"LOS CAPOS DEL NARCOTRFICO" -ALBUM: LA VERDADERA HISTORIA DEL ALTO HUALLAGA.
Publicado en Apr 24, 2013
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CAPÍTULO V LOS PERROS DEL HORTELANO
Llegó el momento de la cosecha. Días antes don Nacho, nos ordenó limpiar la parva -Patio donde secaría las hojas de coca -También proveer bastante leña a la cocina. Los víveres y las gallinas que sacrificaría en la cosecha, lo recogimos por la mañana de casa de don Ñato, por la tarde fuimos a comprar plátanos donde el vecino más próximo, los plátanos de la chacra, semana antes lo vendimos con Kike sin que el patrón lo sepa.
En la selva de San Martin y en toda la Amazonía peruana, el inguiri -Plátano verde sancochado- es infaltable en todas las comidas. Al ocaso del día, llegó don Nacho con tres chicas, de dudosa reputación, con sus diminutas ropas y exagerado maquillaje, parecían de la vida alegre. Después de comprobar que todo estaba conforme, tal como nos ordenó nos dijo que la cosecha empezaría mañana muy temprano, y dos de las chicas se encargarían de cocinar y atender a los trabajadores. La labor de la tercera, creo que consistía en calentarle la cama.
Era aburrido, grotescamente incómodo ver al patrón, manoseando, coqueteando y hablando obscenidades con las mujeres con aires de fanfarrón angurriento. Para no seguir viendo el ridículo del patrón, optamos por dejarlos solos, marchándonos a la casa. Anochecía, cuando de la cocina, don Nacho nos mandara llamar con una de las jóvenes para cenar. Kike estaba rojo de rabia y casi no hablaba, porque el miserable ni siquiera nos las presentó, más bien evitaba en lo posible que crucemos palabras con las jóvenes y siempre que se refería a nosotros decía a las mujeres que éramos sus peones, sus mensualeros, pero la verdadera pesadilla, recién comenzaba. Después de cenar, subimos nuestros colchones para dormir en el terrado, don Nacho, se metió al cuarto con la chica más joven, mandando a las otras dos al cuarto más amplio y sin puerta. Adivinando lo que se vendría después, Kike prendió la radio a un volumen adecuado, pero el angurriento con la misma le pidió prestado luego de oír algo de música, por un rato apagó la radio para empezar con el concierto de gemidos y jadeos. Imposible mostrarse indiferente a semejante bestialidad, nos tapamos los oídos, nos cubrimos con nuestras cobijas de pies a cabeza dando volteretas sobre sí, mientras la chica gemía cada vez más escandalosamente. Sin poder soportar más, bajamos del terrado con las dos retrocargas, calzamos nuestras botas para salir. El desgraciado haciendo un alto a su sesión copulativa, todavía nos preguntó, desde el cuarto
– ¿A dónde van muchachos? –Le dijimos que iríamos a dar una vuelta por la plantación, por si había algún intruso.
 -Esta bien muchachos, pero no demoren, tienen que descansar porque mañana tendrán que levantarse muy temprano –Nos advirtió.
¡Vaya!, este desagraciado quería que regresemos rápido para seguir martirizándonos
 -¡Muérete, infeliz angurriento! –Lo maldije haciendo tripas de coraje.
Por la mañana muy temprano llegaron un grupo de veinte muchachos, todos portando cestas hechas de caña, con el rocío del amanecer empezaron a rapar las plantas. Viendo como lo hacían me puse hacer lo mismo, pero no exactamente con la misma ligereza.
–Jala sólo las hojas, si vas a jalar con toda rama te lastimarás rápido las manos.
–aconsejó Kike, después me puso al tanto de otras cosas, desconocidas para mí.
–Cuando se cosecha temprano con el rocío de la mañana, las hojas son más suaves para jalarlas y también se gana peso por la humedad –Eso explicaba la razón de los cosecheros de ir de madrugada.
A la hora de desayunar los muchachos llevaron sus cestas llenas para ser pesadas, luego las hojas fueron a dar a la parva, pero regándola, evitando dejar montones para que no se quemen. Por las mañanas, calzábamos botas de agua y ropa normal para evitar mojarnos con el rocío de las hojas, pero durante el día parábamos en shorts y descalzos, pues hacía mucho calor y la transpiración era hasta por demás. Antes de medio día cuando el sol empezaba a quemar, nos dirigimos a la parva, rápidamente nos hicimos de ramas secas y los amarramos acondicionándolos como escoba, servirían para voltear las hojas al sol y se sequen de forma uniforme, don Nacho se encargaba de las pesadas, y llevar la cuenta de los cosecheros. Por la tarde, cuando las hojas estaban secas, las juntamos con una tabla, para después en tremendas mantas acarrearlas a la casa; Don Nacho a veces nos daba una mano, si es que no estaba ocupado haciendo las pesadas o estar atortolado con una de las cocineras, sobre todo con la más joven.
