Te recuerdo como si fuera ayer
Publicado en Apr 16, 2013
La casa estaba como siempre, las paredes marrones que la rodeaban y las ventanas blancas que siempre se encontraban abiertas, el pueblo también estaba igual, nadie noto tu ausencia aparte de mí. Sentía aquel profundo y desesperado llanto que no me dejaba en paz y que me agobiaba día a día por tu ausencia.
Hoy me levanté con ganas de fumar esos cigarrilos importados que siempre me comprabas cuando ibas a la ciudad, sé cuanto odiabas que lo haga pero nunca impediste que lo deje aunque varias veces volvías con las manos vacías por que según vos se habían acabado. Hoy fúe de esos días en los que solo pensé en tí y en el efecto que tenías sobre mí cuando todavía estabas. Recuerdo el 87 como si fuera ayer cuando solo éramos nosotros dos y el mar, aquel mar lleno de pececitos de colores que tanto te gustaban y que anhelaba regalarte un día. Aquellas miradas olvidadas, tiempos que pasaban tan rápido mientras estabas conmigo Allie, como quisiera tenerte a mi lado un día más. Mentiría si dijera que eras un poco atolondrada, pues lo eras en exceso, elegías zapatos rotos para nuestras citas si así las podíamos llamar y tenías un modo diferente de verlo todo Allie, coloreabas mi vida con el caos de tus problemas. Pero me gustaba como me hacías sentir, como si todo fuera posible, como si la vida valiese la pena. El 23 de Septiembre del 87 fué miércoles y no olvido que me dijiste adiós. En mi memoria permanecía tu rostro intacto, frío y desolador pidiendome que me vaya, que me aleje y que me olvide de tí, pero como podría yo dejarte, tú me completabas pero yo no lograba completarte a tí, eras la pieza en el rompecabezas de mi vida que faltaba. Luego de unos meses descubrí donde estabas, no lograba comprender el origen de tu partida aunque el fondo lo sabía. Conseguí amarrar las agujetas de los antiguos zapatos de charol que mamá había comprado el día de la graduación y que cuando llovía me entraba el agua hasta el alma y caminé hacía la clínica mientras memorizaba las palabras que debía decirte, todos los meses perdidos, las mil y un razones de tu abandono… y mientras me acercaba imaginé una luciérnaga, esos bichitos totalmente insignificantes pero que siguen siendo las maravillas tan fenomenales de este circo, a los que vos solías llamarlos privilegiados, por tener esa luz que ningún otro bichito solía tener, y vos eras como ellos Allie, eras tan diferente que nunca que nunca logre entenderte. Me asomé adonde te encontrabas y al verte no quise sublevarme a tu mundo. No encontraba ni una pizquita de vos en esa persona que sostenía a un bebé en sus brazos, me acerqué y recuerdo que al tocarte tu piel se erizó. Observé al bebé a través de mis empañadas gafas y me di cuenta de que nunca había visto una versión tan parecida a mí como aquel ser tan diminuto. Su piel era muy rosadita y sus ojitos me miraban desde un marrón saltón que logró impresionarme, y vi cuanto lo amaba, cuanto amaba cada segundo que pasaba con él, con ese gritón, llorón y meón bebé que tanto se había robado mi atención. Contemplaba sus hermosos piesitos que se movían sin cesar de un lado a otro, su boquita que sonreía sin parar, y su total y plena inconciencia del mundo que lo esperaba. De cómo su futuro sería como el mío, de cómo su carácter lo obligaría a hundirse en el amor como un muchacho de mala suerte que se caía en una pileta, solo que a veces podría estar vacía. Vos le aportarías toda tu falta de credibilidad, tu habilidad de ser feliz con tan pocas cosas, esas ganas de vivir y soportar las adversidades, de desorientar al mundo y de olvidarlo de la forma más pequeña como era dormir. Esa fue una de aquellas noches que te alegran el alma, en las que el corazón olvida las dudas y deja de preguntarse porque volvió, porque caí nuevamente en tus brazos Allie y porque logras devolverme la vida con tu sin fin de cosas. Los dejé para volver a casa a descansar pero cuando volví ya no estaban, la enfermera dijo que se marcharon cuando me fui y solo quedó la mantita del bebé