puedas hacer pan. Leo comenzó a entender; se quedó en silencio meditando el asunto. -La verdad, Leo; es que me parece muy interesante la charla pero no entiendo aún el por qué de esa inquietud. -No importa, yo me entiendo. ¿Acaso Dios pregunta menos y perdona? Héctor largó una carcajada ante la ocurrencia de su amigo. -Bien, por hoy suficiente. Me alegro de verlo bien, padre. Lo veo esta noche en la fiesta de recibida de mi hermana. -¿Ya sabe el resultado?. Creí que aún estaba en examen por estas horas. -Sí lo está. Pero se recibe. Confíe en mí. Hasta la noche. Héctor miraba como se iba sin dejar de sonreír y sintiendo que nunca lo dejaba de sorprender. Antes de salir, Leo se volvió al padre y le dijo algo más. -Padre. Tiene una linda casa Dios aquí; es muy tranquila y muy amena. Está haciendo un buen trabajo.- le guiñó un ojo y se marchó. Capítulo IX Salió de la liberaría mas temprano de lo acostumbrado. Era un día en la que se sentía melancólica y pidió permiso a su jefe para irse antes de tiempo. Iría a recoger a su hija al jardín de infantes, pero como le quedaba tiempo, fue al bar de la esquina. Entró y lo primero que hizo es dirigirse a la rocola. Repasó la lista en la cartelera hasta encontrar el número de la canción que buscaba. “How do I Live”; comenzó a sonar y se dejó llevar por la melodía. Estuvo un rato largo así hasta que una voz la sobresaltó. -A mí también me gusta esa canción; es muy bonita. Pierina advirtió que el hombre que la había confundido la mañana anterior se condujo a ella, sentado en una mesa cercana. A ella no le salían las palabras, pero no quería ser descortés con él. -Sí, es muy hermosa. La verdad es que no sé por qué la puse; fue al azar. -Me trae buenos recuerdos. Si bien no es tan vieja la canción. Creo que es del 98, por ahí- continuó diciendo Leo, tratando de no incomodarla. -Aja... La verdad es que ni sé quién la canta.- comentó ella -Trisha Yearwood; es una mina yanqui que canta country. Tiene una voz muy dulce. Pierina asentía a lo que él decía sin quitarse las manos de los bolsillos de su abrigo. Sobrevino un momento en que no sabían mas qué decirse y se sintieron incómodos hasta que Leo dijo algo. -Perdoname, no quiero hacerte sentir mal, no era mi intención. -No, para nada- dijo ella ensayando una sonrisa con nervios. -No quiero pasar por descortés. Solo... quisiera que... me... aceptaras una taza de café o lo que te guste, si no te ofendés. Siento que te debo una disculpa porque te incomodé el otro día con mi confusión. Se sintió ruborizada pero no podía resistirse a la invitación de esa persona que la volvía a fascinar. Aceptó de buen grado y se sentó a la mesa. -Te agradezco que aceptaras. Me llamo Leonardo Brecci, me dicen Leo, claro, jejeje. Le tendió la mano y ella se presentó también diciéndole su nombre. -Sí, ya lo sé. -¿Lo sabes? -No, no... Digo... que... ya sabía que no te llamas Elena. ¿Qué querés tomar? ¿Café, jugo, algo fuerte?. -Solo café, gracias. Llamó al mozo y ordenó un café para ella. Mientras, miraba a ese hombre que tenía enfrente con algo más que curiosidad y cuando él volvía la vista a ella, bajaba la suya o miraba a otro lado. No sabía que hacía allí, como aceptó sentarse con alguien extraño, pero le gustaba esa situación casi prohibida para ella. Se sonrieron una vez más y buscaban cómo romper el hielo. -Bien. ¿Y que haces, Leo, además de buscar a tu amiga perdida? ¿O ya la encontraste?. -No, aún no. Supongo que ya no vive por aquí. Me dedico a la informática; es lo que sé hacer. Y ya sé que vos trabajas en la librería de mitad de cuadra. -Sí, así es, ya hace unos años. ¿Sos de acá o qué? -Sí, soy platense, pero... voy de aquí para allá, y casi no estoy acá, así que... Bueno, ya sabés. -Por el trabajo, me imagino. -Sí, sí. Pero además me gusta pasear, conocer lugares, en fin. -¡Que suerte!. ¿Conoces muchos sitios? -Bastante; mientras pude, lo hice. -¿Ya no lo haces?. -No, ya no tengo ganas de andar como maleta de loco, jajaja. Ya es hora de establecerme en algún sitio. -Y formar una familia.- le completó ella. Leo se le quedó mirando ante lo que dijo Pierina, se sintió sorprendido, como si le leyera el pensamiento. -Lo siento, no quiero presuponer nada. Olvidate que lo dije.- se disculpó Pierina. -No, no, está bien. Es casi lo que iba a decir. Me leíste el pensamiento. Pero no aquí, en otra parte. -¿No te gusta la ciudad? -La verdad que no, siempre odié este sitio. Me gusta un lugar donde la gente se salude, converse, se ayuden. Donde los automóviles no te toquen bocina mientras cruzas la calle con luz a tu favor. Donde no te empujen por la vereda y hablen estupideces todo el día. -Sí, es cierto. Esta ciudad es muy histérica. ¿Ya tenés un sitio donde ir?. -Sí, me gustaría ir a... Pero algo lo detuvo, un pensamiento lo dejó sin la respuesta inmediata. Sabía que no volvería al lugar de siempre, sino a otro que era más hermoso aún, pero que no sabía si tenía ganas de volver allí. Todo comenzó a parecerle extraño nuevamente. -Es un lugar muy bonito. Hay montañas y lagos. Nieve por doquier y... gente buena, muy buena. -Suena inverosímil. ¿Dónde es eso?- le ondagó curiosa Pierina. La miró a los ojos fijamente por primera vez desde que comenzaron a hablar. Pierina notó el brillo en sus ojos que la enterneció a la espera de la respuesta. Una extraña y mágica sensación de inquietud y paz se apoderaban de ella. -Es un sitio que no aparece en ningún mapa. Es poco conocido, pequeño. Al sur... creo. -¿Creés?, jajajajaja. ¿Y que hay para hacer allí?. -Bueno; está todo por hacerse. Me gustaría criar caballos, andar en uno todo el día; mirar la puesta del sol en lo alto de un peñasco. Ver nevar, sentirlo en la piel. -Humm... que lindo se oye. Espero conocerlo pronto. -¡No! -¿No? -Digo... Sí, espero que algún día estés allí. Solo que me pareció que siendo madre de dos pequeños ahora; pues, sería dificultoso para ellos. -Sí, es cierto. Debe haber mucho frío allí si es el sur. Pero soñar no cuesta nada; ¿no te parece?. -A propósito. No tenés cara de madre. -¿No tengo cara de madre?. ¿Cara de que se supone que debiera tener?. Leo notó su molestia ante lo dicho, trató de enmendarlo de alguna manera. -Quiero decir que no pareces una madre, en el sentido... -No sé que concepto tenés de las madres; pero no creo que tengamos que tener un estereotipo para que nos reconozcan como tal. -Lo sé, no digo eso, es que... -¿Sabés qué?. -Solo lo dije porque, te ves tan joven y... tan... -¿Tan qué?. Para ser una madre no hace falta tener los ruleros puestos, las tetas caídas y arrastrar a la prole por la calle y a los gritos. -Pará un poquito. ¿Por qué salís con eso?. No quise decir otra cosa que sos una linda mujer; tal vez lo encaré mal, lo siento, pero no es para tanto. -Te referís a madre como algo que solo se observa y se compara con las otras mujeres. Es el concepto machista que predomina, parece. ¿Acaso sabes lo que es ser madre, tener hijos?. Leonardo ya se había fastidiado para esa altura y con toda cortesía y paciencia le contestó. -No, no lo sé y no me interesa saberlo. No podría aunque quisiera. Eso no me quita el derecho de ser humano ni de ser hombre. Tampoco creo que sepas mas que yo de la vida porque tengas hijos. Pierina cayó en la cuenta que se había extralimitado, se sintió incómoda ante esa situación y no sabía como repararlo. -Mirá... Siento mucho haberte mal interpretado. ¡Por Dios!. Me siento avergonzada, no sé que decirte. Me invitas con una taza de café, tratas de ser amable conmigo y te salgo con una historieta de estas. -No te preocupes, ya pasó, tampoco yo quise alzarte la voz. -No, no. Es mi culpa. No sé, debe ser el día que tuve. No tengo excusas. Ni siquiera te conozco y... -Ya, no sigas. Olvidate del asunto. Yo no me siento mal, al contrario. Es bueno discutir de vez en cuando y hace que nos conozcamos, mejor. Ella, de todas maneras, no podía dejar de sentirse mal por el momento pasado. En su interior le gustaba estar con él y reconocía que había desperdiciado una oportunidad de salir de su rutina. Comenzó a ordenar su bolso para marcharse. -Mejor me voy, debo ir a buscar a mi hija que sale del jardín y llegaré tarde. Te agradezco mucho el café, de verdad. -No me dijiste como se llaman tus hijas. -La mayor, la que va al jardín, se llama Victoria, ella tiene cinco años y la más chica se llama Cintia y ya cumplió 1 año. -Que bien, te felicito. -Gracias. Bien, ha sido un gusto, Leonardo. Iba a marcharse pero se volvió y le dijo algo más. -Aún siento que debo reparar la boludez que me mandé. Ya sabes donde trabajo. Sí algún día queres pasar a visitarme, no tengo inconvenientes, ¿sabés?. -De acuerdo. Pero será porque quiero verte. No hay nada que reparar. ¿Está bien?. -Hecho. Nos vemos; hasta pronto entonces. Pierina salió del bar, maldiciendo entre dientes su actitud, creyó arruinarlo todo. Por otra parte se preguntaba por qué le interesaba tanto. El viento frío la cruzó en una ráfaga, se llevó las manos a los bolsillos de su abrigo y buscó las llaves de su auto. Antes de abordarlo, miró nuevamente en dirección al bar. A pesar de sentirse en falta por aquel planteo que hizo dentro; se sintió feliz de haber conocido a aquel hombre. ******* Pierina volvía del supermercado luego de pasar por su hija del jardín de infantes. Ambas venían conversando en el auto sobre las cosas que había hecho esa tarde su niña. A ella le encantaba escuchar las explicaciones que le daba, desde su visión infantil. Era, también, abstraerse de las cosas rutinarias, como un recreo a su mente. Al llegar a la casa, la niñera la esperaba en la puerta con Cintia que jugaba con unos muñequitos en el umbral. Luego de despedirse de la niñera, ingresaron a la casa y dejó que sus hijas fueran a jugar a su cuarto. Era el par de horas que se dedicaba a diario en la semana laboral hasta las siete y pico de la tarde en que volvía su marido. Puso la pava al fuego, preparó el mate y encendió el equipo de audio. Prendió su primer cigarrillo para disfrutarlo lentamente y se sentó en el sillón amplio a dejarse llevar por la música del estéreo. Se cebó un mate y luego de un rato en el que quedó pensativa, se levantó y extrajo una cajita de una bolsa de plástico que había dejado en el otro sillón. Le sacó la envoltura a la cajita y extrajo un CD de su interior. Lo introdujo en el reproductor y comenzó a sonar los primeros compases del tema de Trisha Yearwood. Se sentó de nuevo y nuevamente dejó que su mente volara tan alto como pudiera. Se olvidó del mate y su piel se erizaba a medida que la canción transcurría. El lloriqueo de Cintia la devolvió a la realidad. Fue a ver que sucedía; nada más que un pequeño golpecito al trastabillar y su hermana mayor que también trataba de consolarla. Su madre le puso un video de dibujos animados y así se quedarían tranquilas. Volvió a la sala; la música había terminado. Se sonrió y sacudió levemente su cabeza, asegurándose así misma que descabellada imaginación tenía. De inmediato, pensó en sus hijas, en su esposo, en la familia que tanto quiso tener y había logrado. Una linda casa, su trabajo, de poca paga pero que le gustaba; auto y amigos que la venían a visitar de vez en cuando. “¿Qué más se puede pedir?”. Pensó ella. Ya las siete y cuarto de la tarde y Roberto que llegaba del bufete de abogados donde se desempeñaba. Ella cumplió con su rutina matrimonial de recibirlo con un abrazo y un beso, escuchar atentamente el día difícil que tuvo su marido, cebarle unos mates antes de su ducha y prender el televisor para que viera las noticias mientras preparaba la cena. Pierina recordó que no se sentaba a conversar con Roberto muy a menudo. De manera que dejó un instante de cocinar, fue al living y se sentó al lado de su marido que miraba la TV abstraído del entorno. Le hizo unos comentarios y alguna propuesta para salir el fin de semana con los niños. Roberto no ponía reparos, le parecía todo bien intercalando alguna acotación de lo que pasaba en el noticiero. Ella se forzaba por estar interesada, siguió hablándole de algunas cuestiones familiares pero veía que su marido le contestaba casi mecánicamente. Todo era “sí, sí, aja, que bueno”. Pierina se levantó, le dio un beso en la frente y volvió a la cocina. Capítulo X Leonardo se encerró en su cuarto, ya entrada la madrugada, y volvió a repasar el álbum de fotos del servicio militar. Lo cerró, y se quedó sentado sin nada que hacer en la penumbra que provocaba la lámpara del escritorio. Vio un atado de cigarrillos sobre la repisa y sonrió. -Al final te quedaste con las ganas de matarme. No pudiste, ja, ja, ja. Te ganó un camión. La computadora advertía un requerimiento del chat. Leo se dispuso a sentarse frente al monitor. “¿Cómo va eso, compañero?” -Normal, nada nuevo. “Supe que la viste hoy.” -Sí, la vi. Supongo que empezamos mal. “No te me achiqués. Puse todas las fichas por vos” -¿Así que apostando? “Un poco, no llega a ser pecado” -¿Y cómo estoy? “5 a 1” -¿A favor? “No, en contra.” -Parece que no me tienen mucha fe en el cielo. “Es este San Pedro, siempre llevando la contra, por eso le aposté para que luego no niegue que dijo lo que dijo... No te preocupés, todo bajo control.” -Ahora que lo pienso bien. ¿Me estás pidiendo que cometa un pecado?. “¿Yo?. ¿Cuál?” -Adulterio. “En todo caso, no sos vos el casado” -Pero me pedís que provoque que lo cometa ella “No creas en todo lo que te dicen” -¡Mirá vos!... Eso sí que es una novedad. ¿Acaso no fuiste vos que nos mandó los diez mandamientos?. “Sí, pero recordá que las tablas las partió en mil pedazos Moisés, no leyó la letra chica” -¡UPA!... Esto se pone interesante. ¿Estás aprobando el adulterio, y por consiguiente algún que otro libertinaje?. “¿Llamas libertinaje a lo que sentís por Pierina?”. -¡Claro que no!. Pero ella no va respetar a su familia por querer amarme y yo estaré provocando que se destruya un hogar. “¿Desde cuándo te importa tanto cumplir con esos conceptos cristianos?...¡Mírenlo! con ese pensamiento lo vas a dejar al Papa sin trabajo ” -No es que me importe o deje de hacerlo. No estaré de acuerdo en algunas cosas pero los respeto. “Se nota”. -Dejate de sarcasmos. ¿Qué es entonces un pecado?. “Todo aquello que desperdicie u ofenda a la vida” -Mirá que sos raro, viejo... Digo,... Padre. “¿Sabes cuál es uno de los peores pecados?. El de desperdiciar la vida; no vivir plenamente, al menos intentar vivirla”. -Hay gente que no puede hacerlo. Nacen en medio de las guerras, en medio de la hambruna, en... “Lo sé. Y creeme que me pone triste saberlo. Pero estoy hablando de aquellos que si pueden torcer sus destinos, los que tienen las herramientas para vivir. Yo sé a lo que apuntas. Sé que lo ves todo de justo a injusto. No me desligo de lo que hice ni de lo que hago. La Obra va lenta en términos reales para la vida. Pero cambia; todo cambia; se transforma, rejuvenece y todo aquello que es injusto, tendrá su reparo. No te he llamado al Paraíso en vano, sos un constructor.” -Hubiera querido terminar mi construcción aquí. Me empezaba a irme bien, a tener las cosas por la que luché tanto. “Nunca sabes lo que puede venir mañana. Ya conversaremos sobre ello cuando encuentres la razón de tu vida”. -¿Todo esto es por mí?. “¿Lo querés todo servido?¿Querés que todo se te diga?. ¡Merécelo!. Estamos hablando de quién desperdicia su vida. ¿Acaso hiciste de la tuya lo suficiente?. Si es así, ¿por qué te quejas tanto?. Me cuestionas todo. Te he dado la libertad para intentar hacer lo que creas justo. Estás aquí para hacer algo, para que puedas encontrar las respuestas. No sos un elegido simplemente; sos Mí Hijo. No te pido que confíes en mí; pero confía en vos mismo. ¡Demonios!... ¡Uyyy!. Perdón, se me escapó.” Leonardo se rió, dio un suspiro, ya no quería sentir que le cuestionaba todo. Después de todo, estaba hablando con Él. -No creía que tuvieras sentido del humor. “Si supieras las cosas que creen y no creen de mí... Me aman, me detestan, se acuerdan de mí más en las malas que en las buenas. Pocos comparten conmigo sus alegrías y a menudo me piden acercarme a sus tristezas. Pero son mis hijos y realmente me preocupan todos ustedes”. -Suena muy paternal. “Y vos sonás muy imbecil” -¡Epa!. Tampoco sabía que tenías esas reacciones. “¿Acaso pensás que tienen derecho de insultarme y yo no decir nada?” -Pero suponía que todo lo perdonas, sos todo amor. “Bueno, sí. Pero soy El Jefe, El mandamás, El dueño de la pelota, El que...” -Ya está bien. Entendí... A veces no te comprendo. No termino de confiar en vos y aún así tratas de ayudarme o algo por el estilo. Debiste mandarme al infierno. “JA JA JA JA. Ya estuviste en él. Supongo que té acordás. Él sabía a que se refería, se detuvo un instante antes de responderle. -Sí, tenés razón. “El cielo y el infierno conviven en el alma del hombre, Son su propia bendición y su propio castigo”. ¿Y por qué dejas que el diablo meta la cola?. “El demonio es la representación del mal. ¿No será que la maldad se encierra en el corazón del hombre también?” -No sé. Lo inventaste vos. “Yo no lo inventé. Será el deseo del hombre para justificar sus actos repudiables. Será que se necesita a alguien en quién cargar las culpas. Será que se necesita en algo más que temer, para controlar y ejercer poder.” -Vos también lo ejerces. ¿No se trata de Poder, acaso? “Solo quiero que vivan sus vidas, lo aprovechen, se amen. No he tratado de inculcar mi voluntad en vos. Pensás y reaccionas a tu voluntad. No ejerzo ningún poder sobre tus decisiones, al menos, trato que valores lo que tengas, lo que logres, es así como se llega al Paraíso. El poder está entre los hombres. Mi hijo Jesús, echó a los mercaderes de mi casa; así está escrito. Pues son los mercaderes del mundo que controlan a través de las religiones a sus hermanos.” -Ahí estamos de acuerdo. “¡Al fin!. Haré una fiesta esta noche”. -Pero... ¿No fue un acto de Poder, entregar a Jesús a la cruz?. “¿Cuánto amor habrá en un Padre que entrega la vida de su hijo para la salvación de los demás?” -Ya estás hablando como los curas de la iglesia. “Ja, ja, ja. No, no... Solo te lo pregunto, no estoy justificándome. Debes leer entre líneas. Lo que está escrito no es literalmente así. Nunca se sabe si lo que pasó, pasó o estará por pasar. -¡Chau!... Ahora sí que no te entendí. “Todo a su tiempo. Son cosas que hablaremos y descubrirás luego” -Bueno. De todas maneras; te agradezco la confianza que me tenés. “Sos un reverendo cretino, pero sos sincero. Lo que sentís y decís, no lo haces de maldad, lo haces por la sed de justicia que te caracteriza. Debes sincerarte a sí mismo, esa es tu salvación y no lo digo en los términos de la iglesia como soles pensar.” -¿Qué hay de Pierina? ; ¿qué paso sigue?. “Solo escucha a tu corazón, el te guiará, confiá en él, confiá en vos” -Por lo que me dijiste. Ella no vive feliz con su familia. “No dije eso. No vive feliz consigo misma, tal vez.. Descubrilo, llegá a ella. Solo recordá que no hay cosa más dolorosa que no haber vivido la vida” .Pero. Su esposo, tal vez sea una buena persona. “Cada alma tiene su gemelo. Cada cual merece estar con la persona adecuada. El amor no se regala, se gana cada día y se empieza amándose a uno mismo, luego el corazón elige a quien amar. No te preocupes, esas cosas se arreglan”. -No me imagino que en las actuales condiciones, ella me diga que me ama. “Que problema, sería.” -¿Y me lo decís así como así?. “Te dije que confiaras en vos” -Sí, pero eso no significa que me haga caso, que se produzca lo que se me antoje. ¿Qué le puede pasar si no me ama? “No dejes que su vida se marchite, no dejes que se arrepienta de por vida. Hay gente que muere de pena. Debemos evitarlo” -¡Por Dios! “No, yo no hice nada, lo juro” -Es un decir. Perdón. Pero debes ayudarme, prométemelo. “Claro” -Claro, sí... Pero bien que me haces retornar y la encuentro casada. “Ya te dije que a veces necesitamos merecernos las cosas. No es un castigo, mucho menos para vos. Solo dejá que las cosas se den. Pero apurate que te quedan veinticinco días” -Bueno... Dos preguntas al margen. “Vengan” -¿Qué pasaría si el diablo renuncia a ser malo y quiere pasarse de bando? “Humm... tendría que darles la llave del mundo y devolverles el depósito de alquiler a ustedes” - La otra... ¿Hay vida en otros planetas? “Pues sería absurdo un universo infinito para ustedes solos” -Aja... ¿Y es vida inteligente?. “¿Pudieron establecer contacto con ellos?” -Aún no. “Entonces es vida inteligente” Capitulo XI La librería estaba colmada de gente. Pierina atendía los requerimientos de los clientes a cuatro manos. Alguien le pidió a otra vendedora que le pusiera un tema de un CD. Pierina escuchó, mientras atendía, aquel tema que le fascinaba. Levantó la cabeza para fijarse quien había pedido ese tema y descubrió que se trataba de él. Nuevamente se sintió atraída, entusiasmada y acalorada. Terminó de atender al cliente y se acercó hasta Leo desde el otro lado del mostrador. Él la miró con sus ojos brillantes y grandes y una sonrisa plena. Solo se limitó a decirle “Hola, Pierina”. Caminaban por la plaza Moreno, conversando trivialidades, conociéndose mutuamente poco a poco. -¿Nada aún de tu amiga Elena?. -No. Como te dije los otros días, creo que ya no vive en la ciudad. -Entonces ¿Te vas a ir de acá? -No lo sé. Por lo menos aún no. Tengo planeado irme al sur dentro de unos días. -¿Al lugar que me hablaste y que no sabes si esta tan al sur?- le preguntó Pierina en forma burlona y simpática; a lo que Leo consintió sonriendo. -¿Ya decidido a formar la familia?. Él no sabía que contestarle realmente. -Veremos. Mejor, un paso a la vez. -¿Qué te hizo querer establecerte y dejar de andar por el mundo? -Humm... Creo que ya es edad; ¿no te parece? -Yo creo que no es la edad. Mucha gente sigue viviendo sin nada en que comprometerse. -Sí es cierto. Supongo que me he cansado de viajar y de hacerme la cena solo para mí. -Todos debemos tener a alguien, ¿verdad?. -Pienso que sí. Pero tampoco se trataba de estar con alguien por no estar solo. -¿Sentiste que fue así alguna vez? -Sí, y ya no volverá a ocurrir. -¿Y en que creés en que te equivocaste? -En eso; pensar en no estar solo y no pensar en estar verdaderamente enamorado de la persona que tenía al lado. -¿La heriste? -No creo, aunque pienso que se ofendió al final por seguir mi camino sin ella. -¿Cómo fue eso? -Ella tenía objetivos muy definidos y diferentes a los míos. Nunca pudieron congeniar nuestras necesidades. Yo no quería vivir solo y a ella le interesaba cumplir sus deseos, sus necesidades. -¿Pero cómo pudieron establecer un vínculo siendo tan diferentes? -Porque sentíamos respeto y cariño y porque no queríamos herirnos. Eso sería bueno sino hubiese un compromiso de pareja. En un vínculo como ese, no se puede obviar las necesidades en común. Pierina sentía que algo le molestaba con los dichos de Leo, pero esa molestia no era contra él, era contra ella aunque trató de disipar ese sentimiento de culpa que sentía. -Todos tenemos nuestros pecados.- dijo ella. -No sé si son pecados. Mas bien son errores. -Pero ¿en el caso de tu pareja que antepuso sus necesidades a las tuyas? -Yo hice lo mismo. -Pero fue diferente. Me contaste que eras como un medio para sus fines. -Sí, pero no creo que lo haya hecho a propósito. Digo, no es que haya sido una mina jodida; no lo era. No lo hizo a propósito... hasta creo que no tuvo alternativa. -Primero la pones como la mala de la película y luego salís defendiéndola. -¿Pareció eso?. -Claro. Ambos tienen responsabilidad en un matrimonio -No dije que estuve casado. Estábamos juntos... convivíamos de alguna forma... nos veíamos. -¿Por qué no te saliste entonces? ; no te ataba nada. -¿Sos de las que piensan que el compromiso pasa por una formalidad institucional? -Comento que si alguien llega al matrimonio es porque asume una responsabilidad mayor, llega a aceptar las renuncias y las entregas por amor. -¡Ay, vamos!. ¿Acaso creés que se necesita de un papel para hacerse responsable de los sentimientos? -No; pero creo que si llegas al matrimonio es porque estás seguro de lo que sentís por el otro. -Pierina, no hace falta de un matrimonio para asegurarte de lo que sentís. -¿No estas de acuerdo con el matrimonio? -Claro que estoy de acuerdo, en lo que no estoy es en que solo en el matrimonio se debe renunciar o entregar. Cada día es una renuncia y una ganancia en todas las facetas de la vida. No hace falta un compromiso escrito o de palabra. Donde hay amor todo eso sobra, deja de tener sentido. Y más que un compromiso es una actitud de vida. Uno entrega y renuncia con alegría, tanto que no se da cuenta que es así, solo lo hace. -Suena muy utópico. -¿Te parece?, ¿Acaso no amas a tu esposo? Pierina entendió esa pregunta como un desafío, se sintió invadida. No quiso decir nada pero no pudo disimular su incomodidad. Leo observó que se había extralimitado. -Olvidalo, te pido que me disculpes, no quise ser entremetido. -Bueno; parece que sabes mucho de relaciones y todo eso. Felicitaciones.´le respondió irónicamente Pierina. -Por favor; no te sientas molesta, te pido que me perdones no quise decir eso. -Parece que me estuvieras juzgando. -No, para nada, no podría... -¿Sabes?. El matrimonio siempre tiene sus dificultades y no podemos ser perfectos en todo momento. Al menos, creo en lo que hice; sé en donde estoy parada y tengo dos hijas en que pensar, en que cuidar y que las amo tanto, eso es suficiente motivo para llevar adelante a un hogar. -Pierina, ya dije que lo siento, parece que te vas a molestar cada vez que nos veamos. -Puede ser, tal vez sea mejor que no nos veamos de nuevo. Leo sintió por primera vez desde que volvió a su vida, un escalofrío que le recorría su interior. De todas maneras se atrevió a contestarle. -Si queres que no nos veamos, que no te moleste más; no voy a poner reparos. Pierina sintió que lo desafiaba más aún, el efecto contrario al que hubiera querido. Sin embargo, no dio el brazo a torcer. -Bien, si es lo que te gusta... de acuerdo. Leo temblaba de miedo y hacía un esfuerzo descomunal para no demostrarlo. -Yo no dije que me gustara eso, fue tu idea... No me tires tu problema a mí. -¿Problema? ¿Qué problema tengo?. Sos vos el que busca la perfección en las cosas, no yo. -¿Sabes cuál es tu problema?. Que te pones muy a la defensiva. Pareciera que no reconocés algo y me atacas cuando digo algo que te afecta y no porque lo provoqué yo. -¡Fantástico!. Ahora sos vidente también. Tenés todo claro, hasta sabes de mi vida. Me pregunto como es que no teniendo una familia propia, te pones a dar cátedra, me queres enseñar. ¿Sabés que es tener hijos?. -¿Te vas a escudar en ellos? Terminó de decirlo y supo que había metido la pata como nunca. Pierina lo miró a los ojos como apuñalándolos con los suyos y no quiso seguir discutiendo porque no se hacía responsable ya de sus actos. -Adiós- dijo ella; dándose la media vuelta y marchándose deprisa y muy enojada. -¡Que boludo soy! ¡Me cago en mi mismo!- se lamentaba Leo. Segundo encuentro y segunda embarrada. Esta vez, sintió que la había hecho fea, por hablar de más. Se sentó en una banca de la plaza y se resignó a pensar en ver que haría. ****** Al llegar a su casa, Leo se metió en su cuarto. Se sentó al escritorio mirando el monitor de la computadora a la espera de una solicitud de chat de Dios. Pasaron los minutos y nada; Todo era una espera inútil. Se preguntaba por qué “El Jefe” no respondía cuando más lo necesitaba, ahora mas que nunca que presentía que las cosas empeoraban. “Siempre es lo mismo, cuando se te requiere no estás”; pensó. El celular sonó con fuerza y turbó la espera de Leo. Contestó y, adivinó la voz de Ángel del otro lado. -¿ Cómo va eso, mi amigo? – Le preguntó Ángel -Hum. No del todo bien. Creo que metí la pata con Pierina. -¿Por? - Por ser tan boca floja; por esa manía de querer saberlo todo sin medir las consecuencias. -¿Tan grave es? -Supongo que no aspirará verme otra vez. -No lo creo. Tal vez tengas alguna estrategia para volver con ella. -Quisiera saber cuál. Para colmo, nuestro “Patrón” no aparece. -Es por que debés hacerlo por vos mismo. Debés prestar atención a cada señal, a cada cosa que pase a tu alrededor. -Si, ya sé. Quejarme menos y trabajar más. -Así es. Confiá en vos. -Ya me lo dijeron. Sólo que no sé como continuar. -Cuando conocí a mi esposa; si que fue difícil conquistarla. La más hermosa de las mujeres en los bailes de egresados de la secundaria. Le hacía galanterías, le llevaba regalos, le contaba mil historias de mi vida y parecía no impresionarla. Conquisté su corazón cuando casi me estaba dando por vencido. -¿Cómo fue eso? -Una noche en un bar, café de por medio. Llegué abatido por lo que sucedía en mi casa. Esa tarde a mi padre lo había despedido del trabajo por estar ebrio. Se desquitó con mi madre... La golpeó duramente. Fue la primera vez en tanto tiempo que salí en defensa de ella. Tomé un palo y golpeé a mi padre con toda mi alma. Lo tuvimos que hospitalizar y mi madre se enojó conmigo. Llegué a ese bar y le conté todo a ella, todo mi temor por lo que le pasaría a mi padre y más aún porque mi madre se resintió conmigo. Luego me largué a llorar como un niño. Ella me abrazó, me consoló; se enterneció y me habló mucho. Me dijo de mi valor, de mi cariño. Le había mostrado tal cual era. Con mis miedos y mis fuerzas. No hacía falta un presente o una galantería; sólo demostrarme tal como era. -Te entiendo. Creo que debería hacer lo mismo. -Tal vez si o tal vez debieses demostrarte a vos mismo lo que sos, lo que podes y lo que no. -Tenés razón Ángel. Sin embargo no se como comenzar... Me siento solo en esto. -Lo sé. Ve a caminar, tal vez el aire del atardecer te ayude. -Si, lo haré. -Si tenés noticias, me avisas. -¿Cómo? No sé tu número telefónico. -Acá solo se pide hablar con quien quieras -Okay. Gracias por tu plática. -Acá me tenés, para lo que gustes. Capítulo XII Un espléndido día de sol transcurría sobre la ciudad de La Plata. Leo caminaba por sus calles llena de gente. Iba pensando que hacer de ahora en más, que cosas debía percibir. Las palabras de Ángel en el teléfono se le venían a la memoria, buscando algún significado que le sirviera. De repente, un chistido lo sacó de su concentración. Miró para todos lados para saber quién hacía el sonidito de llamado hasta que alguien lo tomó del brazo. Se sobresaltó, pero luego se quedó mirando a la persona que lo tomaba del brazo. Le era familiar, lo había visto antes. -¿Te conozco?- le indagó Leo. -Del bar en Verdelejos – le respondió aquel hombre de aspecto robusto y noble. -¿El que estaba sentado en la mesa cerca de la puerta, preocupado? -Sí, y vos te acercaste para ver que me pasaba. Leo no salía de su asombro. Adivinaba en que condición se encontraba su interlocutor, supo, entonces, que no era el único. -Supiste que estabas muerto, ¿verdad?. -Exacto. Luego tuve una charla extensa con... Bueno, ya sabes. -Sí. Lo sé. ¿Y que haces aquí?. -Vivía aquí. Tengo a mi familia en la ciudad. -¿Y para qué te mandaron?. -Por lo mismo que vos. A arreglar los asuntos pendientes. -¿Lo hiciste? -Mejor te invito con una taza de café. Fueron a un bar, se sentaron y pidieron sendos cafés. Leo no dejaba de mirarlo atónito. -No me mirés como si fuera el fantasma Gasparín. Vos sos igual que yo. -¿Qué se supone que somos? -Bueno, digamos... Casi angelitos. -Aja... ¿Tenés que decirme algo o darme algo? -No, solo té vi y quise saludarte. Por cierto, mi nombre es Cristian- le tendió la mano firme. -Leonardo... decime Leo. -¿Y que hay Leo? ¿Ya encontraste lo que necesitabas? -Encontrar lo encontré, nada más que no está conmigo, sino con otro. -¿Una mujer?. -Sí. -¿Y que hay de vos? -¿De mí? ¿Por qué a todos le interesa lo que a mí me pasa? -Porque se trata de eso también. Es lo principal. -Atenderse a uno mismo. ¿No te parece un poco egoísta? -No Leo, al contrario. Somos egoístas al no hacer nada por nosotros. -¿A que te referís? -Mira; imaginate que tenés una bolsita llena de dulces. Comenzás a compartir. Les das a todos hasta que te quedas sin un dulce dentro del saco, ¿me seguís?. -Sí. -Bien. Si te quedas sin un dulce, no podes seguir repartiendo. Luego, en vez de llenar nuevamente el saco, empezás a quejarte de que te faltan dulces. Mejor dicho, que no te dieron nada a cambio por los dulces; ni siquiera te dieron las gracias. Ahora, ¿qué tal si en vez de repartir los dulces sin pedir nada, los intercambias por otros dulces?. No importa que tus dulces sean mejores y los que te intercambien sean pequeños o de menor valía. Lo importante es que sean dulces dados con sinceridad, con honestidad. Pero no dejás que se te vacíe la bolsita. -Entiendo, sé a lo que querés llegar. Pero mi problema pasa por saber donde empiezo a demostrarme algo a mí mismo. -¿Tenés la bolsita vacía? -En el caso, sí. Pero la tenía llena antes de que me pasara por encima un trailer camino al sur. -A veces nos comemos los dulces nosotros mismos sin saber que se acabarán en algún momento. -¿Para que haría eso?. Digo... No tenía motivo para hacerlo. -Leo, un dulce no se hizo para sacar el gusto amargo solamente, está fundamentalmente para disfrutarlo. Tal vez, lo amargo no deje disfrutar el sabor verdadero de las cosas. Leo se quedó pensativo. Se sintió más aliviado y también agradecido por la presencia de aquel nuevo amigo del paraíso. -¿Qué hay de vos, Cristian? -¡Uf!... Ya estoy en paz conmigo y con mis afectos. -¿Qué pasó? -Era un prominente ejecutivo que llevaba grandes cuentas. Un destacado miembro de la comunidad, casado con una bella esposa y dos pequeños adorables. El éxito en los negocios, las presiones para más y mejores cuentas. Me exigí demasiado; comencé a consumir drogas para evadir la presión. Creí poder controlarlo, pero no fue así. De ser un buen hombre pasé a ser un ogro, un maldito. El día que morí, fue el día del cumpleaños de mi hijo mayor. Cumplió los diez años y no estuve. Compromisos de oficina y buscar a mi proveedor para que me diera más coca. Puse mi egoísmo sobre la necesidad de mi hijo. Puse las necesidades materiales sobre las necesidades de mi familia toda. Bien... Nuestro Jefe me dejó regresar a reparar el daño. Costó, pero valió la pena. -¿Cuándo es el cumpleaños de tu hijo? -Hoy ¿Hoy? -Sí, falta que le lleve su regalo y me uniré a su fiesta, como se lo prometí. -Entonces, hoy es el día de tu... -Así es. -¿Sobredosis? -No, un disparo certero al corazón y varios a la cabeza. -¡Por Dios! ¿Cómo es posible?. -Fue por mi estupidez. Me quise salir de las drogas y le negué a mi proveedor la paga. Creí poderlo manejar, pero en aquella esquina, luego de una discusión, surgieron varios amigos del tipo y... acabaron conmigo. -Me pregunto por qué tiene que ser así, por qué a la gente que trata de superarse para bien. -Es así. Leo. Los famosos y misteriosos caminos del Señor- concluyó Cristian con una leve risa. -¿A que hora será?. -Como a las once de la noche. -¿Tenés que pasar por lo mismo? -No. Ya no. Solo me pararé en la esquina aquella y sucederá mi paso a Verdelejos. -¿Qué te sucederá? -Solo se largará a llover. Siempre me gustó mojarme en la lluvia desde niño. Leo miró los brillantes ojos de ese hombre que había encontrado su paz. Sintió una envidia sana y se emocionó, pero no iba a estropear ese momento con lágrimas, era un buen momento para sentirse feliz. -Bueno. Creo que ya me voy. Quiero comprarle un lindo juguete a mi hijo y pasar el resto del día con mi familia. -Desde luego que sí, Cristian. Deja que yo pago la cuenta. -No lo hagas, los ángeles no pagan- dijo con una sonrisa. -Leo le extendió la mano y apretó firmemente la de Cristian. -Que te vayan bien amigo y espero vernos en Verdelejos algún día. -Sé que así será. También sé que lograrás encontrar lo que buscas. Cuidate. Cristian se retiró seguido por la atenta mirada de Leo que no dejaba de admirar la voluntad de aquel hombre que le había dejado un buen e inolvidable momento. Capítulo XIII Durante el día, Leo caminó mucho; ordenó sus pensamientos y observaba cada cosa que sucedía en las calles. Pierina, continuaba atendiendo a los clientes y en los ratos libres, dejaba que su mente se trasportara quién sabe a donde. Leo miraba como los amantes se deleitaban del amor sentados en las bancas de las plazas. Pierina hojeaba las novelas románticas que estaban en las mesas de saldos. Leo comía una hamburguesa mientras admiraba el viento que surcaba en su rostro. Pierina llegaba a su casa, se quitaba sus zapatos, dejaba a sus hijas en el cuarto jugando y ponía una y otra vez el tema de Trisha Yearwood. Leo se acercó al alambrado del club de Estudiantes para observar como jugaban los niños al fútbol; los miraba y se embelesaba, se sonreía y dejaba que su corazón se estrujara. Pierina salió al jardín y sacudió el mantel, miró las estrellas, se quedó un buen rato mirándolas, buscando encontrar a alguien para hablar; para compartir el momento, la noche. Leo se sentó en el puente que cruzaba al lago del bosque. Invitó a su amada a ingresar a su mente, se sonrió, se sintió feliz. Una gota cayó sobre su mano, luego otra y otra. Miró la hora en su reloj de pulsera; daban las once de la noche. La lluvia comenzó a arreciar con fuerza. Pierina miró por la ventana como las gotas mojaban el vidrio, dibujó un corazón en la humedad de la superficie. Leo levantó su rostro, se dejó mojar, una profunda emoción y felicidad inundó todo su ser. -Lo lograste. Cristian... lo lograste, amigo- abrió los brazos y los alzó al cielo como atrapando a la lluvia. Se sintió como un niño, rió con fuerza y bailó bajo el agua tan limpia, tan bendita. Capítulo XIV La caída de un rayo hizo sobresaltar el sueño de Pierina que se quedó sentada en la cama recobrando el aliento. El estruendo también provocó que sus hijas clamaran por su mamá. Mientras, su marido dormía placidamente como un tronco. Ella fue al auxilio de sus hijas para calmarlas y quedarse con ellas hasta que se quedaran nuevamente dormidas. Se había desvelado; así que se dirigió a la sala de estar, se encendió un cigarrillo y se sentó en el amplio sillón frente al ventanal, contemplando la caída de la lluvia que se deslizaba en el vidrio, escuchando el sonido melódico de las gotas al chocar en las rejas. Trataba de pensar en muchas cosas a la vez, pero un cosquilleo en el estómago no le permitía pensar en otra cosa que en el rostro de aquel individuo que se cruzó en su camino como un estigma misterioso. Se preguntaba como podía pensar en alguien que la había hecho sentir una infeliz en la plaza. Pero algo la molestaba más que la actitud que tuvo con ella. Le molestaba que le desnudaran sus pensamientos, su intimidad, que le dijeran que estaba equivocada. “Tal vez no se refería a mí”, pensó; pero sentía que ese hombre la describía como nadie. Ella solo quería tener una familia, nada más que eso, “¿Qué tenía de raro?