–La que duerme con don Nacho ¿Es su esposa? –pregunté a Kike. Con el dorso desnudo muy sudorosos, juntamos con las escobas, las hojas sobrantes del patio.
-¡Cómo vas a comparar a doña Denise, con esa “pecueca” de mierda! –explotó mal humorado, hasta ofendido (pecueca-prostituta)
–Pero no te molestes, pues ¡Carajo!  –repliqué riendo. Me daba mucha gracia que lo haya tomado tan a pecho su amor platónico por la patrona.
La cosecha duró una semana, el último día los cosecheros después de almorzar y cotejar sus kilajes, se marcharon al pueblo, pues era fin de semana. Nosotros teníamos el trabajo en terminar de encostalar toda esa montaña de hojas secas que llegaba hasta el techo de la casa. Don Nacho llenaba nuestros costales y nosotros dentro, pisoteábamos duro, sudando como burros para acuñarlas bien. El calor de las hojas recién secadas crujía como galletas bajo nuestros pies.
Muy de noche terminamos la labor y como nos prometiera el patrón, nos invitó unas cervezas bien heladas para la sed, luego fuimos a la cocina a cenar. No estaban las cocineras, esa misma tarde terminada la cosecha, don Nacho las envió de vuelta al pueblo. Bajo la iluminación de los mecheros y las leñas que ardían en la bicharra, pusimos hervir la tetera para el café. Comentaba el patrón sobre su cosecha que estuvo muy buena, y que los compradores ya no demoraban en venir. Tal como lo dijera en medio de la obscuridad, aparecieron los compradores. Llevaban mochilas al hombro, acompañados por una docena de trabajadores, que se encargarían de cargar los sacos, todos ellos con los dorsos descubiertos, sudorosos, en pantalones cortos y botas de agua. También había dos sujetos que en todo momento evitaban ser vistos, siempre buscaban mantener la distancia y pasar desapercibidos entre las sombras o la obscuridad. Después de conversar brevemente vendedor y compradores, a una cautelosa distancia para no ser escuchados, nos ordenó el patrón ir a la casa por los sacos. Don Nacho, ayudado por una potente linterna de mano, llevaba la cuenta de las pesadas en un cuaderno, los mismo hicieron los recién llegados, Con Kike nos encargamos de levantar los enormes sacos a la balanza tipo Romana, colgada con una soguilla en una de las vigas, para eso usamos una nueva balanza, la anterior la descartamos por orden de don Nacho, era obvio que estaba adulterada a su favor y perjudicaba en sus kilajes a los cosecheros. Al hacer la primera pesada, uno de los compradores, hizo un gesto de desconfianza, abrió su mochila de entre los fajos de billetes verdes, sacó otra balanza y lo cotejó, descubriéndose el fraude. Intercambió palabras en voz baja con su compañero, don Nacho guardó silencio fingiendo no saber nada de lo que estaba pasando, entonces entendí, el papel de los dos sujetos casi siniestros. No sé cómo hicieron, ni donde la sacaron, pero uno de ellos empuñaba una escopeta, tipo retrocarga de repetición y el otro, una pistola ametralladora. En un remanso de claridad de la noche, brillaron sus ojos malévolos y sonreían malignamente.
-¡Estos muchachos, caray! –por fin habló don Nacho –Les he dicho varias veces que no se debe usar esta balanza ¿Es que no me han entendido? –sonriendo forzadamente, nos culpó de su fallido fraude, pero era visible su nerviosismo, le temblaba la voz. Los compradores consientes de su terror, explotaron carcajeándose burlonamente, incluidos los matones.
 –Ten cuidado, Nacho, mucho cuidado –dejando de reír le advirtió uno de los compradores, el aludido se disculpó asustado, pero igual seguía lavándose las manos evadiendo su culpa.
Culminado las pesadas y luego de hacer los pagos en efectivo, los cargadores levantaron los sacos sobre sus espaldas, con una gruesa pretina dejando un tirante que iría ceñida a la frente. Me admiré de sobremanera, cómo uno de los cargadores pequeño de estatura y delgado, podía cargar semejante peso, más cuando dijeron que el lugar donde “chambearían la hoja”, (Pozo de maceración) Estaba como a dos kilómetros.
