• Juan Arrieta Fernandez
corroncho007
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  • País: Colombia
 
Esta idea la vi por vez primera hace muchos años en un diario de la capital y me pareció curiosa. Años después a un personaje nacional, de quien tampoco me acuerdo, dijo en una entrevista que coleccionaba detalles para su museo imaginario. Hoy 11 de mayo de 2009  me provocó iniciar mi propia colección, anotando que durante mis años de pedagogo realizaba este ejercicio durante la clase de español y a los estudiantes les encantaba. Aquí van sin orden ni clasificación, a ver cómo me salen y ustedes pueden agregar todos los que gusten.   El acta de defunción del Mar Muerto. El arma usada para matar el Mar Muerto. El ascensor de la torre de Babel El caballo Palomo de Bolívar. El Chipote Chillón. El lazo con que se ahorcó Judas. Las 30 monedas de Judas La cuna de Moisés La manzana de Adán La última Coca cola del desierto Un político honrado Una prostituta virgen El bigote de Hitler El pedazo que le falta a la sinfonía inconclusa Las botas de siete leguas El menú de la última cena. El pasaporte del judío errante. El soldado desconocido. La bacinilla  del Orinoco. La brocha con que  pintaron  el Mar Rojo. La cama de la bella durmiente. La camisa de once varas. La costilla de Adán. La foto del hombre invisible. La loza de la última cena. La nariz de Pinocho. La otra mitad del medio ambiente. La pantaloneta de Tarzán. La pintura que sobró del Mar Rojo. La ropa del hombre increíble. Las flechas del arco iris. Las lágrimas de la Llorona. Las tablas de la ley. Los mil goles de Pelé. Su media naranja. El vino que sobró de las bodas de Canaan Los brazos de la Venus de Milo La máscara de hierro El duplicado del pecado original      
PERSONAJES DE LA PLAYA (1) Todos ustedes han estado en la playa, estoy seguro. Allí habrán observado a las personas que se desplazan de las ciudades y del interior del país a vacacionar (esto está escrito por un nativo del Mar Caribe colombiano) y siempre, se los aseguro, siempre veo los mismos personajes. Explico, las personas son diferentes pero las actitudes se repiten año tras año desde que tengo memoria. También cambian las modas, en especial los trajes de baño femeninos; la música es diferente: la rumba se transforma pero esos personajes inmortales siguen apareciendo temporada tras temporada para llenar de motivos a este loco que soy yo. Como mi oficio es bien distinto de la escritura, me queda fácil enumerarlos para no meterme en honduras de narración. Estos son: ·         La pareja dispareja: estos son más actuales, antes venían pero a escondidas. Un señor más que maduro, con el pelo pintado de rubio o negro, para disimular las canas, con una muchacha que bien podría ser su nieta. Durante el día caminan como corresponde a un anciano con la niña menor de la familia; en las noches, en una de las discotecas y con unos tragos entre pecho y espalda el viejito se extrovierte y coge parejo a la niña delante de todo el mundo. ·         Una variante, esta si más discreta la componen la señora entrada en años con un muchacho acompañante. Es la versión de la anterior pero ella no le lleva tantos años. Los mirones sacamos cuentas y concluimos: ella aporta la parte económica y él el sexo. Igual que los anteriores. ·         La familia autóctona de uno de los departamentos del interior del país más alejados del mar. De esas alturas donde la niebla tapa el sol casi todos los días del año y cuando no hay niebla es porque está lloviendo. Viajan en uno de los autobuses intermunicipales de precio barato y llegan adoloridos después de una tortura de quince o más horas. Viaja toda la tribu familiar compuesta por los bisabuelos, los abuelos, los padres, los hijos y los nietos (como treinta en total) se asoman desde lejos a ver las aguas y temen acercarse. ·         Los autóctonos llegan con sus atuendos tradicionales y no se despojan de ellos aunque el termómetro marque 38°C a la sombra. Ruana de lana virgen y  sombrero de fieltro por encima. Por debajo de la ruana tienen puestos camiseta, camisa, saco de lana y saco de paño. Las mujeres una cantidad de enaguas que las asemejan a un repollo o una lechuga. La vestimenta es similar para los niños. Cuando al fin se arriesgan sacan de debajo de la ruana un arsenal de utensilios que hace reír a toda la playa. ·         Arsenal de los autóctonos del interior del país: canastos llenos de comida porque el baño da hambre; totumas (para los que desconocen el término son vasijas naturales cortadas de un fruto de cáscara dura llamado calabazo) , estropajos para refregarse, jabón para el cuerpo y jabón para lavar la ropa porque las mujeres mayores no se meten entre el mar y aprovechan la abundancia de agua para sacarle el mugre a la ropa. ·         Los galanes de playa. Estos están a la espera de las niñas