¿Debía dar explicaciones?. Claro que no... Entonces, ¿por qué se sentía con culpa?. Se levantó del sillón, se condujo a un armario de donde extrajo unos álbumes de fotos familiares. Los llevó a la mesa de la cocina y se sentó a mirarlos con la poca luz externa que entraba y ayudándose con los eventuales relámpagos. Desde las fotos de sus padres, ahora divorciados, y sus hermanos, hasta sus fotos de boda, el nacimiento de las niñas. Cada página que pasaba era una sonrisa nueva agasajando a los recuerdos felices. Amaba a su padre, amaba a ambos, pero su padre tenía un rincón preferencial en su corazón. Con el pelo platinado desde que tenía uso de razón, su cara bondadosa y una vida austera y ejemplar, llena de fábulas e historias que le contaba a ella sentada en su regazo. Su madre, una buena mujer; muy luchadora e independiente. Siempre logró lo que quiso, siempre impuso sus ideas ante las de su marido y a veces le dolía que fuera así a Pierina. Lo único que no pudo imponer ni evitar su madre, fue que un día su marido se fuera de su lado definitivamente. Pierina supo que le había costado muchísimo llegar a esa decisión a su padre, que se moría de vergüenza y de terror ante una posible represalia de su madre. Sin embargo lo aceptó, de mala gana pero lo aceptó. Se sintió muy orgullosa de su padre. Aunque no siguió viviendo en el mismo techo que ella, no dejó de ser su compinche hasta el día de hoy. También, ver a sus padres separados, fue para ella una experiencia dolorosa. Miró las fotos de sus hijas, desde la cuna hasta el ingreso al jardín de infantes de la mayor. Se llenaba de placer y orgullo recordar cada momento con ellas y no dejaba de sonreír. Eran su vida. Luego las fotos de su noviazgo con Roberto, la época, que de novios, se escapaban unos días a algún lugar donde acampar y hacer el amor todo el fin de semana. Su fiesta de boda, inolvidable, espectacular; su noche de mayor felicidad. Luego, la inauguración del bufete de abogados que puso su marido y asociados; las esposas de los socios; la competencia casi al descuido entre las esposas a ver quien tenia más status, quién estaba mas a la moda. Las fotos de la casa tan ansiada donde la llenaría de niños. Se dio cuenta que todo aquellos logros comenzaban a reclamar su cobro. Roberto era un buen hombre, muy trabajador y buen padre; pero se dejó absorber por la lucha de una posición en la sociedad, la pelea salvaje de lograr los objetivos y la formación del cascarón ante lo que defendía legalmente de los inescrupulosos sin importar los principios. Tan solo se trataba de dinero, contante y sonante. Jamás, ella se puso a pensar en eso, nunca le importó Solo le interesó tener lo que deseó toda su vida sin importar cómo. Pero un escalofrío se internó en su alma. Tal vez empezaba a parecerse a lo que siempre detestó de su madre, para colmo, tuvo la inquietud que también comenzaba a parecerse a Roberto. Cerró el álbum para dejar entrar de nuevo, en su mente, a aquel hombre viajero que le había invitado una taza de café. No podía comprender, cómo alguien como él, no había anclado en un lugar y tener una familia. Quería saber de sus sueños, sentía la curiosidad de en que lugar tenía el amor en su vida. Envidió por un momento, la libertad que tendría, pero despejó inmediatamente ese desasosiego. ¿Qué podría ser más lindo que tener una familia, hijos, etc.?. ¿La libertad?... ¡No!... ¿La libertad de amar a alguien por sobre todas las cosas?... tal vez... pensó. Capítulo XV Pierina observaba unos números en los libros comerciales de la tienda en un momento en que no había clientela. Pero la distrajo, una vez más, la melodía; la que le gustaba tanto: “How do I”. Alguien se la había pedido al chico de la sección musical para escucharla. Ella se arrimaba para ver de quién se trataba, pues lo cubría unos blister. Era un hombre; ella respiraba profundo y entrecortado, podía adivinar de quién se trataba. Se volvió a ella, la miró a los ojos sin decir palabras. Pierina no podía disimular su gusto tratando de poner cara de indiferencia. -Creo que ni tu orgullo ni el mío, nos deja pedir disculpas ¿verdad?- inició la conversación, Leo -No soy orgullosa. -¿No? -Bueno... en algunos casos; hay motivos que me hacen sentir orgullosa. -Aja. -Pero, ¿Por qué tengo que decirte estas cosas? Estoy trabajando si me permitís. -Quería saber si me acompañarías a mostrarte algo -Ya te dije que estoy en horario de trabajo. -¿Tu orgullo no te lo permite? -No, mi jefe -Decile, que salís y regresás pronto. El otro empleado asentía a Pierina con la cabeza en signo de complicidad. Ella trató de censurarlo con una mirada tajante. -¿Nos vamos? -Ok, pero solo unos instantes, debo regresar. -Trato hecho. Leo conducía su camioneta. Ambos se miraban de tanto en tanto y de reojo. El se sonrió y ella se molestó cuando lo hizo. -¿De que te reís? -De nada. Solo me sonreí, no me reí. -La gente no se sonríe por que sí, tiene motivos para hacerlo. -Pues me gusta sonreír sin motivos y no cuando la gente lo dice. -No seas tan quisquilloso. La gente no te dice cuando ser feliz y cuando no. -¿No? -No. -¿Segura? -Claro. -Bien. Pero al fin y al cabo, no necesito tener un motivo. -Esta bien. No sé que discuto con vos. Al cabo que ni te conozco. Apenas dos veces y me agrediste sin sentido. -¿La primera? ¿En la cafetería? -Sí. -¿Te ofendí? ¿Para que me diste tus disculpas entonces? -Por que quería ser amable. -Aja... aja... A parte de histérica practicás hipocresías. -¡Hey!... ¡¿Cómo te atrevés?! -¡¿Podes ya de dejar de actuar como una niña malcriada?! El grito la asustó y se quedó quieta sin hablar más. -Hace poco que me conoces. Sin embargo creo que nos llevamos bien a pesar de las diferencias. Ahora solo daremos un paseo, te muestro lo que quiero que veas y te regreso a tu trabajo ¿De acuerdo? -Está bien. ¿Y a donde vamos? -Ya estamos por llegar. No te preocupes. Luego de unos minutos, la camioneta se estacionó frente al alambrado que daba a los campos de entrenamiento de fútbol del club de Estudiantes. Varios niños practicaban bajo la atenta mirada de sus profesores. Leo se quedó fascinado viéndolos; Pierina esperaba algún acontecimiento concreto, pero no daba cuenta de nada Solo observaba el rostro de Leo como se transformaba en gestos de excitación. Notó como sus ojos se iluminaban y sintió mucha curiosidad. -¿Qué estamos haciendo aquí? -Espera, ya vas a ver. -¿Pero que es lo que me vas a mostrar?, ¿Un partido de fútbol?. ¿Tus recuerdos de cuando jugabas o te frustraron la carrera de jugador?. -Solo esperá, no seas impaciente. Pierina se quedó mirando resignada como los niños jugaban y se divertían con la práctica. Comenzaba a aburrirse hasta que algo la hizo prestar su atención. Un niño de unos diez años, se aparataba del grupo esperando recibir el balón de sus compañeros. Observó su entusiasmo, su sonrisa, la manera de pararse, la forma en que el viento revolvía sus cabellos. Lo que más la impresionó fueron los ojos bien abiertos cuando los alzó al cielo para recibir la pelota sobre su pecho. Miró nuevamente el rostro de Leo; supo que también observaba a aquel niño, también adivinaba que se parecían mucho. -Tengo miedo de preguntarte algo. -Hacelo, dale. -EL chico de buzo azul... Es parecido a vos, mucho. -Así es. Se llama Alan. -Alan, aja... ¿Y es tu... hijo?. Leonardo volvió la vista a Pierina, la miró a sus ojos y le sonrió. -Sí, es mi hijo. Volvió la vista al campo de juego, a su hijo, sus ojos aún brillaban pero ahora un delgado velo de lágrima lo hacía más luminoso. Pierina no se atrevió a dirigirle la palabra, prefirió dejar que él disfrutara del momento. Además necesitaba recobrar el aliento, salir de la confusión de sus sentimientos y dejar un poco esa sensación de que había metido la pata. Como a la hora, volvieron a la tienda de libros sin comentario alguno, sin una palabra. Al llegar a la puerta de la tienda, Pierina rompió el silencio. -No me dijiste para qué querías que conociera a tu hijo. -Solo quería que supieras algo más de mí. -Aún así, no sé que tiene que ver conmigo. -Tal vez para que no pongamos a nuestros hijos como escudos. -No empieces de nuevo, por favor. -No es mi problema, es el tuyo. -¿Por qué crees que es mi problema? -Porque nos gusta a ambos estar juntos, pero no te lo permitís. -Parece que sabes mucho de mí. -Solo sé lo que veo. Creo que las cosas no pasan por los hijos, por los nuestros. Pasa por entender que podemos ser libres aún en una familia. -No me siento que esté atada a algo. Menos con mi familia; es lo que he deseado tanto toda mi vida. -¿Estas convencida que tenés todo lo que querés? -Pues... -No me respondas a mí, respondete a vos misma. -No entiendo por qué esa obsesión de querer hacerme sentir como que no tengo vida propia, como si tuviera que aprender de vos algo. -Sos vos la que me querés conocer, sentís una enorme curiosidad. -Vaya, vaya... A parte te sentís adivino.. y de paso, modesto. -Cree lo que quieras. Leo le abrió la puerta de la camioneta para que descendiera. Ella se sintió desplazada No quería bajarse hasta que le contara de donde había salido aquel hijo, quién era su madre y un centenar de preguntas más que quería hacerle. Pero no quiso verse vulnerable y se bajó. Solo se animó a preguntarle una cosa. -¿Vas a volver a aparecer? -¿Querés? -No sé. -Bueno, cuando te decidas me avisas. -Espera un poco... ¿Y dónde se supone que te ubique? -Llamame al celular- trató de pensar un número inventado; Le dijo uno, total, cualquiera debía funcionar en su celular celestial. Luego, él se marchó. Ella se quedó parada en la vereda, mirando hasta perder de vista a la camioneta de Leo. No salía de sus dudas; como algo que le daba vueltas en el estómago y no sintiera los pies sobre el suelo. Admitió en sus adentros que ese hombre, ya no solo le resultaba misterioso, también comenzaba a quererlo demasiado... bastante más de lo que ella deseaba hacerlo. Capítulo XVI El padre Héctor, acercaba leña a la fogata. Le encantaba hacer fogatas y comer detrás de las oficinas de la iglesia donde había un pequeño bosque todo para él. Esa noche tenía como invitado a Leo que se había aparecido con una tira de asado y unas achuras. Héctor puso el vino, el mismo de las misas, de un sabor exquisito. Esa noche se alegró que no fuera tan solo un sorbo el que le daría a ese manjar. Sabía también que Leo estaba cambiado y no sabía por qué, pero se daba cuenta que buscaba con quien hablar y se sintió orgulloso de que lo eligiera para tal propósito. Comieron y bebieron a gusto, luego dirigieron sus reposeras hacia el fuego. Héctor sacó dos habanos de esos que fumaba en ocasiones especiales. Le convidó uno a Leo. -¡Carajo! ¿Qué festejamos hoy? -Nada. Es una buena ocasión. La visita de un amigo, una charla afable, buen vino y el crispar de una fogata cálida. ¿Qué más podríamos pedir? -Ja ja ja... Claro. Se quedaron contemplando el fuego un rato largo hasta que Leo habló. -Padre ¿Qué le pasa a la iglesia? -¿Por qué lo preguntás? - se sorprendió un poco. -Mire las cosas que pasan en el país. Cada vez más pobres; más injusticia y en vez de crecer la iglesia; aparecen nuevas religiones, pastores, habladores etc. Veo como aprovechan algunos comerciantes la desesperación de la gente. -¿Y crees que la iglesia tiene la culpa? -No de todo, claro; pero buena parte. -¿Y que pesnás que debiéramos hacer? -Por lo pronto, vender el Vaticano. Al menos las reliquias y las joyas. Quitar la infalibilidad al Papa... -¡Epa!. Eso demanda toda una revolución. -Si... Digo, pregunto. ¿Por qué no acercan a la gente sin tener que temerle a Dios? -¿No le temes vos? -No ¿Por qué debiera de hacerlo? ¿Acaso no nos ama? -¿Tendremos otra discusión teológica?- preguntó sonriente Héctor mientras le daba una aspirada a su habano. -No... no... Creo que solo quisiera que todos fuesen escuchados, saber que quieren, que desean hacer con sus vidas. -Eso es muy noble. -Padre... ¿Nunca sintió rabia por algo que la iglesia omitió o algo por el estilo? -¡Ufff!.... millones de veces. -¡Vaya!.... Es bueno saberlo. ¿Y alguna vez sintió rabia contra Dios? Héctor sabía que terminaría preguntándole eso algún día. Se acomodó en su reposera y meditó un instante. -Si..... más que rabia... fue odio. Leo se sorprendió; abrió bien los ojos a la espera de lo que proseguía. -Hace muchos años, cuando era más joven (presumió) y antes de entrar al seminario. Me enamoré de la mujer más adorable de la tierra, la amaba tanto, tanto; su nombre era Mirta. Tuvimos miles de proyectos, de ilusiones, era el valor más preciado que tenía. Leo notaba la pasión de su descripción a la vez un dejo de tristeza en sus ojos. -¿Qué fue lo que ocurrió? Héctor dejó su habano sobre una piedra al costado. -Faltaba un mes para casarnos cuando le descubrieron leucemia. La que le dicen “Galopante”. La consumió en meses y con ella, todos los sueños, proyectos y esperanzas. Había sido la primera cosa hermosa que me había dado la vida. La había esperado tanto y sin más, Dios me la arrancó, como si se tratara de Papá Noel quitándole el regalo a un niño de las manos. -Lo siento mucho – dijo Leo tan solo. -Humm... Así empecé a odiar a Dios, por su desconsideración, su egoísmo y su envidia. -¿Por qué envidia? -Suponía que Él estaría solo. Siempre se está solo en lo más alto de los poderes. -¿Creía en Él? -Siempre lo hice. Aún cuando en menos de dos años se había llevado a mi padre y a mi hermano mayor, ambos de tuberculosis. Mi madre nos enseñó a resignarnos, a creer en que Dios hacía las cosas por motivos nobles y que nosotros debíamos aceptarlo con amor. -¿ Y por que entró al seminario? -Venganza tal vez. -No entiendo. -Cómo se había llevado a Mirta, mi novia, le decía: “Para tenerla a ella, deberás tenernos a los dos” “¡Cargarás conmigo, seré cura y te dejaré mal parado!”. Quería darle algo de su propia medicina. Tal vez dañando al resto de sus hijos. -¡Mierda!... sí que me ganó. ¿Qué fue lo que le hizo cambiar? -La gente. Esa, de la que tanto despotricás. La clase de gente que aún tiene fe en las cosas. En Dios, en la vida, en el amor..., en sí misma. -¿Cómo hacen? -De la misma forma que vos. Te vi venir de la guerra con los ojos inyectados de odio, de miedo. Tenías el corazón desgarrado. Tuviste fe en vos mismo. Algunas cosas te ayudaron a salir adelante. Pero es mérito tan solo tuyo haber aceptado a la vida como única alternativa. -Puedo entender lo que dice Padre. ¿Y ahora? ¿Qué desea hacer? -Seguir con mi gente en esta pequeña casa de Dios. Proveernos y prepararnos para los tiempos difíciles que vienen, pero cerca de Dios, cerca de la vida. -Padre Héctor. No creo que sea lo único que quiera. Héctor se rió y volvió a tomar su cigarro. -¿Sabés que, Leo?.... Me gustaría terminar un habano cada noche, irme a la cama y leer un buen libro. -Eso lo puede hacer. -Si, Solo que al amanecer, me gustaría que una linda hembra me abrace con sus piernas, cada mañana y pasarnos el día en la cama. Leo se quedó anonadado con lo que había escuchado, pero también sintió placer oírlo. -No me mires así... Porque sea cura no dejo de ser hombre. -Renuncie al celibato. -Ja, ja, ja... No, hijo mío... Ya no. Soy feliz donde estoy. Esta es mi casa también. He vivido lo suficiente y no me arrepiento de nada. -Brindo por ello – y estrellaron los vasos con vino. Héctor removió las ramas para que encendieran bien. Leo miraba con agrado como lo hacía. Se sintió feliz estar con él esa noche. -Estoy enamorado de alguien que está casado. Héctor lo miró como preguntándole para que tanta aclaración. -¿No me va a decir nada? -¿Tendría que hacerlo? -No sé. Se supone que es adulterio. -¿Por ella? -Sí. -¿Ama a su marido? -Yo creo que no. -Entonces no es adulterio. “¡Guau!, que progresista se están poniendo estos cristianos” pensó Leo. -Pero, entonces ¿qué carajo es adulterio en este mundo? -Cuándo hay libertinaje, o sea... cuando se lo hace por pura calentura. -¿Si ni siquiera la conoce?¿Cómo puede saber que no es calentura? -Por que si la conozco. -¿A quien? -A Pierina. -¡¡¡¡¿¿¿Qué???!!! -¿No es así como se llama? -Pe... Pero, ¿Cómo sabe eso? -Pues, vino, me habló de alguien, de cómo se sentía, etc. etc. Por la descripción supe que se trataba de vos. -¿Cómo es que vino? Ella siempre viene aquí. Se bautizó y se casó en esta iglesia, es una gran mujer y una excelente madre. -¿Y que fue lo que le dijo? -¡Ah!... Una charla formal, digamos. Una como amigos, pero sigue siendo confidencial. -Bueno, pero deduzco por lo que me dice que entonces vamos bien. -No deduzcas nada, No hable de ninguna aceptación ni nada por el estilo. Solo digo que es responsabilidad de ustedes. -No se vaya por las ramas. -No. Solo me bajo del árbol. Leo le miró a los ojos, tan bondadoso y tierno como siempre, leyéndolos como libro abierto. -Entiendo... Pero gracias por decírmelo de todas maneras, supongo que si viene de nuevo, le va a contar que estuve aquí. -No hará falta. -Bien. -¿Ya le contaste de tu hijo? -Lo ha visto, la llevé a que lo conociera, al menos de lejos. -¿Le dirás que pasó? -Espero hacer algo mejor que eso. -¿Y a tus padres les contarás que tienen un nieto? -No lo creo. Tal vez algún día lo sepan. -Entonces somos ya dos lo que lo sabemos aparte de vos. ¿Qué significa que vas a hacer algo mejor que eso? -Creo que ya es hora de cerrar caminos y que vean quien soy yo.. Héctor se alegró de oírlo. -Estoy con vos. -Gracias Padre. Supongo que es hora que confíe en mi. -¿Sí? ¿Sentís que no lo habías hecho? -¿Sabe que? Nos pasamos la vida tratando de ser fuertes, nos enseñaron a luchar, resignarse, esperar y hasta conformarnos con lo que nos toque. Nos enseñan muchas cosas; pero no a confiar en nosotros. No desligo mi responsabilidad, porque gran parte es mi culpa. -No creo que con culparnos explicamos eso, Leo. Es tan difícil creer en uno como creer en Dios. -¿Cree que es así? -Mira, Es fácil decir “Creo en Dios”, rezar, persignarse antes de cada comida, dar la bendición antes de acostarse. Pero cuando la vida aprieta o te derrumba algo tan preciado, es ahí donde sabemos cuánto confiamos en Él. -Creo que porque nos dicen que hay que temerle, aceptar el “plan del Señor” y todo eso. -Si te faltan $100 para cubrir una deuda que la tenés que pagar al día siguiente sí o sí; un amigo puede decirte que mañana a primera hora te lo presta, entonces dormís tranquilo. Pero, ¿confiarías en que Dios te hará llegar los $100 a la mañana? -No sabemos confiar en lo que no vemos ¿Eso quiere decir? -Digo que es tan noble confiar en lo que no se ve pero se siente. Todo radica en la fe y la fe empieza por casa. Muchos esperamos una manifestación divina para creer; un milagro. No vemos a nuestro alrededor y mucho menos dentro de nosotros. ¿No sería lógico pensar que Dios está en el amor de una madre? ¿En la caricia de una novia o cuando algo te sale bien? -Creo que me sentí así cuando viví en San Martín de los Andes. -¿Así cómo? -Sentí, que confié en Dios. Tan solo escuchar el viento entre las montañas, ver la nieve; cuando aprendí a hacer mi huerto y más que nada, cuando comencé a relacionarme con los indígenas mapuches y sus caballos. Amaba estar con los caballos. -Entonces si habías aprendido a confiar en vos. -Más bien disfruté del lugar. -Fue mas que eso, Leo. Un hombre que aprendió solo a hacer su huerto, domar caballos, a dominar las montañas y sobre todo, de volver de las miserias de la guerra y encontrar una razón de vivir en su corazón; eso es confiar en sí mismo. Eso es la fe. Leo sentía un hondo respeto y admiración por las palabras de Héctor. Pero a la vez, una especie de raro vacío se apoderaba de él. “Una razón de vivir”, pensó. Sin embargo ya no tenía la vida como se conoce. “Si supiera lo que soy” pensaba, sin embargo, ni él sabía muy bien que era ahora. -¿Cómo cree que es el paraíso Padre? Héctor lo miró, trataba de leer entre líneas en sus ojos. -Más bien sería lo que quisiera que fuese. Como un inmenso jardín, con bosques y lagos. No sé. Donde pueda encontrarme con mis padres, con mi hermano..., con Mirta. De repente, Leo sintió que se aclaraban más las cosas, una emoción lo embriagaba de verdad. -¿Acaso te estas convenciendo que hay un paraíso? –Le preguntó Héctor. -Creo que la vida no se termina nunca después de todo. Creo que la muerte es el paso a otra vida diferente. Héctor se mostraba encantado por los dichos de Leo. Lo inquietaba saber el por qué de esa conclusión. Sabía que Leo no era de decir las cosas por decirlas. -¿Y como quisieras que fuese? Leo sonrió, suspiro y habló. -Es como cada cual lo siente, lo espera. Es parte de confiar en uno mismo, de su fe. También espero lo que usted, Padre... También espero que haya caballos, ver a una tropilla inmensa cruzar el llano y verlos montado en lo alto de una colina, presto a ir tras ellos en un atardecer esplendoroso. El padre se deleitaba con aquella descripción. Al tiempo, notaba en Leo más que un cambio, algo diferente, como si fuera que se preparaba para algo. Sin embargo no se atrevió a indagarle al respecto. Dejó que fuera así. -Quiero hacerte una pregunta pero no lo tomés como un reproche, es tan solo curiosidad. -Adelante. -¿Por qué te enamoraste de una mujer casada? Leo lo miró con una pícara mirada y sonriéndole a la vez. -Como una vez me dijo Padre; hay cosas que no se explican en la lógica, ni siquiera en este mundo que conocemos. Hay personas que llegan en un momento determinado y uno siente que los conoce de toda la vida. -En otras circunstancias, desaprobaría esto; Pero creo que ni siquiera tengo derecho a aconsejarte. -De todas maneras y con todo respeto, le haría caso omiso. -Lo sé. Sólo espero que no te equivoqués y salga todo bien. -También como usted dijo, a veces hay un motivo que justifica toda una vida. -El amor. -Sí. -¿Lo ves? Ya estas confiando en vos. -Aún tengo miedo... Solo que ya no por mí. Ambos guardaron silencio mirando fijo a la fogata. Un silencio respetuoso y como un homenaje a lo que ellos sentían en esa noche, se adueñó del ambiente. El movimiento de las hojas que provocaba el viento, dio su sonido para acompañar al alma. Capítulo XVII Leonardo iba caminando rumbo a su casa. Aunque no lo sentía en su cuerpo, adivinaba que la madrugada estaba fría. De tanto en tanto, un remolino levantaba las hojas del suelo, Aún le gustaba pisar las hojas secas y sentir el crujido que producía. Cruzando la Plaza Moreno y en medio de la soledad de la noche; vio a dos personas sentadas en una banca. Le extraño sus indumentarias; se trataba de un anciano que solo llevaba unos pijamas puesto y a su lado una pequeña de unos cinco años, también con ropa de dormir livianas. Leo aminoró su paso hasta detenerse a unos metros de ellos; miró al anciano y este a él. El anciano le sonrió; Leo percibió que algo pasaba y comenzaba a saber que era. Se acercó hasta ellos y se quedó de pie. -¿Qué estas haciendo aquí, anciano? El viejo lo miró con ojos tiernos y le respondió: -Humm. El corazón me dijo basta, así que me salí del hospital y aquí me ves. -¿Y como te llamás? -Vicente. Ella se llama Jimena, la encontré aquí. -¿Qué te sucedió Jimena? -Aún no lo sabe- le respondió el anciano. Sé que viene del Hospital de niños. -¿Alguna vez lo sabrá? -¿Qué importancia tendría? -Sí..... Claro. No hace falta. Solo que no me explico como es que nos sentimos luego. -Es lo maravilloso del milagro de la vida ¿No creés? -Sí. Ya no hace falta tantas preguntas. ¿Volviste para arreglar algún asunto Vicente? -No, ya tenía todo en orden. Sólo sucedió y ahora espero mi ida a donde me esperan mis afectos que ya están en donde Dios y ese pedazo de paraíso que siempre soñé. -Pues yo vengo de ahí para terminar algunas cosas. -Suele suceder, que bueno que lo hagas. Parece que ya has visto el paraíso. -Casi, una vez, en una situación de múltiples infartos. En un momento sentí una melodía exquisita, tan armoniosa y angelical. Una luz brillante pero que no lastimaba para nada, provenía al final de un túnel celeste con flores y nubes pequeñas. Quería llegar allí, sentía una Paz hermosa, única. Pero una voz me decía que aún no era mi tiempo. Cuando volví en si, unos médicos alrededor de mí, me miraban atónitos y sonrientes. -Esta vez si era tu tiempo. -Ya hace años mis hijos me dejaron en un geriátrico. Era un estorbo. Hace un par de años, perdí el habla y dejé de caminar. Mirame, hablo y camino como un muchacho; ja ja ja ja. -Cuanto me alegro por vos. -Gracias. Tanto por esperar justicia que al fin llegó. Y eso que fui juez. -¿Juez?.....Vaya... Pensé que no había jueces en el Paraíso; ja ja ja ja ja. Vicente se rió con él y acotó. -Habrán, pocos, pero debe haber. -¿Abogados? -Algunos -Entonces algunos curas y militares también. -Es probable. También puede haber polític... No, de esos no debe haber. Leo estalló en carcajadas. Miró nuevamente al viejo con mucho respeto y admiración y le preguntó. -¿Y ahora, qué? -Ya viví mi vida. Solo espero el momento de pasar al paraíso. Hice todo lo que pude. Hasta que me di cuenta que debía dejar que los demás tomaran las decisiones por sí mismos. Siempre me obsesioné con que todos tuvieran lo mejor, que nos les pasara nada. Tenerlos cerca y a resguardo. -¿Qué pasó? -Je... Ya de viejo, sin poder caminar; debí ser un estorbo. Mis hijos me dejaron en un asilo. Muy lindo; buena atención, pero dejó de ser mi hogar, solo era un encierro hasta el final. -¿Sentís que aprendiste algo de eso? -Claro. Supe que cada uno debe forjar su destino. Somos libres; al menos lo que tenemos la oportunidad de elegir, de tener las herramientas para hacerlo. -¿Y ella que oportunidad tuvo?- le preguntó Leo refiriéndose a la pequeña niña que acompañaba a Vicente. -No puedo saber que plan tiene Dios con ella, que es lo que la vida nos depara a cada uno. Esto suele ser injusto, pero algo debe haber que lo compense. -Aún no entiendo “el gran plan del Señor”, es más, no entiendo nada. -Supongo que no se trata de entenderlo, pienso que se trata de disfrutar lo que se pueda de esta vida. -Y así ser indiferente de lo que pasa en el mundo. El viejo lo miró con ojos de comprender a que se refería Leo; una mezcla de ternura y tristeza brillaba en sus ojos. -Al menos estamos mas cerca de saberlo. ¿No crees?. Leo sonrió y le respondió. -Es cierto, pero no por ello creo que estaré de acuerdo. -Ja, ja, ja. Ya veo que sos de los que no se conforman. Que bueno que sos así. Que bueno hubiera sido que nuestra generación no fuera tan sumisa, tan conformista y decir todo que sí, obedecer y resignarse. Nos faltó valor para abrirnos paso, para ser mejores y dejar algo mejor de lo que dejamos en este mundo para nuestros hijos. -Pues, debía ser así, Vicente. Nos vamos depurando en las generaciones. -Puede ser... pero... ¿Somos mejores?. Leo hizo una mueca como resignándose sin saber que contestar. -Vicente, ¿te das cuenta que terminaste siendo inconformista?. Ambos rieron y la niña los acompañó, sin comprender la charla pero con una estruendosa carcajada infantil que inundó el aire de un hermoso sonido a vida. Ellos se la quedaron mirando con un sentimiento de enorme ternura. La niña le tendió la mano a Leo; él se la tomó e inmediatamente experimentó una enorme paz en su interior tan sorprendente. Con ese sentir; revelaciones y esclarecimientos parecían invadir su cabeza y los sentidos se agudizaban de manera increíble. Algo le transmitía la niña y él dejó que fuera así. -Creo que algo ha querido decirte. – Comentó Vicente. -Sí, su propósito. -¿El suyo? -Tal vez. No es que me lo haya dicho, pero puedo comprenderla. Me preguntaba a mi mismo si tiene el mismo libre albedrío los niños que se mueren de hambre en todo el mundo, aquellos que solo escuchan los sonidos de las guerras, los que solo tienen de compañero a un buitre que espera que se conviertan en su alimento cuando ya ceden sus vidas. ¿Será que sus almas deban aprender y depurar sus temores? -Será lo que deba ser. No lo podemos cambiar, al menos aún no. -Sí podemos cambiarlo. Es una decisión simple, solo que a los poderosos, los políticos, los que se reparten los pedazos, son tan salvajes, tan bestias, que no lo comprenden. Son los verdaderos buitres. ¿Te das cuenta que no entiendo a la justicia de Dios?. -Es posible que no hayamos sido buenos alumnos. Leo miró al viejo y luego le hizo una pregunta tajante. -¿Dios se habrá equivocado en algo?. -Buena pregunta. Si fuera así, estaríamos negando que es el Todopoderoso. -Si fuera Todopoderoso y la vida trata a muchos inocentes así como los trata. ¿Es un Dios bondadoso o una especie de cínico?. -Deberás preguntárselo a Él. -Tengo tanto para preguntarle- dijo con algo de desánimo. -¿Por qué te desanimas?. -No sé. Es mas bien miedo a que no haya una respuesta que pueda comprender y compartir. -Es difícil confiar en Dios; ¿No? Leo se sorprendió escuchar esa frase, porque supo que no era el único que pensó lo mismo. -¿Cuánto te costó confiar en Él? El viejo suspiró y pensó un poco. -Creo que nunca lo hice. Tan solo Él confió en mi. Leo seguía comprendiendo más cosas y el alivio aumentaba. -¿Sabés qué, viejo? Sí confiaste en algo. En la justicia. -¿Por qué era juez? -Puede ser. Aún con la justicia de mierda que tenemos. Confiaste en la justicia del hombre. -Me suena a que querés justificar, entonces, que corregimos los errores de Dios. -No, creo que más bien nos está ayudando a corregir nuestros errores a partir de no saber manejar nuestra libertad. -Creo que sí, amigo mío. Estoy de acuerdo. El aire se arremolinó en el centro de la plaza, se dirigía hacía donde estaban ellos. El viejo se levantó y tomó de la mano a la niña. Leo los miró con ternura. Jimena le sonrió y le volvió a tender la manito que dulcemente, Leo tomó. Él le hizo un gesto de aprobación que la niña respondió con una sonrisa de oreja a oreja. -¿Ya es la hora, Vicente? -Cuando era chico, me encantaba venir a las plazas y jugar a que me convertía en un súper héroe o que me transportaba a otros tiempos y lugares en medio de un torbellino de hojas. Me gustaba los finales del invierno, cuando caen las últimas hojas secas y los aires templados suben formando maravillosos y pequeños torbellinos de hojas. He elegido eso y he invitado a Jimena a que se divierta en el paso a la Gloria Eterna. Un torbellino crecía más y más a cada rato desde el centro de la plaza; miles de hojas se agrupaban en una danza magnífica. Leo jamás había visto algo tan semejante y a la vez emocionante. Vicente miró a los ojos de Leo y le dijo. -El amor entra en tu corazón invitado por la honestidad, aunque a veces duela… y mucho. El amor duele cuando pasa por los humanos pero aún así está y se queda en donde lo dejan anidar. El amor es el único camino al más maravilloso de los lugares. Comprendió lo que el anciano le dijo y también a él le tendió su mano. -Allí hay un hombre llamado Ángel, dale mis saludos y tómense un buen vino por mí. -Así será. Cuídate amigo. Nos vemos pronto. Vicente y Jimena se dirigieron a la tromba que tomaba dimensiones extraordinarias e impresionantes. Ingresaron al centro de ella. Por última vez, miraron a Leo. La niña saludaba con su manito y el viejo con una sonrisa plena de emoción mientras sus cabellos platinados, se revoloteaban entre el aire y las hojas. Leo alzó su brazo para saludar hasta que las hojas fueron tantas que taparon a ambos. Una tromba compacta de hojas se adueñó del centro de la plaza para luego, comenzar a ceder en su fuerza lentamente. Las hojas fueron cayendo y arrastrándose en el piso hasta que ya fue toda calma. Tan solo un tenue aire refrescaba el rostro de Leonardo. Estaba extasiado, emocionado; alzó sus ojos a las estrellas y dijo en voz alta. -Ahora entiendo porque preferís no hacer aparecer montañas en La Plata. Capítulo XVIII Un matrimonio permanecía abrazado en la sala de espera del hospital de niños. En la profunda madrugada fría y solitaria de los pasillos, se oía el llanto ahogado de la mujer; apenas apagado por los brazos de su marido que con sus ojos perdidos en el suelo, buscaba alguna respuesta. De repente, el llanto de la mujer cesó; los ojos de su marido dejaron de escarbar el piso. Ambos dirigieron sus miradas a aquel hombre parado en la puerta de la sala. Les atraía su mirada tan pacífica, tan pura. La mujer se incorporó y se mantuvo de pie un instante. -¿Qué?- preguntó ella. No hubo respuesta más que los ojos clavados en los de ella. La mujer se incorporó comenzó a caminar hacia el individuo parado en la puerta; su marido también se puso de pie pero permaneció en su sitio. Ella se le acercó más aún hasta quedarse frente a él. Se observaron a los ojos. Ella percibió algo que la reconfortaba; las lágrimas aún recorrían sus mejillas pero ya no eran de tristeza. Leonardo tomó las manos de aquella mujer con las suyas y las mantuvo firmemente apretadas. Le sonrió, alzó su mano derecha para secar una lágrima del rostro de la mujer y consintió con la cabeza. El esposo se acercó, entonces, y al estar junto a ello, Leo le colocó su mano sobre su hombro. El esposo sintió que sus piernas se debilitaban, una emoción le embargó por dentro. -¿Quién sos?