-Todo es maña, la pretina tiene que estar exactamente en mitad del saco, según el peso acondicionado muy bien a la espalda, y el tirante no debe ser muy largo porque te cansarías rápido, ni muy corto porque te rompería el cuello –explicó Kike.
Después que los tipos desaparecieron, don Nacho, sacó el dinero que le pagaron y más tranquilo empezó a contarlos. Quedé boquiabierto al ver tanto dinero, eran fajos de billetes, dólares no pudiendo deducir la cantidad, vencido por la curiosidad, pregunté a don Nacho, cuanto de dinero le habían pagado por la coca.
–Hay más o menos, como para comprar dos camionetas 4x4 cero kilómetros Jejeje
–contestó riendo, parecía que cuando reía, más le crecía el bigote y también el pico de tucán que tenía por nariz.
Volvimos a quedarnos solos. Don Nacho al amanecer con todo su dinero y sin pagarnos, se había marchado a Pampayacu, aduciendo que cuando vayamos al pueblo nos pagaría. Conociendo su fama de conchan y explotador, convencí a Kike para que vaya al día siguiente al pueblo por los víveres y a cobrarle. Regresó por la tarde con los víveres, pero sin el dinero y con la cara larga.
–Chino, olvídate ahora del descanso. Don Nacho ordenó que a partir de mañana empecemos a cultivar las dos hectáreas de cocal. Tenemos para un par de semanas y dándole duro, desde que amanezca, hasta que anochezca –puntualizó, viendo desde la casa la hierba crecida que debíamos limpiar.
-¿Y cuánto nos pagarán por ese trabajo? –pregunté.
–Nosotros, somos mensualeros, no somos contratistas ni jornaleros –respondió, resignado. Cosa que me indignó.
–Kike, esta bien que sea más nuevo que tú, pero eso no quiere decir que sea cojudo.
 –exploté, irritado –Un mensualero, es el que cuida el cocal y hace trabajos del momento, por eso nos pagan una miseria, ahora un contrato para cultivar un cocal, tiene otro precio, así sea jornal –repliqué, incómodo y molesto. Durante los días que durara la cosecha, hice amistad con algunos de los muchachos y me pusieron al tanto de todo.
-Sí, así es. Pero ¿Qué podemos hacer?  No tenemos donde ir y no conocemos a nadie
-Kike parecía resignado a seguir así, pero yo no. Al día siguiente cuando almorzábamos, después de avanzar con el cultivo, llegó don Nacho y le hice saber mi punto de vista, mi inconformidad con el pago. Éste se molestó.
–Un mensualero hace los trabajos que tenga y haya por hacer, por algo se les paga mensual, trabajen o no trabajen, llueva o no llueva, además, tienen sus tres comidas al día ¡En ese caso, los días que no trabajen o llueva, les cobrare la comida o no comen, porque a mí, los víveres no me regalan! –me enrostró con su cara de pajarraco enojado, pero no me dejé intimidar al contrario, empecé a odiarlo más a este explotador, angurriento de pacotilla.
–Disculpe, don Nacho –respondí controlando mi ira –Con lo que Ud. nos paga al mes, lo podemos ganar en una semana en cualquier cocal –hablaba también por mi compañero, que sólo escuchaba sin decir nada –Mejor nos cancela hasta el día de hoy ¡Porque nos vamos! –me puse de pie, listo para abandonar la cocina he ir a la casa por mis ropas
–Tenemos varias propuestas de trabajo, con mejor pago y comida –rematé decidido, Kike me siguió la cuerda. Don Nacho, se quedó de una pieza, la idea de quedarse sin tontos que le cuiden su cocal cobrando un pago irrisorio, lo obligó a ceder sonriendo hipócritamente.
