Dos historias de busetas (Diario)
Publicado en Mar 25, 2013
Son dos historias verdadera, reales y comprobadas lo suficientmente bien como para calificarlas bajo el epígrafe de experiencias personales. Sucedieron a fines de mi estancia en Ecuador como residente. Ambas tuvieron lugar cuando yo trabajaba como mestro de materias varias en el Colegio El Sauce y en los trayectos Quito-Tumbaco y Tumbaco-Quito o viceversa.
Primera Historia que anoto en mi Diario.- Yo iba sentado, cómodamente, en la buseta cuando subió una señora indígena de ya avanzada edad. La buseta iba repleta de hombres de todas las edades bien apollancados en sus asientos que, cuando la vieron subir, se hicieron los longuis, se pusieron a mirar por las ventanillas para hacer como si ella no existiera y, otros, más getas todavía, se hicieron los dormidos. Aquello me daba vergüenza ajena, así que me levanté de mi asiento y me dirigií a la humilde, pobre y sencilla mujer indígena de edad ya muy avanzada. - Señora, haga el favor de sentarse en mi asiento. Se lo pido por tres razones justas: La primera es que es usted una dama; la segunda es que usted es una mujer cansada y agotada por la dura vida que le ha tocado vivir; y la tercera es porque yo soy joven y tengo fuerzas suficientes para ir todo el viaje de pie. Fue una lección que quizás algunos de los hombres, de cualquier edad, que iban bien apollancados en sus asientos, que se hicieron lo longuis, miraron por la ventailla para hacer como que no existía ella o se hicieron los dormidos, nunca habrán olvidado si es que tienen suficiente vergüenza para sabir lo que es una dama, sea cual sea el color de su piel o la etnia a la pertenece. Segunda Historia que apunto en mi Diario.- Iba yo en la buseta (no recuerdo si de pie o sentado), cuando subió a ella una "señorona" de las llamadas, hoy en día, "pelucona". No sé si llevaba peluca o no llevaba peluca y no recuerdo, con exactitud, si era monja o no era monja. Si era monja no sé a qué Congregación pertenecía y si no era monja lo parecía porque tenía la idiosincrasia de una pura beata, de las que en España llamamos "trotaconventos". El caso es que, fuese monja o no fuese monja, pues lo mismo da para sacar conclusiones para la meditación trascendental que tan de moda está en estos tiempos por parte de algunas y algunos, sucedió que al subir a la buseta vio un asiento vacío que tenía una mancha de cal o de pintura y s ele ocurrió dirigirse a un campesino ecuatoriano que iba sentado debido a que se había ganado el descanso porque era un humilde y sencillo trabajador, de la siguiente manera. - ¡Tú, levántate de tu asiento y siéntate en ese que está manchado porque o eres indio o lo pareces! Ante aquel desplante de la monja o la beata que parecía monja, el honrado trabajador la mandó al carajo. Y yo, para terminar de darle la lección que se merecía la citada monja o beata que parecía una monja, me senté en el asiento de la mancha. Por cierto, no me manché pero a la monja o beata que parecía una monja se le venían y se le iban los colores a la cara. Dos sucesos que me hicieron meditar largo tiempo y que ahora recuerdo con total nitidez; porque nunca he olvidado que todos los seres humanos son iguales para los ojos de Dios. ¿Y de qué color es la piel de Dio? Blanca, amarilla, negra o roja es, además de cualquier otro color que quiera alguien imaginar. Cierro mi Diario porque todavía sigo meditando y sacando conclusiones válidas y valiosas de cómo tratar a cualquier ser humano sea quien sea, tenga el dinero que tenga, sean cuales sean sus creencias o si sus ideas son iguales a las tuyas o totalmente diferentes. Lo mismo habría hecho Jesucristo.
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