guilas Negras - 40- (Novela y Guin literario para Cine) EN FASE DE REALIZACIN
Publicado en Apr 11, 2013
- Sor Enfermera... ¿puede usted decirme si hoy pasa consulta el famoso Doctor en Psiquiatría Dias Gomes, brasileño de origen portugués?
- ¡Yo no soy quien debe dar esa información, joven! ¡Yo soy Sor Enfermera Mayor y no una recepcionista cualquiera! - ¡Claro que es usted la Gran Jefa de las Enfermeras y no una cualquiera! ¿No se acuerda de mí, Sor Carcelera? - Me suena de algo tu cara, joven, pero no recuerdo... - Residencia del Doctor Escudero, Sor Carcelera. ¿No recuerda cuando llevaba usted colgadas de su bolsillo, al estilo prusiano, todas las llaves de las celdas? Perdón... quise decir habitaciones... ¿y se paseaba por los pasillos como un sargento impenetrable, insensible, imperturbable, insoportable y otros in muchos más duros de definir, imponiendo su santa voluntad, antojadiza por cierto, y hacía sonar y tintinear dichas llaves, que penetraban como obuses de bazokas en los cerebros, para que todos y todas supiésemos que usted era la que mandaba, mandona al máximo, y que nadie podía salir del Corredor de los Suplicios y Los Pasillos de las Angustias, sin tener compasión de ninguno ni de ninguna, Sor Carcelera? - No. No me acuerdo de ti... pero era verdad... tenía yo, entonces, un genio de mil diablos. - Eso es. De mil diablos y de mil brujas completas, Sor Carcelera, pero ya no importa... - ¿Entonces qué quieres de mí si ya no importa? - De usted no quiero ni una mueca de sonrisa, cara de escayola. ¿Cómo puede enterarse el Doctor Dias Gomes de que yo estoy aquí? - ¡Pregunta en la ventanilla de Recepción porque yo estoy muy ocupada y no pierdo el tiempo buscando a los Doctores! - ¿Ya no busca usted a los Doctores? - ¿Qué estás insinuando, descarado? - No insinúo nada. Solo pregunto que si ya usted no busca a los Doctores como cuando era menos vieja... - ¡Sinvergüenza! - Perdone, Sor Carcelera, pero la que no tenía ninguna clase de vergüenza era usted y no nadie de los que allí estaban encerrados y encerradas... así que si buscaba usted a los Doctores o no buscaba usted a los Doctores sólo queda en su conciencia. Yo sólo he preguntado y si usted se ha molestado tanto es porque debía ser verdad... pero no se preocupe porque ni entonces me importaba a mí eso ni me sigue importando eso... ahora bien... desde entonces he aprendido a cantar muy bien... ¿quiere usted escuchar cómo canto yo ahora?... le advierto que canto mucho mejor que entonces... - ¡¡Estás loco!! - No chille tanto, por favor, que va a despertar a los vecinos del barrio que están durmiendo la siesta. Escuche primero cómo canto yo ahora y luego me dice si estoy loco o la loca es usted. Escuche. Escuche. - ¡Adelante, Juan! ¡Demuestrále lo bien que cantas ahora sin excesivos medicamentos que te entorpecen la boca y no puedes ni hablar!. - ¡Allá voy, Princesa! A ver si se acuerda ya de mí Sor Carcelera en cuerpo presente. - ¡¡Jajajajaja!! Juan. Canta ya. - Usted, Sor Carcelera, como actúa como marimacho, imagine que es un carcelero en lugar de una carcelra y no pasa ná de ná. - ¡¡Jajajajaja!! Juan... canta en serio pero bien claro para que te escucha la marimacho. Y entonces Juan Bautista canta para que le oiga la Jefa Enfermera Mayor... - Carcelero, carcelero, por qué no abres puertas y cerrojos, ay, abre puertas y cerrojos, porque no quiero perderme porque no quiero perderme por culpita de unos ojos, culpita de unos ojos. Salgo por las calles solo, yo salgo por las calles solo porque estoy “atormentaíto” por unos celos, “atormentao” por unos celos, porque no quiero ahogarla porque no quiero ahogarla con las trenzas de su pelo ay, de su pelo negro, Dios mío, qué pelo. Abre, carcelero, abre ya el presidio, "pa" que no me vean llorar por las calles, “pa” que no me vean llorar por las calles igual que llora un chiquillo. Un silencio profundo, hondo, sufriente... se apodera de toda la Clínica... - ¿Qué le ha parecido cómo canto yo ahora, Sor Carcelera? - ¡¡Me estás volviendo loca!! - Perdone, señora mayor de edad, pero usted estaba ya loca desde mucho antes de conocerme. Ya ve cómo canto yo cuando dejan de obligarme a tomar tantas clases de pastillas que me dejaban la boca pastosa y sin poder ni hablar con claridad. ¿Ha quedado claro el asunto? - ¡Yo no tuve la culpa! - Hablando de tener o no tener la culpa espere que cante otra canción que me viene a la memora y escuche, Sor Carcelera... Juan Bautista no p¡de permiso para