Es raro el amor
Publicado en Apr 24, 2013
Se dejó caer en el sofá, con toda la elegancia que pudo disimulando el temor que la invadía y el temblor que generaba en su cuerpo la situación que estaban viviendo y lo siguió observando obediente. Descalzó sus pies y sintió un alivio inmediato al desembarazarse de sus tacones, estrechos zapatos de princesa vestían sus diminutos pies. Él se agachó, poniéndose de puntillas y quedando sus caras a la misma altura, boca con boca, nariz con nariz, ojos con ojos, boca con boca. Pero no la besó, sólo apretó su mejilla, la que no tenía herida, fuerte, con tensión, con la fría mejilla de ella, empolvada todavía de rosa, y volvió a levantarse dando pasos lentos de un lado a otro de la estancia, cabizbajo y aún pensativo e indeciso. Ella agarró un inmenso cojín que quedaba a su derecha y lo puso como escudo entre su pecho y el mundo, apretándolo con fuerza, como a la defensiva. Él cogió un cigarrillo de su bolsillo, encendiéndolo sin prisa y mirando hacia la nada. Lo aspiró con el ansia del que se sabe adicto y bruscamente apartó el cojín de entre los brazos de ella dejando de nuevo al descubierto las formas precisas de su pecho latente tras los botones de la estrecha camisa y le acercó el cigarrillo a los brillantes labios, imponiendo su voluntad. Ella, tras aspirar, lo apartó con sus delgados dedos y expulsó durante un interminable segundo el humo gris y demoledor. Seguían sin hablar, pero él ya no caminaba de un lado a otro. Sólo la miraba, observaba cómo fumaba y sostenía con gracia el cigarrillo con sus bonitas manos de muñeca. La deseaba. Ella continuó fumando y subió sus piernas al sofá, dejando ya ver del todo la costura de su medias, la falda negra a la altura de sus cachetes, y cediendo ya a la imaginación el dibujo de su sexo oculto en la oscuridad. Él sintió una punzada y no quiso mirar más. Seguía nervioso y como acto reflejo se giró, dándole totalmente la espalda a su deseo y se acercó al mueble bar. Whisky y dos vasos anchos y bajos. Lo apoyó todo en la minúscula mesa de delicada madera tallada artesanalmente y sirvió la bebida. Se dejó caer a su lado, agotado al fin, los pies de ella rozando su tejano con ávida y estudiada arrogancia. Acabaron en silencio el cigarrillo y bebieron el whisky como los dos desconocidos que eran.
Cuando se despertó dolorido, aún reinaba la oscuridad de la noche en la habitación. Encendió la lámpara decorativa y con la leve luz que desprendía pudo ver los vasos rotos en el suelo, el paquetito casi intacto, de milagro, con la coca en un hueco cercano a la ventana, intuyendo el olor del alcohol mezclado con la sangre. Le dolía la mandíbula y abrir los ojos le resultaba muy molesto. Mientras se arrastraba hacia el lavabo empezó a recordar, las risas, las copas, las manos de su amigo Iván tocando el trasero de Laura mientras bailaban agarrados. Los besos de ella jugando con él mientras se dejaba acariciar por su amigo. El primer puñetazo, los gritos, los llantos de ella asustada en el rincón. Se miraba al espejo del inmenso cuarto de baño y descubría los morados y la sangre ya seca de su cara, la camisa manchada y mientras se lavaba, al unísono con el correr del agua, en su cabeza pululaba la imagen de Laura, la tarde antes de la despedida, mientras le hacía el amor como un salvaje, implorándole por dentro que no se marchara, llorando como un niño. Y la rabia y la tristeza le invadían sin clemencia. Ella abrió los ojos al escuchar un intenso suspiro. David. Pero no era él el que estaba a su lado sino Iván que recostaba su cabeza en el hombro de ella. Miró su reloj. En menos de seis horas debía estar volando camino de Barcelona. Intentó despertar a Iván con suaves toques en la cara, pero éste no respondía. Como pudo se incorporó y lo dejó totalmente tumbado en el sofá, aunque ya empezaba a dar signos de consciencia. Buscó el baño, reguló la temperatura del agua de la ducha, mientras se desnudaba como una autómata, dejando caer a sus pies su escasa ropa y se abandonó totalmente cuando el chorro recorrió libre y con ímpetu cada poro de su piel. Sintió la presencia de Iván que la esperaba pensativo apoyado en la pared con una gran toalla entre sus manos. Ella se dejó envolver y también se dejó besar por los labios heridos y le gustó como los brazos de él la rodeaban mientras ella intentaba desabrocharle la camisa para poder apreciar y saborear con sus manos y su lengua la dura piel de él. Pero alguien aporreaba la puerta del piso con insistencia y de fondo escuchaban un abre la puerta cabrón, casi como una súplica. Iván se separó de Laura y la miró unos segundos antes de dejarla sola para ir a abrir. Desquiciado entró David, empujando a Iván que no se resistió. Laura salió al comedor contemplando la escena tiritando de miedo e intentó sujetar la toalla, pero ésta resbaló incontrolada dejando al descubierto sus hermosos pechos húmedos y vestidos por pequeñas y transparentes gotas de agua. Los tres se miraron, en hermoso triángulo no ensayado. Laura se acercó, desnuda también llevaba su alma, y acarició con mucho cariño el pelo revuelto de David que la vigilaba primero desafiante, después hipnotizado irremediablemente y rendido por la belleza de los ojos de Laura y agarrándola por la cara la besó violentamente y con desesperación al principio, calmando su ansiedad a medida que la lengua de ella domaba con experiencia su instinto más animal. Iván se acercó por detrás de ella. Suavemente se incorporó al baile improvisado de los amantes, acariciando los brazos de Laura, rozando con su lengua ávida su cuello, sintiendo el olor del pelo mojado, su sexo alimentado ya del todo por la escena. Iván empezó a desvestirse, Laura empezó a despojar de sus ropas a David, sin despegarse de él, amándolo, sintiéndolo. Iván rodeó con sus brazos la cintura de Laura y la empujó hacia él, guiándola sin girarse hacia su habitación mientras con la mirada invitaba a David que observaba la escena sin reaccionar. David, le llamó Laura, y extendiendo su brazo hacia él le imploró que los siguiera hasta el cuarto. Iván se dejó caer junto con Laura en la inmensa cama, David se tumbó junto a Laura y siguieron besándose como dos adolescentes. Brazos, piernas, lenguas, sexos, vueltas en la cama, sonrisas, caricias, las salivas, los sudores, sábanas arrugadas y húmedas, los deseos mezclados y entregados ganando la batalla del dolor. Comunión de tres almas solitarias. El placer es tan cruel, el deseo infernal, la soledad tan inmensa que los vértices de ese triángulo se necesitaban sin remedio y sin demora. Y el amor nacía implacable y por imposición de entre las ruinosas miserias de las carencias, pero limpio e ingenuo, como una primera vez. Cuando los amigos despedían a Laura en el hall del pequeño aeropuerto, sabían que volver a llenar ese vacío que ahora les quedaba significaba iniciar un litigio desconocido y de improbables consecuencias. Laura, sin embargo, sabía que les amaba, a los dos, por encima de cualquier placer e infinito deseo y que ya no le importaba nada más que saber cuándo podría volver a verlos. |
Hctor Restrepo Martnez