- le preguntó el hombre. -No importa quién soy. Solo interesa que sepan que volverán a ser una familia. Ambos le dieron las gracias y luego se abrazaron y lloraron juntos de emoción. Leo se volvió y los dejó solos. Nunca supo que fue lo que hizo, solo sabía que tenía que hacerlo. Capítulo XIX A la mañana temprano, Leo permanecía sentado frente a la computadora esperando una señal o algo, pero no pasaba nada. De pronto, sonó su celular. -Hola Leo, soy Ángel. -¿Cómo estás, Ángel? Contame como va todo por allí. -Pues maravilloso ¿De qué otra forma suponés que sea? Soy yo quien debiera preguntarte eso. -Aparentemente bien. Con experiencias que no me creería nadie pero emocionado por lo que he visto. -Claro. A propósito, te envían saludos Cristian, Vicente y Jimena. Leo se sintió muy feliz saberlo. -Gracias, espero que hayan llegado bien. -Por supuesto, hubo una gran fiesta para todos ellos. -Que bueno que el cielo tenga jodas muy a menudo. Eso habla que todavía hay mucha gente buena. -Ni te imaginas cuanta hay. -¿Y tu esposa Raquel? -Uhhh!!!... Contentísimos, ya toda la familia junta. Cuando regreses, te venís a casa a comer con nosotros; a Raquel le encanta cocinar y lo hace muy bien, te lo aseguro. -Es un trato. Me encanta la comida casera y bien hecha. -Y bien Leo, ¿comenzaste a encontrar las cosas que necesitabas?. -Algunas cosas las voy entendiendo, no sé si es algo que debo buscar; pero lo más importante, que es Pierina, no avanza mucho que digamos y eso me preocupa porque ya me queda poco tiempo. -En ese caso, deberías repasar tu vida, al menos las cosas más significativas. -¿Qué ganaría?. -Cuando alguien ama a otra persona no solo es por su belleza. Principalmente es por lo que es, a su personalidad integra, su esencia y la consecuencia de un tiempo, una vida, la suma de muchas experiencias por poco que parezcan que sean. A juzgar de tu persona, yo creo que tenés un camino hecho y lleno de matices. -¿Pero no tendría que contarle la historia de mi vida para que me ame?. -Es posible que sepa amarte por lo que sos, por lo que aprendiste. Cuando se ama, se ama a la persona con todo su pasado y presente. Tal vez, descubras porque sentís que la querés y sepas que el amor en verdad llegó para quedarse. -¿Alguna sugerencia? -¿Tenés un álbum de fotos?. Leo miró al estante y ubicó con la vista, el viejo álbum que había tirado una vez. -Sí, lo tengo. -Bien. Mirá cada foto, observá el rostro que tenías en cada una. Sabrás en que momento de tu vida fue, que te pasaba entonces. Vas sabiendo si progresaste, si entendiste, si creciste o no. Tal vez descubras que te sucedió. -Lo haré, Ángel. -Muy bien... Ahora te dejo, solo quería saber como andabas. -Gracias, me dio gusto escucharte. Nos vemos. Leo arrojó el celular a la cama y se levantó para buscar el álbum. Una vez hecho, se volvió a sentar y comenzó a revisarlo. Sus fotos de niño, con su primera bicicleta que le había hecho su padre. Recordó cuán duro fueron esas épocas. Su padre ganaba poco como operario de una fábrica y trabajaba de sol a luna, llegando a su casa tarde con cansancio, ni ganas de ver el cuaderno de primaria que él quería mostrarle. Otra foto en la plaza, con la pelota de goma entre sus brazos y con 8 años recién cumplidos. Se detuvo a observar la mirada que tenía en el retrato; tan triste, con gesto de enojo. Quería saber que le había sucedido, al rato se acordó que aquella mañana de domingo, su madre había llorado cuando abrió la puerta de la heladera y se dio cuenta que no había alimentos en su interior. Su padre llevó su caja de herramientas al mercado para cambiarlos por alimentos; luego regresó con dos bolsas llenas de cosas. Abrazó a su esposa que aún sollozaba y le propuso hacer unos sándwich de queso e irse a la plaza con toda la familia. Otra foto en la plaza con su padre; le hizo recordar que esa tarde imitaba el caminar de su papá. Él le preguntó que pretendía con caminar de esa manera y Leo le respondió que quería caminar como él, como un grande. Su padre rió y lo alzó en sus brazos para decirle: “Disfrutá de ser niño, ya serás grande un día. Hay que aprender mucho para caminar así. Disfrutá... Un paso a la vez”. Una foto de su madre, su hermana Julieta y él, sentados en una banca que tenían en el jardín. Ella abrazándolos a ambos, con la particular forma que lo hacía una madre que resguarda a sus pichones. Un amor sobre protector que a veces hace que se crezca dolorosamente. No podía culparla, su mamá había sufrido mucho de niña. No había conocido del abrazo ni de la caricia oportuna. Nadie le preguntó alguna vez que necesitaba, que deseaba, que pensaba, hasta que conoció a su esposo. Aún con todo lo que la vida la puso en prueba; poseía una integridad, una tenacidad en la lucha y un don maravilloso de amar y saber compartir todo lo bueno de la vida con su familia y con quien fuera. Pero que nadie tocara a sus hijos porque se convertía en un animal feroz. Era una extrema defensora de sus afectos y una incansable luchadora. Alguna vez dejó caer sus brazos, pero nunca que se le doblaran las piernas. Leo se preocupó por su madre al pensar que en breve le tocaría enfrentar la perdida de un hijo, algo que no debía pasar en la naturaleza, en la vida. Podía entender los justificativos, los por qué, pero no dejaba de distinguirle injusto; no para él, sino para su madre que creyó en un único tesoro en la vida, su familia. Llegó a la foto de su hermana; una gran mujer también, con toda la onda de las jóvenes de hoy, pero con un sentido de compañerismo y entusiasmo que contagia. Supo que no estuvo el tiempo suficiente con ella. Si bien era autosuficiente, hubiese querido estar más con ella, compartir todo aquello que vio recorriendo el mundo. Supo también que se parecía a él, tarde o temprano tomaría vuelo, recorrería el mundo como él. Solo esperaba que no dejara pasar al amor, que no se perdiera lo hermoso que era querer y sentirse querida por alguien. Transcurría las fotos, y los años; la secundaria, los cumpleaños con los amigos, en esas fotos, siempre estaba sonriente, era el alma de las fiestas, el que se llevaba a las mejores mujeres aunque no era su propósito, pero siempre era así y sus amigos bromeaban con ello todo el tiempo. La foto con otro amigo, en las épocas de la dictadura militar en los 70 y pico; cuando bajaban de los barcos del puerto de Berisso, las revistas condicionadas para venderlas en la ciudad. Era un éxito, pero a menudo, debían escapar de la policía. Se acordó que el hermano de aquel amigo, había desaparecido durante esa época, tan solo por estar en la agenda de alguien inconveniente o porque llevaba barba y pelo largo. Rememoró los años infames en la Argentina de aquel tiempo. Más de treinta mil desaparecidos, miles de muertos de un bando y de otro; la lucha entre ignorantes, desde la absurda, arrogante y violenta izquierda hasta la repugnante, miserable y asesina derecha. Desde entonces cuestionó a la iglesia que se sentaba a la mesa de los poderosos y bendecían las armas del ejército que mataban a miles de argentinos, entre ellos, muchos inocentes. Pasaría poco tiempo de eso para entrar a otra historia de violencia sin razón, tan ilógica como era dirimir las diferencias con una guerra. Producto de la vocación alcohólica de un presidente de facto e inducido por la soberbia inescrupulosa de un cobarde venido a almirante; la Argentina no había encontrado mejor momento para desafiar a los poderosos del mundo, reclamando violentamente los territorios del sur; legítimamente argentinos pero no de esa manera. Leo, desde el inicio, supo que se trataba de una aventura de un gobierno militar que se caía a pedazos, entre el descontento social y la inoperancia que siempre caracterizaba a estos tipos de administraciones. Sí lograban reconquistar las Islas Malvinas para entonces, nada ni nadie los sacarían del poder. Al menos, ellos pensaban de esa manera. Nadie creyó que los ingleses se atreverían a llegar desde tan lejos, nadie pensó que miles de soldaditos pichones irían a la boca del lobo, nadie caviló en lo desastroso que sería todo ello. Entre la solidaridad de mucha gente que donó hasta sus joyas y otro tanto que no se perdía jugada alguna del Mundial de fútbol en España; murieron más de trescientos argentinos en el mar, tras el cobarde hundimiento del Crucero General Belgrano. Otros tantos morirían en tierras malvinenses, entre el viento gélido y la inhóspita geografía de aquel sitio olvidado por Dios. Su mente repasó aquellos tiempos donde el dolor se hizo carne y dejó de doler para convertirse en locura, donde las miserias surgían como cloacas colmadas. Un viaje en un avión Hércules, marcaría para siempre su vida. Un misil lanzado desde una fragata inglesa dio en un motor del avión, provocando un desastre descomunal. El Hércules llevaba más de 200 personas y contenedores con pertrechos y alimentos. Un enorme agujero en el fuselaje había succionado a varios; otros soldados y oficiales eran aplastados por los pesados contenedores que se desenganchaban de los seguros. Los pilotos maniobraron de una forma extraordinaria para salvar lo poco que quedaba. La colisión final dejó un saldo de 50 personas sin vida o desaparecidas. Su amigo Mariano y él, salieron ilesos milagrosamente, salvo algunos raspones. Luego de terminar la guerra y de pasar por una etapa dura, de odio y depresión; se convenció que debía hacer algo con su vida. Se detuvo a pensar en esa determinación que había tomado aquella vez. Las fotos de San Martín de los Andes le recordó eso; volver a reconciliarse con la vida, entre las montañas y los lagos, entre el bosque y el cielo puro. Allí aprendió a criar caballos bajo la tutela de los indios mapuches. Supo cultivar su propia huerta y defenderla de las heladas matinales, lavar los trastos con la ceniza de las fogatas que prendía al pie de los sembradíos, a pescar truchas de los ríos de montaña. Escuchar el sonar del viento en las ladera que, depende del sonido que provocaba, sabían que nevaría o cuando un águila volaba en círculos sobre el camino era señal de una tormenta próxima. Gregorio Chorolque, un viejo y sabio mapuche, le enseño a amigarse con un caballo maula; acercándosele poco a poco durante los días, sentándose a una distancia prudencial y mirándolo a los ojos, a veces silbando, otras sonriéndole. A la semana comenzaba a hablar con el caballo y a la otra ya estaba a su lado acariciándole el hocico. Luego lo montaba y lo llevaba a campo abierto para cabalgarlo un rato. Así hasta que en un tiempo corto, ya corría sin miedo por los llanos, entre las montañas y el lago Encantado. Chorolque le enseño a oír al viento, al arrullo del agua del lago, a lo que le decía las hojas de los Coihues. A recoger las plantitas de quilla para el dolor de muelas o de oído, a parte de mascarlas, muy buena para la presión. Leo y el mapuche compartían atardeceres en las colinas bajas, departían de la vida y otras cosas; le encantaba escucharlo. Una tarde, el viejo le anunció que pronto partiría a su destino; dejaría la vida para encontrar otra mejor entre las montañas, allá cerca de los picos para acariciar al cielo. Le dijo que también era hora de partir para él, pero a su lugar. Porque estaba preparado para enfrentar todo aquello que había dejado a medio hacer Leo le había contestado que allí se sentía a gusto y no se quería irse. Pero el anciano le señaló que nadie podía ocultarse de sus problemas y de su destino para siempre. Que ese lugar era su refugio, que era bienvenido cuantas veces quisiera, pero no servía para tal fin. No era un simple refugio sino como un santuario donde se iba a encontrarse con las energías necesarias, reconciliándose con la vida para darle batalla a la adversidad. Entonces, Leo regresó a La Plata, terminó sus estudios de informática, y con los años le fue bien. Pudo viajar incansablemente, viviendo aventuras inimaginables y persiguiendo sus ideales, batallando por ellos.. Las fotos de sus viajes, aquellos que a veces comenzaba como viajes de placer para convertirse en gestas libertarias de un espíritu justiciero e idealista. No le gustaba los viajes para turistas. Quería conocer a fondo a los pueblos, tanto como podía hasta involucrarse a veces demasiado. Así terminó enredado en las luchas callejeras en los suburbios de Belfast, nuevamente contra tropas inglesas que no dejaban de hostigar las libertades de otros pueblos Más allá de la enloquecida e inexplicable reacción del brazo armado del grupo IRA, había un pueblo de gente trabajadora y generosa que solo quería vivir en libertad. No resistió jamás el no solidarizarse a esas causas, ponerse del lado del débil. Siempre creyó que la unión de muchos débiles hacía un cuerpo fuerte, de decisión y justicia. Su cruzada por Irlanda del Norte no duró más de un mes, hasta que una molotov que arrojó, dio contra una tanqueta de asalto inglesa y por eso tuvieron que ayudarle a escapar por el norte del país en una barcaza maltrecha. Sus viajes por América Latina y los Estados Unidos, fueron mezcla de asombro y decepción Pasó por El Salvador y unirse a los campesinos que luchaban contra el régimen opresor, volvió a ver mucha gente morir, muchos niños morirse de hambre y demasiados terratenientes que contrataban a paramilitares que adiestrados por yanquis, no dejaban de arrasar aldeas como bestias salvajes. Siguió su periplo por las América y comenzó a comprender la falta de unión que había facilitado las cosas al gran país del norte. Luego de un período de dictaduras en toda América latina, se restauraron paulatinamente democracias títeres que sirvieron para pagar las deudas que habían dejado los militares y otros gobiernos malditos y contraer otras deudas más onerosas y corruptas. Sistemáticamente se desarrolló un plan para provocar más brecha entre ricos y pobres, provocando el individualismo y el “sálvese quien pueda”. A menudo lo que le pasaba a algún país latino, poco importaba al resto y así, la ignorancia se iba apoderando de la región. Al llegar a México, piso Chiapas, la tierra rica que era chupado literalmente por los “gringos”. Leo tuvo contacto con las aldeas zapatistas y se las ingenió para llegar a Guadalupe Tepeyac en el exilio. Convivió con los lugareños, aprendió como se defendían de las injusticias y de la opresión. Supo lo que es capaz la gente por defender, tener pertenencia de un sitio, sentir que la tierra es bendita por sus dones y no un trofeo de caza para un derrochón. Pero las autoridades poco o casi nada hicieron; al contrario. Su recorrida por el resto de México le demostraba un país mas preocupado viendo al norte que al sur, incluso a su propio sur. Las ciudades grandes, se desvivían por saber si Los Estados Unidos le seguiría comprando lo que producían. La ceguera no les permitía ver abajo, lo que podían hacer con los hermanos del resto de América. Querían vivir como los “gringos”, pero son latinos. Entonces, Cuba seguía siendo una mala palabra. Que, más allá de Fidel Castro y su régimen; detrás, había un pueblo aislado. Hombres y mujeres que no deciden y una América indiferente que esperaba el consentimiento de Tío Sam, a cambio de un voto negativo en la OEA para Cuba. Una Venezuela que se desangra, enrojeciendo el negro petróleo que lo baña. Un pueblo engañado y movido como piezas de ajedrez. Rehenes de los espurios intereses mercantiles. Solo se trata de petróleo, aún, a costa de miles de vidas. Perú y sus indecisiones, Bolivia y su indigencia. Chile, venido a una mesa de billar desde la época de Pinochet concebido por los Estados Unidos. Brasil, el gran cabaret de América, donde los poderosos amontonan “sus pecados” en las fabelas y solo les da tres días de carnaval al año, para sacudir las tristeza de un pueblo que no deja de renunciar a la alegría. Aún y con todo, Leo tenía esperanzas que algún día comenzarían a mirar al sur, se reconocerían como latinos y a no ser tan dependientes y más libres. Así vio otros países que dejaban sus oportunidades para mejores tiempos, a la buena de Dios. Tal era la sumisión a la iglesia, que era muy frecuente ver a la gente librar su suerte a la voluntad de Dios. Nadie se tomó la molestia de enseñarles que Dios les hizo libres para elegir sus caminos. Aquellos curas que ayudaban a la gente pobre, que le llevaba la palabra de Dios para confortarlos y no hacerles temer, a menudo eran relegados en capillas alejadas de los centros de poder. Pues eso era en los mejores de los casos, la otra era someterse a la persecución y limpieza clerical. Bien apartados para que no se escuchara su clamor. Pero, sí se escuchaba, siempre había algo o alguien que los escuchaba. A veces, Dios extendía el eco más allá de los montes y selvas, de los ríos y praderas. Leo pensó que Dios nunca se olvida del todo a fin de cuenta. Rescató la bondad humana en este rincón de la tierra, la lucha silenciosa pero avasallante de los justos, que no se daba en otro sitio del planeta. Aún latía la esperanza de libertad, esa que nace con el hombre mismo y que no tiene partido político, que no es de izquierda ni derecha, que no conoce de condicionamientos ni le rehuye a los sacrificios. Muchos hombres y mujeres aún pugnan por sus vidas, por sus tierras y por sobre todas las cosas, por el legado a sus hijos. Las decepciones no pesaron porque sentía orgullo de pertenecer a una raza que era genéricamente luchadora. Algo que no podían aprender aquellos que seguían “el sueño americano” del norte, que los cubrían con béisbol y hamburguesas a cambio de dar su voto para mantener el “estilo norteamericano”. No era culpa de la gente, ellos no debían pagar por lo que hacen unos pocos poderosos que juegan a ser Dios. Bastó unas torres gemelas y cuatro aviones de pasajeros para desempolvar la monstruosa maquinaria de matar que tenían y echar a andar el comercio de la guerra. Los Estados Unidos es un pueblo maravilloso, pensó, pero hay gente que no se permite tener otro Kennedy en el sillón presidencial. Recordó que alguien le dijo sentado una vez en un bar de Chicago, “El conquistador siempre termina siendo esclavo de su conquista y el luchador termina siendo dueño de sus logros”. Supo desde el fondo de su corazón que en todas partes del mundo había un común denominador y era la mirada de los niños, que por más guerras, hambrunas, pobrezas e injusticias de toda índole, no dejaban de ver con ojos de esperanzas; aún de algunos ojos muy tristes. La esperanza y la fe podían quedarse tranquilas, pues estaban en manos seguras de la sabia mirada infantil. Hacía tiempo que había dejado de viajar; se estableció en el centro de la ciudad y puso una tienda de computadoras. Sus ideales dejaban paso a otras cosas. A menudo, como ahora lo sentía también; le causaba escozor recordar todo lo que había hecho en su vida. Sabía que no se lo permitiría de nuevo. Que era muy arriesgado y que pasaba algo más fuerte por él. Las ganas de enamorarse y entregar la vida por una mujer y una familia, era todo por cuanto soñaba y luchaba desde entonces; para las utopías ya estaba naciendo una nueva raza de guerreros. Al conocer a Pierina, supo que había llegado al sitio que siempre soñó, desde que dejó el camino solitario por el frío desierto de las Malvinas. Había pasado mucho agua bajo el puente, había recorrido un largo camino a casa. Pierina era su casa, su vida misma, todo por cuanto luchó, sufrió y amó. Un sentimiento ambiguo lo invadió, por este presente que le tocaba. Volvió a preguntarse porque Dios tuvo la idea de sacarlo de acá en el momento que más quería vivir... Sabía que había una razón más que convincente para ello, solo esperaba saberlo. Miró al álbum por última vez, lo cerró y lo puso nuevamente en el estante. Capítulo XX Laura sirvió el café y se sentó frente a Pierina que se mantenía con la vista perdida. -¿En qué estas pensando amiguita?- Pierina volvió en sí e intentó una sonrisa, pero sus sentimientos y sensaciones parecían manejarla. -En todo y en nada. -¿Pero que es lo que pasó con tu marido? -Creo que nos estamos dando cuenta de lo que fueron los últimos años de matrimonio. Es por eso que discutimos anoche, hasta casi me larga un insulto, creo que se contuvo por no hacer mas escándalo delante de las niñas. -¡Epa!. ¿Para tanto fue?. -También influyó que tuvimos un día malo en nuestros respectivos trabajos. -Pero no para que se hablara de esa manera ¿no?. -No, claro. Todo empezó por mis reclamos, de que dejara de trabajar tanto y nos diera un tiempo a nosotras. Las nenas ya casi ni recuerdan su cara. -Pieri, a veces no me hablas de todo lo que sentís. -¿Por qué? -Si no te conociera tanto, creo que ni siquiera tenés ganas de ver a tu marido ya. Pierina se sintió confundida, se ruborizó porque su amiga había puesto el dedo en la yaga -No es tan así... no sé. -Ya han tenido algunas diferencias de este tinte en el pasado, pero ahora creo que es más directo y no solo es eso. -¿A qué te referís? -A que creo que hay otro hombre... y creo saber quién. Pierina volvió a sonrojarse y dejó escapar una sonrisa que la dejaba al descubierto. -¡Touché!. Exclamó Laura. -Tal vez, pero no estoy convencida de ello. -Me contaste que ya lo viste más de una vez, hasta te mostró de lejos a su hijo que ni siquiera sabes si es de él o qué. -No me va a mentir al respecto. -Los hombres son capaces de cualquier cosa por atraer. -No él, no es así. -¡Bueno!. ¿Cómo lo sabes?. -No sé... es como si lo conociera de siempre, al menos de hace mucho tiempo.. Es extraño, ya lo sé. Pero no te lo puedo explicar. -Pierina, es solamente una calentura. Está bien, a todos nos pasa, más cuando agobia la rutina diaria y todo eso, pero es una simple calentura del momento. No tenés que darle más vuelta. Por eso lo estas usando como excusa; así que me parece que tendrías que reconsiderarlo y conversarlo con Roberto. -No es una simple calentura, Laura. Sé lo que es y no es calentura. Y no estoy buscando excusa, ya te dije que con Roberto no anda las cosas desde hace tiempo, mucho antes de conocer a Leo. -Mirá. Sé que Roberto es medio especial en algunos aspectos, pero es un buen hombre y se ha roto el lomo por la familia que tenés. -Nunca dije lo contrario, por favor. ¿Creés que no lo sé?. Ponete de mi lado cuando quieras. -Lo estoy, es que trato de razonar con vos. -Sé que es mi culpa también. -Puede ser... Pero sabiéndolo, podes manejarlo de la mejor manera.. -No, no; no me entendés de que culpa hablo. Laura comenzó a asustarse por la cara de su amiga, temió una respuesta que no quería escuchar. -¿De que estas hablando? -Hablo que si estoy aún con Roberto es por dos cosas; por mis hijas y porque quería tener un hijo varón. Laura trataba de ordenar las ideas pero le era muy dificultoso; sabía que no le gustaría nada lo que le diría su amiga. -¿Me estas diciendo que es un matrimonio por conveniencias? -Más o menos. -¿Y él está de acuerdo? -Nunca lo hablamos en esos términos y creo que ni le interesa -¡¿Qué?! Pierina saltó de su silla y comenzó a caminar por la sala nerviosamente, gesticulando y buscando que decir. -No sé, Laura... ¿Qué queres que te diga?. Creo que Leo tenía razón. Me estoy escudando con mis hijos y no lo quiero admitir. -Pierina, eso es otro decir. La gente se divorcia, pasa. Sí es así como decís, no entiendo por que no lo encaran. Ningún hijo se muere por eso. -No es tan fácil. Sé lo que se siente cuando los padres se separan, no es nada agradable y no puede ser que mis hijas sufran los desacuerdos de sus padres ni sus errores. -Decime una sola cosa con el corazón, de verdad... ¿Alguna vez estuviste enamorado de Roberto?. Tardó en contestar, buscaba las respuestas en los objetos de la sala, volvió a sentarse y respondió. -Cuando lo conocí, me deslumbré de él. Me gustaba mucho estar con él, estar al pendiente. Me encantaba como me trataba, como me atendía. Me fascinó su inteligencia. Hasta me gustaba que tuviera celos por mí. Supongo que con el tiempo descubrí que era contraproducente, pues dejé de lado mi vida social, tanto que la única amiga con que me sigo viendo, sos vos. Aún así, seguí adelante porque quería ser madre, tener una familia y todo lo que tengo ahora, una linda casa, un trabajo que me ocupa. A veces pienso que la rutina nos ganó de mano, dejamos que se apoderara de nosotros. Laura, ¿no sentís a veces que salteaste una etapa de tu vida?. -No respondiste a mi pregunta, Pierina. Ella tomó aliento para responder eso aunque el miedo a decir lo que pensaba y sentía la paralizaba. -Creo que no supe lo que era sentirse enamorada. Sé que no se escuchan campanas, ni violines, ni nada de eso, pero supongo que uno debería darse cuenta cuando sucede. -¿Pensaste que era lo mejor que te podía pasar, entonces? -Más que eso. Creo que tuve miedo de dejar pasar la oportunidad de tener una familia. No me supe valorar y no valoré a Roberto. Creí que me iría mejor que a mis padres. Uno cree que puede cambiar las cosas, pero los deja para más adelante, total hay tiempo. Pero el tiempo pasa dejando marcas que no te las podes quitar y las responsabilidades son mayores. Nos volvemos más adultos y más cagones.–sonrió levemente- Me aterra pensar que fracasé. -No es toda culpa tuya. -No puedo ir por la vida jugando con las personas, Laura. -Para serte franca y si me permitís serlo; Roberto aceptó las reglas, no es ningún tonto. Tiene a una linda mujer, le cuida a sus hijos, le lava y plancha la ropa, le tiene preparada la cena cuando llega de su trabajo. Han sido el uno para el otro, satisfaciendo sus necesidades y eso a la larga se paga, mi amiga. No es que quiera echar leña al fuego, pero debes tomar ciertas decisiones a partir de lo que acabas de decirme. -¿Y las nenas, qué?. -¿Acaso crees que van a estar mejores en un clima que se corta con un cuchillo? Me parece que el daño podría ser mayor. Ambos se equivocaron. Como te digo, no es fácil pagar estos errores. Un matrimonio no se arregla con convenios ni acuerdos a plazos. Si no hay amor, entonces todo se acaba, se derrumba poco a poco y los pedazos caen sobre ustedes y eso incluye a tus hijas. Pierina se levantó y caminó en silencio por la sala ante la atenta mirada de su amiga; luego de un rodeo, volvió a pronunciar palabras. -¡Ah!.. Hay algo más que decir en todo esto. -Lo sé... Leonardo. Pierina la miró a los ojos de su amiga y sintió alivio de que le comprendiera, que estuviera ahí con ella. Asintió con la cabeza y volvió a sentarse. -Vas a pensar que estoy loca o confundida. Dije que creí saber lo que era sentirse enamorada; pero creo que estoy conociendo ese sentimiento a partir de Leo. -Sí creo que estas loca y confundida. Mirá, tal vez sea más que una calentura, pero es como un cable a tierra. Conoces a alguien que te representa la libertad que quisieras tener, es atractivo, te escucha. Pero apenas se vieron un par de veces o tres veces. Terminan enojándose y ¿ luego qué?. Solo sé que te podes lastimar y lastimar a Leonardo. Tal vez no sea todo lo que creés de él. -Laura; una vez me dijiste que el amor llega sin avisar, solo lo sentís y es el momento en que te das cuenta que no existe algo más maravilloso en la vida que eso. Dentro de toda la gran mierda que es todo esto; ese hombre me hace sentir importante. -¿Por qué te enseñó a su hijo supuestamente? -No es supuestamente, es su hijo. Es igual a él. Y creo que él me ama también, más que yo. -¿Lo amas?. -No lo sé. Siento algo muy profundo que no lo puedo explicar. -¿Lo ves?. Estas confundida. Trata de pensar mejor las cosas. Pieri, no te precipites. -Trato de sacármelo de la cabeza. Yo también pienso que es una locura, ni siquiera lo conozco, pero tiene algo, no sé. -Te provoca curiosidad. Es eso. -Es más que eso. Algo trata de decirme. Cuando me mostró a su hijo, me mostró todo lo que me pasaba a mí. No sé si ve a su hijo, quién es la madre, pero renunció a una familia por algo..., por algo más noble; como sí existiera algo más noble que la familia misma. Al enseñarme a su hijo me estaba también mostrando el más grande de sus tesoros, su corazón. -¿Qué puede ser más noble que tener una familia, que la familia misma? -La renuncia para preservar lo que más ama. Laura se la quedó mirando sin entender mucho, pero a la vez sabía que esas palabras tenían un contenido enorme. Desistió en seguir indagando, nunca antes había visto a su amiga así. No le quedó otra cosa que dejar que Pierina diera los pasos siguientes por ella misma. Capítulo XXI Esa noche, Leo compartió una cena feliz con sus padres y su hermana, ya arquitecta. Departieron de diversos temas y él les comentó sobre sus planes de salir a algunos lados antes de ir al sur. Había logrado establecer una armonía única esa noche en la casa. Por un momento, se olvidaron los problemas cotidianos y Leo se olvidó que “estaba de visitas”. Pero detuvo el tiempo observando las risas de sus seres queridos. Como nunca antes, se sintió parte de esa familia. De tener una al cual pertenecer. Extrañaría eso, los extrañaría a todos. A la vez, sintió una paz en su interior que lo llevó al borde de la emoción. Entonces pensó, “Tal vez no te lo he dicho..., pero muchas gracias por esto que me diste; Gracias de verdad”. Cuando todos se fueron a dormir, Leonardo se encerró en su cuarto, revisó uno de los bolsillos de su gabán y extrajo un pequeño cuaderno de tapas revestidos en cuero verde; sacó una pluma del cajón de su escritorio, encendió la lámpara y comenzó a escribir. Lo hizo toda la noche, sin descansar un instante, pues ni siquiera lo necesitaba. No necesitaba nada de los mortales en este mundo, tan solo la paz que reinaba en su cuarto y un poco de música del estero en tono bajo. Descendió a la cocina por un poco de café y retornó a su habitación. Se acercó a la ventana a esperar que el sol comenzara a asomar por entre las tejas de las casas de enfrente. Sus ojos escudriñaban los tonos azulados que se aclaraban a medida que el alba se aproximaba, mezclándose con algunas nubes que se tornaban rojizas y las últimas estrellas que titilaban en el transparente cielo del nuevo día. Se sonrió, luego emitió un suspiro. Las sensaciones se debatían en su interior. Sabía dos cosas, una que comenzaba a experimentar una paz única, jamás antes vivida y la otra es que se acercaba el momento de partir, pero sin antes hacer lo que debía hacer. El celular sonó sobre el escritorio; ese celular que el cielo le había facilitado para las comunicaciones y que siempre le atrajo además de causarle gracia. Contestó. -Disculpame la hora, Leo. Soy Pierina. Él no se sorprendió por la llamada; casi la estaba esperando. Le respondió. -Me alegra tanto que hayas llamado. -No sé que decirte. Mirá la hora que es, seguro estabas durmiendo. -No, estoy despierto desde hace rato. -De todas formas te parecerá medio loco que te llame a la madrugada, es que... no sé... me dio como un ataque por saber de vos, y... -No te disculpes, Pierina. No te apenes. De todas maneras te iba a llamar en el día. -¿Sí?, Que bueno.. ¿Para?. -Voy a hacer un viaje a Tandil, a visitar a una familia amiga. Se me ocurrió que podrías acompañarme. Vamos y venimos en el día, solo que salimos bien temprano para estar a media mañana allá. -Leo... ¿Estás loco?, sabes que estoy casada, que tengo dos nenas que atender y... -Sí lo sé. Solo que pensé que luego de las diferencias que tuvimos, era una buena excusa para conversar tranquilos y pasarla bien. Pero lo podemos dejar para otra oportunidad entonces. -No, no, no... ¿A qué hora salimos? -Mañana temprano, como a las cuatro de la madrugada. -Okay, yo arreglo todo, no sé como hago pero algo se me va a ocurrir. ¿Podes pasarme a buscar por la casa de una amiga? -Claro, solo dame su dirección. Capítulo XXII El padre Héctor repartía la comunión al final de la misa cuando vio que en la columna de los feligreses se aproximaba Leo. No podía disimular su sorpresa, pues la última vez que aceptó recibir una ostia fue el mismo día que tomó la primera comunión y que a duras penas fue empujado por sus padres a tomarla. Al llegar el turno de Leo, el padre se quedó duro, pero él le hizo un gesto con los ojos para que se diera prisa ya que esperaba otros fieles su comunión. Héctor le dio el pan y el vino, a lo que Leo respondió con un pequeño y simpático guiñe de ojo. El padre siguió sus pasos con la mirada cuando se marchó. Se quedó extrañado, pero a la vez, lo embargó una oleada de felicidad enorme. Quería mucho a ese muchacho. Había sabido de las vicisitudes que pasó y no hubo secreto que no compartiera con él, al menos hasta el día de hoy, porque sabía que algo no le decía, pero como siempre, respetaba sus decisiones. ******* Las familias se habían reunido en torno al bosque detrás de la iglesia. Todos los viernes al atardecer y luego de la misa, la comunidad barrial terminaban la semana laboral departiendo largas charlas entre mates y masitas mientras que los hijos jugaban y se divertían. La comunidad preparaba comida para luego repartirla en la gente que más lo necesitaba y hasta se había formado un pequeño club de trueque, para intercambiar objetos y servicios entre los vecinos. Síntomas de los nuevos tiempos globalizados en que gran parte de la humanidad quedaba relegada del sistema, pero que el ingenio se agudizaba para compartir todo aquello que se podía entre la gente de bien. Héctor y Leo caminaban a gusto bajo los cálidos rayos del sol de la tarde. Conversaban de todo un poco, siempre se sentían a gusto hacerlo. Para Héctor era evidente que Leonardo había crecido como persona, pero que algunas cosas habían precipitado cambios que no apostaba que se darían o cuanto mucho, se tomarían más tiempo. -Es todo un éxito la iniciativa de los viernes familiares en los bosques de la parroquia- alegó Leo. -Sí, A Dios Gracias. Queremos ver de hacerlo también los sábados y los domingos. Ahora que tengo colaborador nuevo, creo que podemos encararlo. -¿De quién se trata?. -De él.- Héctor señaló a un joven cura que leía un libro de cuentos a un grupo de niños sentados en el césped. -Es un joven diácono; su nombre es Hernán, viene de una capilla del Gran Buenos Aires, de Villa Ballester. -¿Pidió el traslado acá? -Más bien se lo quitaron de encima. Apoyaba a un grupo de vecinos que protestaban por la colocación de un tendido de alta tensión que pasaba por sus barrios. Parece que hizo mucho ruido, las autoridades de la empresa de electricidad tiró la bronca, así que hizo una pequeña donación al arzobispado de la región y al Consejo Deliberante... Y acá está, conmigo. Leo se sonrió moviendo la cabeza, como un gesto lógico ante lo que escuchó. -Ya sé. No te sorprende para nada. -No dije nada. -Hay gente muy buena en la iglesia. En él, tenés un ejemplo claro. -Lo sé, padre, pero no deja de ser injusto. ¿De que lado está la iglesia?. -No importa ya eso, Leo. Cuando era más joven, me irritaba esas cosas, era tan idealista como vos, pero con los años, no importa si la iglesia está de nuestro lado. Es a Dios, a Él a quien respondo y amo. Después de todo no es tanto castigo el estar en esta comunidad. -Sí, es cierto. Es un bueno sitio y me alegro por usted, padre. -Gracias. Pero decime, ¿cómo anda tus cosas?. -Encaminadas, creo, como le dije ante, cerrando puertas y abriendo otras; consiguiendo la harina para el pan. -¿Y los asuntos con Pierina? -Mañana me acompaña a Tandil. -¿Te acompaña?¿Cómo es eso?. -Así es, se viene conmigo a ver a Leticia y su familia. -¿Sabe todo sobre el tema?. -Mejor que sé de cuenta ella sola. -¿Y que le dice Pierina a su familia, a su marido?. -No lo sé. Me dijo que le va a encontrar la manera. Héctor se sonrió moviendo la cabeza con resignación y se sentó en una banca, Leo hizo lo mismo. -Debería considerarlo pecado, al menos eso es lo que enseñamos, pero no sé, hay algo que me dice que es inevitable. Ni siquiera me sale aconsejarte. -Porque usted haría lo mismo. El amor es así. -¿Le dijiste que estabas enamorado de ella? -No. Aún no. -¿Y ella?. -Tampoco. -¿Algún beso, un gesto que los acercara más de la cuenta?. -Nada. -¿Entonces? -Entonces es así, padre, como usted dice, será inevitable. -De todas maneras, me permito decirte que tengas cuidado de no herir y de no ir más allá de lo que la situación lo requiera. -No se preocupe. No haré nada que lastime a alguien. -No contés con ello, Leo. Lamentablemente en estos caso siempre sale alguien perdiendo; y si bien los adultos son los que deciden, hay niños en el medio. -Lo sé padre Héctor, pero no es solo por mí. -No entiendo. ¿Qué querés decir?. -No solo trato de acomodar mis cosas; a veces tenemos la oportunidad y hasta la obligación de ayudar a poner en orden las cosas de alguien más. Siento que es así, en este caso. ¿Recuerda que algo conversamos? -¿Qué puedo decirte?. En otras circunstancias te diría que no fueras tan samaritano; además de no tener derecho a inmiscuirte en la vida de los demás. Pero hace tiempo que te traes algo entre manos y no sé que es. Tampoco sé por qué no hago nada al respecto. Tal vez sea que yo no deba inmiscuirme en los asuntos ajenos también. -Para que se quede tranquilo le diré algo. Debo confesarle que tengo miedo. Héctor lo miró extrañado tratando de adivinar a donde quería llegar con su confesión. -Pero como dijo usted. La fe radica en uno mismo. Creer en uno mismo. Y a pesar del miedo a fracasar o lo que sea..., creo en mí. Héctor se sintió reconfortado escuchar eso y se tranquilizó, pero más aún sentía una profunda felicidad por los sentimientos de quien consideraba su mejor amigo. -Entonces, no debés temer. Dios estará con vos. Leo asintió sin decir palabras, miró al cielo como esperando que Él le diga si había escuchado eso y señalando con su pulgar disimuladamente al sacerdote. -Solamente le voy a hacer una pregunta, no busco que me diga detalles. ¿Pierina ha vuelto a verlo? -Es mucho pedir, Leo. No quiero ser injusto con ninguno de los dos, ¿sabes?. Además quiero mantenerme neutro en esto porque... -Listo padre. Ya me respondió, no necesito saber nada más. Héctor adivinó la cara de satisfacción en Leo, se sonrió mientras que él miraba a los niños jugar con el diácono. -Lo veo a él y me imagino a usted en sus comienzos. -¡Uf!... Eso fue hace tiempo, mi amigo; ha pasado mucho agua bajo el puente. -Desde lo que pasó antes de entrar al seminario incluso, ¿no?. -Así es, desde ese entonces. -¿La extraña? Héctor dejó caer sus hombros y suspiró clavando la mirada al césped. -Cada día la tengo presente, aún sigo extrañándola..., siempre lo haré. Te confieso, mi buen amigo, que hasta a veces me parece que está cerca, al lado mío. Cuando camino por estos bosques en el atardecer y en soledad, aún percibo su perfume, el olor de su piel y me estremezco; me invade una sensación de temor y de paz a la vez. -Seguro entonces está con usted, padre. Héctor se sonrió una vez más. -Es posible, no sé. Temo consolarme tontamente. -¿Por qué dice eso? Se supone que debería creerlo. Usted más que nadie. -Soy humano antes que cura; también tengo mis temores. Tal vez me resguardo del dolor demasiado y no me permito algunas cosas. -Lo entiendo... ¿Sabe qué?. Seguro lo estará esperando en un sitio; solo que debe aguardar para el reencuentro. El padre volvió a mirarlo con ojos agradecidos. -¿Desde cuando crees que haya un sitio? -¿De que serviría la montaña más alta?