La leyenda del bosque negro
Publicado en Aug 21, 2009
El ruido de reloj del limpiaparabrisas y el monótono canto de las cubiertas en el asfalto, hacían de coro a la música de la radio, y me anunciaban, que si no paraba en las próximas horas, lo haría contra un árbol.
Empecé a andar camino, con la esperanza de que apareciera algún pueblo. A mi izquierda la ruta empezó a poblarse de un espeso bosque negro que, con el correr de la distancia se hacía cada vez más tupido, hasta que a un costadito del bosque apareció un cartel hecho de troncos anunciando la proximidad de un pueblo. Por la velocidad no alcancé a distinguir el nombre, pueblo chico, pueblo de sierra, con fortuna para mí, justo sobre la avenida principal tenía una hostería y cincuenta metros después un bar, me detuve. Era una noche sombría, el viento silbaba canciones de terror entre los árboles, una tenue llovizna mojaba insistentemente la tierra, pero no llegaba a ser lluvia; el frío se colaba en los huesos y ahí estaba, con mi piloto y mi abrigo parado equidistantemente del hotel y del bar del pueblo, con el espeso bosque a mi espalda y sin saber para cual de los dos ir, decidido, saqué la moneda que siempre uso para estos casos, y lo jugué a la suerte, ganando el bar (no se porque siempre gana el bar, algún día voy a estudiar en detalle esta moneda), crucé la ruta y me dirigí hacia él. Al traspasar la puerta, me encontré con un típico bar de nuestras sierras, pequeñas mesas de maderas donde hombres de aspecto sombrío pero amable me miraban curioso, con la extrañeza de quienes ven algo que rompe la monotonía de su paisaje, buscaba una mesa que estuviera vacía y no la encontraba, de pronto el dueño me hace señas y me indica una mesa cuyo ocupante dormía apoyado sobre la misma, agregando. - Siéntese allí si desea, no se va a dar cuenta. -Gracias, podría ser una grapita, por favor, dije. Me senté esperando mi grapa y observando el ambiente, cuando siento un movimiento a mi lado, el hombre dormido, levantaba despacio la cabeza y me miraba con ojos inyectados por el alcohol, me miraba asombrado y, después como esforzándose con un pensamiento me dijo. -Si me convida con un vinito le cuento una historia de ese bosque espeso y tenebroso que rodea el pueblo. Lo miré desconcertado, observé a mi alrededor y vi que los otros parroquianos también nos miraban esperando mi reacción, contemplé el bar, no había televisor, radio ni algo para entretenerse, y bueno, pensé, total no hay nada para escuchar. -Por favor, tráigale un vino al caballero. -Tinto gracias, agregó. Al instante vino el dueño con la grapa y el vino, y se retiró de nuevo atrás del mostrador, lo miré al hombre, éste tomó un sorbo de vino, lo paladeó como si fuera champagne y en ese instante, un ruido de movimiento de muebles me hizo mirar atrás, el resto de los parroquianos habían acomodado las sillas como en un anfiteatro y todos miraban hacia la mesa donde estábamos sentados. La pucha pensé, lo volví mirar al hombre y éste chasqueando la lengua dijo: -Ese bosque espeso y negro como alma de demonio es uno de los más antiguos de la región, se cuenta que los primeros árboles fueron plantados por el abuelo del cacique comechingón Linlin-sacat, que pertenecía a la tribu de los Auletas, que eran los comechingones que señoreaban por estos pagos. Hombre tenaz y fuerte, que supo llevar a la grandeza de su tribu, sobretodo en la lucha contra los españoles, pero, también se dice que llevó amor a muchas mujeres. Su nieto, Linlin, heredó de él no solo su fuerza y tenacidad, que le valió en la lucha contra los ejércitos del Río de la Plata, en la campaña del desierto, sino también ese amor por las mujeres, que le dio gran fama en la región. Indios nobles de barba tupida y hombros anchos, que respetaban a la naturaleza y, quizás por eso, Linlin fue elegido por las fuerzas ocultas en ella, como defensor de la misma, frente al desmonte y la tala indiscriminada de los bosques que hacían los hombres blancos. ¿Cómo lo eligieron... En ese momento hizo una pausa para terminar el resto de vino de su vaso, me miró en silencio y como buen alumno, yo también en silencio le hice señas al buen hombre detrás de la barra, que se acercó a la mesa con otra grapa y otro vaso de vino, una vez cerca de la mesa le susurré para alegría de mi orador. -(No deje que los vasos se vacíen.)