–Jejejeje… ¡Tranquilos muchachos! Miren, justo ahora mismo les traje su plata, para que vayan al pueblo, se compren ropa, se consigan una hembrita, se lo gasten en lo que quieran –de sus bolsillos sacó el dinero y empezó a contarlos, sin dejar de sonreír
–Y eso no es todo, porque a partir del otro mes, les aumentaré su mensualidad –prometió. –No, don Nacho. ¡Será a partir de ahora! –repliqué, decidido porque dudaba de su promesa y le pedimos el cincuenta por ciento de adelanto por el cultivo del cocal, se opuso al comienzo, finalmente accedió. Días después me enteré que don Nacho, me hizo pedazos con todos los vecinos que se les cruzaron, sobre todo en casa de don Ñato, diciendo que era un vago, un reclamón, que se arrepentía en el alma haberme contratado, además era un manipulador que paraba inquietado a Kike, su mejor trabajador, no sólo eso, el desgraciado también les contó mi amorío con Mery, la ex empleada de don Ñato, pero a su manera, tratando de hacerme quedar como basura. Don Ñato y su esposa, conociendo lo angurriento y tacaño que era, lo escuchaban indiferentes e irónicos
–Nacho, aprende a pagar bien a tu gente jajaja ¡No seas, shungo! (Tacaño) –le había dicho. Después que terminamos de cultivar el cocal, para “entretenernos y no estar aburridos”, como dijera don Nacho, nos ordenó lavar los costales de semillas de coca y hacer viveros por los contornos del monte real, luego plantar más plátanos por todo el cocal. El miserable se desquitó de mi reclamo haciéndonos trabajar más duro.
La rutina de no salir de vegetar como guardián de la plantación, era cada vez insoportable, de remate las veces que íbamos al pueblo a casa del patrón, por algunas cosas que nos faltaba, con la misma nos enviaba de regreso.
–Muchachos, regresen rápido, hace poco nomas acaban de matar a un chico que recién había llegado, nadie lo conocía y lo confundieron con un soplón. Ustedes están seguros, porque nosotros somos amigos de esa gente, les decimos que no les hagan nada porque son mis sobrinos. Como siempre trataba de asustarnos para no salir y seguir trabajando con un pago miserable. Hasta que un día sin poder soportar más el encierro, salimos al pueblo sin permiso de nadie. Kike algo que se resistió, argumentando que el patrón se enojaría si llegara a enterarse, pero lo convencí recordándole lo que sabíamos por boca de don Ñato y los vecinos. Don Nacho, después de la cosecha, se compró un auto, disqué para, hacer colectivo a Tingo María, donde tenía una amante. Su camioneta se la dio a un chofer para que la trabajara en Uchiza, por tal motivo era difícil que nos encontremos por el pueblo. Caso contrario, me daba igual, no éramos sus esclavos y podía irse al carajo si nos encontraba. Estrenamos ropas nuevas, que días antes compramos. Salimos a la carretera para tomar colectivo, pero evitando ser vistos por don Ñato y su esposa, ni nadie de la casa que pudiera informar al patrón sobre nuestra salida. Al llegar al pueblo nos metimos a un Restaurante bar. El local estaba muy concurrido, las cuatro meseras apenas se daban abasto en la atención, pedimos cervezas y ocupamos la última mesa. Entre los clientes habían, traqueteros, mercachifles, sobre todo gente salidos de los cocales, Jornaleros, cosecheros, lamperos –Era notorio por sus rostros quemados por el sol y las manos, toscas y descuidadas –Hablaban entre sí, riendo y cierto pavonéo, pretendiendo impresionar a las anfitrionas a la hora de pagar con billete nacional, miserables y devaluados, pero qué carajos, estaban en lo suyo, de donde vinieron tal vez era mucho dinero, pero volvieron a la realidad, cuando los traqueteros,  ordenaban cervezas y pagaban con billetes de cien dólares que extraían de sus canguros, repletos de ellos. Una de las camareras, haciendo caso omiso a las insinuaciones de jornaleros y mafiosos, había coqueteado conmigo, Era una chica agraciada, lo que más me llamó la atención fue su bonito trasero redondo y firme. Así lo dejaba traslucir el apretado y corto vestido.
-Amiga, ¡Dos cervezas, más por favor! –ordené, con una sonrisa de complicidad y haciéndole un guiño, la anterior la ordenó Kike. Cuando se acercó a la meza con las botellas, muy sonriente me dijo.
–Chinito, te pareces mucho a un amigo –su voz cálida y sensual, aceleró mi respiración, también sus senos bonitos y voluptuosos.
-Sí, ¿qué pasó con él? –pregunté instintivamente, sin dejar de mirarla, pues su cercanía me confundía como también sus ojos color miel.
–Lo mataron… Hace unos meses. Una singular tristeza destelló en su mirar, pero reponiéndose agregó sin dejar de mirarme profundamente. –Mira, hoy es mi día libre, salgo en una hora. Si quieres, espérame. De hecho que me quedé más confundido, desconfiado, cuando me dijo sobre su amigo. La idea de morir no figuraba en mí, para nada, menos por una mujer, tampoco le pregunté el motivo de la muerte del fulano, pero tampoco podía negar lo guapa que estaba, lo mucho que me atraía, sobre todo sus senos y su bonito derrier
– ¿Me esperarás? –insistió, sonriendo.
