El Medallon del Mago Capitulo 3
Publicado en Mar 23, 2013
Capitulo 3
Elisa se encaminó a su aula de clases luego de despedirse de su mejor amigo. Subió las escaleras del enorme edificio y entró al salón de clases, su profesora de química, la señorita Lauren, una mujer bajita y robusta, que mostraba siempre un rostro serio e imperturbable, hizo a la clase guardar silencio. Agarró una carpeta azul y empezó a pasar lista. Cuando terminó de nombrar a todos, se deslizó en su escritorio, tomó su maletín, y sacó un libro grueso. Era grande y gordo, las hojas estaban desgastadas, la tapa estaba destrozada, y muy apenas se notaba la escritura en él, aun así, la profesora lo levantó y se puso delante de la clase. —Bueno, clase hoy veremos. Los estados de agregación de la materia—dijo la profesora—. ¿Alguien me puede mencionar cuáles son? Toda la clase empezó a meditar. —El estado líquido, gaseoso y sólido —respondió Raven, la chica que se sentaba dos asientos delante de Elisa. Su rostro era pálido, el cabello le caí en una coleta y normalmente usaba lentes. Era blanco fácil de burla para todo la escuela, y si a eso le agregamos que sea demasiado inteligente, peor la cosa. La profesora Lauren felicitó a Raven. —Muy bien, Raven. Los estados de agregación de la materia son tres; el estado líquido, sólido y gaseoso. La profesora se volvió hacia la pizarra y escribió. —El estado líquido son la moléculas que se encuentran separadas, pero con cierta cohesión. El estado gaseoso las moléculas están bien separadas, se mueven a grandes velocidades y chocan con las demás. En el estado sólido cambian las cosas, las moléculas están cercas unas con otras y hay una fuerte atracción entre cada una de ellas. La profesora soltó la tiza volviéndose a la clase. —Y bien. No veo que escriban. Esto es lo primero que va a aparecer en el examen. De repente, se oyó un movimiento brusco de plumas y lápices, y la profesora siguió agregando más datos en la pizarra. Cuando sonó la campana para la siguiente clase, la profesora les anotó la tarea en la pizarra y les dijo que podían salir. Elisa tomó sus libros y salió del aula. Afuera Christian la esperaba, estaba recargado contra la pared llevando una libreta, al encontrarse ella con su mirada, se dirigió hacia él. — ¿Saliste antes? —preguntó Elisa acercándose a él. —No, de hecho. No tuve clases —dijo Christian. — ¿Enserio? —Si —respondió. — ¡Oh! Ya quisiera yo tener tu suerte —comentó ella, cruzando los brazos. Christian se enderezó y se puso frente a ella. —Si no quieres entrar, podemos escaparnos. Nadie lo notará. Elisa reflexionó. Los maestros de su escuela no la tomaban mucho en cuenta ni tampoco sus compañeros. No era una estudiante destacada y no era muy sociable con los maestros como para que se dieran cuenta de que no estaba ahí. Elisa solo tenía un amigo, Christian, y él era el único que movería cielo, mar y tierra para encontrarla. —Creo que aceptaré tu consejo —le dijo. Christian sonrió traviesamente, tomó su mano y la arrastró por los pasillos del colegio, se escondieron cuando el director pasaba por un salón y siguieron su camino hasta llegar al jardín trasero de la escuela. Christian le pidió que cerrara los ojos al momento que pisaron el pasto, la guió por el jardín y ambos se detuvieron frente una manta que yacía en el suelo con varios platillos sobre ella. Christian le dijo que podía abrir los ojos y Elisa los abrió. Ante ella estaban deliciosos platillos sacados de alguna revista de comida. Había panes con mantequilla, un plato de ensalada, una rebanada de pastel chocolate, nachos