bonitas; rara vez salen antes del medio día porque las damitas también se hacen esperar y asoman sus cuerpos esculturales en horas de la tarde. ·         Los padres celosos. No le despegan el ojo a sus niñas para nada. Chico que se les acerca y padre que se acerca a ver qué le pasa jovencito. ·         Las niñas coquetas. No siempre son las más bonitas ni las que tienen los cuerpos mas apetecibles. En su pueblo les dicen que son lindas y ellas se lo creyeron y salen a la conquista de los mejores galanes pero se llevan la sorpresa de que la playa está repleta de verdaderas bellezas. Algunas se deprimen pero la mayoría insisten y algo pescan en las noches tropicales después de que el trago a cumplido su oficio de embellecedor. ·         Los vendedores. Pobrecitos, a mi me da pesar pero se convirtieron en una plaga que atosiga a los turistas con toda clase de objetos que supuestamente les van a servir para que su estadía a la orilla del mar sea más agradable. ·         Las diosas de la playa. Estas no son turistas, ni coquetas ni rebuscadoras de nada. Son las bellezas naturales del Caribe que Dios puso por ahí para que los hombres no tengan sosiego y sus mujeres descanso. Se limitan a caminar con una cadencia que mata. Sus pieles canela hacen la envidia de las turistas y sus cuerpos perfectos se van en la mente de miles de turistas para amargarles los sueños con imágenes pecaminosas. ·         Los niños fastidiosos. Llegan en manada para fastidiarle las vacaciones a todo el mundo, menos a los vendedores de helados y refrescos. No obedecen a nadie y traen una abuela que no deja que los papás les levanten la voz. Por fortuna desaparecen de la playa cuando se oculta el sol.
Esta era una vieja del barrio más brava que un tigre con dolor de muela. Que señora tan brava y tan peleonera, le gustaba tanto buscar líos, meterse en problemas y armar embrollos con todos los vecinos que la llamábamos “La compra peleas” y con eso está dicho todo. Enredo que no le correspondía la cucha se las ingeniaba para tener participación; como que le fastidiaba que en los conflictos de la gente conocida la dejaran por fuera y hacía hasta lo imposible para involucrarse, ¡que vaina tan jodida! Dicen que tuvo marido y lo mató, yo no creo que esa mujer llegue a tanto, más bien lo aburrió y el pobre tipo empacó sus chiros y se largó pa´ otra parte, ¿quién se aguanta una guerra hasta debajo de las cobijas? Por lo menos el suscrito no soportaría una relación de pareja con una enemiga que está dispuesta a la pelea las 24 horas del día y fuera de eso trabaja en líos horas extras. ¡No joda!, si a eso le agregamos la lengua tan afilada y mortal de la señora acabamos de completar el perfil o por lo menos nos aproximamos a un retrato aproximado. Echaba madres a diestra y siniestra y de eso no se salvaba ni Dios; cuando en la vida algo no le funcionaba le arriaba la Madre Santísima al mismísimo Creador del mundo. Miren un ejemplo: una vecina estaba casada con un muchacho parrandero que los viernes y sábados se quedaba con los compañeros de trabajo en la cantina tomándose unas cervezas hasta altas horas de la madrugada; la pobre joven le comento a “La compra peleas” el caso y le dijo que estaban atrasados en las cuotas del apartamento y comían mal porque la mayor parte del dinero se quedaba en la cantina. ¡Quién dijo miedo! La hijuemadre vieja esperó en silencio una noche de viernes a que el tipo llegara, borracho como todos los fines de semana, y cuando el hombre empezó a luchar con la cerradura y a maldecir porque no podía encontrar el hueco para meter la llave, la vieja pegó el grito: -          ¡Cállese don escandaloso! -          ¡A quién le dice vieja pendeja! -          ¡a usted, gran estúpido! ¿Cree que estas son horas decentes para llegar? -          ¡Y…hic, a usted que le importa vieja estúpida! -          Pues ya verá que si me importa. Y salió de su apartamento y cogió al borrachito de las solapas, lo sacudió como una marioneta y le aplicó una sarta de bofetones que le confundieron las ideas y lo hicieron vomitar, con la música de fondo de los gritos y maldiciones de la peleadora; después lo hizo lavar el piso (así borracho y vomitado) y le encimó una vaciada delante de la mujer que el tipo terminó suplicándole que ya no más. No se sabe si a causa de los golpes o el regaño, lo cierto es que el tipo se ajuició y hasta donde se no volvió a tomar. Esta mujer se agarraba hasta con la policía, con las placeras,  los choferes, mejor dicho con cuanto ser humano se le atravesaba. Me equivoqué, no sólo con los humanos, perro que se atravesara en su camino era can que recibía su patadón y los animales como que sabían del talante de la bruja y huían cuando la sentían en la distancia; igual pasaba con los gatos y las palomas del parque. Todos decían que en su casa no existían cucarachas, ratones, pulgas o