Nada más que hacer, era mi día de suerte, mi primera salida al pueblo y había ligado una chica. Tenía que ser positivo, él amigo del que me hablara ya no estaba, pero yo sí, y podía disfrutarla. Volvía hacer el chico de antes, pensé. No es por nada pero cuando estaba en el colegio siempre tuve mi jale y esa jovencita más o menos de mi edad, me levantó mi autoestima.
–Claro, que te voy a esperar –le respondí, más feliz que una lombriz
– ¡Ah! me llamo, Sandra –se presentó y se alejó balanceando las caderas, dejando boquiabierto a más de uno
– ¡Caramba, Chino! Estas con suerte –celebró Kike, dándome una palmada en el hombro. –Por ese gusto, pido dos chelas más –agregó sonriente.
-¿Qué te parece la chica? –Después de beber la mitad de mi vaso, pregunté ufano, obvio que estaba deseable, traqueteros y jornaleros, no la perdían de vista, si pedí la opinión de Kike fue quizás por presunción, sabiendo de antemano la respuesta.
-¿Cómo? Esa pregunta está por demás, ¡Está, preciosa! –enfatizó sin perder la sonrisa. Seguidamente tomó la botella de cerveza, llenó los vasos y muy solemne propuso un brindis –Chino, por nuestra amistad, por este feliz momento y que a partir de hoy sea el comienzo de algo bueno, de cumplir nuestros sueños por el cual venimos, ¡Salud! –dijo optimista, entusiasmado por el momento, por mi buena fortuna, que también la sentía como suya
– ¡Salud! –respondí, contagiado por el optimismo de mi compañero. Chocamos nuestros vasos y lo dejamos vacío de un solo sorbo. Los dos anhelamos eso, dejar el encierro en la chacra, salir al pueblo confundirnos con la gente, conocer chicas, sobre todo encontrar un buen contacto con algún “Capo”, peruano o colombiano para ser un traquetero. Esto último, no lo mencionamos quizás por vergüenza, por lo que podían pensar los clientes, por ser la última rueda del coche en la mafia, unos míseros guachimanes de cocal, mensualeros mal pagados. Volvimos a pedir otra ronda de la refrescante espumosa, Kike al momento de ordenar las suyas, miró de una forma especial a la mesera que lo atendió, eso lo noté desde que llegamos mientras conversamos. Discretamente no dejaba de observarla muy interesado.
Kike siempre fue un compañero leal, nos teníamos los dos, siempre nos contábamos nuestras cosas, era de poco hablar cuando no tenía la suficiente confianza, pero después era abierto e incondicional. No quise ser mezquino ni nada de eso, quería que mi amigo también tuviera algo que ligar y me propuse darle una manito.
Con una mirada le pedí que se acercara a la guapa mesera que momentos antes me citara.
–Sandra ¿Crees que puedas salir con tu amiga? –le dije aludiendo a la chica de pantalón jean, la que flechó a mi amigo.
–No puede, su día libre es el otro miércoles –se lamentó –Pero le diré para salir la otra semana, es cosa de hablar con la patrona.
En eso quedamos, después de terminar las cervezas salimos del local, cruzamos la calle y nos sentamos en una de las bancas del parque a esperarla.
 Kike me comentaba del buen cuerpo de mi futura, me decía que estaba ganadazo. De pronto la vimos salir y me buscó con la mirada, le levanté la mano para que me viera, sonrío al verme y se empezó a acercar. Cuando cruzaba la calle, coincidió con un colectivo repleto de pasajeros, el chofer detuvo la máquina, sacó la cabeza por la ventana para vociferar
– ¡Pasa mi Reina, Si no fuera casado, te propongo matrimonio! –la jovencita no le prestó la mínima atención siguió su camino. Innegablemente con ese osado vestido y su sensual anatomía abarcó las miradas de todos. Cuando daba la espalda, el sujeto, haciendo un gesto repugnante de lujuria, con los ojos clavados con total desparpajo en la espalda de Sandra, mejor dicho, donde termina la espalda. Agregó– ¡Asuuu, que rico, pero que rico Cu…lantro! –Me incomodó la forma pervertida como ese sujeto gordo, viejo y feo, se dirigió a mi chica. No faltan imbéciles, pensé olvidándome del incidente, pero eso no era todo, cuando salía a su encuentro, un motociclista le cerró el paso saludándola, Sandra lo esquivó sin responderle, entonces el fulano, sin bajarse de la máquina la sujetó de un brazo, ella lo rechazó queriendo zafarse
– ¡Déjame en paz! ¡Ya te he dicho que no me sigas molestando! –gritó muy enojada. En ese forcejeo de la cintura del fastidioso emergió la culata de una impresionante automática, seguidamente me miró amenazante con las gafas oscuras que le daban un aspecto gansteril, disimuladamente como si conmigo no fuera la cosa lo esquivé y desvié mi camino, dejando al tipo y a Sandra que logró zafarse.
