El gol que me dejé meter (Diario)
Publicado en Mar 25, 2013
Fue cerca de Japón. Muy cerca del Banco Central. En la cancha cada uno estaba haciendo lo que le daba la real gana. Yo me ubicaba perfectamente en el terreno de juego para recibir el balón y crear alguna jugada que tuviese el mérito colectivo de servir para marcar algún gol pero Gustavo Adolfo, siempre con su juego "becqueriano" cara a la galería, como si fuese "el poeta romántico-nostálgico del fútbol" no me pasaba el balón ni aunque se lo estuviese rogando de rodillas (cosa que jamás he hecho en un campo de fútbol como sí lo hacía, por ejemplo, Pepe "El Colombia"). Lo peor no era que Gustavo Adolfo se creyera un "Bécquer del fútbol" -aunque no sepa escribir tan siquiera una "Oda al gol"- sino que su hermanito de la caridad, un tal Enrique, pateaba desde la portería de tal manera apepinada que daba pepinazos que se salían del campo de juego a pesar de que yo estaba desmarcado y era muy fácil que me pasara el esférico para que yo lo dominase y creara jugadas que podrían terminar en gol. En otras palabras, que cada cual jugaba como le daba la real gana y a todo esto Diego sólo quería meter los goles él. Así que me tocó de portero porque Enrique estaba cabreado cuando él era el principal culpable de que fuésemeos perdiendo. Si nos metían el tercer gol perdíamos el partido. Estuve un cierto tiempo deteniendo balones o evitando el peligro de que nos metieran el fatídico gol... hasta que llegó la jugada clave... un rival dio un pase adelantado y yo salí a por el balón. Era sumamente fácil detenerlo tirándose al suelo porque ni llevaba velocidad alguna ni representaba ningún peligro para la elasticidad propia y natural de mi cuerpo. Pero pensé, por unas décimas de segundo, si aquello merecía la pena; si merecía la pena jugarme la cabeza, como muchas veces he hecho en mi vida de portero de fútbol, tirándome al suelo. Pensé en lo que estaban haicendo todos los demás y, sin ninguna clase de remordimiento, me dejé meter el gol. Ante el cabreo munumental (coma si estuviésemos jugando en el Monumental de Guayaquil) de Enrique y Gustavo Adolfo (que no hacían otra cosa nada más que lo que les daba la real gana sin orden ni concierto), Diego quiso justificarme ante los dos "hermanitos de la caridad" que no te daban ni un pase aunque te pusieses de rodillas (cosa que jamás he hecho en mi vida de futbolista) y yo le dije a Diego que nanay, que verdes las han segado y que, la verdad sea dicha, no era por falta de reflejos, ni por falta de elasticidad ni mucho menos por la edad (pues estoy tan joven como siempre). Así que le dije la Verdad pero bien clara para que no hubiese duda alguna ni razonable ni no razonable: ¡¡Me he dejado meter el gol porque me ha dado la real gana!!. Si Gustavo Adolfo "el Bécqer romántico-nostálgico del fútbol" y si su hermanito Enrique "El Pateador" que parecía más un jugador de rugby que un portero de fútbol y por eso casi siempre era expulsado de los campos de fútbol por liarse a puñetes cuando le metían goles como rosquillas, se cabrean por conocer la verdad del asunto que era, sencillamente y sin tapujo alguno. que me había dejado meter el gol para que supieran lo que es el compañerismo en el fútbol, pues tienen dos cosas que hacer: primero cabrearse y segundo descabrearse. ¡A hacer puñetas! Ni me interesó jamás rogar a nadie un pase de balón ni me interesó, para nada, jugar en el 9 de Octubre, un equipo de "broncas" y "juego sucio" (mientras el entrenador no hacía más que beber cerveza tras cerveza y sin dirigir para nada al equipo) que no iba con mis características de futbolista elegante, ingenioso y, sobre todo, inteligente. Para que se enteren bien enterados todos aquellos a los que les corresponda. He dicho. Y lo dejo escrito en mi Diario. Reclamaciones al maestro armero de Éibar porque lo que es yo me considero totalmente libre de culpa aunque me dejé meter el gol para que terminase el partido y se enteraran bien de quién es un futbolista español con genio y figura hasta en la pintura, escultura y, sobre todo, en la Literatura. Y me importa menos que un pimiento morrrón que se pongan de morros conmigo y no me vuelvan a invitar a jugar nunca más con ellos al fútbol porque clase y categoría de futbolista me sobra para pasar olímpìcamente de todos ellos. ¡A escardar cebollinos, "señores" futbolistas!
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