Deseo.
Publicado en May 01, 2013
Se encontraban recostados sobre aquel verde césped bajo un sol encandilador. Él se extendía a lo largo haciendo un soporte a su cabeza con la palma de su mano mientras la contemplaba. Sus pupilas se dilataban con tan solo verla, logrando que sus rasgos felinos se suavizaran hasta quedar esculpido como un bello querubín. Y como para no hacerlo, Leila se caracteriza por tener una belleza casi inhumana, y sin duda como su nombre lo explica es «bella como la noche». Sin embargo, ella solía desperdiciar aquel regalo de la naturaleza con cualquier vago, pero al conocerlo a él todo había cambiado, Leila había removido cielo y tierra, había usado todas sus armas para engatusarlo, pero solo bastó con algo más simple. Ella, que nunca se ridiculizaría por ningún desfachatado cualquiera, se vio obligada a confesarle lo que realmente sentía por él, y así con total naturalidad, las cosas tomaron un rumbo inesperado.
Nervioso, al notar cómo la muchacha lo observaba, se apresuró a sacar de su bolsillo un paquete de cigarros, su segunda adicción—la primera, era Leila— puso uno en su boca mientras lo encendía. Ella lo miró atentamente y quiso tomar la pequeña caja, pero como de costumbre, él es más hábil. —No—dijo severamente, sus facciones que resultaban endulzadas se habían diluido por completo. — ¿Por qué no? Nacho, vos fumás…—La contemplo nuevamente, no era más que una niña con una experiencia espeluznante en todos los ángulos en los que se viera, pero una niña al fin y al cabo. Tres años menor, recordó. Hermana de un amigo, añadió. — ¿Tu promesa? ¿No era que no querías morir a causa del tabaco como tu abuelo?—era su punto débil, y lo había tocado conociendo el dolor que produciría. Pero si Leila tiene algo a su favor es la obstinación. —Todos vamos a morir de algo alguna vez—se encogió de hombros y lo observó fijamente durante unos cuantos segundos—Quiero probar…—Notó su expresión, él la veía con incomprensión pero a la vez con un amor descomunal y estaba claro que no permitiría que nada la lastimara, incluso aunque lo pidiera. Ignacio vio su cigarro, aún encendido, y luego la vio a ella, debatiendo .Lo arrojó lejos, también el paquete y sonrió nuevamente, triunfal. —Ahora no hay nada que puedas probar—Leila lo desaprobó con la mirada y se mostró desilusionada, quería ser grande, estar a su altura, demostrarle que podía ser lo que siempre necesitó. Lo había intentado todo para demostrarlo, excepto eso y ahora había fracasado. Bajó la mirada haciendo que una pequeña lágrima rodeara su mejilla, ahora roja y acalorada. Ignacio levantó su barbilla con el pulgar, haciendo que le mirase a los ojos. — ¿Qué hice mal?— su semblante estaba nuevamente seria. —Nada—musitó, pero este pareció no haber quedado satisfecho—Es que…quiero, pero no puedo. Quiero ser la mujer que necesitas, pero no puedo, siento que no. Nunca voy a ser suficiente para vos y te amo—acongojado y con el corazón hecho un nudo, tomó aire, intentando saber como seguir. Lo había escuchado antes, lo había escuchado todo el tiempo de su boca, pero ¿Cómo obtener una respuesta si ni el la tenía? —Lei, sos perfecta ¿si? Sos todo lo que cualquier hombre podría desear, no solo por tu cuerpo sino por tu inteligencia, aunque en sus momentos no la utilizaste como es debido supiste parar a tiempo y por mí. Hacés que todo sea diferente, todos los días, sin excusa. ¿Y todavía pensás que no sos lo suficientemente buena?—Ella alzó una ceja, incrédula, y supo que era tu turno. Debía ser sincera. —Lo suficientemente buena para vos—enfatizó las últimas dos palabras— Y si soy perfecta, como decís, ¿Por qué no te gusto?—las lagrimas fluían cada vez más rápido, su voz se oía distorsionada, algo ronca y balbuceante. Él no podía moverse, no podía verla así, le hería el alma. —Leila, te dije muchas veces lo importante que sos para mí, te dije muchas veces lo que siento—le recordó, entonces ella se acercó más a él. Podía sentir el olor floral que su piel emanaba, su cabello ligeramente ondulado y castaño le acariciaba el rostro. —Entonces besame, demostramelo. Nacho, quiero actos, no palabras. Quiero que me beses, ahora—Ignacio pudo sentirla casi pegada a su piel, ligeramente acalorada y esperando deseosa la muestra de afecto que exigía. —No puedo—musitó el joven abrumado y casi apunto de ceder. — ¿Por qué no?— insistió Leila acariciando su nariz con la suya, entreabriendo lentamente los labios, emanando un delicioso e irresistible olor a menta. Pese a su corta edad, sabía como convencer a un muchacho. —No podemos—repitió en un tono casi inaudible, estaba en la nube del placer sin siquiera tocarla y ahora no quería bajar, pero tampoco ceder—Sos la hermanita de un amigo—excusó—Sos tres años menor que yo…—cerró los ojos con fuerza, intentando convencerse el mismo de sus palabras, pero ella es mas fuerte. —Besame Nacho, que no importe lo demás— susurró suplicante, caprichosa y provocativa a la vez—Sabés que no sos el único, hubieron muchos más, esto no cambia nada—insistió, sin darse cuenta, ella también había ingresado a aquella nube, olvidando por completo que estaban en un lugar publico—Sabes que lo querés…—la atmosfera se había tornado deseosa, expectante. —Si, lo quiero—admitió asintiendo levemente con su cabeza mientras miraba fijamente los labios de Leila, iba a besarlos, lo iba a hacer y no había vuelta atrás. Se humedeció los suyos, tal y como un depredador, estaba listo para atacar a su presa. Pero en ese momento, la cordura lo invadió y rompió de un solo tiro aquella situación. Se puso en pie y abandonó el lugar, con Leila en el.
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Primrose.
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Felicitaciones