(A partir de este momento voy a omitir las pausas que se hicieron para tomar vino, eructar y otras delicadezas) Me hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se marchó -Bien, prosigo, ¿Cómo lo eligieron? Conociendo la fama de Linlin, mandaron una hada, de hermoso rostro, de bello venir y de un increíble ir, ... - ¿Un Hada?, interrumpí, ¿Un Hada acá en las sierras de Córdoba? ¿Acá en Argentina? - Sí, me dijo con cara de enojado, un Hada acá en las sierras de Córdoba en Argentina, o qué, ¿Las hadas sólo pueden ser Europeas? Hágame el favor no me interrumpa más por pavadas. - Bien, dije con cara de cordero degollado. - Prosigo, Linlin se enamoró perdidamente y pasó lo que tenía que pasar, para la envidia de sus súbditos y recelo del resto de la mujeres, y pasó varias veces y en reiteradas oportunidades, según nos cuentan las tradiciones de estos pagos, ya que amén de la fortaleza del cacique, se cuenta que la chaman del pueblo le preparaba un excelente menjurje en base a cola de quirquincho, nueces y miel, y vaya a saber uno si fue por la fortaleza propia o por ese “viagra” aborigen, pero resulta que la bella hada quedó preñada de Linlin. El tiempo pasó y pasaron las nueve lunas y el parto que no se producía, y pasaron diez, once, doce y Linlin que ya preocupado intuía que algo no era normal, pero la mujer estaba bien, tenía buena panza, las “chichi[1]” llenas de leche, le decían las mujeres al cacique que no se preocupara, y a la décimo catorce luna, dio a luz a una hermosa nena, cuyo nombre aborigen se perdió con el tiempo, pero que pasó a la historia con su nombre de hada, “Espuma del Río”. Para su nacimiento, tan largamente esperado, se organizó un gran festejo; se carnearon, guanacos, llamas y ñandúes, se preparó gran cantidad de patay, todo muy bien acompañado de aloja y añapa... Ante mi cara de desconcierto, hizo una pausa ... pensó un poco y explicó -El patay es una comida dulce, una especie de pan dulzón, que se hace con el fruto de la algarroba, igual que la aloja, que es una bebida fermentada, como un tipo de cerveza pero hecho de algarroba, y la añapa es jugo de algarroba. Aclarados los tantos, sigo. Se hizo un gran festejo, la niña era hermosa, pelo negro azabache, ojos verdes (heredados de su madre) y la piel cobriza del padre. La niña creció como cualquier chica de su edad, aprendiendo las labores de la tribu, preparándose para ser una buena madre, conociendo las tareas de toda mujer, pero, dentro de ella llevaba el estigma de ser hada y, la sangre tira. Un espíritu rebelde le marcaban los ojos verdes, no toleraba el menor maltrato a un animal, ni a un árbol y cuando se produjo la invasión por parte de las tropas, al mando de Huidobro, el famoso general refinado, según cuentan las malas lenguas, medio maricón, che; ella se unió a los combates, pero, una lucha interna pugnaba en ella, no podía matar, pero no podía dejar matar a los suyos. Su lado humano, clamaba sangre y venganza, su lado de hada, la instigaba a la paz. Así fue que, teniéndolo una vez a tiro de flecha a Huidobro y pudiéndolo matar fácilmente, bajo el arco y se retiró del combate, en ese momento un gran viento huracanado y una tormenta interrumpieron el mismo. A partir de ahí, Espuma del Río fue totalmente hada y se refugió en las entrañas del bosque negro. Han pasado más de cien años, y ella todavía se pasea por el bosque, de noche, dicen algunos locos que se animan a entrar, que la ven rodeada de diminutos seres que sostienen antorchas en sus manos iluminando el camino. No se sabe si es por eso, o por miedo a las bestias que se dicen pululan en el bosque, lo cierto es que nadie entra a él, ni de día se animan, salvo casos de fuerza mayor, como cuando ocurrió lo de la niña, la hija del carpintero. Hizo una pausa, tomó otro gran sorbo de vino y continuó. -La niña era la más linda de este poblado, era rubia como el sol, su cutis era blanco como el algodón, y sus ojos negros, negros profundo como la noche, que se iluminaban de estrellas por las pequeñas pecas que adornaban su rostro. Era hija del carpintero y de la