–Kike, mejor vámonos –le dije preocupado y asustado. Confundiéndonos entre la gente, nos dirigimos al paradero. Nos alegramos en el alma encontrar a don Ñato. Limpiaba el parabrisas de su camioneta y esperaba su turno de salida, detrás de otros vehículos.
–Buenas tardes don Ñato –saludamos al unísono. Dejó de limpiar, sacudió el trapo y nos miró riendo
– ¡Qué tal jóvenes! ¿Paseando por el pueblo?
–Sólo vinimos por unas cosas, pero ya nos regresamos –respondimos, pero de cuando en cuando, con la mirada vigilante y atenta, si por ahí el tipo de la moto nos estuviera acechando. Felizmente no fue así, durante la riña, Sandra muy sutilmente evitó comprometerme, después de soltarse del tipo, sin mirarme dio la vuelta y regresó al restaurante.
Nos despedimos de don Ñato, para rápidamente abordar la camioneta de turno, nos urgía desaparecer del pueblo cuanto antes. Cuando llegamos a la chacra las primeras sombras anunciaban la noche, en la cocina pusimos a hervir café, aun costado del fogón colocamos plátanos maduros con la finalidad de asarlos, ese sería nuestra cena, no teníamos hambre.
-El tipo de la moto, creó era su sicario de “Carachupa” –corroboró Kike –Una vez cuando fui al restaurant de don Nacho, lo vi con otros matones.
Carachupa era un colombiano, buen tiempo vivía en Uchiza. Trabajaba preparando la carga para una de las firmas.
-¿Qué más podía hacer? Me gustaba Sandra, pero tampoco arriesgaré a que por ella me maten –me lamenté.
–Mejor que nos hayamos venido, quién sabe en qué problema estuviéramos metido
–advirtió Kike, y con razón.
Aquella noche no lograba conciliar el sueño, daba vueltas en mi cama porque bullía en mi cabeza la rabia, la frustración de ser un don nadie, que nadie respetaba y cualquier matón podía quitarme a mi chica, yo huir como un cobarde por miedo a que me maten. Me sentí frustrado y amargado conmigo mismo, pero de una cosa si estaba seguro. Yo no vine a Uchiza para ser un insignificante mensualero, guachimán de un cocal y pasar mis días aburrido, ganando una miseria, si dejé Pichanaki fue para no ser un perdedor, para no ser uno más de ex alumnos, que después de desaparecer un tiempo, regresan con la cabeza gacha y ganarse la vida como humilde jornalero en los cafetales, chule de un aserradero o vendedor ambulante de suelo. Yo quería ser un Traquetero, tener una hermosa motocicleta que ninguno lo haya tenido, quería el poder en mis manos, el poder que brindan aquellos fajos de billetes verdes, y levantarme a cuanta hembra me guste ¿Para eso vine al Alto Huallaga no?
No pude dormir por varias noches, imaginaba los hermosos momentos que hubiera pasado con Sandra, toda esa sensualidad de su mirada color miel, de sus labios, esa hermosa cola redonda y firme, mi instinto, mi deseo carnal de adolescente, hacía que mi sangre corriera como un río tormentoso de puro fuego.
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Descripción

Historia del narcotrfico y la subversion en la selva del Huallaga por los aos ochenta

Palabras Clave: La verdadera historia del Alto Huallaga

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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javier tovar

Acabo de publicar el siguiente capítulo de mi primer libro de la trilogía "LA VERDADERA HISTORIA DEL ALTO HUALLAGA".
Espero los comentarios de los que se dignen a leer mi humilde obra, caso contrario entenderé que no es de su completo agrado
y será el último capítulo que publique.
Saludos cordailes a todos
Responder
April 24, 2013
 

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busy