olvidada, como diciéndome adiós. Imaginé tu triste y desolada cara abandonando la habitación, pero era lo correcto, ¿qué vida podría darles yo? era solo aquel hombre que siempre te dejaría y Andrés tenía razón, no me importaba nada de ti a veces. Decepcionado, me até los zapato de charol y al pisar las valdosas flojas de la Clínica y vi tu cara asomándose. Me sorprendiste como de costumbre pero esta vez me dijiste que lo haríamos, que adelante íbamos a salir y colocaste tus fichas en mí. Me sentí totalmente desorientado, te habías llevado mi pensamiento, mi voz y mi habla. Al cabo de un tiempo nos llevamos al bebé a Pilar donde vivimos juntos abandonando nuestras casas, nuestros amigos, nuestra ciudad y afrontando un futuro totalmente incierto. Recuerdo lo difícil que fue conseguir un trabajo estable, me gustaba escribir, y conseguí aparecer en columnas insignificantes que solo eran un renglón más en mi curriculum de antigüedades. Me reclamabas porque el dinero no alcanzaba para todos los pañales que requería el bebé, y tuve que realizar trabajos nocturnos que me alejaban más de ustedes. Podía disfrutar los días de descanso que íbamos al río a pescar, a Manolito le gustaba pasar horas y horas viendo los pecesitos hasta el día que lleve uno a casa. Tenía una muy grande admiración por él, por cómo se movían sus doradas y pequeñitas aletas y el movimiento continuo de sus pulmones que nunca dejaban de respirar y vos… tan ingenua lo contentabas diciendo que el pecesito no quería salir de esa diminuta pecera, si él nunca ponía su nariz en el vidrio.Un 24 de diciembre, el pecesito dejó de pertenecer a su vida. Nunca olvidaré su gesto de desaprobación y de soledad al ver que su único amiguito ya no estaba. Vi cómo lagrimas comenzaron a abandonar sus ojos para caer lentamente por su mejilla rosadita y cómo sus sollozos invadían la habitación. Vos intentabas consolarlo con un panecillo hecho por vos esa mañana y que tanto le gustaban, siempre decías que absorbían los malos ratos con su espiga de oro y él lo creía tan inocentemente como tú Allie, a veces creo que tu niño nunca desapareció sino que se ocultaba y volvía aparecer en ciertas ocasiones. Intento no olvidar tu cara el día que te sorprendí robando las florcitas de Doña María, la vecina del frente que era un tanto viejita y que cuando te agarraba no lograbas que pare de parlotear. Me engañaste diciendo que eran para mí y que lo único que importaba era llenar nuestro hogar de esa frescura inminente de aquellas flores, incluso intentaste sacarme esa sonrisa que nunca encontrabas en mí. Quisiera haberte hecho feliz Allie, conocía tu pasado, conocía tu presente, sabía que tu futuro era tan incierto y eso me desconcertaba. Cada vez que visitábamos las obras vanguardistas de aquella calle de tierra, pasábamos horas frente a la misma pintura y discutíamos sobre el hecho de todas tus incoherencias y yo terminaba por darte la razón de mala gana tratándote de malcriada, pero con el pasar del tiempo me di cuenta que eran ciertas. Era solo que vos veías más allá, yo los describía, definía, y deseaba ver como vos. Vos jugabas, buscabas, y nadabas con ellos. ¿Qué tenías que lograbas enamorarme y desenamorarme al mismo tiempo Allie? Tal vez mi bipolaridad recurrente afectaba tu falta de credibilidad y tu gran amor, tal vez nuestro destino no era estar juntos, tal vez solo nuestros caminos se cruzaban, se cruzaban y se volvían a cruzar en dos mundos paralelos que nunca existieron. Pero nunca fuimos la pareja del año Allie, no eramos el rey y la reina del baile, vos querías que fuéramos aquellos muñequitos de torta que todos amaban en las fiestas pero yo solo era una estatua, una estatua que apenas hablaba y que nunca demostró sus sentimientos. Y eso vos lo sabías, pero lo ocultabas. No olvido cada vez que te encerrabas en el baño horas y horas a llorar y pretendías que te haga feliz pero nunca lo hice, nunca lo logré o tal vez solo te amaba a mi manera y tal vez eso no fue suficiente, no conseguía ver lo que todos veian en tí. Continuará...
Página 1 / 1
|
raymundo