seguir cantando mientras todas las personas allí presentes guardan un sielncio profundo, hondo, sufriente... - Por culpa de tu amor, vivo llorando por culpa de tu amor, desesperando pero el dia que es triste se va mi vida y llevo un equipaje de rotas alegrías. Por culpa de tu amor, vivo muriendo por culpa de tu amor, vivo sufriendo por culpa de tu amor, va naufragando el pobre corazón, que está estirando. Mátame si quieres pero no me olvides pero no me olvides cariñito mio, mátame si quieres pero no me olvides pero no me olvides vida mia. Por culpa de tu amor vivo llorando, por culpa de tu amor desesperando en un viaje triste se va mi vida y llevo un equipaje de rotas alegrías. Mátame si quieres pero no me olvides, pero no me ignores, pero no me olvides cariñito mio, mátame si quieres pero no me olvides pero no me olvides vida mía, pero no me olvides vida miaaaaaa, vida miaaaaa. El silencio porfundo, hondo, sufirente, sigue persistiendo en el ambiente. - ¿De quién fue la culpa, Sor Carcelera? ¿Puede usted ayudarme a recordar de quién fue la culpa? - No puedo... no puedo... no puedo recordar... - ¿Quiere que le ayude yo a recordarlo? Porque, que yo recuerde, le rogué que no me metiera toda aquella cantidad de mierda de pastillas para el cuerpo. ¿Fue un tal Atilano Eros Amazote el que insistió en que me las metieran a la fuerza? - Esto... yo... perdón... - ¿Fue orden dada por un tal Atilano Eros Amazote o no lo fue? - Si. - De acuerdo, Sor Carcelera, ¿quién era ese tal Atilano Eros Amazote para dar dicha orden en contra de mi voluntad y de la voluntad del Doctor Dias Gomes? - Se hizo pasar por un famoso psiquiatra... - Y si le digo que era un loco asesino en serie... ¿qué opina ahora?... - Perdón. Yo sólo cumplía órdenes de él. - ¿Y por qué no le consultó al Doctor Dias Gomes como yo le pedí? - No lo sé... no sabía lo que pasaba... - ¿Así actuaba usted con todos y con todas los que tuvieron que soportarla durante años enteros... porque lo mío fue solamente una cortísima estadía como de vacaciones para investigar... ¿no supo usted que yo estaba allí para investigar por orden de mi amigo el Doctor Dias Gomes? - ¿Eso es verdad? - Eso es verdad. Investigué para ponerle al corriente a mi amigo del Doctor Dias Gomes qué estaba sucediendo allí y por eso ese loco asesino en serie quiso quitarme de en medio. - ¡Dios mío! ¿Qué me está diciendo? - Solamente la verdad. Lo puede afirmar o negar esta chavalilla que está a mi lado. - Efectivamente es cierto, señorona Jefa de Enfermeras, Dama de Hierro, porque yo también estuve allí investigando junto a él. ¿Tampoco me recuerda a mí? ¿Tampoco recuerda al loco asesino Atilano Eros Amazote buscarme, como un desesperado? Menos mal que le di esquinazo y no supo ni dónde me escondí yo mientras mi Juan seguía investigando. ¿No recuerda que nos fuimos los dos juntos? - Estoy empezando a recordar algo... - ¡Pues olvídenos para siempre, Sor Carcelera! Sepa que hoy me he levantado con ganas de cantar porque soy feliz y por eso canto otra más pero a lo andaluz: "Era moreno tostao, dicen que del coroní, con unos ojos rajaos, que al mirarme enloquecí. Sombrero negro, faja de oro metío en años pero galán. Duro y valiente para los toros pá las mujeres como un don Juan. En el café de la aurora donde cenamos los dos la voz de una cantaora en un cante me avisó. Carcelera, ¡ay carcelera!, la del color bronceao, morenita y con ojeras de terciopelo morao. Apártalo de tu vera, porque es un hombre casao y si dejas que te quiera lo vas a hacer un desgraciao. Carcelera, ¡ay carcelera!, no me importó de la gente lo que hablaron de mí que me importó solamente su cariño compartir. Pero una noche de luna llena a mi reja hablaba el sentir mi angustia de luna llena al ver la sombra de su mujer. Vengo aquí por lo que es mío, arrodillada me pidió, le juré darla el olvido y ahora ya no escucho yo. Carcelera, ¡ay carcelera!, del color bronce, morenita y con ojos de tercipelo morao. Apártame de tu vera, porque soy un hombre casao y si dejas que te quiera me vas a hacer un desgraciao. - ¿Qué le parece cómo canta ahora mi Juan? - Entonces vosotros dos... - Cállese para siempre, Sor Carcelera, cállese para siempre y confiese a Dios sus maldades y que Dios le perdone si quiere perdonarle a usted como ha pasado con el otro. - ¿Me está usted diciendo, jovencita, que Atilano Eros Amazote ha muerto? - Paréceme que si, señorona carcelaria... digo señora carcelera... esto... bueno... que nos ovilde, por