cualquier plaga porque todos los seres vivos la evitaban. Pero miren que mi Dios sabe como hace sus cosas, el tate quieto llegó de la manera menos esperada y en la persona menos imaginada. En la esquina del frente abrieron una tiendita, de esas de barrio donde se encuentra de todo y el tendero era un señor como de cincuenta y pico de años, calvo, flaco, desmirriado y con una timidez que lo hacía tartamudear (este defecto le mejoró cuando entró en confianza). Cuando “La compra peleas” entró por primera vez lo miró como una cagarruta de ratón y gritó: -          ¿Quién atiende en este antro? -          Yyyyyo, señora, pa pa para servirle, dijo el flacuchento -          ¿Servirme? ¿Cómo para qué?, según veo no sirve ni para atender este cuchitril. El pobre escuálido salió con vida esta primera vez pero temblaba cada visita de la peleona. Nunca supimos como ni cuando entraron en entendimiento este par tan disparejo pero lo cierto es que una mañana la sorpresa fue bien hijuemadre cuando madrugamos a hacer la compra del desayuno y encontramos a la vieja detrás del mostrador toda risueña y amable atendiendo a  los parroquianos. Nunca pudimos explicarnos la metamorfosis y menos cuando el esmirriado, en días sucesivos le ordenaba: -          ¡mija, atienda a doña Florina! -          ¡oiga mija, mire que don Lolo está esperando que le empaque el mercado! Y así en ese tono mandón y la vieja ni se mosqueaba. Todos hacíamos cuetos del milagro hasta que Lucho dio con una repuesta que dimos por acertada para explicar el milagro: “Lo que pasa es que el tendero es buen polvo y a la cucha lo que le hacía falta era que se la comieran como Dios manda”. Y así se curó la peleona y se solucionó el misterio.  
Cuando la profesora explicó, en clase de historia sagrada, lo del diluvio universal todos nos miramos asombrados. ¡Había llovido durante cuarenta días y cuarenta noches, que chévere!, pensamos y nos quedamos callados, ojala aquí lloviera así. En este bendito pueblo, metido entre la jungla, llovía casi todos los benditos días, no del año sino de la historia. Ninguno de los ancianos, a los que preguntamos después de clases, recordaba haber pasado cuarenta días y cuarenta noches sin lluvia, la misma historia pero al contrario. Cuando uno preguntaba a los pocos viajeros como era el mundo de afuera, le contestaban que igual: los mismos árboles, la misma selva, los mismos ríos, los mismos animales y los mismos seres humanos, y es que ninguno había salido muy lejos, lo más que se habían alejado era hasta donde podían ir y regresar en lancha el mismo día, y casi ninguno había estado en algo parecido a una ciudad. La aldea no tenía carretera que la comunicara con otros poblados; la única vía de comunicación eran los innumerables ríos que aprendíamos a conocer desde la cuna, lo mismo que a manejar las canoas. Sólo los veteranos de muchos años se aventuraban en el río grande que desemboca en el mar, el inmenso Océano Pacífico. Era mi sueño; había recreado la inmensidad de esa masa de agua, uniendo los retazos de los relatos de los viajeros, y todos los niños teníamos un sueño perecido, para montar en un barco inmenso y conocer una montaña o cualquiera de esas maravillas que nos mostró un hombre blanco. Había caído del cielo. Mejor dicho viajaba en una barca muy rara que podía navegar en las nubes y seguro una corriente fuerte la volteó y la hizo naufragar, lo cierto es que cayó sobre los árboles en medio de llamas. ¡Qué brutos –pensamos-, ponerse a cocinar en una barca!, pues se le prendió la candela a las tablas   y la incendió. Nos contó  que eran dos pero el otro murió incinerado, sabrá Dios que significa pero así murió. En un libro nos mostró unos cuadros que llamó fotografías y nos dijo que todo existía muy lejos, cruzando este mar y otro mar y muchas selvas. Lo cierto es que lo agarraron los males de la selva y se marchó para siempre. Le quitamos la ropa y lo acomodamos lejos del pueblo para que los animales salvajes lo devoraran; daba pena desperdiciar toda esa carne. Lo cierto es que, de vez en cuando alguno del pueblo se va y años después regresa. No sabemos qué encanto tiene este rinconcito perdido que ni aparece en los mapas, pero vuelven. La profesora es una de esas personas. Se fue como ocho años (yo no puedo saberlo pero eso dice mi papá) y volvió con el corazón destrozado. Yo no le creo porque la veo completa y cuando uno quiere matar un animal le parte el corazón o la cabeza. Si yo me voy algún día no sé si volveré, pero de lo que estoy bien seguro es que voy a contarle a todo el que quiera escucharme que ese cuento del diluvio es una gran mentira; ¡cómo se iba a inundar todo el mundo con una lluvia miserable de un mes y diez días si en mi pueblo no escampa y nadie cuenta que alguna vez se haya inundado!  
EL DILUVIO
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