maestra del pueblo, mujer elegante y culta que lamentablemente falleció cuando la niña tenía 8 años de edad; todo el pueblo sintió la muerte de esa bella mujer, que no sólo enseñaba en la escuela, también enseñaba en lo cotidiano, en la vida y lo hizo hasta su muerte. A partir de ese momento la niña creció al cuidado de su padre y de una abuela que vivía en las afueras del pueblo, madre de su madre, y que falleció hace poco tiempo. Esta mujer, colaboraba en lo que podía con su nieta, teniendo en cuenta que para llegar a su casa, había que dar un gran rodeo, ya que vivía al otro lado del bosque negro o atravesarlo, cosa que la niña tenía determinantemente prohibido. La mujer, en época escolar, cuidaba a la niña desde que ésta salía de la escuela, hasta una o dos horas antes de la puesta del sol, el tiempo necesario para que la niña rodeara el bosque negro. Así pasó el tiempo, y la niña se fue haciendo mujer, una bella mujer que al cumplir sus quince años, ya era todo una princesa. Su cuerpo, ya tenía toda las características de una joven, y como los buenos vinos, el tiempo no había hecho otra cosa que embellecerla aún más. Su carácter, era como el de su madre, alegre y bondadosa que, por la edad, lo acompañaba con una rebeldía propia que hacía, por ejemplo, que se peleara con cuanto cazador o chico con hondera anduvieran por el pueblo. En lo único que el padre y la abuela le insistían era en que no entrará al bosque negro, cuando regresaba de la casa de esta última y ella, ya por temor en sí o porque desde muy niña se lo habían inculcado, obedecía sin quejarse. La niña como toda mujercita que se precie y con todos esos encantos que he descrito, sentía el clamor de la primavera y fue durante esa estación que sintió el llamado del amor; el afortunado fue un muchachito de la edad de ella, cuya casa quedaba cerca de la casa de su abuela. Con él sabía pasar las tardes, antes de llegar a su casa, charlando y dándose muestras de cariño. Previsora le reservaba a su enamorado el tiempo para poder llegar a su casa justo cuando el sol declinaba, de esa forma, podía compartir con su enamorado y obedecer a su progenitor. Pero como bien dice el sabio pueblo árabe, el destino es como una mujer, impredecible. El tiempo fue pasando y a la primavera siguió el verano y a éste el otoño, y los días se fueron acortando y, una tarde de otoño, el tiempo había sido muy corto junto a su novio, la niña no se quería ir y prolongó lo máximo que pudo su estadía, por eso, cuando dejó la casa de éste y sin decirle nada, para que su padre no se enojara tomó una mala decisión, cortar camino por el bosque negro. Decidió entrar a unos pocos kilómetros del pueblo, era de día todavía, llevaba un paso enérgico, pero el sol se le adelantaba en su carrera y se ocultó antes de lo que había previsto. Noche cerrada, noche sin luna, la poca luz que brindaban las estrellas no alcanzaban a iluminar bien el camino, se tropezaba en las ramas caídas, con piedras que no veía y ya con pánico empezó a correr, hasta que, en pleno corazón del bosque negro, vio luces. Se detuvo y su corazón empezó una loca carrera. Las luces se fueron aproximando, hasta que se dio cuenta que eran antorchas sostenidas por diminutos seres, que se acercaban a ella. Su primera reacción fue la de correr, hasta que en el centro de esas antorchas vio a una bella joven de cabello negro como la misma noche, de unos grandes y hermosos ojos verdes, que la miraban sonriendo y sin saber por que, se quedó en ese mismo lugar, era Espuma del Río. La bella hada se acercaba a la niña con una sonrisa, subyugada por la belleza de la misma, el coro de pequeños seres abrieron el círculo y dejaron que Espuma del Río se acercara a la joven, se detuvo a un paso de ella, estirando su brazo y su mano, acarició ese rostro repleto de estrellas. La niña ya no temblaba, su corazón había detenido esa loca carrera. Se miraron como hipnotizadas, la joven y el hada, y en un impulso de ambas se abrazaron, se besaron y se amaron... En ese instante hizo una pausa, tomó otro gran sorbo de vino, y continuó -Esa fue la última vez que se la vio a la hija del carpintero, como no regresaba a su casa, el padre dio la voz de alarma en el pueblo. Se