¿Qué importancia tendría el lago más hermoso?¿Para qué la belleza y las cosas si no estuviéramos para observarlas, valorarlas?. Aún cuando muchos hombres destruyan todo eso, mientras haya alguien que lo observe y lo valore, entonces tendrá un porque todo ello. ¿Será que el cielo que nos enseñan desde niños, estará en esta misma tierra?¿Será que el infierno está entre nosotros, lo hicimos nosotros mismos?. -¿Ya no crees que fue Dios ni que es un invento de la iglesia para controlar a las masas? -El hombre tiene su libertad, tuvo su oportunidad de elegir. Es hora de dejar buscar culpables fuera de este planeta. Habrá mucho que no sepamos. No digo que nos resignemos, ni que Dios sabrá y hay que dejarlo. Pues lo que podemos hacer es dejar de arrodillarnos tanto ante una vela y ponernos a trabajar cada día. Héctor lo observaba fascinado. -Mi madre una vez me dijo que la gente buena nunca se muere; solo se va a otro sitio. Pero tampoco mueren porque quedan vivas en la mente y el espíritu de quienes los amaron en esta vida. La vida de Mirta no ha sido en vano, padre. Su amor, sus logros, todo aquello por lo que luchó y amó tanto en su vida, sigue presente aquí. Está en usted, en cada cosa que hace. Mire a su alrededor, las familias, los niños. Dígame que no está ella aquí. Está orgullosa de usted, porque no solo ha hecho lo que ella deseaba, también se reconcilió con la vida, con el amor, con usted mismo. A pesar de todo..., creyó en usted, padre Héctor. Héctor trató de disimular las lágrimas, se sintió emocionado y deslumbrado por esas palabras que llegaron a su corazón. Leo sabía de la emoción de Héctor, entonces sacó su cuadernito de cuero verde del bolsillo de su campera. Tenía un lazo de tela azul que lo ataba. -Padre, también he venido para dejarle esto- Le entregó el cuadernito- Es algo que he escrito, pero prométame que no lo leerá hasta que me vaya en unos días al sur. A Héctor le extrañó el mandato. -Sé que le resulta raro, pero me gusta que sea así. Solo le adelanto que hay cosas que quería explicarle. Luego de leerla, entréguesela a Pierina, por favor, es muy importante para mí. Héctor estuvo a punto de preguntarle varias cosas pero no sabía qué y ni donde empezar, solo le preguntó una cosa. -¿Te vas al sur sin ella? -Por ahora iré solo. Supo que no debía preguntar nada más y cumplir el pedido de su amigo. -Te prometo que haré lo que me pedís. Leo miró a los ojos del padre, le sonrió y luego le extendió la mano en un apretón afectuoso. Se levantó de la banca y se despidió de Héctor. El padre, acompaño con la vista como Leo se marchaba. Percibió en aquel apretón de manos una paz más profunda aún, tanto que se le salía el corazón del cuerpo. No supo por qué, pero Héctor comenzó en ese mismo instante a echarlo de menos. Capítulo XXIII En la madrugada, Leo esperaba la hora de pasar por Pierina. Veía por la ventana el viento del invierno que arrastraba las hojas por las veredas. Le dio antojo de pisar las hojas secas que caían al suelo. Salió de la casa y aunque no sentía el frío, supo que era una madrugada helada. La escarcha en el cordón de la vereda y el pasto blanco lo señalaban. Caminó hacia un colchón de hojas en el suelo y al llegar, comenzó a pisarlas y a disfrutar el crujir de ellas. Sentía ansiedad, entre mezclada por todo lo que iba a suceder, pero la felicidad de ese momento le recordó cuando era niño; se sentía feliz como tal.. “Con cuanto poco uno puede ser feliz, carajo”, pensó. Lo distrajo una mujer que venía caminando sola por la vereda, entonces dejó de pisar hojas y esperar que la mujer pasara. Pero ella se acercó hacia él hasta detenérsele enfrente mismo. -Hola, ¿Cómo estás?- le saludó la mujer. Leo la miró sobrecogido sin saber de quien se trataba y que hacía sola a esas horas de la madrugada. Se percató que ella era una hermosa mujer, de largos cabellos azabache y unos ojos negros grandes que resaltaban su piel blanca y se adivinaba tersa. Le llamó la atención el rico perfume que emanaba, sin dudas se trataba de una mujer muy seductora y joven. Leo se le acercó más y con una emoción a flor de labios le preguntó. -¿Mirta?. -Sí, Leonardo. Es un gusto conocerte. ¿Cómo te sentís?. -A esta altura, como Bruce Willys en “Sexto sentido”. Ella se rió. Su risa era dulce, todos sus gestos eran agradables y atrayentes. -Para mí es un verdadero placer que andes por aquí. Pero ¿Qué haces por estos rumbos?. -Ya he dejado todo listo, ahora regreso a Verdelejos. Solo quería agradecerte la ayuda que me has dado y a Héctor, por cierto. -No tenés de qué, Mirta. ¿Querés pasar adentro y tomar una taza de café?. -Gracias, pero no me hace falta, jajajajajaja. -Lo sé, sin embargo yo tomo, me gusta. -Es que ya debo partir, pero te prometo que cuando llegués vos, nos tomaremos una taza de café en el bar que conoces. De todos modos, te agradezco. -Como gustes. ¿Puedo hacerte una pregunta? -Adelante, claro. -¿No volviste a regresar en el tiempo por Héctor?. Digo... Para modificar algunas cosas. -Es que yo no tenía que modificar nada, solo que Héctor debía saber que nunca lo abandonaría y que estuviera en paz para siempre con su alma. -¿Por qué te llevó tan joven? -En Verdelejos aún hay mucho que enseñar a los niños, me encantan y de paso aprendo yo también. -¿Sos maestra?. -Sí, solo que era maestra para ciegos en la vida terrenal. -Enseñas a distinguir lo que otros no pueden. -Algo así. -Es una bella profesión. -Gracias. Pero ¿sabes?. Una vez en Verdelejos, no preguntás el por qué, solo disfrutas de haber tenido una vida, de poder seguir existiendo en las personas que te quieren. Vos mismo lo dijiste. -Sí, es cierto. Pero no estuve tan de acuerdo cuando llegué a Verdelejos. Sentí que me sacaban las cosas sin permiso. -Lo sé, a veces se siente eso, por eso es que se nos da la oportunidad de reconciliarnos con la vida, con el alma. -Sí. En fin... Entonces, de alguna manera estamos. Me refiero, a que se nos deja venir para arreglar algunos detalles. -Solo a ayudar, algunas cosas no las podemos resolver. Acordate de la libertad que tenemos. Además, nadie puede vivir la vida de otros, por más amor que tengamos a ellos; cada quien debe hacer sus propias experiencias. -Tenés toda la razón, aunque a veces quisiera hacer más de lo que puedo. -Es el temor cuando se ama. Y puedo saber lo que sentís por la mujer que amas. Ya ves, el amor es indestructible, no lo remplaza ni lo quiebra nada ni nadie. Perdura aún después de la muerte misma, pues entonces no existe la muerte, solo la vida. -Solo espero que ella me diga que me ama. -¿No se lo podes decir vos mismo? -Sería lo ideal, pero no se vale así. Supongo que es para el bien de ella, para que no se quede con la espina de por vida de no decir lo que siente, no sé. Como decís, solo se puede ayudar pero no intervenir ni forzar las cosas. -Solo abriendo tu corazón podés provocar lo que más deseas. -Sí, eso espero, te aseguro que lo espero. -Te cuento que cuando conocí a Héctor, era un tipo de lo más seductor. Sabía que era un fanfarrón y le gustaba estar con más de una mujer. -¿En serio?- Leo no daba crédito a esa faceta encubierta de su amigo. -Ni te imaginás. Tenía fama de cuentero, entonces nadie le creía una palabra cuando se trataba de seducir a una mujer. Recuerdo que los amigos le decían que nadie se le iba acercar si solo las quería para acostarse. Al menos que cambiara el libreto. -¿A vos te gustaba?. -¡No!. Al principio no quería saber nada de él, porque sabía como era de chanta. Pero un día se las ingenió para convencerme a ir a un bar a tomar algo con él. Luego de tanto hablar, yo le recriminaba su actitud poco sincera, que no era mi tipo. Hasta que decidió contarme las cosas en su familia, del por qué de cómo era y todo eso. -Sí, me contó lo de su padre y de su hermano que murieron. -Así es. Fue que percibí una desgarradora necesidad de ser querido, de que algo le saliera bien. Por primera vez había sentido el temor a ser rechazado, ahora más que nunca que eran honestas sus palabras. Nuca antes, necesito tanto que creyeran en él y eso es lo que provoca el amor, Leo. Desde que Héctor abrió el corazón, cambió radicalmente, se convirtió en el hombre más precioso de la tierra, estaba encantada de tenerlo en mi vida. Pero la vida me tenía preparado otros planes muy diferentes a los que había hecho con él. También yo, sentí una profunda decepción cuando me estaba muriendo, pero no se lo dije. Sentí que Dios me despojaba de todo lo que había esperado en mi vida. Pero cuanto más se acercaba la hora de partir, más necesité que Héctor estuviera bien, que no se afligiera. Hacemos lo que podemos en esta vida, somos lo que debemos ser y nada más. Pero aprendemos a que el intento es tan valioso, tan valiente, cuando nos aferramos a ser felices; y bien vale cualquier sacrificio por eso. Ahora que estoy en Verdelejos, he aprendido que nada fue en vano, al contrario, todo tiene un porque, un destino y saber lo que viene en más. Es una bendición poder sentirlo. Mientras Leo la escuchaba atentamente, pensaba en que todo lo que le pasaba, también tenía un porque. Pues ahora sabía que Dios le hablaba por intermedio de esas personas, que había cambiado el chat por sus hijos mismos. -Sentir temor es humano ¿Aún lo soy?. -Sentir temor te hace sentir vivo y si das los pasos con temor pero los das, eso es fe y eso es lo que termina por contar, la fe en el amor. -Lo sé, fe en uno mismo. -Así es mi amigo. A Leo le encantó cuando le dijo “ mi amigo” y le devolvió la expresión con una sonrisa amplia. -Ojalá no veamos pronto Mirta, aunque no me agrade irme aún de aquí. -No hasta que dejes las cosas en orden. Es por vos y es por ella que estas de regreso, no lo olvides. -De verdad... Héctor tiene a una gran mujer en vos. Mirta se sonrió dejando sus blancos dientes brillar a la luz de la luna. -¿Qué elegiste para irte?.- le preguntó él. -Solo me iré por el bosque detrás de la iglesia al amanecer, para dejar el aroma de mi perfume en las hojas de los árboles para siempre. Héctor se sentirá acompañado cada día hasta que nos volvamos a encontrar en Verdelejos. -Que así sea. Se miraron a los ojos durante un rato largo, se sonrieron y se abrazaron fuertemente con ternura. -Nos vemos, Mirta. -Nos vemos, Leo. Luego ella se alejó por en medio de la calle con rumbo al bosque de la iglesia. Leo no dejó de seguirla con la mirada hasta que los focos del alumbrado de la arteria, como si aumentaran su intensidad, cubrieron su figura, fundiéndola en una luz blanca que luego comenzó a opacarse hasta su normal luminosidad. Caminó hasta la calle y se quedó observando hacia donde se había marchado Mirta. Disfrutó el placer de la experiencia y a la vez, la nostalgia se ubicaba en un rinconcito de él. Luego expresó algo en voz alta: -Aún te vas salvando, Jefe. Todavía nadie te pidió que hagas aparecer una montaña en medio de la ciudad para irse contento. Capítulo XXIV Leo estacionó la camioneta junto al cordón y tocó un corto bocinazo. A los segundos, Pierina salía abrigada con una gruesa campera de pana, una gorra de lana y guantes, cargando un bolso que parecía pesado. Leo bajó de la camioneta para ayudarla a subir el equipaje y esperó a que se acomodara dentro del vehículo. Luego volvió a su ubicación y antes de encender el motor, se percató que Pierina lo miraba extrañada. -¿Qué pasa?. -¿No tenés frío? Leo apenas llevaba un saco de lana negra abierto y una remera liviana color azul. -Llevo una campera en mi bolso por las dudas. -¿Por las dudas?. En la radio acabaron de anunciar que hay cuatro grados bajo cero. Leo se le quedó mirando sin saber que responder hasta que se le ocurrió algo. -Tal vez porque antes de venir, tomé un chocolate caliente y entonces... -Ni siquiera estás temblando de frío. -Sí queres, prendo la calefacción. -¿Acaso no está puesta? -Este.. no -¡Madre Santa! ¿De que mierda estas hecho?. Admirable. Leo miró atrás y observó el bolso de Pierina. -Vamos y venimos. ¿O pensás mudarte?. -Ya te dije, hace frío, nunca se sabe que puede pasar en el día. -Claro. Pero vamos a Tandil no al Polo sur. -Mejor vamos que mi amiga debe estar chusmeando por la ventana. Recién, como a media hora de camino, cruzaron las primeras palabras cuando Leo se animó a hacerle unas preguntas. -¿Qué le dijiste a tu esposo, que te ibas todo el sábado? -Que nos avisaron a último momento que teníamos un concierto en Tandil. -¿Un concierto? -Sí. Toco la guitarra y mi amiga Laura toca violín -Asumo que es la casa de Laura donde te pasé a buscar. -Así es. -Y ambas son concertistas. -No es tan así, somos parte de una orquesta de gente que nos gusta lo que hacemos y vuelta a vuelta, damos un concierto por algunos sitios. -Que bueno, me encanta. ¿Hace mucho que lo hacen?. .-Hace tiempo que no lo hacía. Entre las nenas, el trabajo en la librería y los quehaceres del hogar; no tengo mucho tiempo. Pero mi amiga me convenció de retomar la actividad, que era necesaria para salir un poco de casa, así que volví hace poco a tocar. -Eso es bueno. -Sí, al menos es una catarsis de fin de semana. -¿Salen mucho a dar conciertos? -No, apenas tres de lo que va del año. -¿Qué dice tu marido?. ¿Está contento con tu actividad?. -No le agrada mucho. Pero lo acepta. Me costó una noche de discusión convencerlo que necesitaba un espacio para mí. -Sí, es cierto, uno necesita de su espacio; además es una linda actividad. Yo tengo una frustración como músico, hubiera querido saber tocar el piano. Pierina no seguía la conversación, miraba por la ventanilla y Leo se percató que tenía la mirada distraída. -¿Algún problema? -No... Solo que no me gustó mentir. -No le podías decir que te venías conmigo. No creo que haya marido que lo entendiera. -No me preocupa Roberto, me dolió mentirles a las nenas y dejarlas solas. -Podemos regresar. -¿Estas loco?... Estamos a mas de cincuenta kilómetros de La Plata, ya pasamos Brandsen. -Aún hay tiempo, no te preocupes. Pierina se lamentó de su actitud, le pareció egoísta y absurda luego de aceptar la invitación de Leo. -No es para tanto, no me hagas caso. Sobrevivirán sin mí unas horas. -¿Estas segura?. -Sí. Estoy aquí porque quiero estar..., no creo que le haga mal a nadie. Leonardo no le dijo nada más al respecto y continuó atendiendo el camino. Pierina se quedó mirando a aquel hombre que la fascinaba, sin poder explicarse que es lo que le atraía tanto que la llevó a decidir ir con él a un sitio que ni conocía. -¿Por qué no pudiste aprender a tocar el piano? -Hum... No lo sé. Tal vez no tuve el tiempo o el momento de hacerlo. Una vez comencé, pero a los meses ingresé a la fuera aérea y luego ya... no tuve ni el tiempo ni las ganas creo. -¿Y por qué no tuviste ganas si te gustaba?. Mi servicio militar no fue un lujo que digamos, demasiadas cosas, luego llegó la guerra en Las Malvinas y al regresar no tenía muchas ganas que digamos. A Pierina le recorrió un escalofrío, nunca podía haber imaginado que aquel hombre tan gentil podría haber pasado por una guerra. -Lo siento mucho, no sabía eso. -No tenés que sentirlo, no lo sabías ni es tu culpa. Pierina quería hacerles miles de preguntas al respecto pero no sabía si era lo correcto, luego de meditarlo, se atrevió a hacerlo. -¿Cómo te sentís?. -¿Sobre la guerra?. -Sí. -Por suerte, no estoy loco, ni nada que se le parezca- Se sonrió. -Pero ha de haber sido terrible. -Suelo pensar y decir que es la cosa más absurda que el hombre puede hacer. -¿Tuviste que pelear mucho?. -Supuestamente no iba a pelear, solo a llevar provisiones y regresar al continente. Pero un misil nos bajó el avión en que íbamos, así que luego tuvimos que ingeniárnosla para sobrevivir. -¿Eran muchos de tu grupo? -Nuestro grupo dieciséis más unos cientos de otros escuadrones que viajaban con nosotros. -¿Pudieron salvarse todos? -No todos, la mitad más o menos. -Lo lamento- A ella se le helaba la sangre escuchar eso. -Ya pasó. -Pero esas cosas no se olvidan- dijo ella- Te juro que yo no lo podría superar. -No sé si se superan, Pierina, solo que se saben llevar. Hay caras que no se olvidan, hechos que no te dejan nunca, pero con el tiempo comenzás a llevarlos como parte de la vida. Al menos yo lo siento así. -Además, creo que la familia ayuda a superar esas cosas. Es lo mejor que te puede pasar. -Mi familia jamás habló de ello, ni una sola una vez. Pierina se quedó sin entender que significaba eso que escuchó de Leo. -Cuando conté las cosas que había hecho, la familia prefirió enterrar todo en el olvido y no hablar más del tema. -¿Por qué harían eso? -Porque nunca podían admitir que “su nene del alma” podía hacer cosas que no estaban en su sentir, en su corazón. Ellos no me enseñaron esas cosas terribles. -Pero no era culpa tuya, las circunstancia eran así. No puedo imaginar que cosas pueden pasar en una guerra, pero no podías hacer otra cosa que defenderte, no sé... Debe ser horrible, pero no fue culpa tuya, eras muy joven y te habían enviado contra tu voluntad. -El dolor de una guerra se extiende más allá de un campo de batalla. Solíamos decir que la verdadera guerra empezaba cuando llegáramos a casa. No culpo a mi familia, ellos también se defendieron del horror, no pueden hacer otra cosa y lo entiendo, me costó al principio pero luego entendí que no podían hacer nada al respecto. -Pero no entiendo que pudo haber pasado... ¿Acaso, eras una máquina o algo así? -En la maldita colimba, me instruyeron bastante bien, al menos me alcanzó para defenderme y seguir vivo y me encantó, te juro que me encantó. A Pierina no le salían palabras, no sabía que decir. Leo se aproximó a una estación de servicios para cargar nafta, y descendió de la camioneta para estirar las piernas. Ella hizo lo mismo. Sintió el frío helado que corría en esa zona descampada; observó a Leo que se había quitado el suéter; pensó que ya estaría acostumbrado al frío. Él, se acercó al empleado de la estación y le pidió que le llenara el tanque y revisara el nivel de aceite. Luego se dirigió a una expendedora de café que estaba en el sitio. Le ofreció un vaso con café a Pierina y ella aceptó. Sentía la necesidad de decirle algo con respecto a lo que él había relatado, pero no encontraba que decir, pero fue Leo quién habló entonces. -Lamento haber sido un poco brusco, Pierina. -No tenés de que disculparte, yo hice las preguntas. Tal vez, deba aprender a cerrar el pico. -Supongo que es parte de mí historia. -Te agradezco que confíes en mí. Solo quiero decirte que aún y con todo lo que te pasó, no debes sentirte culpable. -No, no te preocupes. -Es que es tan terrible. Nunca me hubiera imaginado una cosa semejante. Creo que me hace bien saber de esas realidades, no sé. Digo... A veces uno vive en una burbuja y piensa que lo que le pasa a uno es lo peor que le puede pasar. ¡Ay!... no sé ni lo que digo, no quise decir eso... es que.. -No te hagas problema, Pieri. Pierina se quedó en silencio por un momento, algo quería decir al respecto, de todas formas. -Cuando dijiste que te encantó como te sirvió la instrucción militar... No eras vos, no digas que fue así, no lo digas otra vez, por favor. Leo la miró primero con sorpresa y luego con ternura. Se sintió a gusto con el gesto de Pierina. -La guerra es una locura y uno no puede manejar ciertas cosas... pero... no sé. Fue parte de lo que pasó, de lo que fui en un momento. Pero no te preocupes, dije que me encantó, no que me encanta -Eso es importante. Creo que te admiro por ello. No, no. No creo, estoy segura que te admiro. No todos pueden salir de eso, asumir lo que pasó, y..... -Aún estoy en proceso, a eso vamos, Pierina. -¿En Tandil? -Sí. Allí vive la familia de mi mejor amigo. Vamos a la casa de su novia y a ver a su hijo. -¿Hace tiempo que no la ves? -Hace ya veinte años. Se llama Leticia. Tuvieron un hijo mientras estábamos allí en el sur; le pusieron mi nombre, Leonardo, en mi homenaje. Fue muy lindo de su parte. -Entonces ¿No conocés al hijo de tu amigo? -No -¿Pero, por qué no fuiste a verlos? -Como te decía, otra guerra comenzó cuando llegamos a casa. -¿Y qué pasó con tu amigo?¿No se quedó con ella?. -No... Se quedó en el sur. Leo arrugó el vaso de plástico cuando terminó su café y volvió hacia el empleado para abonarle el servicio. Ella se quedó pensativa, confusa, pero apuró su andar cuando vio a Leo subirse a la camioneta. ******* Ya a mitad de camino, Pierina conducía mientras Leo miraba el paisaje por la ventanilla, de pronto, él abrió la guantera y revisó su interior; sacó un mapa, lo desplegó y vio que se trataba de un mapa de ruta del sur, marcado con tinta roja el camino que conducía a San Martín de los Andes. Se sonrió. -¿De qué te sonreís?. -Nada importante. Solo que no recordaba a donde había dejado el mapa de ruta que había marcado para ir al sur. Estaba aquí. -¿Cuándo salís para el sur? -El martes temprano. -¿Cómo se llamaba el lugar a donde vas? Leo la miró y volvió a sonreír sin que ella lo advirtiera, dio un pequeño suspiro y le contestó. -Verdelejos. -¿Verdelejos?... Nunca oí nombrarlo. -Como te dije la primera vez que nos vimos; ni siquiera está en los mapas. -¿Y cómo supiste del lugar? -De casualidad, el destino. -¿Y es tan bonito como lo describías aquella vez? -Sí... es magnífico. -Sé que estoy medio hincha con tantas preguntas; pero me carcome la curiosidad. Espero que no te moleste. -Para nada. ¿Qué querías saber?. -¿Te vas a radicar allá? Leo dudó que decirle, pero no podía engañarla demasiado, no le salía ni quería. -Creo que sí. A Pierina no le agradó mucho la respuesta, esperaba que dijera que solo iba de paseo pero no hizo comentario alguno. Leo observó que eso la había perturbado. -¿Y vos que vas a hacer?- preguntó Leo para desviar la perturbación de Pierina. -¿Yo?. Yo me quedo en La Plata. -Me refiero a tus cosas, en tu casa, con tus hijas y tu esposo. -Lo mismo de siempre. -¿Aceptar invitaciones de desconocidos para salir de tu casa los fines de semana? -No sos un desconocido, sino no estaría acá. -No me conocías tanto antes de salir. Pierina mantuvo el silencio sin saber que decir. -Ahora soy yo quién no quiere agobiarte con preguntas ni ser pesado o metido en cosas ajenas. Pero... me late que no anda bien las cosas en casa. -Creo que hace tiempo no anda nada bien en mi vida.- le respondió ella decepcionada. -¿Cómo es eso?. -Tengo la estúpida costumbre de creer que todo es una belleza a mí alrededor y si algo no anda bien, me digo a mi misma; “No hay problemas, ya cambiara mañana” y nunca cambia. Soy muy cómoda supongo. -¿Estas haciendo algo al respecto? -Trato. Pero tengo miedo -¿Por qué? -No quiero que sufran mis hijas. Leo la miró sin responderle nada. -Sí ya sé. Tenías razón en que me escudo en mis hijas también, pero no las quiero dañar con mis decisiones. -A veces se pude dañar también cuando no se toman decisiones. -Te juro que hay días que tengo ganas de arrojar todo e irme bien lejos. Estar sola o no sé que, pero lejos. Es muy duro haber creído que tenías toda la vida arreglada y llega un momento en que te das cuenta que fue todo un espejismo, que la vida exige más de lo que uno dio. -Lo sé. Sos joven y tenés chances para cambiar cosas. -Pero no es fácil, lo quiera o no, tengo una familia. -Nadie dice que sea fácil. Pero te voy a decir algo y espero que lo recuerdes siempre. -Decime. -Si la vida fuera tan hermosa de por sí, no tendríamos que hacer nada más que sentarnos a que las cosas lindas no lleguen sin apuros. Al menos en esta parte del mundo, tenemos la libertad de elegir el camino; el más fácil o el más difícil y este último suele ser el que menos se transita, pero es el que da la seguridad de que lo que se logra, se logra para siempre. La vida se abre paso, sea como sea, pero siempre triunfa, ¿por qué? ; porque no le teme al camino difícil. Nada más que es la única vida que tenés en este mundo y te aseguro que vale la pena intentar hacer algo. Pierina lo escuchaba y no podía creer que le decía esas cosas alguien que había pasado por el terror de la guerra. Se peguntaba que es lo que movía a ese hombre a ser lo que es. -¿Cuál es la receta para salir de donde saliste y volver a creer en la vida?.- Le preguntó ella. -No hay recetas, se hace lo que se puede. No lo sé, Pieri, uno busca ser feliz toda la vida y cree que está vencido si no lo logra. Pero el haber hecho el intento, haber puesto todo de si para lograrlo, eso es suficiente merito para decir que dejaste algo valioso en este mundo. -Sin tener que joder a nadie -La diferencia entre lastimar sin querer y joder para ser feliz, los establece el egoísmo y la cobardía. -Creo que yo jodí a mi esposo. -No lo creo. -¿Cómo sabes eso? -Porque sino, él estaría ahora acá con vos y no yo. Ella se quedó pensativa, sabía que tenía razón de algún modo en todo lo que dijo, sabía que también es duro cambiar, muy duro. Capítulo XXV El último tramo del camino lo hizo Leo, luego de cruzar la ciudad de Tandil y bajar por las serranías. Desde el camino de tierra en que venían, divisó el casco de la estancia del actual marido de Leticia. Durante los contactos para averiguar donde vivía y que era de su vida, supo que se había casado con un estanciero de la zona y que además de su hijo Leonardo, tenían otra hija de unos 10 años, llamada Analía. El paisaje que rodeaba a la estancia era de ensueños, un lugar ideal para descansar. Se notaba la gran labor del esposo de Leticia y de los peones, que a lo lejos se los veían arriando a las vacas y otro grupo ocupándose del sembradío. Pierina notó que Leo estaba tenso, con las manos aferradas al volante cuando detuvo la camioneta faltando tan poco para llegar. Ella se animó a preguntarle algo. -¿Sabían que vendrías? -Sí. Avisé a su padre que llegaría. -¿Y?. -Y me dijo que sería una alegría para ella el que nos reencontrásemos. -¿Y? -¿Y qué?. -¿Y qué esperamos para entrar? -Esperá... Dame un respiro. Hace tiempo que no la veo. -Okay. Entonces, Leo se puso en marcha nuevamente hacia la estancia. Al cruzar la tranquera, un peón le abrió y lo saludó afectuosamente dándole la bienvenida. Pero Leo seguía tenso y apenas contestó el saludo. Al promediar el camino entre la tranquera y el casco, divisó a su izquierda, un corral donde algunos peones trataban de tranquilizar a un caballo que parecía estar muy nervioso. Casi llegando, vio a un grupo de personas que salían del caserón extendiendo sus manos en saludo. Enseguida pudo adivinar, entre ellos, a Leticia. Su amiga se adelantó al grupo apresurada al encuentro de Leo que descendía del vehículo. Se enredaron en un abrazo emocionante, no cesaban de alabarse y Leticia dejó escapar una lágrima de emoción. Luego del encuentro, ella condujo a Leo para presentarle al resto de su familia. Él le hizo un gesto a Pierina para que se acercara. -Te presento a mis padres, Don Antonio y Doña Elvira. Él es Humberto, mi esposo, mi hermana Lidia que la conociste chiquita y su esposo Darío. Los más chiquitos son mis sobrinos, Ezequiel y Alina. Y la más tímida es mi hija Analía. Leo fue saludando a todos y se iba tranquilizando a medida que estrechaba manos y repartía besos; luego les presentó a Pierina, todos la saludaron muy cordialmente. Pero aún le faltaba pasar una prueba de presentación más, la que lo tuvo inquieto todo el viaje y mucho tiempo en su vida. Su asombro no pudo ser ocultado, sintió que cada músculo de su cuerpo se le iba paralizando y su cabeza daba vueltas al pasado. Ese muchacho que se le puso delante era su amigo, creyó. Parecía una broma del destino o tal vez en verdad la vida se abría paso. Leticia se acercó al muchacho tratando de manejar el impacto que le provocaba a Leo; lo leía en sus ojos, el único lugar del rostro que expresaba un gesto. -Él es mi hijo... Leonardo. El muchacho se notaba ansioso y deslumbrado de conocer al amigo de su padre; trataba de zafarse de la mano de su madre que lo sostenía del hombro e ir al encuentro de Leo. Pero ella, disimuladamente, presionó más aún para darle tiempo a su amigo de reponerse lo suficiente. Luego de un rato y de no dejar de observar fijamente al muchacho, Leo comenzó a hablarle. -Creo que no tengo palabras para definir lo que siento. Sí no sé que sos su hijo, aseguraría que se trata de él. Sos igual que Mariano... apenas un par de años mayor que él, cuando... No pudo seguir, no quiso seguir diciendo nada, entonces se acercó al muchacho y lo abrazó. El hijo de su amigo hizo lo mismo con todas sus fuerzas. -Siempre quise conocerlo, señor- exclamó el muchacho ahogando su voz en el hombro de Leo. -Yo también, pibe.. Lamento la tardanza. Leticia y los suyos, guardaban un silencio respetuoso, disfrutando el encuentro, emocionándose. Pierina se sintió partícipe del momento, pero contuvo sus lágrimas maldiciendo de lo sensible que era para estas cosas. Capítulo XXVI Los niños jugaban en la galería que daba al jardín. Los adultos, sentados en rueda, disfrutando de un buen vino tinto y una picada con los famosos embutidos de la zona, degustando una pieza de jamón serrano y pan casero hecho por la madre de Leticia. Leti era la más preguntona, quería saber que había sido de la vida de Leo en esos veinte años que pasaron. Leo contaba con cuidado, sin hondar en detalles. El resto de la familia gozaba de su plática; el más entusiasmado era Leonardo que eligió sentarse a su lado para no perder detalles mientras lo observaba atentamente. Pierina, iba conociendo mucho más a aquel hombre que la fascinaba tanto, iba descubriendo el porque de algunos de sus comportamientos. Mientras parte de su vida iba siendo relatada, ella se sentía más segura de sus sentimientos hacia Leo. Pero aún sentía sus miedos. Luego de un resumen que hizo de sus años. Pasaron a hablar de otras cosas, de los asuntos de Leticia y su marido Humberto que se notaba un muy buen hombre de campo; lleno de conocimientos del tema y con la sencillez de la gente del interior. Antonio se disculpó alegando que iba a atender el fuego para el asado que se venía. Leticia y su hijo, Pierina y Leo: se quedaron bajo la galería, el resto acompañó a Antonio para los menesteres del asado. Leticia miró a Leo un buen rato, sonriéndole, agradeciendo su visita. Palmeó su rodilla y le habló. -¿No supiste más nada de alguno de la compañía o de otro escuadrón?. -Hmmm. De vez en cuando supe de alguien. Sabés que quedamos pocos de nuestro equipo. Al último que vi fue al Capitán Miranda. -Sí, recuerdo que Marino hablaba de él y que se había convertido en un gran amigo de ustedes. Raro en esas épocas que un milico se enganchara con soldados rasos. -Un gran tipo, un fantástico guerrero. -¿Y cómo está él?. -No está... Hace seis años que se lo llevó un cáncer. Creen que le afectó con el tiempo las granadas de fósforos que arrojaban los ingleses. Leticia se lamentó y Pierina sentía que cada recuerdo de ese pasado la sacudía. Empezó a sentir esas sensaciones tan cerca, tan temibles. Mientras, Leonardito, sé consustanciaba en la charla, quería hacer preguntas, no sabía como hacerlas, pero tenía una imperiosa necesidad de saber algo más de aquello por lo que pasó su padre y su amigo que estaba presente, al alcance de su mano. Leo se dio cuenta que le urgía conocimientos. -No es muy agradable contar esas cosas, Leonardo, pero es parte de lo que pasó. -Mamá, me contó muchas historias y me ha contado mucho de vos. Quería que vinieras, Sos el mejor amigo de papá y sé que fueron muy valientes allá. .Leo se rió ante tanto halago y trató de menguarlo -Hijo, no creo que tenga ganas de contar cosas de eso ahora.- le indicó su madre -No, no. Está bien, Leti, tiene derecho a saber. -He leído mucho- dijo Leonardo- y escucho lo que dicen en la calle. Me da pena cuando veo a un ex combatiente teniendo que vender estampitas o peines para ganarse una moneda para comer. El Estado no hace nada. Somos iguales que los yanquis con sus compatriotas que pelearon en Vietnam, los escondemos debajo de la alfombra como una vergüenza. La gente no habla de esas cosas, nadie se acuerda... -Sí, en parte es así, pero no creas en todo lo que te digan o veas de una vez. Sí hay gente que se acuerda y es mucha, tampoco todo lo que ves en la calle es cierto. Algunos se aprovechan de la buena fe de la gente y se hacen pasar por ex combatientes para obtener réditos. Si, es cierto que no hay asistencia, pero cuanta más gente piense como vos las cosas van a revertirse, yo creo que así será. -Pero ya han muerto casi mas muchachos en estos veinte años que en la guerra misma. Se dice que son más de trescientos entre suicidios y enfermedades. El silencio se apoderó del lugar; Leticia no sabía como salir de esa conversación cuando vio que eso golpeaba al espíritu de su amigo. Pierina, no decía palabra alguna. -Es parte de todo esto, Leonardo. Nadie en su sano juicio quisiera una guerra, pero pasó lo que tenía que pasar. Es difícil a veces aceptar las cosas. Por eso en las injusticias, no se debe ceder y si hay cosas malas, si hay lo que decís, entonces hay que corregirlas. -Sí, aún así- prosiguió Leonardo- Me pegunto, en dónde está Dios cuando pasa estas cosas. Era lo que él se preguntaba a veces. No era más que otro caso de rebeldía. Lo entusiasmaba al tiempo que lo preocupaba. Sabía que ser rebelde, no aceptar las cosas, pedir explicaciones, era más que difícil, era un camino árido, escabroso y de mucho dolor. -Me hice un millón de veces esa pregunta... Tal vez, Dios no tenga nada que ver con la estupidez humana... Somos libre en esta parte del mundo, tenemos las herramientas para serlo. Sé que es muy difícil explicarlo, Leonardo. Mejor, deberíamos utilizar las fuerzas que nos quedan para vigilar que estas cosas no vuelvan a pasar, para que no tropecemos nuevamente con la misma piedra. Cuando ser reconoce que se está enfermo entonces se tiene el cincuenta por ciento de la batalla ganada para curarse... Dale tiempo a las cosas y las heridas tarde o temprano se irán y cambiarán por esperanzas. El hijo de Leticia pareció comprender lo que le decía. Leo veía en aquel muchacho el mismo espíritu que lo embarcó a utopías y caminos llenos de ideales que en la mayoría de las veces se embestía contra la realidad. -¿Cómo era mi papá?. Leo lo miró extrañado ante esa pregunta y miró ligeramente a Leticia. -Mi mamá, me ha contado mucho de él, pero quería saber como era para vos. Leo se acomodó en su sillón de madera, dándose tiempo para encontrar las palabras exactas. -Un gran tipo, un excelente amigo, el mejor que tuve. Siempre andábamos juntos, nos ayudábamos. A veces nos juntábamos para robarle el uniforme a algún otro compañero cuando nos faltaban o nos robaban los nuestros, lo hacíamos para que no nos arrestaran. Cuando uno iba preso por alguna falta disciplinaria, el otro hacía algo para caer preso y estar juntos. Recuerdo una vez que me mandé una boludes faltando poco para salir de franco y me arrestaron el fin de semana. Así que, él, cuando estaba a punto de salir, le hizo una broma a un cabo..., adrede, para que lo arrestaran a él también y pudiera quedarse conmigo. Leticia interrumpió: -Recuerdo que una vez vino el grupo Queen al país. Era tu banda preferida y habías ahorrado los salarios de la conscripción para poder ir a verlo. Pero como uno de los dos debía quedarse para las guardias, le cediste el franco a Mariano, porque era mi cumpleaños. No me olvido la sorpresa que me dio cuando apareció en mi casa a la noche, en plena fiesta; me emocioné tanto que estuviera. Me decía a cada rato... “Gracias a mi amigo, puedo estar hoy con vos”. Ya a Leticia, se le llenaban los ojos de lágrimas, los de Leo, los tenía fijo en la distancia y una pequeña sonrisa asomó en su boca. Pierina sentía que se involucraba más en todo eso, su emoción iba en aumento, su piel se erizaba y miró hacia donde Leo lo hacía. -Quiero tener una amistad como el de papá y vos- dijo Leonardo, cortando el silencio. Leo lo miró, le sonrió y le palmeo la espalda afectuosamente. -Claro que sí.