con guacamole, y un pudín de frambuesa, el favorito de Elisa, y para tomar, el había traído dos botellas de coca-cola. Christian se sentó y ella lo imitó. Él le preguntó cual le agradaba más y ella le contestó ‘el pudín de frambuesa’. Él se lo pasó y ambos comieron el platillo que más les apeteció. Elisa saboreó el pudín en su boca y tragó para preguntar. — ¿Cómo hiciste todo esto? —Un amigo me ayudo. Elisa levantó una ceja. No muchas veces Christian mencionaba a sus amigos. Lo que hacía preguntarse si de verdad él tenia amigos o era como ella, solitaria y antisociable. — ¿Lo conozco? —No, lo creo. Es de primero. —Oh —suspiró Elisa. —Y bueno, ¿te gusto el pudín? —Christian se acercó un poco más. Elisa miró el pudín, recordando su dulce sabor. —Está delicioso. —Me alegra que te guste —le dijo. Elisa cortó una trozo de pudín con el tenedor, se lo llevó a la boca, sintió el pudín derretirse y cató su dulce sabor pasar por la garganta. Percibió el sabor de la frambuesa, el azúcar y la leche. Era un platillo delicioso, que provocaba en ella, una sensación extraordinaria. —Es mejor que pruebes el pastel. Está riquísimo —comentó Christian, mordiendo un trozo de el pastel de chocolate. — ¿Compraste todo esto? —inquirió Elisa. —No, solo algunas cosas. Los nachos y el guacamole lo hizo mi madre. La ensalada la hice yo. El pudín también lo hice yo. El pastel de chocolate, los panes y las cocas las compre aquí en la cafetería —explicó él. — ¿Tú hiciste el pudín? —Elisa alzó las cejas con asombro. —Si, a veces soy muy bueno haciendo postres. —Vaya, nunca me lo imagine. —¿Si quieres mañana te traigo otro de esos? —Christian meneó la cabeza, señalando los pequeños trocitos de pudín que habían quedado en el plato—. Creo que en verdad te encantaron. —No estaría mal. Elisa sonrió. Estaba claro que se había deleitado por el delicioso sabor del pudín. —Muy bien, hoy te preparo uno. Elisa le dedicó una sonrisa diminuta, y con regocijo cogió un pan con mantequilla y se lo zampó. —Mm, se me olvidaba que aquí también hacían buena comida —farfulló. —Si algunas veces —dijo Christian, mordisqueando un nacho. Elisa asintió con la cabeza concordando con él. Entonces, de pronto se hizo un largo silencio, que pareció incomodarla. Christian advirtió su reacción, alargó una mano hacia ella, tocando sus palmas y ella se ruborizó sin querer. Él sintió como ella se sonrojaba y soltó su mano. —Elisa —susurró Christian, tragó saliva y añadió—. Hay algo que debo decirte. —Si —respondió ella instintivamente. —Yo….yo… —Si —sonó esperanzada. — ¡Christian! —gritó una chica detrás de ellos. Una chica bajita y pelirroja, que llevaba trenzas en el pelo, apareció delante de ellos. —Lena —dijo él. —Siento interrumpir, pero la profesora Martines te anda buscando. Quiere que le entregues la investigación del otro día —dijo Lena, mirando de Elisa a Christian, no sabiendo muy bien que pensar—, ¡Ah! También dijo que si aprecias tu vida lo suficiente, será mejor que vayas en este instante. Christian miró a Elisa vacilante. Tenía que ir con la profesora Martines, pero no quería que Elisa se encargue de recoger todo. —Ve —le dijo a Christian—. Yo me encargo de todo. Christian se incorporó y siguió a Lena, pero a medio camino miró hacia atrás y se encontró con los ojos de Elisa, ella le sonrió y bajó la vista. —No pude decírtelo ahora, pero dentro de muy poco, sabrás lo que siento por ti —susurró. — ¿Qué dijiste? —preguntó Lena, ladeando la cabeza. —No, nada ¡Vamos! Christian dio la vuelta y Lena lo siguió.
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