guilas Negras -59- (Novela y Guin para Cine)
Publicado en May 02, 2013
- ¡Ya hemos llegado, Juan! ¡He aquí el Monasterio-Convento de El Parral en los extramuros de la ciudad de Segovia!
- Entonces salgamos del automóvil y adelante, Diego. - Espera un momento, Juan... sólo un momento... porque quiero relajar un poco mis nervios. ¿Tú no estás nervioso? - ¿Nervioso por cumplir una misión necesaria? No. Diego encendió un cigarrillo marlboro pero Juan rechazó el que le ofrecía. - Pero... ¿a quién vamos a detener? - Tú sólo ven conmigo porque te necesito para tener la entrada libre y, después, una vez ya dentro, déjame a mí hacer lo que tengo que hacer. - ¿Y yo? ¿Qué hago yo, Juan? - Sólo escuchar antes de actuar. Recuérdalo. No actúes hasta que yo haya terminado de escuchar confesiones. Es algo que debes aprender muy bien, Diego... porque cuando aprendes a escuchar tranquilamente lo que algunos tienen que decir aprendes más de la vida... - ¿Lo dices por alguien? ¿Quizás por mi teniente Nazario? - Por supuesto que sí lo digo por alguien... - ¿Alguien que me aconseja mal? - Ya te enterarás más tarde en quién estoy pensando... - ¡Dime quién es! ¡Dime quién es ahora mismo que me lo cargo! - Tranquilo. Fúmate el cigarrillo completamente tranquilo y deja que todo llegue a su debido tiempo. Hay muchas cosas que tienes todavía que aprender y, aunque yo soy todavía muy joven, puede que tengas que aprender muchas cosas de mí aunque te creas un profesional perfecto. Te falta mucho todavía para ser un profesional perfecto, Diego. Lo mío no es vanidad. Lo mío no es soberbia. Lo mío no es prepotencia. No he sido nunca, ni lo soy ahora, vanidoso, ni soberbio, ni prepotente... pero Dios me enseñó a guardar silencios cuando debía guardar silencios; pero ya ha llegado el momento en que mis silencios se conviertan en palabras de Justicia a favor de la vida. Por eso no las confundas jamás con las palabras de la venganza sino que sólo es que alguien debe tener el valor de hacerlo. Y yo me presenté voluntario ante Dios y llamado por ti ante los hombres. Asi que procura tranquilizarte y dejarme hacer todo lo que yo tenga que hacer antes de que tú actúes para cumplir con tus obligaciones. - Espera a que termine de fumar mi cigarrillo, Juan... - Mientras lo haces, recuerda a Simón Bolívar diciendo "nuestras discordias tienen su origen en las dos más copiosas fuentes de la calamidad pública: ¡la ignorancia y la debilidad!"; recuerda un proverbio árabe que dice "aconseja al ignorante aunque por eso termine siendo tu enemigo"; recuerda a Aristóteles diciendo "hay la misma diferencia entre un sabio y un ignorante que entre un hombre vivo y un cadáver"; y recuerda a Robert Burton diciendo "por nuestra ignorancia no sabemos las cosas necesarias, por el error las sabemos mal". Quizás ahora no lo comprendas del todo pero espero que al final quede todo aclarado y no olvides nunca que la ignorancia no sólo es una carencia, ni tampoco una enfermedad sino que, sobre todo, es un pecado... un pecado que cometen muchos que se creen importantes cuando, en realidad, son menos significativos para la sociedad que una copa de orujo. ¿Tú te beberías ahora mismo una copa de orujo antes de entrar al Convento? - No. ¡Yo jamás me bebería una copa de orujo antes de llevar a cabo alguna de mis labores profesionales! - Entonces esa es la respuesta. - No entiendo... - Cada zapatero a sus zapatos, Diego... y cada carpintero a sus garlopas, Diego... porque algunos se creen mejores investigadores que Sherlock Holmes cuando solamente son zapateros o carpìnteros y yo respeto esos oficios como respeto a cualquier otro oficio y a las personas que los practican. Por eso me preocupo siempre de aprender sobre zapatos y sobre muebles simplemente respetando al zapatero y al carpintero. Otra cosa bien distinta, y ese es el verdadro problema, Jefe, es que algún zapatero o algún carpintero no respete mi profesión. - ¡Vamos ya para adentro, Juan! - No. Tranquilízate del todo, Diego. Lo que tengo que hacer ahí dentro es necesario que alguien lo haga. Y como a muchos les agrada sólo lanzar discursos al pueblo pero nunca resolver el problema que le hace escribir esos discursos... lo tengo que hacer yo... y no quiero que seas un estorbo para mí sino una ayuda... así que termina, poro favor, de fumarte el cigarrillo porque estamos entre hombres y hay cosas de hombres... ¿o no es verdad, Diego? - Es verdad. - Pues alguno de tus hombres no hace más que quejarse... - ¿De que los hombres fumen? - Sí. De que los hombres fumen mientras él bebe como cosaco... - Entendido, Juan... ¿algo más?... - Si. Alguien se queja de que los hombres fumen pero la cocaína es como su novia inseparable... ¿me estás entendiendo? - Del todo, Juan... porque creo que me estás queriendo decir que algunos de mis hombres son tan hipócritas que mientras murmuran y atacan a los fumadores dirigen hilos en el mundo de las drogas... ¿no es es eso, Juan? - Eso es. Hipócritas que elevan la voz al cielo cuando te ven con un cigarrillo de tabaco en la boca y, sin embargo, callan el asunto de la gran cantidad de personas que están muriendo por culpa de sus ocultas actividades. Me parece que lo has comprendido todo. - Lo tengo que descubrir, Juan. ¡Ayúdame, por favor! - Te estoy ayudando y por eso vamos ya adelante, Diego. ¿Has terminado de fumar? - He terminado de fumar. Pero quiero saber quién es ese hipócrita que tengo entre mis filas. - Él mismo te lo dirá. Las campanas del Convento hacen sonar las 8 del amanecer... las 8 campanadas que se van desgranando como 8 lamentos por los que mueren por culpa de la hipocresía... - 8, Diego, 8. Son las 8 de la conciencia. Ser solamente un sencillo 8 sincero es mucho más valioso que ser un espectacular 10 de la elocuencia ocultadora. Vamos adelante. Dios aclarará tus dudas.
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