- le contestó simplemente. Sitió el relinchar de un caballo a lo lejos, conocía los diferentes sonidos que hacía un caballo y supo que este no estaba del todo bien. Se levantó de su silla y trató de ubicar de donde provenían los relinches. -Cuando me escribías, me contabas que andabas con caballos en el sur- comentó Leticia- ¿Aún lo hacés?- -No, hace tiempo que no. Pero hay cosas que uno no se olvida. Es como andar en bicicleta o hacer el amor. Todos se rieron, era el momento oportuno para distenderse. -¿Querés ir a verlo?- le invitó Leticia. -Que más quisiera. Se fueron acercando al corral. Leo observó a Humberto y Darío, ayudando a un grupo de peones a hacer trabajos de correa sobre un hermoso ejemplar alazán. Sus tonalidades brillantes que iban del bronce al rojizo oscuro en el lomo y en su parte trasera, resaltaban el dorado claro y deslumbrante de sus crines y su cola al igual que los extremos de sus cuatro patas como polainas pintadas. Sin embargo, no todo estaba bien. Eran demasiados hombres luchando para tranquilizar al animal que se resistía a la voluntad de ellos. -¿Es un caballo salvaje?- preguntó Pierina. -No. Esta asustado- sentenció Leo. -Era un buen animal, el mejor para apartar las reces. Es el caballo de Leonardo. Desde chico que lo monta, pero hace tiempo que no deja que lo haga más; ni él ni nadie- acotó Leticia. -¿Cómo lo llamás?- le preguntó Leo al muchacho. -Rogelio... por lo rojo que es. Pero ya no me reconoce- se lamentó -Una mañana lo llevaba un peón nuestro. Se asustó por un camión, se desbocó y el camión lo atropelló. No se hizo mucho, tardó en recuperarse pero se volvió retobado.-prosiguió Leticia. -¡Ja!... Camiones... - murmuró Leo con sarcasmo. Él comenzó a caminar alrededor del corral sin quitar la vista del animal. Se detuvo cuando los hombres desistieron en su intento. Humberto se acercó hacia él del otro lado del corral. -No hay caso, no quiere que lo monten. Ni bien le ponemos el lazo, se vuelve loco, el cabrón. -Tiene miedo, no es malo. -Lo sé, pero anda hacérselo entender. Al menos desde hace un poco más de un mes nos podemos acercar a él un poco más. Me comentaba Leti que conoces algo de caballos. -Sí... algo, no mucho. -¿En el sur aprendiste? -De los mapuches. -Deben saber un pedazos, los indios, ¿no?. -Bastante. No se separaban de sus caballos ni de joda. Hasta a algunos mapuches los encontrábamos muertos ensillados en medio de las montañas. -¿Morían de frío? -No tanto por el frío. Alcoholizados; morían de cirrosis. Humberto no quiso preguntar más y hablar de otra cosa. Leo se dirigió al muchacho. -Leonardo, ¿querés sacar de mi bolso mi sombrero campero? El muchacho asintió con gusto y corrió a buscarle el sombrero. -¿Me facilitarías un par de guantes y unas cuerdas?- Le pidió a Humberto. -Por supuesto. ¿Pero que pensás hacer?. -Ver si me acuerdo de algo, todavía. Leo se preparaba pacientemente y de vez en cuando le echaba una mirada al caballo que corría exaltado por el corral. Se calzó las botas, los guantes y luego su sombrero. Pierina se acercó a él. -Leo, ¿sabes lo que vas a hacer?. Es peligroso, ese caballo es medio loco, lo viste como hace. Leo la miró y se sonrió sin decirle palabra, luego se trepó al cerco de madera y pasó una pierna del otro lado, sentándose en el borde y ahí esperó un rato. Luego se acercó Leticia, le dirigió la mirada y Leo hizo lo mismo. Ella le sonrió en señal de aliento. Él se lo agradeció haciendo un gesto con la cabeza. Se dirigió a Humberto y le pidió dos lazos que de inmediato se los alcanzó. Con uno de los lazos, Leo practicó varios nudos y se aseguraba que estuvieran bien y no ajustaran demasiado en el enlace para no dañar al animal. Pasó la otra pierna dentro del corral y saltó dentro. El caballo se apaciguó, lo observaba como a un intruso que entra a su casa, movía la cabeza nerviosamente y refunfuñaba dando golpes pequeños con los vasos delanteros. Leo caminó lentamente en circulo y cerca del vallado y el caballo lo acompañaba con su mirada desconfiada y sus gestos de descontento. Leo dejó el lazo con los nudos en un parante del corral y se dejó uno con él, comenzando a practicarles otros nudos y sin dejar de caminar. Lo hacía calmadamente y de tanto en tanto, respondía a la mirada del caballo sin desafiarlo, solo lo miraba con un dejo de indiferencia.. Al terminar los nudos, volvió a comprobarlos. Ya satisfecho, miró nuevamente al alazán y se colocó de cuclillas sin dejar de observarlo y a unos cinco o seis metros de él. Así se quedó largo tiempo, mientras los demás observaban atentamente que es lo que iba a hacer. Humberto se acercó a Leticia para hablarle en susurro. -¿Qué es lo que está haciendo? ¿Piensa domarlo de aburrimiento? -Alguna que otra vez, cuando me escribía estando en el sur; me hablaba mucho de sus caballos, de la relación con ellos. Me hacía una descripción tal, que casi creía que les hablaba como a personas. Tranquilo... sé que sabe lo que hace.- le respondió ella. Pierina miraba más al caballo que a Leo, por el miedo a que el animal reaccionara violentamente. No podía quitarse la preocupación que no la dejaba respirar normalmente, no sabía bien que estaba haciendo Leo. Luego de un silencio de media hora y ante la mirada de la familia de Leticia y el resto de los trabajadores, Leo comenzó a hacer unos primeros movimientos. Tomaba tierra del piso y luego lo dejaba caer lentamente entre sus dedos. Empezó a hablarle al caballo en un tono pausado y bajo, muy tranquilo. Le preguntaba que le había sucedido, cómo quedó con miedo; le hablaba de cosas inconexas, del clima de la tarde, de las sierras, de cosas mundanas, hasta que hilvanó una idea. -Estamos iguales, caballito. Ambos tenemos miedo y no sabemos que hacer con él. A menudo nos sentimos así y en vez de buscar ayuda, nos ponemos irritables, nos desquitamos con quienes nos quieren y los confundimos- comenzó a incorporarse lentamente-. Somos extraños; ¿verdad?. Vos tenés la excusa que no sabes hablar, pero nosotros que tenemos el vocabulario no lo hacemos... Creo que la tres cuarta parte de nuestras vidas nos la pasamos diciendo estupideces.-comenzó a acercársele a paso lento- Te entiendo, creeme que sí. También tengo miedo, ahora lo tengo- se sonrió- La vida es como la montaña rusa, nos excita, nos hace vibrar, nos revuelve el estómago, nos da vértigo, juramos no subir nunca más pero al rato, sacamos boletos para volver a subir. ¿Sabes cuáles son las diferencias entre la vida y la montaña rusa?... En la montaña rusa, nadie te envidia, o te enfermas solo del estómago. No hay guerras, no te preguntan de que partido político sos, ni de que religión o raza. Y la ventaja que tiene con respecto a la vida, es que podés dar las vueltas que quieras... En la vida hay una sola vuelta, y bajarse antes de tiempo es trampa.- ya estaba a metro y medio del caballo y de frente. Se sacó el guante de su mano derecha y la alzó lentamente al hocico del animal para tocarlo. Primero rozó los dedos sobre la piel y el caballo no hacía movimiento alguno. Percibió que estaba tenso, expectante. -Pensé una vez bajarme de la montaña rusa antes de tiempo... iba a hacer trampa. Solo Dios sabe porque no lo hice. Tal vez fue el miedo o las ganas inconsciente de seguir con el vértigo, no lo sé. Parece que todo se basa en ello, en el miedo a no saber lo que vendrá. Con el tiempo uno se da cuenta que es una estupidez hacer trampa, no sin antes intentar hacer algo al respecto. El alazán comenzó a dar pequeños cabeceos y retrocedió un poco, los demás espectadores se inquietaron. Leo entonces apoyó toda su palma en el rostro del animal, haciéndole caricias a en su extensión, suave pero con firmeza. -Tenemos a los camiones como algo en común, ¿eh?. Amigo, estas vivo. ¿Qué pensás hacer? ¿Rendirte?.¿Vas a tener miedo el resto de tu vida?. Tengo miedo tanto o más que vos. Tenés la ventaja de vivir la vida aquí; no dejes de hacer lo que viniste a hacer en este mundo- le hablaba casi a la oreja del animal con un murmuro tierno.. El caballo se tranquilizó un poco, Leo dejó de acariciarlo, se fue a un costado del animal y le colocó despacio el lazo por la cabeza hasta el cuello, lo ajustó adecuadamente y se alejó sosteniendo el otro extremo de la cuerda. Luego, se afirmó en la tierra adelantando un pié y con el otro haciendo una pequeña flexión; dio una vuelta de cuerda sobre su brazo mientras se colocaba nuevamente el guante. Se apeó firmemente al lazo y con un movimiento rápido tensó la cuerda obligando al caballo a andar. Leo permanecía en posición en el centro del corral mientras hacía que el animal trotara alrededor. Así lo mantuvo por largos minutos aumentando la velocidad el trote gradualmente. El hijo de Leticia comentó que nadie había podido llegar a esa instancia que había logrado Leo. Nadie le siguió el comentario, estaban totalmente atentos a las maniobras. Leo le hizo una seña a un peón para que le arrojara el otro lazo; así lo hizo. Ahora pasó la cuerda que sostenía al caballo por detrás de él y por debajo del cinturón, haciendo luego una atadura en su cintura; llevando el peso de su cuerpo hacia atrás tratando de desestabilizar al caballo. Tomó el otro lazo abierto y lo arrojó cerca del alazán, en el piso, por delante. Obligó al caballo a conducirse hasta el lazo en el suelo. Pasó las patas delanteras y Leo estuvo atento hasta que llevó las patas traseras al centro del lazo abierto. Rápidamente arrojó el extremo de ese lazo al suelo, lo pisó sosteniéndola y con su mano izquierda tiró hasta enlazar las patas traseras del caballo Se desató el nudo de su cintura y arrojó el extremo de la cuerda al peón que estaba detrás de él y le pidió que lo sujetara al cerco. Tomó la cuerda del suelo bajo su bota y le dio una vuelta en su brazo, luego trabajó con ambas cuerdas de tal manera que el caballo perdía estabilidad y se bamboleaba. Los lazos que lo sujetaban, se comprimían más aún y el animal comenzó a ceder, Primero cedió sus cuartos delanteros y luego su parte posterior hasta quedar acostado en la tierra. No obstante el caballo parecía resistir a lo que Leo respondió tirando más de los lazos. Si bien ya el caballo no oponía resistencia alguna, él se mantuvo en esa posición un buen rato. -¿Qué le está haciendo a Rogelio?- Preguntó el muchacho -Tranquilo, solo espera- le dijo su madre. Luego de unos minutos, Leo dejó de tensar la cuerda que sujetaba las patas del animal y sostuvo la otra sin tampoco tanta tirantes, de manera que se condujo despacio hacia el alazán sin dejar de sujetarlo. Se paró frente al animal que permanecía en el suelo sin resistencia, se agachó y puso sus rodillas en la tierra. Se quito un guante y comenzó a acariciarlo en el cuello; le habló de nuevo en un susurro tierno, tranquilizador. -A veces la vida también nos enlaza, amigo, pero no es rendirse, solo que te obliga a ser mejor siempre y cuando sepas entender para qué sirve pasar por esto. Ser renegado e impetuoso, en la mayoría de las veces, no te sirve de nada, solo para que te digan que sos un renegado y un impetuoso - se sonrió una vez más- ¿No querés tener un amigo quien te cabalgue de nuevo?. No es perder la libertad... es compartirla. No te pierdas de eso, no hay como ser dueños del viento y lo sabés bien. Haceme un favor; la próxima vez que veas un camión, dejalo pasar, pero no le tengas miedo. Muchos camiones pasan por nuestras vidas, pero es solo eso... un camión,... no lo olvides. Alzó la vista y se dirigió al hijo de Leticia, le pidió que se acercara hasta ellos con una embocadura, sin nada más. Leonardo miró a su madre para ver que opinaba, ella asintió con la cabeza con total confianza, Humberto preguntó si era conveniente y Leo solo le contestó que no se preocupara. Pierina le preguntó de todas maneras si estaba bien y seguro. Él la miró y le sonrió, por un momento quiso decirle algo pero no se animó, cambió esas palabras por un simple “esta todo bien”. Leonardo saltó el cerco y se aproximo con cuidado hacia ellos. -Acercate, no tengas cuidados, confiá en mí- le dijo Le indicó que se sentara junto al caballo, lo hizo despacio, luego le pidió que comenzara a acariciarle el lomo, suave pero con firmeza, sin titubear. Empezó a sobarle el lomo como le había dicho Leo, mientras él seguía acariciando el hocico de Rogelio. De tanto en tanto, lo alentaba, le decía que lo hacía bien, que lo que hacía era apoyar a su amigo y que eso lo hacía sentir muy bien, le daba confianza. Leonardito se mostraba más seguro. -¿Sentís que el animal esta más tranquilo? ¿Qué le gusta? -Sí, lo siento, es cierto -Son como nosotros, necesitan que los entendamos, que los mimemos cuando están malos. Debemos tenerles paciencia. Solo quieren cariño, afecto. No hacen falta diez tipos para que entienda a los latigazos. Solo ponete en su lugar y pensá como queres que te traten cuando te sientas solo, con miedo. Tienen su manera de pedirlo. Leo fue hasta las patas traseras y desató lentamente el lazo que los aprisionaba; luego se dirigió al muchacho nuevamente. -¿Sabés ponerle la embocadura? El chico tardó en responderle, pues nuevamente le entró un poco de temor. -Así es como Rogelio se siente, así que ambos se necesitan mutuamente. Colocale la embocadura, yo estoy al lado para que nada pase. No te preocupes. El muchacho tomó confianza y lentamente le colocó la embocadura. El alazán se mostraba dócil como había dicho Leo. -Vas a motarlo en pelo, de esa manera se sentirá que en verdad sos su amigo. -Sin montura, voy a mojarme todo los pantalones. -No importa, me imagino que tenés otros pantalones. Leonardo asintió con una sonrisa. -Bien, ahora quiero que prestes atención a lo que te voy a decir. Quiero que te subas al lomo del caballo, yo lo mantendré en esta posición; cuando estés listo, vamos a incorporarlo poco a poco. ¿De acuerdo?. -Sí. El chico hizo lo que le ordenó Leo, una vez que estuvo listo, tomó del nudo del lazo y con una mano y con la otra le daba palmaditas sobre el cuello sin dejar de hablarle en forma tranquilizadora. El caballo comenzó a incorporarse despacio y Leonardo se acomodaba en su lomo sin tirar de las correas. Ya, el animal estaba parado y firmemente apoyado. Leo le pidió que lo acariciara en el cuello unas veces más. Luego, lo miró a los ojos en busca del brillo de confianza que necesitaba. El muchacho lo miró también y le dio el visto bueno. .Ahora voy a soltarlo, y le das unas vueltas al corral al trote, ¿entendido? -Entendido. Con parcimonia, Leo fue quitando los nudos al lazo hasta liberarlo completamente. El muchacho apretó los costados del caballo para iniciar su marcha pero este no respondió, hizo otros intentos y nada. Leo miró al caballo y luego al chico. -No era así como le apretabas antes. Entonces el muchacho no reparó en cuidados y apretó como de costumbre. El caballo inició algo brusco que asustó al muchacho pero de inmediato normalizó su andar. A medida que giraba alrededor del corral, ambos ganaban en confianza y el trote se hacía más ligero. Todos comenzaron a ver eso sin poder creerlo. La sonrisa de Leticia se ampliaba y el chico en su caballo comenzaba a soltar su felicidad y su confianza. El caballo se mostraba de la misma manera. -¿Crees poder darle una vuelta por el campo?- le preguntó Leo. El muchacho respondió decididamente que sí. Entonces Leo abrió la puerta del corral y jinete y caballo salieron raudos al campo abierto. Sin salir del asombro, todos comenzaron a vivar y a aplaudir. Mientras, él recogía el guante y los lazos dentro del corral. Se incorporó y llevó las manos a la cintura para observar al muchacho feliz con su alazán. Recibió las felicitaciones de todos y se percató de la mirada de Pierina, vio en sus ojos una expresión de ternura y admiración que no había notado nunca en ella. Se sintió feliz y le respondió con una sonrisa. Mientras recibía los halagos de los demás, no dejaba de mirarla y ella sintió un profundo éxtasis hacia él, deseaba expresarlo en ese mismo instante, la emoción se había apoderado de su corazón. Antonio le acercó un vaso de vino tinto a Leo, le felicitó y le anunció que era la hora de saborear el rico asado que estaba listo. Leonardo, abría sus brazos como si abrazara a la vida montado en el hermoso alazán. Ambos eran dueños del viento... Leo recordó entonces, que también fue dueño del viento alguna vez. Capítulo XXVII Luego del asado, se sentaron todos en la galería al fresco, reparados del sol de la tarde. Compartiendo una copa de caña y fumando unos puros que había convidado Antonio. Compartían charlas amenas, hablaban de los recuerdos de adolescencia con Leticia que compartían con todos los presentes. De tanto, Leo miraba a Pierina y la atrapaba mirándolo a su vez; ella esquivaba la mirada entonces. Él, le clavó la mirada hasta que ella no resistió más y lo miró a los ojos. Así permanecieron entre las voces alrededor. Leo le dedicó una pequeña y sugestiva sonrisa a la que ella respondió de la misma manera y ruborizada. Luego dirigió la mirada a Leonardo que supo que lo observaba; el muchacho le sonreía también y él hizo lo mismo. Al rato, el chico se levantó y se dirigió al interior de la casa. Siguió la plática hasta que el muchacho volvió a la galería trayendo consigo un estuche de madera lustrada muy bonito. Se aproximó a Leo y se le quedó parado al lado. El silencio ganó el ambiente. Todos, menos Pierina, sabían que significaba. -Quiero que conserves esto en agradecimiento mío y de mi papá- le dijo el chico tendiéndole el estuche. Leo lo tomó, lo puso en su regazo y lo observó durante unos instantes. Lo abrió delicadamente y expuso a la vista de todos un par de medallas. Una era en reconocimiento al valor entregado por las Fuerzas Armadas y la otra, era la cadena con la medalla de identificación que usaron durante la guerra y pertenecía a Mariano. Su piel se erizó, pasó su mano por la boca y la barbilla. Leonardito se sentó junto a él esperando alguna palabra de su amigo, pero no llegaba. -Sé que nos lo mandaste por correo para que lo guardáramos, pero ya le dije a mamá que quería obsequiártelo. De alguna manera, es lo que hubiera querido papá. Buscaba decir algo, sabía que tenía necesidad de hacerlo, pero no sabía como empezar. Lo hizo hilando las ideas en la marcha: -Quiero contarte una cosa- le dijo Leo sin apartar la mirada de las medallas.- Con tu padre viajamos varias veces a las islas. Nuestra misión era llevar víveres y pertrechos hacia allí. En el último vuelo, llevábamos varios contenedores con elementos, además de vehículos y una dotación de 140 soldados, oficiales y suboficiales del ejercito. Cada viaje se ponía más peligroso porque debíamos eludir la zona de exclusión que extendían los ingleses. En ese vuelo, tuvimos que dar un rodeo muy grande y se desperdició mucha cantidad de combustible. Se pretendía ir hasta el sur de las islas y allí penetrar a baja altura para no ser detectado por los radares.. Sabíamos que los militares chilenos habían facilitado radares a los ingleses y éramos fáciles de rastrear. Pero todo intento fue en vano ya que una fragata misilística inglesa nos avistó y nos lanzó una cantidad de mísiles considerable. Los pilotos del Hércules eran muy hábiles, hicieron lo imposible para eludirlos, pero era demasiado peso que llevábamos y no resistían tantos sacudones. Un misil impactó en un motor y desestabilizó al avión. Fue un desastre; las cintas sujetadoras se rompían y los contenedores se nos venían encima, aplastando a varios muchachos. Con tu padre nos trepábamos por las redes de las paredes para no ser aplastados. El avión giraba bruscamente sobre su eje horizontal. Él se fijaba primero que yo no me cayera, que estuviera bien sujeto. Luego se quebró una ala donde se estaba incendiado el motor y produjo un agujero en el fuselaje que succionó a varios hombres... Era un caos, solo por instinto hacíamos algo, no podíamos pensar. Pero aún así, tu padre y yo nos cuidábamos mutuamente y también nos preocupábamos de nuestros compañeros del escuadrón que iba con nosotros. El Hércules planeó como pudo y dio con tierra. En el aterrizaje se perdieron otras vidas más. Luego de saber que ambos estábamos bien, reparamos en nuestros compañeros que también salieron ilesos y comenzamos a ayudar a los que estaban heridos. No se pudo hacer mucho, los médicos estaban muertos, y los enfermeros eran pocos para tantos. Algunos jefes de mando habían desaparecido, así que con los que quedaban, supusimos estar a una distancia de un par de días a pie de Puerto Argentino en las condiciones de llevar con nosotros a los heridos y hacer campamento a la noche. Se decidió emprender la caminata en dos grupos por las dudas y en caso de ataque no se perdieran todos los hombres ni los víveres que podíamos llevar. Así se hizo. Tu padre, yo y algunos de los compañeros del equipo con otros cincuenta hombres, entre ellos heridos, iniciamos la marcha de una columna. Caminamos todo el día sin saber muy bien si íbamos por el camino correcto, estaba nublado, había mucho frío y viento, racionalizábamos el agua y la comida privilegiando a los heridos. Al anochecer, hicimos campamento en un llano, cubriéndonos por algunas colinas, solo se permitía algún sol de noche dentro de las tiendas, pero nada de hacer fogata fuera, así que la manera de calentarnos era estar todos sentados y juntos, para darnos calor mutuo. Esa noche, le dije a tu padre que tenía por primera vez temor a no regresar a casa. Le peguntaba que carajo estábamos haciendo acá cuando teníamos que estar saliendo a bailar en algún disco. Entonces, él sacó de su bolsillo, la foto que hacía poco le había mandando tu madre a él - Leo miró a los ojos brillosos de Leticia- Me dijo: “Mirala, no se nota pero está embarazada. Yo quiero regresar y quiero que vengas conmigo porque pienso hacerte el padrino de mi hijo. Va a llevar tu nombre. No te voy a permitir que te rindas ahora, ¿entendido?”. Eso fue lo único que me dijo, luego escuchamos unos gritos del otro lado de la colina que estaba detrás nuestro. Eran de la otra columna que venían siendo perseguidos por unos helicópteros Sea King y grupos de paracaidistas escoceses, creo. Ese fue el golpe de gracia para nuestro grupo, fue devastador, toda la maldita furia del demonio en el hombre se desató en ese llano árido y helado. Los ojos de Leo se perdían en sus recuerdos dejando la mirada distante, lejos de donde se encontraban. Los demás, escuchaban y se conmovían en silencio. -Es ahí donde uno llega a ver hasta donde el hombre está dispuesto a destruirse a si mismo. Cada proyectil que atravesaba un cuerpo, era tan simple, tan sencillo que ni siquiera parecía que se llevaba una vida de este mundo. Tiene tan poco valor, tan despreciable es la vida en esos momentos y tan frágil a la vez. Esas granadas beluga que arrojaban sin importarles más que cumplir una orden, desperdigaban sus esquirlas por todas partes, cortando cuerpos por la mitad, matando sin previo aviso. No sabíamos cuando íbamos a morir ni cómo. Una de esas esquirlas, alcanzó a Mariano. Le abrió desde arriba de la rodilla hasta casi la cintura, por debajo del hígado. Yo me di cuenta de ello, luego de estar disparando a un grupo de británicos que se nos venían encima. Él, con la herida y todo, seguía disparando, maldecía a los cuatro vientos como dándose aliento, “¡Piratas hijos de putas!”. Gritaba. Por momentos, mirábamos si la sangre entre las ropas era nuestras o de lo las salpicaduras de otros. Recuerdo que Mariano me gritó algo en medio de los estruendos; me gritaba que estaba herido en una pierna, que no la sentía. Dejé el fusil a un lado y lo revisé. Supe que era mas grave que lo que parecía. Me quité la gabardina, saqué mi cuchillo y corté algunas tiras para aplicarle unos torniquetes e improvisar unos vendajes. Calenté la hoja con el encendedor para cauterizarle la herida aunque fuera un poco. Al amanecer, no quedaba mucho ya. Los ingleses se habían marchado destruyendo todo, nuestros compañeros habían muerto. Los que quedaban vivos, caminaban como zombis en círculos, algunos ensangrentados, otros buscando la parte de su cuerpo que les faltaba. Mariano, me pidió que lo ayudara a levantarse, que debíamos salir de ahí. No nos podíamos dar por vencido, teníamos que llegar a casa. Rasgué algunas telas de la ropa de otros soldados que yacían muertos para hacerle unos nuevos vendajes precarios. Cuando lo incorporé, noté que tenía fiebre, pero el no hizo caso. Me lo cargué al hombro y comenzamos a caminar hacia donde habíamos dicho inicialmente. Caminamos varias horas, de vez en cuando, descansábamos hasta que sentía que el frío calaba hasta los huesos. Me quedaba poco agua y poca comida, solo algunas tabletas de chocolate que le daba a Mariano, pero no tenía hambre, solo sed. Cada vez le costaba más, notaba que perdía las fuerzas pero se resistía a ceder. Una horas más y fue él quien pidió que nos detuviésemos. Noté que la fiebre era alta, sudaba mucho. Me saqué lo que me quedaba de gabardina y con el casco le improvisé un respaldo para que descansara mejor. Me arrodillé junto a él, lo miraba, no sabía que hacer. Revisé su herida y estaba muy fea, se había puesto morada, no podía evitar la entrada de polvo. Trate de hacer otros trapos con lo que tenía a mano y cambiarle los vendajes empapados. Me dijo entonces... que yo iba a lograrlo, que no me rindiera. Le contesté que no solo yo, los dos íbamos a lograrlo. “Sabes que no voy a llegar, que hasta aquí pude”, me respondió. Le rebatí que no dijera pavadas, que no se olvidara lo que me dijo en la noche, sobre que tenía pensado ir a casa a ver a su amor, ver a su hijo y que yo sería su padrino. “Claro que así será. Si llegas vos, llegamos los dos. Somos uno, amigo. No me estoy rindiendo, solo que te quise acompañar hasta donde pude, ahora te toca a vos, por los dos, por nuestros compañeros, tenés que llegar, mi alma te acompaña”, me dijo. Leo se quedó en silencio, se le dificultaba seguir con su relato. El chico cortó el silencio reinante. -¿Y murió en ese momento, por la herida?- le peguntó Leo levantó la mirada e hizo un esfuerzo por mirarlo a los ojos. -La herida y la fiebre ya lo estaban acabando... Todos esperaban la continuación de lo que iba a decir. Leticia sintió un escalofrío como presintiendo lo que venía. El muchacho también esperaba la prosecución del relato. -Él me comenta que no podía seguir así, que le dolía mucho... Le digo que aguantara que seguro que encontraríamos una patrulla y nos ayudarían. Pero él insistía que me diera cuenta que no podía hacerlo, no era humano estar así... “Quiero morir con dignidad, quiero sentirme orgulloso de mi amigo; por eso te pido, te imploro que hagas algo por mí, te pido que no me dejes así... Quiero que me dispares... que termines con este dolor y me dejes ir en paz”... Yo... yo... yo le decía que no hablara así, que todo iba a salir bien, pero él no cambiaba de opinión. Me tomó de la mano fuertemente, me miró a los ojos y me hizo decir si en verdad lo veía con la esperanza de seguir vivo, que no le mintiera, que me conocía lo suficiente para saberlo. Realmente sabía que no podía seguir así, que iba a morir de todas formas, pero tenía razón, no podía dejarlo morir de esa manera. Igual... di varias vueltas con el asunto, tratando de convencerlo o más bien de convencerme a mí mismo de algo que no iba a pasar, que no podía cambiar. Mariano, con sus últimos esfuerzos, extrajo su pistola nueve milímetros de su cartuchera, le quitó el seguro, lo cargó y me lo dio. ¿Sabes que me dijo?... Me dijo...”Mira el sol en el horizonte, salió en este momento; es buen presagio, Leo. No tengas miedo, amigo, donde esté, te voy a estar esperando. ¿Te acordás que íbamos a tener caballos para criar?... Así como lo deseábamos con Leti. Ya vamos a cabalgar juntos amigo. Mientras, volvé a casa. Decile a Leticia que la amo enormemente y a mi hijo, cuando sea grande. Decile como me fui, no te avergüences. Sos mi amigo, Leo, sos mi amigo. Mientras decía eso, me puse detrás de él... No podía creer lo que estaba por hacer... Me temblaban las manos... Solo, alcancé decirle: “Te quiero mucho, amigo”... y disparé. Tan Solo el sonido del viento apenas cruzaba la galería. Leticia había perdido su mirada al piso y dejaba escapar una lágrima que se deslizaba sobre su mejilla. Sus padres, su hermana, su esposo y cuñado, iban bajando la mirada en un respetuoso silencio, y elaborando sus tristezas. Un dolor que comenzaba a compartirse en silencio. Pierina sintió que se desgarraba algo en su interior sin saber como proceder. El hijo de Mariano, tenía sus ojos humedecidos y volvió la mirada a Leo que estaba inmóvil y con sus ojos en la distancia; entonces, apoyó una mano en el brazo de él. -Mi padre hubiera hecho lo mismo si fueras vos en esa situación. Solo un gran amigo haría eso por otro amigo. Por eso quiero tener una amistad como la que tuvieron ustedes. Porque cumpliste con la promesa que se hicieron. No pelearon por las islas, ni por la patria; pelearon por los amigos... Por llegar a casa. Hiciste lo que mi viejo te pidió... Estas en casa, Leo. Leo lo miró un instante y luego asintió lo dicho por el muchacho. -Sí... Estoy en casa. De todas maneras... Leonardo... Siento mucho lo que pasó... Lo siento mucho. -No hay nada que se pueda hacer. Yo me siento orgulloso de vos como lo está mi padre, en donde sea que esté. Ya no tiene que dolerte más. Leo dejó escapar las primeras lágrimas en mucho tiempo que comenzaron a fluir de sus ojos. Leonardo acarició su rostro, le sonrió entre lágrimas también. Entonces, Leo estalló en un llanto profundo, desahogando todo aquello que tuvo durante veinte años; lloró y lloró, como un niño. Leonardo lo rodeó con sus brazos y lloró con él. Leticia se levantó y corrió a abrazar a su amigo del alma para sumarse al llanto consolador. Pierina haría lo mismo y el resto de la familia se acercaba para apoyar ese instante, para que con una palmada sintiera que todos estaban con él... que todas las almas se habían convertido en una sola.. La tarde transcurría, el dolor también se alejaba. El alazán, a lo lejos, contemplaba a la gente en la galería, agitó la cabeza, dio media vuelta y trotó al campo abierto nuevamente, a adueñarse del viento. Capítulo XXVIII Leticia y Leo, caminaban a solas por el campo, bajo el dorado atardecer, rodeados de girasoles, trigos y maizales. Por otro lado, varias hectáreas cultivadas con rosas y tulipanes que bajaban suavemente colina abajo y continuaban en el llano. Platicaban distendida y alegremente. -Tenés unos campos hermosos, realmente no esperaba todo esto. Hay que mantenerlo, ¿verdad?. -Sí, cuesta trabajo, pero gracias a Dios, hemos enfrentado todas las crisis que pasaron y ahora con esta que es la más fuerte para el país, estamos, al menos, salvando costos. Lo hemos hecho con Humberto en todos estos años, la ayuda de mis padres y de mi hermana. -¿Y cómo se te dio por venirte al campo?. -Fue después de conocer a Humberto. Al principio no me gustaba la idea, pero con el tiempo, le tomé mucho amor a todo esto, es como el paraíso, lejos del ruido de la ciudad, de los caníbales que hay por esos sitios- se reía ella- Costó mucho, pero es nuestro y será de mis hijos. -Humberto es un buen hombre, Leti. Enhorabuena. ¿Cómo lo conociste? -¡UHF!... Es una larga historia, pero en resumen; luego de la muerte de Mariano, pasé mucho tiempo sin querer salir, ni se me cruzaba por la idea llegar a enamorarme de nuevo como lo había hecho con él. Sabes como es eso. Luego entré a la Universidad, se me dio por ser abogada. Ahí conocí a Humberto. Él es de aquí. Fue a Buenos Aires a estudiar lo mismo que yo. Éramos amigos al principio, luego sabía que él quería avanzar en la relación, pero yo ponía barreras, muchas de ellas inconscientes. Pero en fin... Tuvo perseverancia y terquedad como buen hombre de campo. Al tiempo me trajo hasta aquí para mostrarme donde vivía. Apenas era un campito, un par de hectáreas de sus padres. Ellos ya han muerto hace tiempo, desde entonces le puso todo el esfuerzo que era capaz. Cuando podía, venía a ayudarle los fines de semana y entre el aire puro y él, fui recuperando mi vida, a quererla de nuevo, a no sentir ya más resentimientos con ella... y comencé a enamorarme otra vez. Con el tiempo, decidimos dejar los estudios, venirme con Leonardo y al tiempo nació Analía. Esa es la historia más o menos. -Pensé que estarían los padres de Mariano, ¿Los volviste a ver?. -La madre murió hace quince años... Cáncer. Su esposo, vendió todo lo que tenía y se fue por el mundo, quién sabe a dónde y por donde andará. Me escribió antes de irse y nunca más supe de él. Leo suspiró y lamentó lo ocurrido. Luego de perder ambos la vista en el horizonte de flores, volvieron a conversar. -Gracias a Dios, pudiste salir de eso, pudiste tener tu vida digna.. que estés en casa. -Sí, así es- le sonrió Leo. -Te admiro, en serio que te admiro. -¿Por qué los decís? -Porque volviste para decir lo que tenias que decir, lo enfrentaste. Solo era cuestión de tiempo. -Tenía que hacerlo. Sé que es duro, pero debían saberlo. -Claro que sí. Y creo que sos un buen ejemplo a seguir. Debo hacer lo mismo. Leo la miró sin saber a que se refería. -En todo estos años se han organizado viajes a Las Malvinas y nunca he ido. No sé... Me faltó valor para hacerlo. Sé que pronto se hará uno... Creo que es hora que también salde cuentas conmigo y que ya Mariano sepa que soy feliz, que esté en paz. También se lo debo a mi hijo. Leo la comprendió y asintió en silencio para luego acotar algo. -Entonces soy yo el que te admira, Leti.- ambos se sonrieron. -Es muy agradable Pierina, es una buena chica además de muy hermosa. -Sí, lo es... -Pero por la forma de mirarse ambos, no solo es amistad, ¿o sí?. Leo se rió, se llevó las manos a los bolsillos y se meneaba como un niño. -La quiero mucho... Sí... la estimo mucho. Leticia miró a los ojos de Leo y notó un brillo de alegría al hablar de Pierina y un destello de tristeza. -Pero no la llevarás al sur con vos.. Leo se sintió descubierto ante lo que decía su amiga. -Debo ir solo, por lo menos el tiempo que sea necesario. Leticia agachó la cabeza y pateaba la tierra despacio con su pie. -Claro. Tampoco te volveremos a ver nosotros; ¿verdad?. Él se rendía ante los dichos de Leticia, quería decirle que sí se volverían a ver, pero sabía que nada de eso podía ser cierto en el resto de esta vida. -No- se limitó a contestar. Luego de un momento, como asimilando lo conocido, Leticia le habló. -En fin... Sea lo que sea lo que vayas a hacer allí en tu lugar del sur; sé que estará bien, que estarás muy bien. No sé si estará bien en decirlo, pero te envidio.- trató de darle una sonrisa a Leo. -No le digas a Leonardo, por favor. -No te preocupes... Solo cuidate, ¿sí?... Y... no te olvidés de nosotros... Te echaremos de menos. -Claro que no me olvidaré... ¿cómo creés?. Te prometo que siempre estaré con ustedes. Leticia no sabía como seguir sin tener que contener las lágrimas, pero se puso firme. - Si ves a algún conocido, les mandás mis saludos. -Claro, así lo haré. Luego se quedaron mirándose mutuamente, como si quisieran llevarse cada uno el rostro del otro grabado en el alma en aquel atardecer. Un trueno lejano los distrajo del momento, se avecinaba una tormenta desde el norte por detrás de las sierras más distantes. -Será mejor que ya partamos. Le diré a Pierina que preparemos las cosas para irnos. -Está bien... Leo. -Decime. -Gracias por todo, por todo los años, por tu amistad. Gracias, amigo mío. Leo, le agradeció también con la mirada y con una pequeña sonrisa, luego se entrelazaron en un abrazo fuertísimo. El campo, el atardecer y Dios, eran testigos de aquella amistad que comenzó alguna vez siendo de tres y seguiría siendo de tres para siempre. Toda la familia despedía a Pierina y a Leo. Cuando él llegó a Leonardo, se quedó un instante observándolo, luego extrajo el estuche de su campera; el mismo que le había dado en la tarde con las medallas. -Quedátelas Leonardo. Te pertenecen. Yo me llevo lo mejor de tu padre en mí alma. Todo su ser, su amistad y los seres que son ustedes. Es el mejor regalo que me ha dado. Le extendió el estuche y Leonardo lo aceptó con agrado, volvió a darles las gracias a él y al resto de la familia. Y nuevamente abrazó a Leticia, besó su mejilla y ascendió a la camioneta con Pierina. Los brazos se extendían en saludo mientras la camioneta se alejaba por el sendero que los conducía a la carretera. En el trayecto, Leo vio al alazán que corría hacia el vehículo hasta unos pocos metros de distancia. El caballo dio varios giros y relinchaba como un saludo de despedida, como deseándole que fuera también dueño del viento. Leo extendió su mano en saludo y le dijo en voz baja: -Sí, amigo... Ya somos dueño del viento. Capítulo XXIX La noche era cerrada y arreciaba la lluvia en el camino. Pierina iba conduciendo con la radio a volumen bajo. Miró a Leo que se mantenía en silencio pero distendido; le parecía que estaba feliz. -¿Te sentís bien?