favor, a él y a mí aunque ya nos haya recordado del todo. ¡Váyase con viento fresco que aquí hace ya mucha calor!. Después, Juan Bautista, seguido siempre por su fiel esposa Ángeles, la pequeña Lina, se acercó a la ventanilla de Recepción. - ¡Hola, Sor Alegría! ¿Se acuerda usted de mí? - ¡¡Claro que sí!! ¡¡Tú eres Juan!! ¡¡Qué alegría volver a verte por aquí!! ¡¡De verdad que nos lo pasamos bien aquellos días tú y yo!! - Lo dice en el buen sentido, Princesa, no vayas a pensar mal... - ¡Ah, bueno! Eso quiere decir que tuviste una sana amistad con ella. - Eso es. En medio de todo aquella tragedia general ella y yo convertimos aquella experiencia en una comedia. Eso es lo que hacemos, muchas veces, los grandes escritores. - ¿Y cómo te va ahora, Juan? - Bien. Muy bien. Mejor que muy bien. Estoy de nuevo aquí y sigo siendo igual. No consiguió cambiarme para que fuese como él. Sigo siendo igual. ¿Recuerda usted aquellos momentos en que nos pasábamos largos minutos riéndonos hasta de nuestras propias sombras? - ¡¡Claro que los recuerdo!! ¡¡Eras la alegría de la huerta en medio de toda aquella tristeza general!! - Bueno... lo intenté todo por hacer a más de uno y a más de una sonreír porque, la verdad, es que allí también había muchos horteras cuando llegué. Si conseguí que alguien pasara algunos momentos de alegría... pues me alegro... Sor Alegría... - A mí, al menos a mí, si me hiciste pasar muchos momentos alegres. ¡Me alegré mucho cuando vi cómo ella se escapó contigo del acoso del loco asesino en serie llamado Atilano Eros Amazote! - ¡Muchas gracias! !Aquella chavalilla soy yo! - Entonces, Juan... ¿aquella morenita es esta misma jovencita? ¡Juraría que es la misma! No ha cambiado nada. -Si. Es la misma. Y ahora... ¿dónde puedo encontrar al Doctor Dias Gomes? - Tienes suerte porque sí... se encuentra aquí y está terminando el turno de sus consultas. ¿Vienes a pasar una consulta con él? ¿Tines cita para el día de hoy? - No. Voy a saludarle como se saludan dos amigos y luego charlar un poco con él. - Eso va a ser difícil ¡Siempre tiene mucha prisa! - Usted llámele por el teléfono interno y dígale que soy un periodista de "10 Minutos" por ejemplo.. que quiero charlar sólo 10 minutos con él nada más. No vengo a preguntarle nada de su vida privada sino a tener 10 minutos muy importantes con él. - Está bien. Como me hiciste pasar tan buenos momentos inolvidables voy a ver si lo consigo Sor Alegría marca el numero del consultorio del Doctor brasileño, de origen portugués, Dias Gomes - ¿Dígame? - Soy la recepcionista Sor Alegría y sucede que ha venido un periodista que es muy amigo suyo y que espera tener con usted unos minutos. Pide que le otorgue 10 minutos solamente para charlar. - Está bien. Hoy me siento de buen humor y no tengo más consultas en ningún otro hospital. Dígale que espere a que termine mi última consulta y charlaremos hasta media hora si él quiere - Espere que se lo pregunte. Sor Alegría se sirige a Juan Bautista... - ¿Prefieres tener media hora de charla con el Doctor? - ¡Muchísimo mejor! ¡Muchas gracias, Sor Alegría! ¡Le debo una! - No. ¡Yo te debo muchas más a ti! ¡Espera! Volvió a hablar por teléfono con el Doctor Dias Gomes. - Está de acuerdo en hablar con usted durante media hora y esperar a que termine su última consulta. - Estupendo. Así me relajo yo también un poco ded tanto agobio y estrés profesional. Sor Alegría cerró la llamada telefónica - El consultorio del Doctor Dias Gomes es esa puerta que está situada al fondo de ese pasillo que estña a nuestra izquierda Es el último despacho del pasillo No tenéis por qué subir ningún piso - Gracias. Esperaremos Juan Bautista y su bellisima y escultal chavalila llegaron hasta el lugar y se sentaron en dos sillas. Él se quedó mirando, fijamente, la puerta del consultorio. Recordó las veces que fue allí, a perder el tiempo de manera absurda para no decir más que hola y como está usted, yo estoy tan bien como siempre y nada más y hasta la próxima consulta para seguir sin decir nada más que estyo tan bien como siemre. Le iluminó una limpia y sana sonrisa recordando todo aquello que parecía un absurdo kafkiano; hasta que se abrió la puerta y salió una señora muy gorda con un sombero esperpéntico y lleno de plumas, se levantó de sus silla y le dio la mano a su chavalila para que se levantara. Y ambos abrieron la puerta del consultorio del Doctor brasileño, de origen portugués, Dias Gomes.
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