hicieron grupos de búsqueda, pero nadie se animaba a entrar de noche al bosque, por lo que se esperó a la mañana para buscarla, esa noche se buscó en los alrededores, y después ya con la luz alta del día, se entró al bosque, nada se encontró, ni ese día ni los siguientes, por un espacio de treinta días. Cuando ya los hombres agotados desistieron de la búsqueda, sólo el padre de la niña continuó con ella, pero sin animarse a entrar de noche; hasta que al segundo mes de desaparecida la niña, junto coraje y esperando a la luna llena, entró al bosque. Caminó, caminó, y deambuló por el mismo durante horas, hasta que cansado se sentó sobre un tronco caído en el suelo para descansar, cuando de pronto vio una luz en el camino que se acercaba; se escondió acostado detrás del tronco, y la luz se acercaba cada vez más, sus manos temblaban y su corazón palpitaba rápidamente; hasta que distinguió el círculo de seres diminutos sosteniendo antorchas y en el centro, su hija tomada de la mano de una mujer de cabellos negros y piel cobriza. Iban hablando y riendo, su corazón dio un vuelco, quiso gritar de alegría pero su voz no salía y, se dio cuenta que las dos mujeres miraban hacia donde estaba él. Su hija, soltó la mano de Espuma del Río y se abrió pasó entre el círculo de antorchas hasta llegar a unos pasos de él, sonriendo le lanzó un beso y le dijo: “Papá, no te preocupes más, estoy bien y soy inmensamente feliz” , le volvió a lanzar un beso y dando vueltas volvió al círculo, para tomarle de la mano a Espuma del Río y, antes de continuar la marcha, ambas jóvenes se despidieron agitando sus manos. Las vio alejarse, ... no se sentía mal, ni apenado, había... encontrado a su hija y.... sabía que estaba sana y que iba a ser feliz,... entonces... con paso firme retornó a su casa. Cada año...va al bosque... a verla... Su voz se había hecho cada vez más aguachenta y titubeante, me miró, terminó el resto de vino en su vaso y trató de continuar diciendo: todos los años... para su cumpleaños la ... voy ... a ver... a mi hijita, mi querida ... hija Y se derrumbó, recién ahí presté atención a sus manos, de dedos gruesos, cortos y percudidos, con resto de tinte en las uñas, manos de carpintero. La atmósfera volvió al bar, sentía el mismo aire de antes y los mismos murmullos que se habían perdido durante el relato. Traté de levantarme y no lo logré, respiré hondo mire la mesa y me di cuenta de las siete medidas de grapa vacías y los siete vasos de vino, también vacíos, me apoyé en la mesa y en la silla y logré ponerme de pie. Fui caminando despacio hacia la barra, le pagué al dueño y este mirándome serio dijo, como aclarando y racionalizando lo dicho por el viejo. -Lo cierto es que durante el mes que la buscamos en el bosque, sólo encontramos un prendedor que usaba en el pelo. Nunca más se la volvió a ver, muchos piensan que algún puma la atacó, o que la mordió una víbora y después alguna jauría de perros salvajes la destrozó y la llevó a la zonas de montañas o que simplemente se escapó del pueblo, nunca se supo. Yo la busqué con desesperación, soy el joven que vivía cerca de lo de su abuela, pero acá nunca nadie lo contradice en su historia, por más loca que nos parezca. Asentí en silencio y me encaminé a la puerta, salí y el aire frío me castigó en la cara aunque muy bien no lo sentía, ya no lloviznaba, una luna llena se peleaba con las estrellas para ver cual iluminaba más. Me sentí ridículo con el piloto, por lo que lo dejé en los brazos y caminé hacia el auto para guardarlo, cuando pasaba por el lateral, miré el asiento trasero se veía el reflejo del bosque negro y de golpe un reflejo dorado centelló en el vidrio, me di vuelta y una hermosa joven de cabello como el sol me miraba seria. Justo cuando el pánico me iba hacer gritar, se puso un dedo sobre sus labios diciendo “No está loco” y se fue corriendo hacia las entrañas del bosque. Me quedé paralizado, tiritando de frío y completamente sobrio, entonces muy despacio abrí la puerta, me subí al auto y velozmente me fui a buscar un hotel en el próximo pueblo. [1] Senos de mujer en lengua Comechingón, aborígenes que habitaban las sierras de Córdoba.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|