- le preguntó ella -Sí. Mejor imposible. ¿Y vos? -Muy bien. Leo la observaba. Estaba muy bonita, con la sombra de las gotas sobre su rostro que se iluminaba como nunca antes Se quedó extasiado contemplándola. Ella percibió su mirada. -¿Pasa algo? -No, nada. Me peguntaba cuán loco estaría decirte que vengas aquí conmigo. -No me lo hubiese perdido por nada en el mundo. -Pero no fueron muy divertidas las charlas que digamos. -La he pasado fantástico. La verdad es que me llevo mucho de aprendido. -Gracias por aceptar a venir conmigo. -Gracias a vos por confiar en mí. Leo quiso decir algo más, pero no se atrevió. -Recuerdo cuando veníamos que más adelante hay un parador en donde hay un restaurante. ¿Querés tomar un café y comer algo para luego seguir?- propuso ella. -Como gustes. Mientras no tengas problema de la hora en llegar. .Claro que no, no te preocupes. Unos kilómetros más y llegaron al parador. Bajaron raudos de la camioneta para guarecerse de la lluvia que para entonces era intensa. Ingresaron al restaurante y buscaron una mesa para ubicarse. El sitio estaba muy concurrido y era muy agradable. Un mozo muy amablemente, los ubicó en una mesa junto al ventanal y les dijo que de inmediato vendría la mesera para recoger su pedido. Pierina se quitó el abrigo con la ayuda de Leo y luego él se quitó el suyo. Se sentó y ella antes que lo hiciera, se disculpó aduciendo que iría hacer una llamada telefónica a su casa. Leo estuvo de acuerdo; mientras ordenaría para ambos. Tomó la carta del menú que estaba sobre la mesa y comenzó a leerla para hacer el pedido. Se acercó la moza presta con un anotador en la mano. Leo ordenó un par de cafés, un par de jugos de naranja y dos hamburguesas completas con condimentos. Al pedir esto último, alzó la mirada hacia la mesera y enseguida reconoció el rostro de ella. Se quedó asombrado preguntándose que hacía en ese lugar. -¿Vos sos la moza que atiende en..... -Verdelejos- contestó ella -¡Rita! ¿Y que hacés por acá?- le repreguntó sin salir de su asombro. -Vine a transmitirte las felicitaciones del Jefe por el gran paso dado en el día de hoy, también el saludo de todos en Verdelejos... Y para decirte que disfrutés de toda la noche como un regalo. -Gracias... Solo que, bueno, ya nos queda un poco menos de la mitad del tramo para llegar. En un poco más de dos horas estaremos en La Plata. -No, no. Dije que disfrutes toda la noche. Es un regalo. -¿Qué?... ¿De qué noche? En eso, regresaba Pierina. La moza anotó el pedido y dijo que de inmediato serían servidos. Dio media vuelta y se marchó. Leo la siguió con la mirada sin decir más y con el asombro y la curiosidad instalados en él. Pierina se terminaba de arreglar el pañuelo que se había puesto en el cuello, luego tomó su bolso de mano y sacó de allí un atado de cigarrillos; prendió uno y le ofreció a Leo. Se mostraba algo nerviosa e impaciente. -No gracias, Pieri.. Hace un tiempo que dejé de fumar. -¿Ah, sí? Que bueno. Hace daño... Sí. Leo la observó inquieta. -No sabía que fumabas. .Sí... De vez en cuando. -Aja... que bien... o que mal... ¿Todo bien en tu casa? -Sí, todo en orden -Le comentaste a tu esposo que llegarías pronto, ¿no? Pierina le dio una aspirada fuerte a su cigarrillo, dejando una humareda considerable y lo apagó a medio terminar. -No.. No... Le dije que no iba a llegar esta noche, que con suerte mañana a la noche, porque nos teníamos que quedar para otro concierto no programado y por la lluvia. -¡¿Mañana a la noche?!. ¿Cómo que mañana a la noche? -Sí... Mañana a la noche. -¿Podés ser más explicita?. Solo estamos a un par de horas de La Plata. -Es que... Vos me enseñaste las sierras; me mostraste el amor a los caballos; etc., etc. Compartiste conmigo algo muy importante de tu vida, algo muy personal. A mí me gusta mucho el mar, me encanta ver el amanecer en el mar. Aún estamos a mitad de camino y podemos tomar el desvío hacia Mar del Plata... Pasar la noche allí y luego ver el amanecer, juntos. Es lo menos que puedo hacer para compartir algo con vos que me gusta. No sé. Me tomé esa libertad... Si querés, nos volvemos a La Plata, no hay problemas. -Pero ya le dijiste que no ibas esta noche. -No importa, le digo que hubo marcha atrás en los planes y listo. Leo se quedó mirándola con ternura; sintió en su interior que aún tenía un corazón latiendo como una bendición para poder contener la alegría que esa mujer le estaba obsequiando. -Será un placer ver el amanecer en el mar con vos. No me lo perdería por nada en el mundo. Pierina levantó sus ojos brillantes, su rostro angelical se iluminó y se distendió, luego dejó escapar una sonrisa de dientes perfectos. Su felicidad era comparable a la de un niño presto a recoger su regalo del árbol de navidad. Luego, las miradas fueron más profundas, con más amor. Ella deslizó su mano lentamente sobre la mesa en busca de la de Leo. Al encontrarlo, lo apretó con firmeza. Leo apoyó su otra mano sobre la de Pierina y la acarició. Por un momento, sus ojos se desviaron y encontraron a Rita, apoyada en la barra y sonriéndole; ella le hizo un gesto de aprobación con la cabeza, dio media vuelta y se marchó por la puerta de la cocina. ****** Al llegar a Mar del Plata, alquilaron una habitación en un hotel cercano a las playas. Aún la lluvia no cesaba en su intensidad, el viento helado se hacía sentir, cerca del mar, pero dentro de la habitación de hotel, toda la calidez les brindaba su protección. Ella, comenzó a desabotonar su camisa; él, bajaba el cierre de su saco. Los primeros besos fueron pequeños, tímidos, mirándose a los ojos, descubriéndose la piel de cada uno, en cada beso; sintiéndose el aroma mutuamente. Los besos fueron más intensos, se recorrían el interior de sus bocas con audacia, sin pudor. A medida que deslizaban sus bocas por sus cuerpos, las prendas iban saliendo de escena. Ni siquiera quitaron el acolchado de la cama. Así, desnudos, se entregaron al amor como en una llanura de placer, de descubrimientos. Las manos se conducían sin control, explorando cada rincón de piel, cada centímetro que daba el placer. Él, se introdujo en su interior. Ella, alzaba sus caderas invitando a sus profundidades. Sus cuerpos expedían un aroma sensual y embriagante. El rostro de Pierina se iluminaba en un rojo intenso, sus venas del cuello se hinchaban y cada gemido era un canto de sirena, una melodía celestial. -Sos tan hermosa; te ves preciosa- le susurró Leo entre suspiros al oído. La intensidad crecía, la cara de ella reflejaba todo el placer, toda la belleza que solo una mujer podría expresar. Por dentro, él repetía una y otra vez “Te amo, te amo...”. Quería gritarlo, quería decírselo, pero no podía hacerlo, no debía, no era así como debía suceder. El orgasmo llegó como un torrente de sensaciones indescriptibles, como estar en el cielo mismo. Ambos al mismo tiempo, en una perfecta conjunción de placer y amor. Ella, lo abrazó muy fuerte, lloró, lloró de emoción, de alegría, de placer y quiso decir algo. -Te... te -¿Qué?... ¿qué querés decirme?... hacelo. Pero ella no dijo nada, solo lo miró, mientras sus lágrimas se escurrían en sus mejillas. -Nunca nadie me dio tanto placer en mi vida- dijo ella Leo, le dio una sonrisa al rato mientras secaba las lágrimas del rostro de ella tiernamente con sus dedos. -Nunca nadie me dio tanta felicidad en mi vida.- le contestó. Hicieron el amor una y otra vez, sin pausas, sin treguas. Cada vez era como la primera, un descubrimiento, una sensación distinta que disfrutar, queriendo hacerle el amor hasta al alma. Pero aquella palabra, faltaría a la cita. Saltaron la muralla y bajaron por las rocas para acercarse al océano. Había dejado de llover, las nubes comenzaron a dispersarse y las estrellas brillaban a la espera del sol. Las gotas del mar, salpicaban sus rostros cuando rompían en las rocas o el viento las llevaba. El frío no los amilanó, al menos a ella. Se sentaron sobre una roca lo más próximo posible al mar y tratando de no ser alcanzados por las gotas. Leo la rodeó con sus brazos para cubrirla del frío. -¿No tenés frío?- le preguntó Pierina. -No, estoy bien. -Sangre de pato- dijo ella riéndose y él hizo lo mismo. Poco a poco, el viento fue calmándose, las olas en el mar se iban aquietando, incluso el frío dejaba paso a un microclima cálido en el sitio. Notó que ella se sentía a gusto; entonces miró al cielo, se sonrió e hizo una guiñada de ojo. A los pocos minutos, la claridad rojiza puso al desnudo al horizonte. Las primeras gaviotas cruzaban el marco asombroso del alba. Pierina apretó más aún la mano de Leo. Él, sentía la tersura y la calidez de su piel. Apenas comenzó a hacerse ver en el horizonte; el cielo cambió de un rojizo profundo a un dorado lleno de vida. El mar reflejaba, tembloroso, su luz en una maravillosa danza acompañado por el sonido del oleaje. Pierina apoyó su cabeza en el hombro de él. Sintió la agradable sensación de ser su protector, su refugio. Leo la amaba, como siempre lo hizo, tal vez más que antes de irse a San Martín de los Andes. Deseaba que le dijera que lo amaba, no por él, sino por ella, para que fuera libre de espíritu, para que no dejara atrapado sus sentimientos en esta vida. Pero no negaba que escuchar de su boca que la amaba, era lo que se llevaría para siempre a la eternidad. Se estremeció al recordar que en su vida, nunca ella le había dicho a los ojos “Te amo”. Se estremeció más cuando también recordó que él se lo dijo una sola vez; como una premonición el último día que la vio antes de partir al sur, desde la camioneta y de seguro ella no escuchó. -¿En que pensás?- le preguntó ella. Leo tardó en contestarle, pero lo hizo. -No sé si pienso o disfruto este momento con vos. Tal vez me pregunte que hay en el horizonte. -¿Qué creés que hay? -Humm... Desde chico, le decía a mi madre que hay estaba el escalón para subirse al cielo. Ella me lo dijo cuando murió un tío muy querido. Él vivía en una casa en la playa, le encantaba el mar. Así que no le costó mucho llegar al cielo. Pierina levantó su cabeza para contemplarlo a los ojos. Leo la miró también y le preguntó que pensaba ella. -Nada, solo te veo. Creo que me gustás más que el amanecer. Él se rió, pero de inmediato ella cortó su risa cuando abarcó su boca con la suya. Así se quedaron durante un largo tiempo. Mientras, el sol ganaba altura iluminando el nuevo día que transcurrió con ellos, paseando por la ciudad, compartiendo momentos felices y yendo abrazados y tomados de las manos como novios adolescentes. Capítulo XXX Sobre el alto sol de la tarde de ese hermoso día, emprendieron el viaje de regreso. Leo conducía mientras Pierina llevaba un ambiguo sentimiento de alegría por lo que fue ese día y pena que ya termine . De repente, ella le dirigió la palabra. -No me hablaste de tu hijo. -¿De Alan? -¿Alan le pusiste? -No fui yo quien le eligió ese nombre. Es horrible. -¿Su madre? -No. Su esposo. Ella se quedó perpleja por lo que señaló Leo. -¿Cómo su marido?. No me vuelvas loca. -Para hacerla corta. Nos conocimos del barrio en donde vivo, desde adolescentes. Cuando regresé del sur, hace una punta de años y, luego de un tiempo nos enamoramos; salíamos de vez en cuando. Alegaba que sus padres eran muy estrictos, pero de vez en cuando salíamos. Así estuvimos un par de años. Yo era el tipo más feliz de la tierra. Se llama Lorena. Un buen día, muy tarde a la noche, llamó a la puerta de mi casa, yo estaba a punto de acostarme. Salí para ver que sucedía y entonces me comenta que estaba embarazada. Al principio me moría de alegría, pero se me acabó pronto cuando me dijo que era de su esposo y no mío. -¿¿¿¿Qué????... ¿Vos no sabía que estaba casada?. -No, lo había ocultado bien hasta entonces. Alegó que tuvo miedo de decírmelo, que ella pensaba pedirle el divorcio, pero no se animaba por la familia, por sus padres y hermanos. Sabía que eran muy machistas, que de hacerlo sería la vergüenza de la familia. También comentó que su esposo se había enfermado gravemente, que parecía que iba a morir y no podía entonces dejarlo y menos aún que estaba embarazada. -¿Vos le creíste? -Al principio no, al menos esa noche, pero luego conocí a su marido circunstancialmente y en verdad se estaba muriendo. La cosa que esa noche, la eché de mi casa, no quería saber nada de ella, me sentí humillado, estafado, no sé. -No era para menos, la muy turra. Leo se rió ante la reacción de Pierina. -No termina ahí la cosa. Por arte de un milagro o de magia, que sé yo cuál de las dos; su marido se restablece al tiempo y se puso mejor que nosotros ahora. Un día lo saludo en la calle y me habla que su esposa estaba embarazada, que era un regalo de Dios luego que le salvó la vida. Cuando nació el chico, le puso Alan, porque era fanático de un corredor de fórmula uno que se llamaba Alan Prost. Yo no sé si la enfermedad lo dejó estúpido o ya era así de nacimiento. Pero a decir verdad, era un buen hombre; machista, bruto, más ordinario que diente de madera, pero era un buen tipo, trabajador y honesto. -¿Y qué pasó entonces? -Al poco tiempo, fui a mi doctor para hacerme un examen de rutina. Resultó ser el mismo médico del chabón. Salió su tema, me habló de lo milagroso de su recuperación. Y yo le acoté que era tan fantástico que hasta pudo tener un hijo. El médico me contesta que eso era más que un milagro; pues comentó que había tenido un adelanto de esa enfermedad hacía más de un año y que a causa de ello, había quedado estéril. Pierina no salía de su asombro ante el relato de Leo y no pudo evitar el comentario. -Entonces. ¿Era tu hijo y no te dijo nada, la muy puta? -Esperá, no te calientes. Luego haciendo cálculos de fechas, llegué a la conclusión de que sí era mi hijo. -¿Y que hiciste?. Me imagino que fuiste y le rompiste el culo a patadas. -No. Me la encontré en la calle, cerca de su casa. Me bastó decirle que había ido al mismo médico que su esposo. Ella se dio cuenta que lo sabía... Trató de explicarme que lo hizo para no herirlo ya que se iba a morir en aquel entonces. Que sentía miedo por lo que haría su familia. Eran una manga de tanos brutos, muy chapados a la antigua. -Quiero creer que le hiciste un escándalo de aquellos. -No -¿No?. -No pude hacerlo. -Pero ¿sos boludo?... ¡Se trata de tu hijo!. -Sí, y que tiene un buen padre en el esposo de Lorena. -Yo hubiera reaccionado de otra manera. -¿Ah sí?. ¿Cómo? -No sé, hubiera peleado por el reconocimiento de mi hijo. -Ella no solo tenía temor por su familia; trataba de no avergonzar a su hijo. -¿Por qué? -Porque vos harías lo mismo, Pierina. Ponete en su lugar. Ella nació en una familia donde luego de comer, las mujeres se levantan a juntar la mesa y lavan los platos, mientras los hombres charlan de sexo, política o fútbol. Se la pasan compitiendo a ver quién tiene el péne más largo mientras se ponen en pedo con vino y fuman como una chimenea. Nació en un seno donde ser mujer es una desgracia y entonces las viejas abuelas te inculcan que es el propósito de Dios para servir al hombre y que tendrán la recompensa en el cielo y toda una sarta de boludeces e imbecilidades descomunales que solo sirven para justificar su desgracia que no es tal. ¿Cómo carajo podes culparla?. Pierina no supo responder a eso y hasta se asustó en el tono de apasionamiento que puso Leo en su explicación. -Pero... ¿y vos?...no entiendo como te resignas a no tener a tu hijo al lado. -Me basta con saber que no le falta nada. Ya te dije... después de todo es un buen hombre y quiere mucho al chico. No hubiera ganado nada tratar de cambiar a Lorena, hubiera sido una perdida de tiempo y mucho dolor a todos. -¿La amaste?¿ La seguís amando? Leo tardó en responder mientras conducía sin dejar de mirar el camino. -Nunca llegué a amarla lo suficiente... También tengo mis culpas, Pieri. -Tal vez seas un poco parecido a ella- acotó Pierina. Leo la miró un instante y volvió la atención a la ruta sin decirle nada. -¿Así van a quedar las cosas? -No... Ni bien lleguemos a la ciudad, iré a su casa. -¿Para hacer qué? - No se puede ni se debe llevar un dolor que no le corresponde por tanto tiempo. -Creo entenderte. Entonces. ¿Ahora vamos a su casa?. -Yo iré. Te dejo la camioneta para que vayas a la casa de tu amiga y luego regreses a tu hogar. Pierina se sintió molesta por sentirse desplazada al principio, pero luego entendió que eso lo debía resolver él solo. No se podía meter, pero no podía evitar algo de molestia por no ser participe de ello. Capítulo XXXI Leo trató de recordar la fachada de la casa de Lorena. Sin dudas, estaba en la calle correcta, pero algunas cosas habían cambiado de aspecto. De no ser por algunos detalles que reconoció, hubiera pasado de largo la casa. Había cambiado sustancialmente ya que se la veía mucho más moderna, arreglada y con un hermoso jardín que años atrás no se encontraba. Descendió de la camioneta y antes de cerrar la puerta, miró un instante a Pierina y le agradeció nuevamente por el fin de semana que pasó con él. Ella le respondió afectuosamente y le deseo suerte en lo que estaba por hacer; pero también le preguntó que haría si estaba el marido de ella, a lo que él respondió que no importaba. Tenía que ser ese mismo atardecer que debía verla. Tras ello, cerró la puerta y se puso de frente a la casa. Pierina encendió el motor y se puso en camino. Leo subió el par de peldaños hasta la pequeña entrada techada; se dio un tiempo, tomo una bocanada de aire y tocó el timbre. La espera se hacía intolerablemente larga hasta que alguien corrió levemente una de las cortinas del ventanal para saber quién llamaba. Él no pudo saber con certeza quién lo vio, pero algo intuyó al demorar que una voz preguntara o simplemente que le abrieran la puerta. Al fin la puerta se abrió y semioculta detrás, estaba Lorena con los ojos inmensos de sorpresa que no pudo disimular. Parecía que quería decir “hola” o algo por el estilo, pero solo movía su boca sin emitir sonidos. Entonces, Leo habló primero. -Hola, Lorena... Espero no ser inoportuno... Pasaba por aquí y... y vi la casa tan cambiada. Realmente está muy bonita... En realidad... Yo... A Leo también se le dificultaba decir algo, luchaba para decir porque estaba ahí. -La verdad... es que quería verte, ¿sabes?.. El martes me voy al sur y... ¡Ay!. No sé... Es domingo, ya esta cayendoel día y te vengo a molestar... -No, no... para nada... no es molestia, por favor- le contestó ella. -No quiero ser un estorbo. Querrás estar con tu familia, con tu esposo... -Él no está en casa. -¿No?... Bueno... Es que... llegar así, sin avisar, luego de tanto tiempo como si nada... Debí haberte llamado tal vez. -Por favor, Leonardo, pasá, pasá. Ella abrió la puerta de par en par invitando a Leo a animarse a cruzar el umbral. Le preguntó si es lo que realmente quería y ella le respondió que ya no siga con eso y que pasar a tomar una taza de café. Pasó a la recepción y luego a la sala principal de la casa. Estaba totalmente cambiada desde la última vez en que estuvo muchos años atrás. Le dio una mirada a todos los ángulos, no podía imaginar que había provocado tanto cambio y de muy buen gusto. Recordó que su marido era un mecánico regular, del montón y ella, una empleada de comercio en una zapatería pequeña de las afueras del centro. -¡Pero que bien pusiste la casa, Lorena!. Está preciosa. -Gracias. Es que hubo grandes cambios en los últimos años. Ella le explicaba varias cosas como para romper el hielo mientras movía sus manos nerviosamente y se acomodaba la cabellera hacia atrás una y otra vez. Luego volvió a invitarlo a pasar, pero ahora a la cocina, donde comentaba que era el lugar más frecuentado de la casa ya que le placía enormemente; como su lugar íntimo y cálido para recibir a la gente o estar ella, simplemente. Le dijo a Leo que tomara asiento mientras ella buscaba las cosas para preparar el café. -¿Nunca te convencieron de tomar mate? -No, nunca. Pero tengo, ¿Querés que te prepare?. -No, no... Solo comentaba. Te acompaño con un café. -Es una grata sorpresa que hayas venido. Leo; en verdad es... - -Para mí es muy grato verte de nuevo. Te ves muy bien... cambiada... Digo... No sé si es la palabra adecuada... Estás cambiada de muy buena manera. Ella se rió sin quitársele los nervios, mientras torpemente se le resbalaban los utencillos de las manos o derramaba el azúcar en la mesada. -Gracia, sos muy amable. Tal vez, esperabas a una ama de casa con los ruleros puestos. -Ja, ja, ja, ja... No tan así... no te imaginaba con los ruleros puestos. -Pero confieso que a veces los tengo, nada más me cercioro que nadie me vea. Y vos estas.. como siempre...No... pareces más joven, como si los años no pasaran para vos. Leo pensaba en sus adentros que ya los años no contaban en él; se sonrió por lo que se le había ocurrido. Lorena, sirvió el café con una cesta de macitas dulces y se sentó, tratando de manejar su ansiedad. -¿Cómo está Federico?¿No está aquí?- preguntó Leo Lorena se sintió más inquieta. Suspiró profundamente para encontrar las palabras correctas. -Él ya no está en casa... Hace años se marchó. Leo sintió que había metido el dedo en la yaga y a su vez le corrió un frío en su interior. -¿Se fue?. -Hace cinco años, nos divorciamos. -Lo lamento, jamás lo hubiera imaginado. -No lo lamentés; lo sé... Tal vez a eso me refería cuando me comentabas de lo mucho que había cambiado la casa. La separación me dio el tiempo que necesitaba. Terminé mis estudios de arquitectura, esos que tanto me decías que finalizara alguna vez. También sobrevinieron las discusiones con mis padres y mis hermanos. No es que no querían cuidar a Alan cuando era más chico y poder yo trabajar y estudiar de noche. Vos los conoces bien. Sostenían que una mujer con un hijo y separada no puede trabajar, menos estudiar -¿Y cómo suponían que ibas a sostener al chico?. -Je... Mi madre siempre me dijo de pequeña que ser mujer era una desgracia, pero que era la voluntad de Dios. La cosa que sobrevino los cambios justamente a partir de Alan. Me manejé como pude, terminé los estudios, me recibí y comencé al poco tiempo a ejercer en una constructora. Luego las cosas fueron mejorando y a los pocos años, abrí mi propio estudio. Me ha ido bien. De ahí los cambios en la casa. -¿Por qué decís que todo fue a partir de Alan? -Federico siempre supo que no era de él, sabiendo que había quedado estéril meses atrás antes de que me embarazara. Al principio lo aceptó, se comportó como buen padre, pero pasaban los años y su relación con Alan se fue deteriorando; lo trataba como a un extraño y hasta a veces le era indiferente. -¿Lo aceptó al principio? Lorena alzó sus ojos a los de Leo y demoró en seguir su relato -Sí. Me hizo decirle de quién era el chico y le dije la verdad. Lo aceptó para no avergonzar a la familia y por el que dirán en el barrio; solo por eso. Sé que fue más por su orgullo, pero no lo soportó mucho tiempo... Terminó maltratándome. Un día me levantó la mano delante de Alan, y él reaccionó furioso. Salió a defenderme, tomó un palo y le pegó a Federico. Estuvo por levantarle la mano también pero fue la primera vez que me enceguecí, me enfurecí mucho y lo golpeé tanto que no sé cuantas cosas le hice. -Bien hecho. -Si... Luego vino el juicio por el divorcio. Duró poco, él no quería saber nada. Pero antes de ver a Alan por última vez, le dijo que él no era su padre. Creo que fue lo mejor que pudo haber hecho. Trató de desquitarse con el niño y en verdad, fue un alivio para él saber que no era su hijo; se sentía avergonzado de Federico. -Jamás terminaré de conocer a la gente. Y todo este tiempo, a pesar de sus limitaciones, pensé que sería un buen padre para Alan. Lorena miró a Leo que jugaba distraídamente con la cucharita, quiso decirle algo pero no se animó. -¿Querés más café? -No, Lorena, gracias. Quería contarte que... A veces me acerco hasta el alambrado del campo de fútbol donde juega y me le quedo viendo un buen rato. Pienso que debía haber hecho algo, no sé. -Lo hiciste. Le mandaste, útiles para el colegio, pagaste sus estudios en la primaria, le enviabas regalos en sus cumpleaños. -¿Cómo supiste que era yo? -¿Quién otro podría hacerlo? ¿Eh?.. Además; sabía que ibas a verlo al campo de juego o a la salida de la escuela. -¿Cómo es que lo sabías? -Alan me lo contaba. -¿Alan?... Él no me conoce. -Sí te conoce. Leo se quedó sorprendido sin poder adivinar el cómo de tanto conocimiento. Lorena se levantó y se dirigió a un armario en la sala; revolvió dentro de uno de los cajones y al rato extrajo lo que parecía un álbum de fotos. La trajo consigo a la mesa de la cocina, buscó entre las páginas y luego, al encontrar lo que buscaba, se lo enseñó a Leo. Era una foto de ellos dos cuando eran novios. Leo lo observó detenidamente, había olvidado que esa foto existía; se sonrió pero aún no encontraba la respuesta de su duda. -Como te dije; Alan supo que no era hijo de Federico, sin embargo, nunca me preguntaba quién era su verdadero padre. Yo no sabía como encarar el tema para contarle. Un día me comenta que había alguien que lo miraba a él desde el otro lado del alambrado, que iba seguido a verlo y que también lo veía a la salida del colegio. Me decía que no le parecía malo, que nunca le dijo nada pero que de vez en cuando notaba que le sonreía. Entonces, me pareció oportuno sacar el álbum y mostrarle esa foto para que te identificara. Te reconoció; y fue así que le dije que eras su padre verdadero. -¿Preguntó por qué no aparecía?. -Traté de explicarle, le dije la verdad. Le dije que nos queríamos mucho y que lo que pasó no fue culpa tuya. -¿Qué respondió? -Nunca dijo nada al respecto, nunca un reproche o algo por el estilo. Pero de alguna manera se sintió tranquilo, no sé como explicarte, se sintió protegido, lo compendió. A veces pienso que nosotros deberíamos aprender más de los niños. Ambos rieron ligeramente. Leo asintió ese dicho. Lorena se le quedó mirando luego y le dijo a los ojos de él. -Es parecido a vos; es intuitivo, rebelde, ja, ja, ja. Nunca se queda con una respuesta, busca siempre más allá: pero cuando la alcanza, uno no se da cuenta sino cuando podes gozar las cosas con él. Tiene tu mirada, esa que a veces se pierde en el horizonte y hace que los demás sientan curiosidad en lo que pensás y esa actitud solitario que a veces posée como vos... Por sus ojos pasa el alma y la vida igual que a vos. Y saben leer el alma en los ojos de los otros, y cuando se enoja mucho con alguien que quiere es porque en verdad lo ama y hasta me da la impresión que se enoja con el mismo por sentirse así, le duele... como a vos. Sintió la ternura en cada palabra de Lorena, pensó en lo difícil que es la vida a veces. -Pronto cumplirá once años.- le dijo Leo como un pensamiento en voz alta -Sí, así es. Cuando me dé cuenta, ya será un hombre y yo, una abuela. -Una abuela hermosa. -Gracias, sos muy amable- le contestó ella sonriendo. -¿Y dónde está él ahora?. -Pronto llegará. No pierde una tarde de domingo para ir a jugar a la pelota con sus amigos. -Lorena.. Yo... Pero el sonido de la puerta de calle que se abría y cerraba interrumpió lo que iba a decir. Esperaron a que apareciera quien había entrado a la casa. Leo lo sabía, sintió una inquietud interior incontrolable y su respiración se entrecortaba. Alan apareció en la cocina, con su indumentaria bastante sucia y el balón debajo de un brazo. Inmediatamente miró a Leo. -Alan. Te presento a... A mi amigo.. Leonardo. Él nos vino a visitar. Luego, no supo más que decirle al niño. Leo tampoco sabía como seguir, solo le salieron algunas palabras. -¿Cómo estas Alan?- Le tendió la mano y el niño se la recibió- Un gusto conocerte... ¿Así que venís de jugar al fútbol?. -Sí. -Que bien... ¿Y ganaron? -Tres a uno. -¡Que bueno! ¡Te felicito!. El niño luego se dirigió a su madre sin más miramientos. -¿Puedo jugar en el jardín hasta que oscurezca?. -Bueno... Pero acordate que debés hacer las tareas del colegio. El chico salió disparado hacia el jardín. Leo se le quedó mirando. Lorena no sabía si pedirle disculpas o qué. Solo le salió ofrecerle más café y él le dijo que no. -Creo que debí presentarlos mejor... es que yo... -Lorena. No, por favor, no digas nada... ya no. Es lo que iba a decirte antes que entrara él. La razón primordial por la cual vine. Pasaron muchos años ya y... no hay razón para que sigas sintiéndote culpable de todo porque nunca fue culpa tuya. A mí también me costó aceptar las cosas; creí que tenía mis razones pero... A veces el tiempo te hace entender las cosas como son. He aprendido que nada es en vano, Lorena,... nada. Creo que ya no es tiempo de culpas sino de vivir la vida, lo que queda de ella de la mejor forma y si en algo nos equivocamos ya lo hemos pagado con creces. Pero... Nunca fue tu culpa. Siempre fuiste y sos una gran mujer, una gran compañera y sin dudas la mejor madre que se pueda tener. Ahora, luego de once años; me encuentro aquí, con esto, con vos y me da mucha alegría que hayas podido salir adelante. Tal vez mi omisión en todos estos años, es no haber tenido presente que Alan poseía una gran madre a su lado; también... Quizás no haber hecho todo lo que debía o no haber estado... Ojalá hubiera podido ser un buen padre aunque más no fuera un día entero, llevarlo al cine, a la plaza a jugar al fútbol o tomar una naranjada y mirar chicas.- Se rió tenuemente Lorena, con lágrimas en los ojos, tomó las manos de Leo y le contestó. -No digas eso. Hiciste todo lo que podías hacer. Tenés razón; ya no hay culpas, Leo. -Es cierto... De todos modos nunca dejé de sentirlo como mi hijo; lo amo... simplemente lo amo con toda mi alma. Se quedaron un buen rato tomados de las manos, solo en silencio se decían más cosas en las miradas y en los gestos. En ese instante, repasaron juntos los momentos de felicidad, las noches interminables y efímeras a la vez, llenos de ternura. Habían sido dos vidas pasajeras de un tiempo que dejaría una huella para siempre en sus almas y una semilla de esperanza para el mundo. -Me voy al sur el martes temprano. -¿Por cuánto tiempo? -Me quedaré allí Lorena lo lamentó de alguna manera, pero no dijo nada, lo aceptó. -¿Qué vas a hacer con tu negocio de computadoras?. -¿También sabes que tengo una tienda?- le preguntó ya más que sorprendido -Y... Pueblo chico, infierno grande. -Lo atenderá mi empleado. Ya le dejé un poder a mi familia para que se haga cargo... Si prospera... está todo para que cuando Alan tenga la mayoría de edad, se haga cargo él y haga entonces lo que se le dé la gana con el negocio. Lorena no sabía que decirle, si agradecerle o qué. Primero le preguntó por qué lo hacía, que no haría falta, pero luego no insistió, pues no le quitaría el derecho, esa pequeña tranquilidad y porque era su padre. -Entonces, te vas a vivir al sur, no más. -Así es. -Tampoco te volveremos a ver, ¿no?. Leonardo la miró a los ojos. Ella sabía leer sus ojos, se lo había enseñado hace tiempo. Él tomó sus manos y en ese instante, a Lorena le invadió una paz intensa, nunca antes experimentada por ella. Como si todo el amor y toda la confianza se la transmitiera. Volvieron las lágrimas a sus ojos, pero una sonrisa acompañó su sentir. -Nunca los dejaré solos. Eso te lo puedo jurar- le contestó Leo. Separaron sus manos; ella se refregó los ojos quitándose las lágrimas. -¿Ya no fumas más?- le preguntó ella -No... Ya no me hace falta. Leo se levantó, dio un suspiro, miró hacia la puerta que daba al jardín y le dijo: -¿Puedo ir a verlo? -Por supuesto, claro que sí. Aquí estaré si necesitás algo. Leo abrió la puerta trasera y vio el atardecer en ese inmenso jardín arbolado. Alan jugaba con su balón, haciendo jueguitos y corriendo de un lado para el otro. Se acercó paulatinamente a él, observó una mesa y unos tablones a modo de asientos cerca de la parrilla y se sentó sobre la mesa. Desde ahí, contemplaba al niño jugar. Luego de un rato, el chico dejó de hacerlo y le devolvió la mirada. Tomó la pelota, se la puso bajo el brazo y caminó hasta Leo lentamente. Frente a él, Alan bajó la visa un instante, luego habló. -¿Querías verme jugar? -Quería verte de más cerca. De verdad; jugás muy bien, sos muy hábil. -¿Te gusta jugar? -Cuando tenía tu edad, jugaba mucho, pero luego no lo hice más... Ya sabés, el trabajo, los estudios, todo eso. Pero me gusta, sí. -¿Por qué no viniste antes a jugar conmigo? Leo no le contestó hasta encontrar las palabras correctas, pero luego entendió que debería hablarle con el corazón, como padre. Lo invitó a sentarse a su lado para seguir platicando. -Tu mami te habrá contado de mí y de lo que nos pasó. A veces no podemos explicar todo. Solo ver como mejor lo comprendemos, Alan. Yo no supe como acercarme. Sabía tan solo que tenías a tu papá... y no sabía tampoco si tu mamá me quería ver. Nos equivocamos a veces y no sabemos como remediarlo, tan solo aprender de esas cosas para no dejar que pasen de nuevo. Traté que nunca te faltara algo. Sé que no fue todo lo suficiente que hubiese querido. Ahora, ya sos un hombrecito. Tenés a tu madre que es una gran mujer y la ayudas mucho. -Mamá está saliendo con un señor de Buenos Aires. Yo no lo conozco pero ella dice que es un buen señor y que lo quiere mucho. -Eso es bueno. ¿Y vos, que pensás?. -No sé. Yo quiero que ella esté contenta. -Sí, yo también quiero eso y sé que lo está. Confiemos en ella, entonces. -Pero... El pequeño se quedó en silencio un instante. Leo aguardaba lo que iba a decirle. -¿Qué es lo que querés decir? -¿No te vas a quedar con nosotros? La pregunta lo atravesó como una lanza a su corazón entre el halago y la pena. -Cada uno de nosotros debemos seguir nuestros caminos, Alan. Debo irme a una parte ahora... - se le hacía un nudo en la garganta- Tengo que hacerlo. Pero te prometo que donde estaré siempre estarán conmigo y yo con ustedes. De alguna manera será así... Te lo prometo. -¿Vas a venir a verme jugar? Leo pasó su brazo por los hombros de su hijo y le dio un pequeño beso en su cabellera. -Cada vez que juegues; sentí en lo más profundo de vos y allí estaré, no faltaré ni a un partido. Se quedaron un buen tiempo, sentados sin decir nada. El sol ya se había escondido y las últimas claridades del día acompañaban. Luego, Leo se incorporó y le dijo a Alan que ya se tenía que marchar. Alan asintió y volvió a soltar la pelota al césped para seguir jugando un rato más. Cuando se dirigía a la casa, el niño le habló de nuevo. -¿Querés jugar un poco a la pelota conmigo?...Papá. Leo se volvió hacía su hijo, sus ojos brillaron. No pudo imaginar como agradecer esa palabra que sonó como la más bella melodía que hubiera escuchado en su vida. Su voz se quebró al contestarle. -Claro que sí... Hijo. Se pusieron a jugar. Ahora, ambos compartían la misma alegría como dos niños, como padre e hijo Lorena los observaba por la ventana; se echó a llorar de alegría. También ella pensó que la vida a veces era difícil, pero era hermosa vivirla. Capítulo XXXII La noche se cubrió de estrellas; el viento frío cruzaba la plaza Moreno en aquel final de domingo. Algunos novios permanecían en las bancas abrazados y otros caminando y besándose. Otras personas terminaban su paseo con sus hijos y se marchaban a sus hogares con el pesar que les causaban el hecho que llegaba, entonces, el lunes. Pierina caminaba por la plaza, mirando para todos lados, con sus manos dentro de los bolsillos de su campera y con las solapas levantada para proteger su rostro del frío. Al fin, lo avistó a él, sentado en el borde del respaldo de una banca. Se alegró y su corazón comenzaba a palpitar velozmente. Notó que tenía su abrigo abierto, con su cabellera al viento y la sensación de no tener frío. Se acercó lentamente hasta que Leo descubrió su presencia. Él se sintió feliz de verla y le dio su mejor sonrisa. -¿Cómo supiste que estaba acá? -Siempre venís a esta plaza. Acá me trajiste; acá decís que te encontrás con tus amigos o solo... No es difícil hallarte. Leo se sonrió e invitó a Pierina a sentarse a su lado. -Acá venía a jugar al fútbol cuando era chico, venia a comer las manzanas acarameladas o los copos de algodón. Caminaba con mis padres y mi hermana. Venía con los compañeros del secundario cuando nos hacíamos la rata. Traje a mi primera novia y le di mi primer beso. Vine a llorar cuando me dejó mi primera novia también, je, je, je. Aquí estuve antes de entrar al servicio militar. Volví para descargar mi furia cuando regresé de la guerra. Acá vengo cuando estoy alegre o triste. Es este sitio el testigo de mi vida. He andado por el mundo, pero siempre regresé aquí. A esta altura, ahora que estoy por partir a otra parte.., me doy cuenta que pertenecía aquí,... que pertenezco. Lo más hermoso de todo, es que también estés aquí. Ella miró fijo a los ojos de Leo; comenzaron a brillar como dos luceros. Admiró a ese hombre, pero no sabía que decirle. Tan solo acercó sus labios a los de él y los beso tiernamente. Se quitó un guante para acariciar la piel de su rostro, para recorrerlo y dejarlo impreso en su mente y en su alma -Te traje la camioneta, creo que la vas a necesitar para prepararla. -Quiero verte antes de irme. -Sí, mañana, todo el día. Ya pedí a mi compañera que me cubra en el trabajo. -¿Qué hay de tus hijas y de tu esposo? -Mis hijas se quedan con mi mamá.. Y mi esposo... ya no lo será más. Leo sentía que se le erizaba la piel, no comprendía bien lo que significaba ello. -¿Qué sucedió en este rato desde que te dejé? -Muchas cosas que debieron pasar hace tiempo. Debíamos dejar nuestras máscaras y comodidades. Luego de ir con vos a Tandil, de lo que pasamos, de lo que me hiciste sentir y comprender todo este tiempo... No había ya razón para seguir. -Pero... ¿Así de repente?. -Ya lo sabíamos los dos. Él no se sorprendió, lo intuía. Obvio que armó un escándalo antes, pero solo pasajero... De todas manera estuvo de acuerdo. Se fue a la casa de sus padres, así lo decidió. -Te mentiría si digo que lo siento; solo espero que tus hijas estén bien y que lo entiendan. -No te preocupes, saldrán adelante como yo lo hice. -Sí, sé que así será. -Mi amiga me deja su casa mañana, allí pasaremos el tiempo que queramos. Quiero cocinarte y que te quedes conmigo hasta que partas. ¿Sí?. Él no podía abarcar toda la felicidad que sentía, tampoco la pena que le causaba saber que sería el último día con ella. Ambos sentimientos luchaban dentro de él. Luego pensó en que solo faltaba que ella le dijera que lo amaba. Pero ¿Por qué no lo decía? ¿Qué le faltaba?¿Qué había omitido?. Quería romper las reglas, decírselo él mismo, pero no se trataba de reglas, no era así. -Será un día maravilloso entonces- le respondió. Volvieron a besarse y permanecieron así sumándose a las otras parejas de enamorados en las bancas de la fría noche de la plaza. Capítulo XXXIII Luego de haberla llevado a Pierina a su casa, retornó a la suya. Bajó su bolso de la camioneta, y subió a su cuarto. Luego, descendió a la cocina y encontró a su madre sentada en la mesa leyendo un libro y tomando un café. La saludó, le dio un beso en la frente y se sirvió un café para acompañarla. Ella le preguntó como le había ido el fin de semana y platicaron de varias cosas apaciblemente. Después de no hablarse un rato, la madre le preguntó algo. -Supe que no estas yendo a la tienda, ni frecuentás a tus amigos. Tampoco estas el tiempo que acostumbrabas en casa. Parece que no comés ni dormís. ¿Pasa algo?¿Estas en algún problema o algo por el estilo?. Leo, sabes que podés confiar en mí, en tu padre, en todos nosotros. -Me pregunto si alguna vez las madres se dejan de preocupar un poco durante el día. Y parece que no; así que nada puede estar fuera de lugar sin que sea algún problema o algo así. -Sí.. Ya sé. Soy una hincha pelotas, pero soy así y lo sabés bien... ¿Entonces?. -No hay ningún problema, no me pasa nada. Solo que he dedicado un tiempo para mí. -Pero si estas por viajar a San Martín de los Andes... -Lo sé. Pero acá tengo cosas que atender. -Supe que visitaste más asiduamente al Padre Héctor. ¿Te volviste más cristiano ahora? -Nopi... Me estoy volviendo más creyente en mí mismo. -¿Y cómo es eso? -Mamá. ¿No te pasó nunca que a veces te preguntás para que estas acá?. Me refiero, no solo a que tenés una familia, tu esposo, nosotros. Si a veces pensás que hay otro propósito en todo esto de la vida. Ella se quedó pensativa antes de contestar algo. -Sé que ha sido difícil la vida, que lo es y lo seguirá siendo, pero no me quejo. -No estoy hablando de quejarte o sentirte satisfecha. ¿Sentís que hay algo que deseaste hacer siempre y no pudiste, o quisieras pero no encontraste el tiempo o la oportunidad? -Humm... Puede ser, sí. Pero tengo responsabilidades; como vos recién dijiste. Una familia que atender y estar. -Más allá de eso, mamá. Es la única vida que tenés, que tengo yo, que tenemos todos y hasta a veces puede ser que esos pequeños gustos que dejamos de lado, hagan felices a los que están a tu alrededor. -Sí, pero lo que no sé es a dónde querés llegar con todo eso. -Pues es lo que hice estos días. Hacer lo que deseaba hacer. Decir lo que necesitaba, pedir lo que me hace falta. -¿Qué es lo que te hace falta, hijo? -Me faltó... darme mi propia libertad, liberar aquellas cosas que al alma le molestan y son como una mochila que con el tiempo no sentís de acostumbrado que estás. Ahora ya tengo ese alivio de libertad, a pesar de muchas cosas. Cosas que no puedo ni podré cambiar jamás. Pero sí lo que puedo cambiar... es mi vida con mi libertad. Su madre lo miraba extasiado, no lo llegaba a entender, pero le gustaba escucharlo y sabía que detrás de esas palabras, se encerraban un mensaje lleno de satisfacción que solo aquellos luchadores pueden sentirlas cuando se obtiene algo y se lo valora mucho. -Entonces. Sea lo que sea, lo que hayas logrado, me alegra muchísimo y me llena de orgullo. Ustedes, mis hijos, son la bendición de Dios de todos los días. Leo se sintió halagado, pero sus penas de la partida no lo dejaban de merodear. -Bien, hijo. Mañana debo levantarme temprano y es muy tarde. Me iré a la cama. -Mamá; mañana ya no estaré porque tengo una serie de cosas para preparar para mi viaje.. Ya no te veré entonces. Parto el martes a la madrugada. -Sí, hijo, como gustes; no te preocupes. Pero llamame cuando llegués al sur, no te olvides. Se acercó a darle un beso, pero antes, él se levantó y la abrazó fuertemente. Ella se sorprendió algo, porque no era costumbre de él hacerlo, de todas maneras, le correspondió afectuosamente. -Mamá.. No importa lo que suceda, siempre sabes que soy feliz, que estaré más que bien y que estaré con vos. -Lo sé hijo... lo sé- le contestó ella, sin dejar de sentirse algo perturbada pero feliz de su hijo. Leo miraba a su madre con una mirada inmensamente cristalina, aún sostenía su mano y ella se sintió tan en paz y con curiosa alegría en su corazón. No obstante sus ojos extrañadas, le dedicó una sonrisa que tranquilizó a Leo. Él deslizó sus dedos en los de ellas en una caricia eterna hasta que la soltó definitivamente. Ella se retiró y Leo la acompañó con la mirada mientras subía las escaleras. Tomó conciencia que era la última vez que la vería en esta vida y ella a él. Sintió que se le doblaban las piernas, contuvo la respiración, se sentó y le dio el último sorbo a su taza de café ya helado. Entró a su cuarto y se sentó al escritorio, miró la repisa frente a él y se quedó observando el paquete de cigarrillos que permanecía hace tiempo ahí. Lo tomó y lo seguía mirando en su mano. -¡Ya te dije que te ganó un camión, Idiota! Estrujó el atado en su mano, se levantó, abrió la ventana y lo arrojó a la calle con furia. Se quedó allí un rato largo, con la ventana abierta, tranquilizándose, volviendo a pensar mejor. Cerró la ventana y se dejó caer a la cama mirando el cielo raso. Levantó la cabeza para mirar hacia la computadora. Estaba apagada. Volvió a apoyar su cabeza en la almohada, luego se incorporó de nuevo y sacó el celular celestial de su campera. Lo abrió y se le quedó mirando a la espera de alguna señal. De repente, la pantallita del celular, se iluminó y al instante emitió una voz desde el auricular. Leo se asustó, pero pronto supo que era la voz de Ángel. -Hola, hola ¿Leo?. -Sí, soy yo, Ángel. -¡Hola! ¿Cómo andás?¿Cómo va todo?. -Supongo que bien. -Ya pronto estarás en casa, ¿No es una alegría? -Sí y no. -¿Cómo sí y no? -No sé... De golpe me entró dudas. -No te aflijas, es normal. A todos les pasa -¿A vos te pasó? -Claro. -¿Y que hiciste?. -Nada, las cosas siempre se arreglan. -¿Vos creés? -Claro. ¿Acaso no venías creyendo en vos? -Sí, pero ya te digo, me entró dudas. -¿De que tipos? -De las que te agarran antes de irte. -Sabes que lo que pasó ya pasó, no lo podes cambiar. -Lo sé... pero... Tal vez... -Leo, sé como te sentís... lo sé, amigo. No creas que cambia demasiado las cosas, es un paso distinto. Siempre se teme a lo que no se conoce, pero ya vas a ver que lo que viene no tiene ni punto de comparación. -Es que pienso en el dolor de mi madre, de mi familia, de mis amigos. Pienso en Pierina, ahora la amo más que cuando vivía. Las cosas que ha hecho... Le partiré el alma -Sí creés así, entonces todo lo que hiciste sería en vano. No es así, Leo. Solo te vas a otra parte y dejas lo mejor de vos en ellos. Ya te dije, todo se arregla. Además, no estarán siempre allí, algún día estarán con vos y esa vez será para siempre. Viste que ahora esta toda mi familia conmigo. -Sí, creo que tenés razón. -Leo... Te han elegido para construir el lugar donde los que amaron la vida, vendrán a vivir la eternidad en paz y felicidad, donde no hay ni políticas, ni guerras, ni hambre, ni dolor, ni pena. Cada cual hace lo que mejor sabe hacer y lo comparte, lo disfruta. Leo, amigo, no te des por vencido ahora que estas a la puerta de lo que muchos desean. -No me ha dicho que me ama. -¿De quién hablas? -De Pierina. No me dijo que me ama. -Cuando alguien da su corazón sin restricciones, ¿quien puede resistir decirle que lo ama? Leo dejó escapar una lagrima que corría su mejilla y caía al piso. -Sí, Ángel. Gracias. -Tenés una noche más, no lo olvides. Aprovechala. Leo lo saludó y cortó la comunicación. Luego soltó el llanto, lo necesitaba. Necesitaba volver a juntar fuerzas, era el último tramo en el mundo que conocía, era todo por lo cuál aún estaba allí y no lo dejaría pasar. Capítulo XXXIV El padre Héctor, dejó su descanso en su biblioteca del segundo piso en la casa parroquial. Llegó hasta el altar de la iglesia para ordenar aquello que faltaba luego de la misa de la mañana. Le agradaba a esas horas, cuando el sol apenas se filtraba por los vitrales y el sonido apacible del canto de los pájaros que llegaban del exterior. Pero una presencia le llamó la atención. Al volverse hacia la nave de la iglesia, divisó a Leo sentado en una de las bancas. Se sonrió y se dirigió hacia él lentamente. -¿Cómo estas, amigo?- lo saludó el padre. -Muy bien... Gracias. ¿Usted? -Aquí, como siempre... ¿Listo para tu viaje? -Así es, por eso vine a despedirme. -¿Acaso te vas por mucho tiempo? -No se preocupe. Nos volveremos a ver. Héctor hizo un silencio antes de proseguir, mirándolo, admirándolo pero sin conocer de él todo lo que quisiera. -Tenés una familia estupenda, un negocio que te va bien, amigos... alguien que te quiere mucho. Ahora que lograste todo eso, te vas. No logro comprender... Sé que no me incumbe tus propósitos, pero no dejan de llenarme de curiosidad. Leo se tomaba su tiempo para pensar y sentir; su mirada se perdía en el piso y un sosiego semblante iluminaba su rostro. -Llega un momento, padre, que uno debe distanciarse de lo que posee y mirarlo como un espectador. Así se comprende mejor las cosas, se comienza a darle el valor suficiente. Leo hizo otro silencio, juntando aliento, dejando entonces que el corazón hable. -Ha sido un largo camino... lleno de alegrías, penas, todo lo que se puede esperar de la vida. Creo que a veces me costó el doble de esfuerzo conseguir lo que obtuve, más de lo acostumbrado, pero lo que tuve fue también el doble del valor que se le puede acreditar; más bien invalorable. He hecho cosas que jamás hubiera imaginado hacer. Tuve la fuerza que nunca pensé que tendría. He perdido lo que creí no poder superar. He recibido más de lo que esperé y he tenido el amor que soñé pero resultó mucho más fuerte y bello de lo que soñaba y anhelaba... Es hora de agradecer cuanto ha pasado, bueno o malo. Así ha sido mi vida, pero mía y la he querido mucho, padre. -Pero aún no ha terminado, Leo, apenas comienza entonces para disfrutar todos tus logros. Él lo miró a los ojos, con un brillo que endulzaba la mirada, con una paz que transmitió a Héctor de una manera indescriptible y le sonrió. -Claro que no terminó, padre... Apenas comienza. Héctor seguía con su mirada clavada a la de él, le sonrió sin poder disimular un dejo de tristeza por la partida de su amigo. -Es la primera vez que puedo decir, que he visto a alguien haber encontrado su paz, esa que todos buscamos alguna vez... Dios te bendiga, hijo y te acompañe a donde vayas. Leo, dejó escapar una lágrima que atravesó velozmente sus labios sonrientes. -Héctor... Estaré con vos, siempre y vos conmigo. Ambos se quedaron mirándose. Luego, Héctor le tendió la mano firme, Leo se la tomó, se levantó y lo abrazó. Así se quedaron un buen rato, todo lo necesario, todo el tiempo, tan eterno y efímero como la vida. -No dejes de oler el perfume del bosque cada día, Héctor.- le dijo mientras lo abrazaba. El sacerdote solo lo escuchó y afirmó más su abrazo. ****** Leo caminó por el bosque detrás de la iglesia, se tomó el tiempo para sentir el aroma de los eucaliptos y pisar las hojas secas del piso. Quiso grabarlo en su mente y en su corazón, llevarse consigo las aromas y los sonidos del lugar, y con ellos, los buenos momentos que había pasado por algunos de los mejores rincones donde transitó. Se quedó sentado en una banca durante un tiempo prolongado. Se preguntó si aún latía un corazón dentro de él, pues lo sentía latir aceleradamente acompañando la ansiedad que aumentaba. De alguna manera, la alegría comenzaba a ganar espacio en él. Aún le faltaban algunos pasos en ese día definitorio, pero dejó que sucediera, que solo pasara y poder disfrutarlo. Ya había ganado su batalla, ahora debía compartir sus últimos momentos con el amor de su vida, con quien quería dejarle todo cuanto fue y con la esperanza de que algún día, se volverían a encontrar. ¿En otra vida?.. No creía en ello o tal vez sí, muchas cosas comenzaban a ser diferentes desde hace un mes. Pensaba en que la reencarnación era otra excusa para auto perdonarse de los errores y horrores de los humanos. Que más lindo pudiera haber, sentir que se tuvo una vida, que se pudo luchar contra la adversidad, que se aprendió de las equivocaciones y que todo lo que se logró fue por el empeño de no dejarse rendir. Pensó que no quisiera volver a vivir ciertas penas, pero sí, poder sentir los hermosos cosquilleos que le provocó ciertos pasajes de su vida. Las montañas, los lagos, la nieve, los caballos, las reuniones con amigos, los días de otoño cuando pisaba hojas secas en el piso, las noches largas de lluvias, los momentos con su familia, sus viajes por tierras lejanas o en su mismo país. Pero sobre todo, el amor, el haber sentido amar más de lo que creía. Aún cuando alguna vez en su vida, el odio lo había hecho su prisionero, aún cuando la irracionalidad del hombre hasta casi lo convirtió en lo mismo que detestaba. Había participado en guerras propias y ajenas, vio de cerca las caras de la muerte, del hambre y de la injusticia. A veces se había arriesgado demasiado con sus ideales, con su impetuosidad, con su carácter temperamental. Pero debajo de todo ello, había alguien que se desgarraba de amor, de afectos, de que todo fuera bueno y armonioso. Se acordó de lo que le costaba en aquellos momentos, demostrar lo que necesitaba, expresar sus sentimientos. Su coraza hecha para que no volviera a pasarle ciertas cosas, fue la excusa para ser duro, frío; pero no pudo sostenerlo demasiado tiempo. Comprendió que todo cuanto hizo de bueno, cuanto quiso construir y expresar, era solo para compartir, nunca había sido algo para él solo. A veces se lo mal interpretaba, pues pensaban que era quien podía con todo y comandar los ideales, los planes. Intuyó entonces, que su estadía de regreso en el último mes, no era solo para cerrar puertas que quedaron abiertas, ni dar una mano a los demás. Había sido también para darse la oportunidad de sentir intensamente todo cuanto había conseguido para él, solamente para él. No había sido un acto de egoísmo, sino que al fin tenía la harina para hacer el pan. Dejó escapar una sonrisa al reflexionar en dos puntos. Uno en que definitivamente había un porque en la vida y en la muerte de cada persona en este mundo, a menudo, tan poco o nada comprendida. Pero que también era como su madre decía alguna vez. “La gente buena nunca muere, solo van a otra parte a esperarnos y siguen viviendo en los actos, en los que hacemos a diario y así ellos siguen viviendo en nosotros”. La otra cosa que desmenuzó fue el saber que el amor lo había rescatado, como siempre lo hizo en su vida, que jamás lo había abandonado, siempre estuvo con él y en él. Su corazón ha sido una buena casa donde podía residir el amor. También, en una última reflexión, quedó la sensación de no tener todas las respuestas, que la ansiedad era parte de poder, a partir de este paso, comenzar a conocer el por qué de las injusticias, por qué tanta hambre en un mundo rico, porque hay poderosos ciegos y humildes con una visón enorme. Por qué los supuestos paladines de la libertad querían dominar al mundo. Por qué tanto sufrimiento en la enfermedad. Por que tanto mal en algunas personas que querían lo que no es de ellos. Por qué por qué... tantos por qué. Pensó en su país, en una Argentina diezmada y saqueada entre el terror de los militares en décadas pasadas y los políticos de gobiernos lleno de corrupción y anhelos de poder, pero también de un pueblo que no se quejó ni siquiera de tantos desparecidos, ni de la guerra, ni de los chicos que se mueren de hambre. Que tuvieron que tocarles los bolsillos a la clase media para que el gigante dormido se despertara; sacudiera su pereza y salieran a las calles a reclamar la justicia. Entre los viejos diciendo que tiempos pasados fueron mejores, dejando la bolsa de frustraciones en las generaciones que les sucedían y la actual generación que ya no soportó todos los fracasos de décadas, quedaba una Nación en pie de guerra para cambiar, para ser mejor. Creyó entonces en el terror de los poderosos, en el temor que les da que la gente piense, aprenda. Cuando ya no basta una vela para rezar ni un discurso populista para creer. Entendió que la historia de los pueblos tiene que ver con la vida individual de cada uno, tenían un porque a través de un proceso de errores y de aciertos, que su país, como cada país de la tierra, tiene una vida propia, un don único y que había llegado la hora de ser lo que tenían que ser. La historia de un país, es como la vida del hombre, no se repite y si es fuerte, jamás muere, jamás se olvida y queda en la memoria eterna de lo que, algún día, diremos que fue este mundo. Se quedó con la mejor parte en su convicción, en lo que dejaba y en lo que se llevaba: el amor; ese que siempre lo acompañó aún sin él saberlo a veces. Aún le faltaba un día para disfrutarlo con la persona que más quería. Solo deseaba que esa persona también lo disfrutara tanto, que pudiera decirlo sin temor. Se puso de pie, miró nuevamente alrededor, tomó una bocanada amplia de aire y luego dijo. -Sea como sea, pase lo que pase... esta es toda mi vida y me alegra de haberlo hecho. Capítulo XXXV Estacionó frente a la casa de la amiga de Pierina. Ella salió rápidamente de la vivienda al encuentro de Leo, al que no le dio tiempo de bajar de la camioneta, cuando lo abrazó con fuerza y le dio un beso apasionado. Leo agradeció feliz la recepción y la compensó con otro beso muy tierno. Terminó de bajar del vehículo y caminó de la mano junto a ella al interior de la casa. Pierina lo invitó a pasar a la cocina, tenía lista la cafetera caliente. Leo, la observaba mientras hablaba de cosas variadas y servía las tazas de cafés sobre la mesada. La encontraba espléndida, con unos jeans ajustados y con puntilla en los bolsillos traseros y delanteros, un detalle que lo veía muy femenino, un saco de lana de tonalidades rosas y una camisa delicada, blanca con motivos rosas también. Su pelo suelto y voluminoso como nunca, brillaba al sol que entraba por el ventanal, sus ojos hermosos y su rostro de ángel, con esos gestos y mohines que fascinaban a Leo. Ella acercó las tazas a la mesa de desayuno que separaba la cocina de la mesa diaria y los armarios. Seguía hablando de su día, se mostraba contenta, feliz, como si ayer no hubiera terminado con su matrimonio. Al menos, él esperaba encontrarla algo afligida, pero no fue así; se alegro y se animó a interrumpir su platica abruptamente. -Te ves hermosísima. Ella se ruborizó y luego de un rato y sin mirarlo, le agradeció la deferencia. -No te sonrojes, es cierto.- le respondió él tomándola de las manos. -¿Estas tratando de seducirme? -Así es. No me dejás alternativa. Sos tan linda que quiero seducirte. -Aún es temprano, el día nos espera. Y ella se zafó de sus manos y tomó su taza nerviosamente. Leo supo que no había hecho nada malo, pero igual se sintió incómodo, como si lo hubiera hecho. No quiso apurar las cosas, al menos creía que no lo hacía. No supo como continuar una conversación, pero ella continuó con sus relatos que solo eran para dejar pasar el tiempo. Leo volvió a interrumpirla. -¿Qué te parece si salimos a pasear por ahí?. -¿Te parece?.. Hace mucho frío y parece que va a llover de nuevo. -Vamos. No nos quedaremos encerrado todo el día aquí; ¿no?. -¿Y a dónde?... No me quiero congelar en Plaza Moreno. -Iremos a recorrer la ciudad. -¿Por la ciudad? -Sí, ¿por qué no?. Tal vez encontremos algo distinto. Además, quisiera darle una última mirada antes de irme. -¡Ay!... Lo decís como si nunca más volvieras a regresar. Leo disimuló todo lo que pudo lo que provocó la oración en él. De todas formas, algo había notado Pierina Temió preguntar si algo le molestó, entonces solo le respondió afirmativamente la invitación. Solo le pidió que aguardara a que se arreglara un poco más y recoger algunas cosas para el paseo. Así, llegaron a los bosques y lagos de La Plata, caminaron, conversaron, rieron, en una tarde de novios que si no fuera porque no se besaban aún ni se tomaban las manos, sería prefecto. Sentados en el césped, se quedaron contemplando la tarde aplomada alejados del ruidoso tránsito de las avenidas. Algunas personas trotaban alrededor del lago. Los adolescentes iban de aquí para allá. Parejas de enamorados conversaban, tomaban mates y de vez en cuando, un beso juntaba sus labios. Leo miraba todo ello y pensaba a la vez que en otras circunstancias tomaría la iniciativa, sabría que hacer. Pero no era una circunstancia normal, sin embargo, se preguntaba que podía hacer. Parecía que a Pierina se le había pasado el encanto del fin de semana, comenzó a actuar fría, distante. Notaba que sus gestos y conversaciones hacia él eran forzados, sin esa espontaneidad que le reconocía; y aunque la veía hermosa, no podía encontrar el brillo en sus ojos ni en su sonrisa como en los días pasados. -¿Te ocurre algo?- se animó a preguntarle Leo. -No, nada, estoy bien. -¿Querés volver a la casa?. No tengo inconvenientes. -No, de ninguna manera. ¿Por qué me lo preguntás?. Me encuentro a gusto. -Pues, no te veo con ánimos. -No... Nada que ver. Será que no descansé bien anoche y me levanté temprano a llevar a las niñas al colegio, llegar a la casa de Laura, pero nada grave.- y ensayó una sonrisa para Leo. -Das vueltas como todas las mujeres- comentó él riéndose. -¡Eyyy!... ¿Qué tipo de comentario es ese?. Ya te dije que no me sucede nada, debes ser vos. No empieces con tus perspectivas de hombre experimentado conmigo. .De acuerdo. Vayámonos por calle 51 hasta el centro y nos sentamos a tomar algo. Así lo hicieron. Durante el trayecto, pocas palabras se cruzaron, luego apresuraron el paso cuando comenzó a lloviznar. Cada tanto, Leo la miraba y descubrió ahora que hasta tenía cara de fastidio. Se le venían momentos duros, pensó. Se sentaron en un café de la esquina de la calle nueve y cuarenta y siete. La lluvia, afuera, arreció con vehemencia mientras ellos bebían sendos cafés irlandeses. Leo observaba que ella perdía su mirada a través del ventanal. -Nunca me ha dejado de agradar la lluvia- comentó él Ella dejó de mirar por el ventanal y atendió lo que Leo expresaba, pues supo que algo más diría. -Cuando era chico, le temía a las tormentas fuertes, me tapaba los oídos luego de la luz del relámpago. Pero cuando cesaban los truenos, me agradaba escuchar el goteo melódico en la madrugada. Me envolvía con las mantas en la cama y me sentía protegido. Un día, mi padre se engripó luego de haberse mojado por la lluvia y protesté contra ella, por haber enfermado a mi papá. Pero él me dijo, para tranquilizarme, que quiso mojarse porque al él también le gustaba la lluvia. Me dijo; “¿Sabés que lindo se siente, abrir los brazos y levantar la cabeza debajo de la lluvia?. Bien vale un resfriado”. La lluvia siempre tiene dos caras, la que riega los campos y la que inunda a los pueblos y arrasan con todo. Puede deponer la tierra y hacer caer un puente y a la vez, producir un charquito para que los niños jueguen en él. Me causa gracia la gente cuando corre debajo de la lluvia para no mojarse, como si no lo hiciera metros adelante... Me gusta cuando llueve, me da la sensación que purifica, que se lleva lo sucio... Es algo mágico. Pierina se le quedó viendo, sus ojos cambiaron, volvieron los brillos en ellos, sintió que su piel se erizaba. -Simplemente esta lloviendo... y lo convertís en algo mágico. ¿Cómo haces?. -Ya es mágico, solo lo tomo como es, tan simple y complejo. La lluvia y yo somos del mismo sitio, de la naturaleza; en algo somos iguales y diferentes para poder convivir. Sos mi inspiración, Pierina... Me siento a gusto con vos... me siento feliz. Siempre me he sentido así al lado tuyo. Leo la miró fijamente pero ella bajó su vista y se quedó un momento sin decirle nada. -No me quiero enamorar de vos- le dijo a Leo- Te estas por ir, yo comienzo una nueva vida separada, estoy con un cagazo de aquellos. Tengo miedo a equivocarme de nuevo, pero ya di el paso y sea lo que sea, es mi paso, como vos dijiste. -Lo sé... Te entiendo. Ella no pudo contener las lágrimas, Leo dejó que se calmara sin decir nada. En silencio, terminaron sus respectivos cafés y se quedaron así hasta que él pidió la cuenta a la moza. Salieron a la puerta del bar y se quedaron bajo el alero. La lluvia no dejaba de caer fuerte. -Tal vez deberíamos tomar un taxi- propuso ella. Leo no le respondió, miraba hacia las nubes. -¿Escuchaste lo que dije?- le reiteró Pierina. Leo no la atendía, sino que caminó hasta quedar bajo la lluvia en la esquina, dejó que miles de gotas se deslizaran por su rostro. Ella le gritaba que saliera de ahí, que se enfermaría, pero él continuaba empapándose y mirando hacia el cielo. Abrió los brazos, los extendió tanto como pudo, como queriendo darle un abrazo a la lluvia toda, al cielo mismo. En esa misma posición, dirigió la mirada a Pierina que permanecía bajo el alero. Ella, dudó, no sabía que contestarle o hacer, le decía una y otra vez que estaba loco, pero se reía, comenzó a reírse mucho. Desitió de su formalidad, se dio permiso de ser libre y fue corriendo a los brazos de Leo. De inmediato, ambos estaban completamente empapados, ante las miradas atónitas de los transeúntes. Se dieron el primer beso en la tarde, tan largo y apasionado. Las gotas ya no eran sentidas por ellos. Pierina sintió que había dejado de llover en su alma. Capítulo XXXVI Pierina bajó al living luego de darse una ducha caliente y se dirigió a la cocina donde estaba Leo cocinando un lomo a la crema. Ella aduló el aroma que cautivaba la atmósfera y auguraba un exquisito plato para cenar. Leo, sirvió dos copas de vino tinto y le acercó uno a ella. Ahora Pierina, estaba mas suelta, mas distendida, hasta su indumentaria suelta y holgada, demostraba más confianza y entregándose a la intimidad. Leo admiraba su pelo suelto aún mojado por el baño. Un suéter que le quedaba grande pero la mostraba sexy y elegante, sus vaqueros desteñidos y ajustados que definían sus piernas firmes y descalza, como una sensual invitación a una noche hermosa. -No te vayas a pescar un resfriado andando descalza.- le advirtió Leo. -Si con la lluvia no me pasa nada, que va. Además, necesito distender los pies; caminamos mucho hoy. Leo seguía la conversación mientras atendía las ollas y sartenes que contenían el preparado de esa esperada cena. -¿A que hora salís para el sur?. -A las cuatro o cuatro y media de la madrugada, más o menos. -¡Uyyy!. Hay mucho frío a esa hora. ¿Por qué tan temprano?. -Viajando bien, llego a la noche allá y sin ser demasiado tarde. -¿Ya tenés el hotel reservado?. -Tengo donde parar, así es. -¿Cómo me dijiste que se llamaba el lugar? Leo estaba de espalda, revolviendo en la olla, un pequeño gesto de resignación, pasó por su rostro. -Verdelejos. -Aja... Luego lo buscaré en el mapa. No te olvidés de enviarme fotos. -No, claro que no lo olvidaré. -Te dejaré anotado mi dirección de correo para que me escribas. -Me parece bien. -Dejame el tuyo, por favor. -Luego te lo envío, es que me borré del que tenía. Andaba cuando quería. -¿Tenés todo preparado? -Sí, todo. -Te voy a extrañar. Leo se volvió a ella, se enterneció ante su dicho, le sonrió y le contestó: -Yo también... no te imaginas cuanto. Cenaron y se dieron una extensa charla de variado contenido. Pierina se mostraba feliz de esa velada y hasta le contó cosas que ni siquiera a su amiga Laura le había contado. Leo compartió otras cosas con ella y el placer de la mesa no los abandonó en toda la noche, entre risas y miradas profundas. Por momentos, Leo no prestaba tanta atención a lo que Pierina relataba, sino más bien a sus gestos, su mohines, su voz dulce y pausada, su risa desde el fondo de la panza, con tanta alegría, el movimiento de sus hermosas manos y esos ojos que no dejaban de moverse y describir a la vida misma . Luego, pasaron a la sala. Leo encendió la leña del hogar y Pierina sirvió dos copas de coñac sobre la mesa ratona frente al sofá. Se sentaron juntos, pegados. Ella recogió sus piernas sobre los almohadones y sorbió de su copa. Leo hizo lo mismo y pasó su brazo por detrás de Pierina apoyándolo en el respaldo. Luego de estar un rato si decir ni hacer nada; Pierina, lentamente le tomó la mano a Leo, puso su palma hacia arriba y con un dedo comenzó a explorarlo, estudiando cada centímetro, dibujando sobre sus líneas y continuando sobre la extensión de cada dedo. -Me encantan tus manos- le dijo ella. -Las tuyas son tan hermosas, tan femeninas. Tenés una piel exquisita. -Pero vos tenés las líneas de las palmas más largas, eso significa que vas a vivir más que yo- se rió Pierina. Leonardo sonrió mientras un cosquilleo lo invadía. Luego ella cerró el puño de él lenta y suavemente, con una caricia en cada movimiento. -Quería darte las gracias por estos días maravillosos. -No podían haberlos sido sin vos, Pieri. -En serio; la he pasado muy pero muy bien. Gracias. -No tenés de que. Gracias a vos por compartirlos conmigo. Pierina se quedó callada un largo tiempo, estaba juntando fuerzas para lo que iba a decirle. -¿Por qué te vas? Leo recibió esa pregunta muy hondo. Aún sentía que ni siquiera él estaba seguro del porque. -Creo que tengo que terminar lo que inicié. Hay un final para todo y tengo que darme el mío para cerrar lo que he hecho en toda mi vida. -¿Cómo una especie de “ordenar la casita”? -Algo así. Ella dejó escapar una pequeña risa mientras seguía acariciando la mano de Leo. -Después me decís a mí que doy vueltas. -Ja, ja,.. No, ya no creo que des vueltas. -¿Creés que la mayoría de las mujeres somos así? -No lo sé. Creo que lo hacen más bien por estrategia. -Quisiera que te quedaras. -Me quedaré la noche entera si querés. -No me refiero a esta noche solamente... Sé que no vas a volver. Él, apretó su mano con fuerza, no contestó a su dicho, pero en sus ojos se leían las respuestas. -Tal vez... Seas vos quien vaya un día allá.- le salió a él responde -Sí.- le respondió ella con titubeo. De pronto, soltó la mano de Leo y se levantó del sofá, dio una vuelta por la sala y se puso a acomodar nerviosamente el sitio. Se detuvo, se puso de espaldas a Leo y se quedó ahí parada, apoyándose en una silla. Él supo que estaba llorando, sintió su sollozo despacio. Iba a decirle algo, pero no lo hizo, se quedó sentado hasta que se incorporó, fue hasta su mochila, sacó un disco compacto y se dirigió al armario donde se encontraba el estéreo. Colocó el disco y luego comenzó a fluir la melodía. Trisha Yearwood, cantaba una vez más “How Do I”. Leo fue a su lado, la dio vuelta hacía él tomándola de un brazo y delicadamente buscó sus manos para que se entrelazaran en él. Se movió de manera de invitarla a la danza lenta y suave. Era la canción de ellos. Pierina se dejó llevar, se abrazaron, ella puso su cabeza en el pecho de él; él le respondió con su brazo a su cintura y bailaron por la sala, llevados por la melodía, por el amor. Pierna alzó su mirada, con los ojos aún humedecidos, directos a los de él. -¡Te amo!... ¡Te amo!. Leo sintió que sus piernas no lo iban a sostener; una felicidad nunca antes experimentada lo recorrió por completo. Nunca había creído que esa palabra le calaría tan hondo como no podía imaginarse. Muchísimas sensaciones se apoderaron de su cuerpo, la piel, la mente.. Le respondió. -¡Yo te amo... Pierina!...y te amaré en cada vida que tengamos... Solo Dios sabe lo que te amo. Sus bocas se exploraron con pasión y una salvaje devoción. Las lenguas se confundían, se fusionaban sus pieles al son de la melodía de Trisha. La noche cerraba su sello de amor y les regalaba su compañía, su complicidad. Hicieron el amor por toda la casa hasta terminar en el dormitorio. Ahí lo hicieron una y mil veces, de todas maneras, recorriéndose una y otra vez, en un festival de caricias, gemidos y amor hasta que sus almas se fundieron en una sola. El aroma sexual invadía el cuarto, cada gota de sudor era bebido como el mejor de los vinos, cada beso era tatuado a fuego sobre la piel. No había cansancio, solo deseo, solo alegría, solo amor.. Capítulo XXXV Pierina apoyó su espalda sobre el pecho de Leo, acostados en la cama. Él, acariciaba el hombro de ella. -Te quiero mucho, mi amor- le dijo ella con voz entrecortada. -Y yo a vos, mi cielo... Toda mi vida te he esperado. Por un momento creí que no te encontraría, pero estas aquí, ahora. Sos mi alma gemela, esa que siempre se busca entre la gente y solo esta allí, donde la espera, donde espera por su otra parte. -Nunca sentí tanto amor como ahora. Nunca creí sentirme así. ¿Qué me hacés?¿Qué me das para sentir todo esto?. -Nada que vos no tengas, solo vuelve lo que me dás, mi vida. -Quiero ir a Verdelejos. Voy a ahorrar para ir y encontrarte. Leo se sonrió, podía sentir al fin el amor de esa mujer, del amor de su vida. Quiso llorar de alegría, pero se abstuvo. -Estarás conmigo, mi amor, te lo prometo... Estarás conmigo. -¿Qué hora es? Leo miró el reloj sobre la mesa de luz. -Las dos de la mañana, pasadas. -No quiero dormirme, amor. No me dejes dormir. -No, mi vida, no... no dejaré. Leo miraba por la ventana de la habitación, su mirada se perdía entre los árboles. Supo que la madrugada estaba fría, pero húmeda, pensó que nunca nevó en La Plata por la humedad que producía la cercanía del Río de La Plata. Se sonrió. Se dio vuelta y contempló a Pierina dormida placidamente, se acercó a ella con cuidado y observó su rostro de ángel, el precioso rostro de una mujer luego de hacer el amor, el hermoso rostro de una mujer enamorada. Acercó una silla y se sentó apoyando su pecho contra el respaldo, siguió observándola con suma ternura. -Que raro parece el tiempo entre los dos, aún tengo recuerdos de ambos, por ambos...¿Te acordás cuando me regalaste la cámara de fotos para mi cumpleaños?... Me dijiste que era para cuando viajara al sur por última vez solo y fotografiara mi alma de soltero –se sonrió- El día antes de mi partida, me compraste el mapa rutero... Supongo que fue lo último que vi en vida; jejejeje, que ironía. Recuerdo la noche que me internaron por una peritonitis, te quedaste toda la noche al lado de mi cama cuidándome, o cuando fuimos aquella vez a la playa y paseamos por la costa al amanecer. Siempre te gustó el sol en el alba. Una cosa no cambió... Te conocí en la librería donde siempre trabajaste. Iba con la intención de comprarme un libro y terminé adquiriendo un disco porque me gustó un tema que escuché cuando entré al local. Vos me dijiste: “Me encanta ese tema, no sé quien lo canta pero es hermoso”. Me comentaste que no sabías ingles y yo entonces te expliqué de que se trataba la canción y que cuenta de una chica que se pregunta como haría para vivir sin su amor que había partido... ¿Sabés?, me encantaría hacer una canción que cuente que se puede vivir de todas maneras porque el amor no muere jamás... La gente buena no muere nunca... y los enamorados tampoco. El sonido de un celular, alteró su atención. Provenía de abajo, de la sala de estar. Bajó rápidamente, buscó su campera y extrajo el teléfono. -¡Hola!... ¿Ángel?. -No... Alguien que quiere felicitarte personalmente. Ni yo lo hubiera hecho mejor. ¡Felicidades, hijo!. Leo se quedó absorto, no podía creer quien le hablaba, pues le reconoció de inmediato. -¡Mi Dios!. -Exacto... Soy yo. -No, no... Digo, mi dios, como una expresión... como... pero... Claro, claro, de todas maneras sos vos, ¿quién otro?. -Excelente Leo. Sabía que lo lograrías. Te dije, solo tenías que creer en vos, muchacho. -Gracias... No sé que decir. -No digas nada, solo disfrútalo. -Pero debería decir algo, de todas formas. -¿Qué querés decir?. -No sé... Se supone que uno dice. “Gracias a Dios” y todas esas cosas; prende velas, se arrodilla, hace una oración, se va caminando a Luján. etcétera. -Humm.. No te veo haciendo algo de esas cosas. .Bueno, puedo empezar... -No hace falta, mi hijo. Yo te quiero tal como sos y ni un solo cambio quiero en vos. Le temblaba la mano que sostenía el celular, todo su cuerpo acompañaba el movimiento involuntario. Sentía una mezcla de alegría, pudor, ansiedad y hasta algo de pena. -Es que es la primera vez que escucho tu voz. -Lo sé y pronto nos conoceremos personalmente... Bahh, una mera formalidad. -Me siento honrado.. ¿Puedo hacerte una pregunta? -Adelante. -¿Sos... como dicen? ¿Con barba blanca y larga y todo eso?. Él se rió ante la pregunta de Leo. -¡Ay!... Me imaginan de tantas formas. Siempre me causó gracia como me ven en el occidente. No solo como decís vos; asumen que soy blanco, caucásico, algo parecido. -¿Sos negro? -Para algunas tribus en África sí. Como para los orientales soy un obeso con los ojos rasgados y me llaman Buda, o como los musulmanes que me creen árabe. Dibujan a mi hijo de tez blanca y ojos celeste. No piensan que nació en Israel, que es semita. -Si es cierto... ¿Pero como sos entonces? -Ya lo vas a ver, no tanta impaciencia, che. -Bueno, será lo de menos, porque tengo una serie de preguntas más importante que hacerte. Quiero conversar de varias cosas con vos, de hombre a hombre. -Ja, también me causa gracia eso. -¿Qué te vaya a hacer preguntas? -No, que todos asuman que soy un hombre. Leo se quedó mudo. -No te sorprendas, cada quién me ve o me siente como le plazca. Tienen libre albedrío; no te olvides -Padre... -Decime, Hijo. -¿Que sucederá con Pierina? -Ella es una mujer fuerte que ha abierto su corazón y su mente. No te preocupes, le irá muy bien y será muy feliz; estarás al tanto. -¿Con mi familia y amigos?.. Pienso en mi madre, el dolor que le causará todo esto. -¿Sabés, hijo?... Es parte de lo inevitable, lo que no se comprende a simple vista, pero el tiempo lo adecua. Todo se arregla, Leo, todo se arregla. Donde irás, es también para que ellos estén un día y puedas compartir toda la eternidad. Las perspectivas cambian, te lo aseguro, ya no vas a medir las cosas como aquí. Y después de todo, querido Leo, la vida no se termina, solo cambia de lugar, se abre camino. Como dice tu madre... La gente buena no se muere nunca. Están conmigo y yo... con ustedes. Leo miró el reloj en la pared, sabía que era tiempo. -Padre... -Sí, Leo, decime. -Gracias... -De nada hijo, vos lo hiciste solito. -Quiero decir que... Gracias por la vida que me diste... Lo bueno y lo malo. Porque pude aprender hasta del dolor y me dejaste disfrutar las cosas más bellas, más hermosas... Una vez quise terminar con mi vida, ¿Recordás?... pero por lo visto, no me dejaste hacerlo. -No, Leo. Vos no dejaste que sucediera, tal vez no te diste cuenta en aquel momento, pero te aferraste a la vida. Hay algo que creíste más que nada, mas que vos mismo, más que a mí. Creíste en el amor. Él jamás te abandonó. El amor será muchas cosas para ustedes, pero es el mejor agradecido que conozco. -Te insulté demasiado en mi vida... Pero te quiero mucho. -Y aunque me hayas podrido a veces con tus reclamos... Te amo, mi hijo, estoy muy orgulloso de vos. -Sí; de todos modos, tengo muchas preguntas por hacerte y voy a exponer mis reclamos y mis desacuerdos. Espero que tengas convincentes fundamentos para convencerme de algunas cositas que pasaron por este mundo. -No esperaba otra cosa de tu sublime y hermosa terquedad. -Bien... En fin.. o en principio. Nos vemos en un rato, Padre. -Sí, ya ve... Vestite antes. Aún estas en el mundo formalmente y no creo que te dejen andar en calzoncillos a las cinco de la mañana por la calle y más con el frío que hace. Leo lo saludó por última vez y salió velozmente al cuarto para cambiarse. ****** Se miró al espejo, acomodó su pelo con las manos y ajustó su campera. Miró sus cosas sobre el tocador. Todos esos objetos los había llevado consigo en el viaje, de alguna manera, retornarían a la familia luego. Solo quedó un objeto que no había llevado.. El celular celestial. Había llevado el de él, que se había quedado luego sin baterías.. Lo tomó, lo estudió cuidadosamente y se preguntó si una vez cumplido su cometido, desaparecería. No creyó que eso sucediera, así que lo llevó y lo depositó en la mesa de noche, al lado de Pierina. Quiso dejárselo, como un recuerdo. Pensó que a Dios no le molestaría. Acercó nuevamente la silla y se sentó cerca de ella, que seguía durmiendo con ese rostro que enamoraba a Leo. No quería dejar de verla. Se le cruzó despertarla pero no pudo, no le parecía justo. Entonces le habló en voz baja, en un dulce susurro. -Tendrás una vida hermosa, mi cielo, llenos de nietos, tendrás un amor, alguien que te cuide y respete. No sabes cuanto te amo, mi corazón. Nunca te dejaré, siempre estaré a tu lado... Te voy a echar de menos, pero también te estaré esperando. Creo que todo cuanto hice, ha sido para llegar a vos. Como cuando con los chicos en la guerra soñábamos con llegar a casa, pelábamos por ello. Yo lo hice... llegué a mi casa, porque vos sos mi casa, cielo. Te agradezco todo cuanto me has dado, todo cuanto me has hecho sentir. Te dejo mi alma, lo que soy, te dejo mi amor... Te amo, no lo olvides... Y si hay otra vida en este mundo, solo esperáme porque te estaré buscando para amrte una y otra vez... Te amo, Pierina, te amo... mi amor. Se levantó y despacio, salió del cuarto, sin antes, mirarla por última vez y decirle un... hasta pronto. Capítulo XXXVIII Caminaba por el medio de la calle, con sus manos en los bolsillo de la campera. A medida que caminaba, se sentía mejor, dejando los recuerdos y llevándose consigo un sabor a victoria. Pero no podía evitar parar en cada sitio que le resultaba familiar, donde alguna vez había pasado algo que le quedó grabado. En su andar, pasó por la casa de Lorena y su hijo, se detuvo a contemplarla, imaginó abrir sus corazón para llevárselos en su interior. Pasó por la iglesia. Se quedó un instante frente al edificio, le deseó al padre Héctor lo mejor para el resto de su vida y que le llevaría sus saludos a Mirta, su querido amor en Verdelejos. Pasó por los bosques de atrás de la capilla, allí donde compartieron con Héctor, interesantes pláticas y hermosas noches de asado y vino. Se extació con el aroma de los árboles, la dulce fragancia de Mirta. Llegó a su casa, se quedó apoyado en un árbol del otro lado de la calle observando la linda casa que con tanto esfuerzo habían hecho sus padres. Luego de años de penurias, de pasar hambre... lo habían logrado. Pensó en como era la vida a veces, tan cambiante, grata, egoísta, injusta, compañera, alegre, desatenta, plena, oscura, traviesa, traicionera, jubilosa, tormentosa, llena de penas y alegrías, pero era vida, vida en toda su extensión. Vivir la vida a pleno, vivirla toda, cada día, cada minuto sin pensar en el que viene. Su familia se dedicó a vivirla, cada cosa que lograron eran de ellos, nadie podía decirles lo contrario. Leo se inquietó al ver la luz del garaje que se encendía. Se quedó expectante y luego vio a alguien que surgía de allí, levantando la puerta. Afinó la vista para ver de quien se trataba, pues era un hombre y no era su papá. Cuando supo de quien se trataba, se infló su pecho y mantuvo el alineto, no salía de su sorpresa, no lo había imaginado nunca. Comenzó a cruzar la calle para acercársele. A quien estaba viendo era a él mismo. Como en esa misma madrugada en que salía hacia San Martín de los Andes. Se dio cuenta que estaba vistiendo de la misma manera. También, supo que no lo veía, al menos no se percató de su misma presencia. Observaba como entraba y salía de la vivienda, trayendo bolsos y subiéndolas a la camioneta. Se río cuando se vio prender un cigarrillo. -No tiene sentido que te diga que dejes de fumar, amigo. El tiempo se había detenido, o atrasado. O esos pequeños milagros que solo están para sentirlos y no analizarlos. La escena le produjo ternura a sí mismo. Se miraba hasta con un dejo de tristeza; era más fuerte que un espejo, nunca antes se había visto así con toda su vida incluida. Tomó la verdadera dimensión de quien era, la consecuencia de todos sus actos, todos sus afectos y toda una vida vivida como él solo pudo haberlo hecho. Hasta se vio más viejo de lo que creía y se sintió orgulloso de ello. Su rostro no denostaba el paso del tiempo sino la vida vivida. Siguió viendo los preparativos que él mismo hacía. Se vio ascender al vehículo y encender el motor. -Te estas olvidando el celular.- se señaló Bajó de la camioneta y entró a la casa. Al rato salió con el celular en su mano y subió de nuevo. -De todas maneras, te olvidaste el cargador del celular. La camioneta bajó a la calle y puso la trompa con dirección al esperado viaje. Ya en marcha, arrojó la colilla por la ventana y pasó frente al él mismo. La camioneta se alejó y Leo lo siguió con la mirada hasta perderlo de vista. -Que tengas un hermoso viaje, compañero- dijo simplemente. ***** Llegó a la plaza Moreno, algún que otro auto circulaba a esa hora de la madrugada. Leo se sentó en la misma banca de siempre, donde cada vez que iba allí desataba sus cosas del alma y lo desparramaba en silencio al viento. Disfrutó una vez más de su lugar, de ese sitió que fue testigo de tantos pasajes de su vida. No podía describirse el momento, pero por primera vez desde su regreso sintió frío. Solo sentía, dejaba que las sensaciones se apoderaran de él. Elevó la vista a la noche y miró las estrellas, luego miraba de un lado al otro y sus manos comenzaron a temblar. Se hablaba a si mismo dándose ánimo, diciéndose que era solo un paso y que sería maravilloso. Un perro callejero se acercó a él. Leo lo observaba, el perro le puso la cabeza para que le hciera caricias y luego estiró el cuello para más cosquillas. -¿A vos también te llegó tu hora o estás usando tu sexto sentido?... Sea como sea, sí que sos el mejor amigo del hombre. Si volvieras a nacer ¿qué eligirias ser?... ¿Podría convertirte en humano?...¿Alguna vez lo fuiste?. ¿Sabés?... Una vez leí en alguna parte sobre eso de las reencarnaciones. Dicen que uno es espíritu al principio y llegás a la tierra a aprender. A veces lo hacés bien y otras mal. Cuando haces algo malo, te vuelven a mandar a otra vida para que corrijas eso y te hacen pasar penurias, o cuando sos haragán, por ahí te devuelven para que seas burro de carga- se rió- Un alma vuelve tantas veces sea necesario y en cada vida se vuelve mejor, hasta que solo entiende que se trataba todo de amor, de sentirlo, de que fluya en uno. Enotnces ya no tenés que volver a la tierra, sino que ya te quedás en Verdelejos. Eso no decía la nota que leí, lo agregué yo. Pero creo que de eso se trata, del amor... Todo se vuelve amor con el tiempo.- relataba con voz pausada mientras acariciaba el lomo del perro- Como muchos, siempre me pregunté por qué tanto dolor en el mundo, y tal vez nuestra conciencia en la vida presente no lo sepa y trate de razonarlo, de encontrarle una explicación; pero nuestra alma lo sabe y aunque le duela aprende, sabe que tiene que pasar por ciertas cosas porque es la manera de poder ser luz... y la manera es el amor. Si un alma lastima a otra, deberá repararla de alguna manera. Deberá superar su ego, las formas que adquiere en nuestras culturas mil veces creerá que está en el camino del amor, pero el camino es uno solo... el de la humildad... Comenzás a ganarte el boleto a Verdelejos cuando admitís que te equivocaste, que heriste, que no dejaste que el amor fuera... A veces se puede reparar en una sola vida esas cosas, otras te dan una prolongación como a mi... Leo recorrió la plaza con la mirada, sus ojos brillaron y un nudo se le hizo en la garganta. -Creo, amigo, que no volveré a esta plaza. Acarició la cabeza del perro mientras éste lo miraba fijo con ojos tiernos. -Yo también te amo amigo- le dijo al perro. En un momento, algo fuerte lo sacudió, lo estremeció, pero no lo asustó, solo era ansiedad y la inequívoca señal... que llegó la hora de partir. Se incorporó y tomó una buena bocanada de aire. Volvió a repasar la plaza, pensó en que debía mover las piernas para caminar. Lo hizo de a poco. -Gracias... Gracias de verdad... Gracias por la vida. Un pequeño copo de nieve cayó sobre su hombro derecho. Sobre su rostro, cayó otro también pequeño. Caminó hacia el centro de la plaza y el perro lo siguió. Cada paso era un crecer de su ansiedad, pero en la misma proporción, se llenaba su corazón de felicidad. Su rostro expresaba tanta alegría. Y la nieve comenzó a caer con más intensidad. Leo adelantaba la palma de la mano para atrapar los copos. No podía creerlo ¡Nevaba en La Plata!. Se sentía como un niño, reía, se regocijaba, y la nieve caía cada vez más. Las copas de los tilos, se cubrían de nieve, las bancas, los pasillos, hasta el perro, todo se ponía blanco. Leonardo llegó al centro de la plaza, elevó su rostro al cielo, dejó que la nieve cubriera su cara; se volvió para ver al amigo que lo acompañó en la despedida. -Nunca dejé que viniera alguien a despedirme porque no me gustaban las despedidas... Justo ahora estás vos- se sonrió- ¿Tendrás nombre?... Te voy a llamar de alguna manera... Te llamo Leo, como yo... Sí... es bueno eso... Dejo mi legado al mundo y un perro también. El perrito movía la cola como alegrándose de su bautismo. Leo se agachó para abrazarlo lo saludó por últmia vez. Se incorporó, volvió a dejar que la nieve lo acaricie, extendió sus brazos y una luz blanca, intensa como un sol radiante, inundó el sitio. -¡Los amo!- dijo con emoción- La brillante luz confundía a la nieve, lo baño a Leo, su silueta comenzaba a fundirse con la intensidad. Luego de un tiempo, la luz comenzó a ceder, la nieve también, se derritió y se escurrió de inmediato, los árboles volvieron a su estado normal y la luz se apagó definitivamente. Leo... ya no estaba en la plaza. El perro se quedó allí un buen rato inmóvil, luego dio un rodeo y se acostó en el centro de la plaza, de vez en cuando miraba al cielo hasta que se durmió... Ahora era el guardián de la plaza. ***** Pierina abrió los ojos, permaneció acostada en la cama. Una lágrima rodó por su mejilla. -Té amo, Leo... Hasta pronto, mi cielo. Capítulo XXXIX El viejo Ángel, permanecía de pie a lo alto de una enorme escalinata, frente a él y al pie de aquella, miles de personas bailaban y se divertían. Él también se sonreía ante semejante fiesta. Los fuegos artificiales, surcaban el cielo de un anochecer espléndido, tan mágico e increíble que solo en Verdelejos podía verse. Un enorme patio con columnas de mármoles finamente talladas a su alrededor, era cubierto por largas mesas con un sin fin de variedad de manjares. Todos, absolutamente todos, se divertían a destajo; grandes y chicos y hasta perros y gatos jugueteaban en los amplios jardines adornados de bellísimas rosas y jazmines. Ángel, miró a sus espaldas. Detrás, Había un puente inmenso que por debajo cruzaba un río esmeralda donde danzaba la silueta de una luna transparente y hermosa. Del otro lado del puente, una figura comenzó a aparecer. Ángel se sonrió. Leonardo cruzaba el puente, admirando las luces de los fuegos de artificio que resplandecían en la hermosa noche que nacía en Verdelejos.. Empezó a advertir la muchedumbre ruidosa del otro lado del puente y adivinó la figura de Ángel en el extremo. También sonrió. Se detuvo frente al viejo, su amigo. Le tendió la mano y Ángel lo aferró fuertemente con la suya, lo atrajo hacia él y le dio un abrazo emocionante. -Lo lograste, muchacho... Lo lograste. -Mucho tuviste que ver, Ángel... Gracias, amigo. Mientras el abrazo continuaba, Leo veía por sobre el hombro del negro, a la muchedumbre que comenzaba a agolparse hacia ellos. Miles de serpentinas y papelitos volaban por los aires, los gritos de vivas, los aplausos, silbatos y banderines que flameaban en cientos de miles de brazos. Los fuegos se intensificaban, y advirtió muchos carteles con su nombre dándole la bienvenida al paraíso. La multitud lo saludaba eufórica, feliz. -¿Pero, qué es todo esto?- dijo con grata sorpresa Leo. -Tu bienvenida, amigo... Te dije que cuando un gran ser ingresa al paraíso, los festejos son inmensos. Ambos se quedaron de frente a la multitud observando. Leo estaba visiblemente emocionado. Alzó su brazo para saludar y el gentío estallaba de alegría, los aplausos se multiplicaban sonoramente. Todo era una fiesta, su fiesta. Leo secó una lágrima que se le escurría en su mejilla. -Creí que aquí ya no se lloraba. -Solo se hace de alegría, es lo único que existe. -No esperaba semejante recepción Una mujer negra, al pié de la escalinata, lo saludaba fervorosamente abrazados a un muchacho. Leo le respondió de la misma manera. -¿Ella es tu esposa Raquel? -Y nuestro hijo. Leo continuó recorriendo los rostros tratando de reconocer alguno, pero era imposible entre tanta gente y tanto bullicio. Divisó a un par de parejas de ancianos que llevaban un cartel que decía: “BIENVENIDO QUERIDO NIETO”. Leo se quedó absorto, no podía creer de quienes se trataban. -¿Acaso, ellos son mis abuelos?. -Así es. Ellos organizaron gran parte de los festejos. -Por Dios... Nunca los había visto... ¡Tengo abuelos, Ángel!- exclamó como un chico emocionado. El viejo, notaba que la felicidad embargaba a Leo, pero no se preocupó. No le daría un infarto, de seguro. Se sintió igualmente feliz por su alegría. -Allí, donde ves el gran patio de columnas, te espera mesas inmensas de los manjares que nunca viste. Allí también te espera Él, para darte el abrazo de bienvenida. Leo supo a quien se refería, bendijo el tener las ansiedades intactas, la emoción a flor de piel y sentir que un corazón aún parecía salirse de su interior. Miró a Ángel y le preguntó: -¿Es mujer?. Ángel lo miró extrañado, sin saber si había oído bien. -Esta bien, dejalo así, nada más.- concluyó Leo. Siguió saludando a la gente que no paraba de halagarlo y felicitarlo a viva voz. -Ángel... Quería decirte dos cosas antes de bajar e ir a la mesa con el Jefe. -Claro, decime. -Quería darte las gracias por lo que hiciste por mí... y segundo... Te pido disculpas por haberte insultado un par de veces. Ángel se sonrió y le respondió sin mirarlo. -No tenés que agradecer nada, soy yo el agradecido... Y por lo segundo... Sos un maldito desgraciado hijo de puta. Leo lo miró asombrado. -Que bueno que se puede decir esas cosas aquí. Ya me estaba preocupando saber como mantener mi bocota cerrada. Ángel se echó a reír a carcajadas, Leo lo siguió. El viejo lo invitó a bajar hacia el encuentro con Dios.. Leo tomó alientos, lo miró y le dijo. -Bien.. Al fin y al cabo.... se trata de la vida. Bajó los escalones y cruzó lentamente entre la muchedumbre que lo abrazaba, le daba las manos y lo recibía en su hogar, el hogar de todos. Allí iba, luego de una vida, luego de un camino de buenas y malas. Leo había llegado a Verdelejos, llegó a casa... llegó a Dios. Capítulo XL Héctor cerró el cuadernito de tapas de cuero verde y lo depositó delicadamente sobre el escritorio. Se quitó los lentes, se recostó en el sillón y no dejó de mirar aquel librito. Dio un suspiro y se pasó la mano por su frente. Se quedó pensativo un largo rato, acomodando sus ideas, tratando de volver en sí, luego de haberle dado lectura al contenido de ese cuaderno. Lo distrajo un gorrión que golpeó su pico en la ventana. Héctor se levantó de su sillón y fue hacia allí. Abrió la ventana, supo que el pajarito se resguardaba de la lluvia torrencial que no cesó durante todo el día. Apenas tocó al ave con un dedo y éste salió volando hacia un árbol cercano. Él, lo observó y aprovechó a dar una bocanada de aire con la ventana abierta. Gustó del canto de la lluvia, del aire fresco y húmedo. Hizo un ademán afirmativo con su cabeza y expresó una leve sonrisa, asintiendo algún pensamiento en su cabeza. Tocaron a la puerta, el padre dio su permiso al ingreso. Hernán, entró al despacho. -Padre Héctor.. Si no necesita nada más, pensaba retirarme. -Claro, Hernán. No necesito nada más por hoy, andá a descansar. Hernán se despedía pero volvió a sus pasos. -Padre... ¿Ha sido buena la ceremonia? Héctor no contestó de inmediato. Se encogió de hombros y se dirigió a la mesita donde estaba la botella de brandy para servirse una copa. -Sí, Hernán... Fue muy bella y emotiva... Extrañamente bella. -A Dios, Gracias, Padre. Que bueno que haya sido así. -Sí... que bueno. -¿Se encuentra usted bien, Padre? -Claro, Hernán. No te preocupes. Estoy muy bien. Luego de eso, Hernán se despidió definitivamente cerrando la puerta tras él. Héctor le dio un buen sorbo a su copa. La dejó a medio terminar y apagó la lámpara del escritorio. Pensó en encender la chimenea en la planta baja. Así, ordenó cuidadosamente la leña antes de encenderla. Una vez que lo hizo, se aseguró que se mantuviera las llamas. Luego se dirigió a la cocina y puso la tetera al fuego. De a ratos se quedaba estático, y volvía a menear la cabeza afirmativamente y sonreír levemente. Miró hacía nada en especial y dijo simplemente. -Sí.. Sí. Nuevamente, algo lo substrajo de sus pensamientos. El timbre de calle sonó vigorosamente. Miró la hora en su reloj de pulsera y no adivinó quién pudiera ser a esa hora del atardecer. Fue hacia la puerta a atender la llamada y cuando abrió, se asombró de quien era. Del lado de afuera, Pierina permanecía de pie, totalmente empapada. Héctor se apresuró para que ingresara a la sala de estar. -Entrá, entrá. Por Dios, estas toda mojada... Acercate al hogar, está recién prendido el leño. Pierina pasó lentamente e hizo lo que el padre le había recomendado. Aún no decía palabra alguna. -Buscaré, una toalla y alguna prenda que puedas ponerte en lugar de la que tenés mojada. Luego, Pierina se metió al baño para cambiarse y secarse. Salió con unas batas y un suéter que le alcanzó Héctor. -Voy a la cocina a prepararte un té. Justo estaba por hacerme uno. El Padre la invitó a sentarse y se fue a la cocina por el té. Pierna permanecía callada con su mirada perdida en las llamas del hogar. Héctor comenzó una charla desde la cocina. -¿Venís de tu casa, Pierina? -No... caminaba por ahí. -¿Caminabas?¿Con esta lluvia?... ¿Acaso querés enfermarte? -No... Solo quería sentir la libertad- dijo ella casi en voz baja. Héctor llegó con la bandeja y las tazas de té con algunas masitas. -No escuché lo que me dijiste a lo último. Héctor le alcanzó la taza y le arrimó la azucarera. Ella tomó la taza pero aún no lo probaba. -Fue muy bonita la ceremonia.- dijo ella. -Sí, lo fue. -Le agradezco las palabras que enunció, fueron muy lindas. -Gracias, Pierina. No era para menos... Creo que... De alguna manera, él siempre nos inspiró todo lo bueno que sacamos de nuestro interior. -Sí, es cierto. ¿Sabe?... Fue la primera vez que vi a su familia. Que fuerza y que entereza tienen. -Vaya que es así... Es una familia extraordinaria. -No sabía que tuviera tantos amigos. Debí imaginármelo. Con todo y la lluvia, parece que no faltó nadie. -No... Nadie. Nos ha dejado mucho, tanto... que no era para menos, como decís. -Sí... lo vamos a extrañar mucho. Héctor miraba como los ojos de Pierina se perdían en el fondo de su taza. -¿Cómo te sentís?- Pierina suspiró y le contestó al rato: -¡Uf!... En lo que va del día, tuve dos accesos de llanto, por la calle. Me moría de la vergüenza; bajo la lluvia, todos me miraban. Pero solo porque lo extraño, porque no siento tristeza ni bronca, aunque tal vez debiera, no sé. -No es siempre pecado que sientas ira, Pierina, somos humanos. Si debes soltarlo, hacelo y no lo reprimas. -Es que no lo necesito, porque no siento tales cosas. No sé como explicarlo; es... es como paz lo que siento. Tal vez lo que Leo me enseño, me hizo sentir, me hizo vivir. En poco tiempo, en el tiempo que estuve con él que fueron apenas días; pareciera que hubiesen sido años, años felices, años buenos, lleno de amor, de cosas que nunca antes sabía que existían, que nunca sentí. Había algo en sus ojos, algo que quedó en mí para siempre. Pierina fijó la vista en los ojos de Héctor. -Siempre fue franco. Me hablaba de sus enojos, de los enojos con Dios, de lo que le molestaba; era tan rebelde, tan gruñón a veces. Pero me contaba de las cosas que lo alegraba, con tal lujo de detalle que emocionaba escucharlo. Me habló de usted, de lo buen amigo que era para él. Héctor, sonrío levemente. -Él fue un gran amigo para mí. Sinceramente jamás aprendí de alguien tanto como con él. Creí poderle enseñarle más, pero se procuraba sus respuestas, sus conocimientos. En realidad, nunca vi a nadie vivir la vida tan intensamente como él. -Sí, es verdad- asintió ella y se quedaron un instante en silencio. Ella le dio su primer sorbo al té. Héctor le sugirió que lo calentaría nuevamente pues ya estaría tibio, pero ella no quiso que se molestara. -Nunca había andando bajo la lluvia- prosiguió Pierina. Héctor lo miró extrañado sin saber que quiso decir con ello. -Padre. ¿Sintió alguna vez, como resbalan las gotas de lluvia sobre la cara? Él trató de recordar algo así pero no le vino nada a la memoria. -No... sinceramente no. -Él tenía razón. Es como la libertad pura. Lo podés sentir en el rostro, en el alma. Leo decía que nada sería tan bello si no estamos para disfrutarlo. Hay más libertad de lo que uno cree alrededor nuestro y no lo vemos, no lo percibimos; angustiados por la vida diaria, por la rutina. No debiéramos sufrir tanto para darnos cuenta lo que tenemos y lo que podemos perder. -Ya te pareces a Leo. Ella se sonrió. Volvió el silencio a invadir la sala, solo el crispar del leño y el tenue sonido de la lluvia en el exterior irrumpían. -Tengo una sensación que no me puedo quitar- expresó ella. -¿Qué sensación? -No sé como decírselo; pero es como una certeza que me inquieta. -¿Podes definirlo? Ella buscaba las palabras, pero solo encontró una sola forma de decirlo. - Es raro, extraño su presencia pero no su ausencia. Sé, que de alguna manera; Leo sabía que iba a morir. Héctor se inquietó, elevó sus hombros y se irguió en su asiento. -¿Por qué lo decís? -Cada cosa que hizo, cada paso que dio en los últimos días; fue como decía él,... cerrar puertas, dejar todo listo y arreglado. Fue como escribiendo su legado para los que quedamos. Me dio su amor y me amó como nunca nadie en mi vida... El amor fluía entre nosotros. No quiso llevarme a donde iba a ir... a Verdelejos. Lo busqué en el mapa y no está allí. Nadie sabe que existe, ni siquiera en la Internet tiene una simple página. ¿Adónde iba, entonces?. La última noche que estuvo conmigo, recuerdo sentir una paz interior que nunca antes había tenido. Una emoción que nacía desde el estómago y crecía enormemente. Al despertarme en la madrugada y darme vuelta en la cama, él ya no estaba allí, pero escuché, en mi interior, su voz que me decía... “Hasta pronto, mi amor”. Luego... fue como supiera que le había pasado algo... y así fue. Héctor se quedó en silencio un buen rato, reflexionando sobre los comentarios de Pierina. Se disculpó a ella pues se iba a ausentar un instante. En ese ínterin, subió a su despacho y luego bajó raudo con el librito de tapas de cuero verde. Volvió a sentarse en el sofá, se acomodó, se colocó sus lentes de lectura y abrió el librito, buscando una página en especial. -Voy a leerte algo... Dice así: - Héctor aclaró su voz y comenzó su lectura. “Cuando alguien sabe que llega al final de su vida, trata de hacer un balance sobre la misma e intenta enunciarla de la mejor forma. Pero sabe que siempre se queda corto, que mejor fue vivirla que escribirla. Pero ¿Quién puede ponerse en la vida de otro y entenderla, sentirla?. Se me ocurre, entonces, pensar que lo mejor que somos queda escrito en el corazón y en la mente de cada ser que amamos y que nos aman. Solo ellos saben entender, por proximidad, por comprensión, porque son parte de la vida de uno y es la vida misma, no solo parte de ella. Pienso que algún día, mis amigos y mi familia se juntaran para comer y entonces recordarme y cada cual dirá una parte que conocen de mí y unirán los pedazos y me irán descubriendo, se sorprenderán, se reirán, me querrán, me extrañarán y hasta pueden enojarse conmigo. Pero ese seré yo, y estaré otra vez con ustedes, pues son ustedes los que vencen a la muerte con la mejor herramienta que tenemos, el amor. Y si es con amo sabré que no fue en vano lo que hice, lo que dejé, lo que fui. De nada me arrepiento, solo me he equivocado, solo hice lo que me salió, he tratado de vivir lo que se me dio de regalo, he andando todo lo que mis piernas me dieron en fuerzas, he reído toda la alegría que me han dispensado, he llorado todo el dolor que padecí y de todo ello he aprendido a ser un humano, un hombre, alguien que deja algo para los demás, para la posteridad. Conozco un sitio, uno que nunca creí que fuera así. Es mi casa ahora, lo será por siempre y será la de ustedes y será de mi amor. Allí hay alguien que nos espera con los brazos abiertos, con la bendición prometida. En ese sitio, no hay guerras, ni enfermedades, ni hambre, ni siquiera envidias ni mentiras... no hay maldad, nada de eso ya existen. Ahí los estaré esperando. ¿Cómo se hace para llegar?... Solo vivan sus vidas, es la única que se tiene, es la misma que se prolonga aquí. Pues todo lo que hagamos, lo que somos, lo que procuramos, está también aquí. Solo pasamos a otra instancia, pero seguimos siendo tal como fuimos, como somos, como lo que seremos. No dejen de vivir sus vidas, no desperdicien un día, ni un minuto. La vida no es un simple examen, no es el infierno; es vida, con todo lo malo y lo bueno. El infierno está en el corazón de los hombres ciegos de alma. Sí, cuestionen, pregunten, reclamen, protesten, no se conformen, caminen y luchen, luchen mucho porque esa es la libertad, es lo que nos hace libre. El conquistador terminará siendo esclavo de sus conquistas y el luchador será dueño de sus logros. Sean libres, vivan, vivan todo lo que se pueda. Quiero decir algo más. Decirle a mi amor, al amor de mi vida, que por mucho que he vivido, nada hubiera sido completo sin un amor como el que me dio, como el que me ha hecho sentir y siento. Porque nada vence más fácil a la muerte que el amor mismo, la esperanza que da ello, lo que deja para siempre en nosotros. Pierina, me has dejado llegar a casa, a mi casa.. A tu corazón y a tu alma. Vivo y viviré siempre en vos, en cada cosa, en cada paso. Y estaré aquí, esperándote, con la certeza que así será. Mi amor, vive tu vida, sé feliz, date el regalo de serlo. No dejes que te quiten la alegría, no dejes que digan lo que debas hacer, solo vos lo sabes. Aprendé de los errores y que jamás el temor te detenga. Solo creé en el amor a todas las cosas porque es él que te salvará siempre. Agradezco a Dios el haberte puesto en mi camino, en mi vida y hacerme completo, dichoso, sentirme completamente hombre al escuchar mi nombre en tus labios, ser infinitamente feliz. Este soy yo, amor mío. Tal como he sido, soy y seré, porque soy también lo que me has hecho, lo que me has dado y lo que te dejo a vos. Como dicen; la mortaja no tiene bolsillo, pero el corazón se lleva el tesoro más valioso. Conmigo, me llevo lo mejor y cada uno de ustedes, de cada parte de sus vidas que me ha dedicado. Sepan que soy ustedes y ustedes, yo. Sepan que no hay nada más hermoso que lo que esta por venir. Los amo... El lugar donde voy, se llama Verdelejos. No está en los mapas, pero algún día estará.. Por lo pronto, espero que lo sientan en sus corazones, es bellísimo. E insisto; para llegar aquí, el camino es la vida, la de cada uno de ustedes.” Héctor, terminó de leer, se sacó los anteojos, cerró el libro, miró a Pierina que permanecía con sus ojos grandes y llenos de lágrimas. Héctor le sonrió y le acercó el libro lentamente hasta depositarlo en sus manos. -Escribió esto, en el último mes que estuvo aquí, me lo entregó pocos días antes de su viaje... Él quería que lo conservaras. Está todo escrito allí.- le contó el padre. Pierina, rodeo con sus finos y temblorosos dedos al cuadernito, unas lágrimas cayeron sobre la tapa, lo miraba de un lado y del otro, luego alzó la mirada al sacerdote. -Padre... ¿Acaso, conocimos a un ángel?- le dijo en sollozo. -Sí, Pierina... Hemos conocido a un ángel.- A Héctor también se le llenaron los ojos de lágrimas. Ella llevó el librito a su pecho apretándolo con fuerzas, soltó su llanto, pero no había pena en él, era todo agradecimiento. Pierina se levantó, Héctor hizo lo mismo, se abrazaron, así se quedaron. Unidos, compartiendo lo que la vida les había dejado, lo que el poder del amor había hecho. Afuera, la lluvia dejó de caer, las nubes a abrirse y darle paso al último rayo de sol de la tarde. La vida... se abría paso. . Epílogo El sol radiante colgaba a lo alto del inmenso azul del cielo. Las aves, surcaban el aire hasta los altos picos nevados de las montañas. El valle se vestía de primavera, cubierto de rosas, jazmines, y otras flores que relucían y se meneaban con el viento suave. El arrullo de los cántaros que servían sobre los riachos para desembocar en los lagos y a su vez legar hasta el océano inmenso; daban de tomar a los animales y convidaban a los niños a jugar en ellos. Por los alrededores, mucha gente colaboraba a construir casas y sembrar jardines. En lo alto de un barranco, distante del pueblo, los cascos de un hermoso caballo azabache, se clavaron casi al borde. Luego, el jinete descendió y sacándose un guante, recogió un pequeño vegetal de la tierra, se llevó a la nariz para olerlo, se paró de nuevo y miró al horizonte. -Esta llegando la quilla hasta aquí. Creo que tendremos buen tiempo para sembrar- dijo Leo, mientras se quitó el sombrero y secarse el sudor de su frente. Otro caballo, blanco inmaculado, se detuvo tras el caballo de Leo. Descendió también el jinete y se acercó hacia él. Leo lo miró y le habló. -¿Qué opinas, Mariano?. -Creo lo mismo, Leo. Está soplando buen viento. Podremos también llevar los caballos del otro lado del cerro al atardecer. -Sí, pero primero debemos encontrarlos. Mariano, también se quitó su sombrero y pasó un pañuelo por su cuello para secar el sudor. Luego se quedó mirando hacia un lado y comentó. -No hará falta. Me parece que ellos nos encontraron a nosotros. Y le señaló a Leo hacia el lugar donde miles de caballos bajaban por la colina a un costado de ellos. Era la estampida que nunca jamás hubieran creído poder ver. Todos caballos hermosos, coloridos, fuertes y jóvenes. Era todo el mundo para ellos. -¿Sabés?- le habló Leo- Hace poco estuve con un caballo al que llaman Rogelio. Uno de los más preciosos animales que he visto... Cuando vez uno de ellos, sabés entonces que la libertad también es amiga del hombre. Miralos Mariano, tan libres, tan fantásticamente libres... Por Dios que amo todo esto... -¿Qué te parece?¿Volvemos a ser dueños del viento?- le preguntó Mariano. -Ni lo dudés. Claro que sí. Ambos montaron sus caballos, antes de salir al galope, se miraron y se sonrieron. Mariano le dijo unas palabras a Leo. -Me alegra de estar otra vez con vos, amigo. Leo se sintió feliz, enormemente feliz, por él por su amigo, por todo. -A mí me alegra de volver a encontrarte, hermano. -Te dije que ibas a llegar a casa. Se estrecharon las manos y partieron raudos al encuentro de la inmensa tropilla. Esa tarde, como todas las que vendrían; era de ellos, como lo era Verdelejos, como la libertad y el amor, como la vida misma. Otra vez y para siempre... Dueños del viento. FIN 1
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