• David Rosas
Davo Pinks
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Es una cálida noche de primavera en el mes de marzo. El semáforo que adorna el cruce de Reforma y Avenida Hidalgo funciona, con cansancio, como si supiera que es hora de ir a dormir. Sobre la atmósfera bochornosa, azulada y oscura del Centro de la Ciudad de México se percibe el murmullo permanente que canta al ritmo del silbido de un carrito de camotes, también de una bocina emitiendo éxitos de música popular en discos compactos que se anuncian en la esquina de la Alameda Central, entremezclándose con los sonidos chillantes del convoy del Metrobús que hace parada en uno de los sitios por donde tras su derrota, Hernán Cortés y su ejército caminó con la cara baja rumbo a Tacuba protagonizando La Noche Triste.   De frente a mí, en la colonia Guerrero, se postra erguida y un tanto altiva la Iglesia de San Hipólito, sitio que como ya es costumbre, los días 28 de cada mes se ve atiborrada de cientos de personas que acuden para venerar a San Juditas, aquella figura de yeso bicolor que se mira a cada segundo en las principales estaciones del Metro circundantes a la estación Hidalgo. Dichas estatuas, con caras pintadas de manera tétrica, son cargadas por manos morenas, duras y agrietadas de personas en cuyos rostros serios, rígidos y a la defensiva se puede apreciar un rayo de satisfacción y orgullo por acudir un mes más, a la celebración del “patrono de las causas imposibles”. Permanezco inmóvil  agradeciendo a la vida porque este día no sea 28. Doy una vuelta de 90 grados y ante mis ojos yace la Alameda Central. Tan majestuosa, tan maquillada, tan modernizada. Fuentes con focos de mil colores pintan el agua que brota de sus bases, tonos rosados, azules y verdosos se miran en cada pasillo que se adorna por bancas apenas pintadas y árboles frondosos.  Estatuas recién pulidas y pastos bien cuidados son el marco ideal para que familias completas acudan a pasar un rato y olvidar la rutina de la semana,  escenas que tanto han sido plasmadas por Payno, Novo, Ortega, Benítez, Rivera, Zarco y muchos otros tantos; se reproducen de la misma manera, sólo que ahora a través de Facebook, twitter e Instagram. Desde el sitio donde me encuentro, debajo de lo que era el Real Cinema y que un ingenioso publicista optó por cambiar a Cinemex Real, puedo ver el transitar de un domingo taciturno que se blande ante el filo de un anochecer calmado y que me dan la pauta para disfrutar de esta sustancia que el adorado Hoffman nos proporcionó para la posteridad. Camino hacia el sur, de lado de izquierdo de la acera, justo por donde se entra al famoso Hotel Fontán, cuyo acceso convive con un restaurante de comida rápida llamado Subway y con una farmacia que luce, como dirían las abuelas “rascuache”. Pasando la esquina, justo frente al famoso y no menos histórico diario La Prensa y a uno pasos de La Esquina de la Información, como esperando algún escritor al estilo Bukowski región cuatro, se encuentra un tugurio maloliente, a media luz y muy similar al que describe el Sal Paradise de Jack Kerouac por el norte de México en “On the Road”. Luce sombrío y retador, justo como si esperara pacientemente la llegada de nuevas historias que desembocarán en placer, dolor, frustración y resacas;  absorbidas todas éstas sensaciones a través de tragos amargos de cerveza almacenados en caguamas e ingeridos al ritmo del famoso proverbio que decimos la plebe: “Chúpale que no siento”. He llegado a la entrada del Go Bar. El nombre me parece como una metáfora de “Ir a la destrucción”. Para llegar al salón que resguarda la pista de baile y las periqueras donde degustan los clientes su bebida favorita (Caguama Sol o Indio; no hay más), hay que subir unas escaleras en forma de caracol de acero negro, que permanecen listas para proporcionar fuertes lecciones de autocontrol mediante caídas inolvidables a todos aquellos que exceden la dosis recomendada de alcohol por hora, que dictan las buenas costumbres. -Pero aquí eso de las buenas costumbres no existe, así que más vale bajar con cuidado a la salida-, me digo al momento que subo por esta escalera aleccionadora de vidas y por qué no, de muertes. Ya en el salón principal te recibe un anuncio neón de color rosado que dice Go Bar, muy similar a esos que sobresalen de los techos en la ciudad y en cuya estructura se puede leer “Hotel Garage”. El anuncio hace más intensa la atmósfera morada y taciturna del lugar. Es un espacio de unos 12 metros de largo por unos ocho de ancho. Desde la entrada, del lado derecho se observa la barra improvisada de una cantina muy parecida a las que uno se encuentra en pueblos alejados de la ciudad. Entre la barra y la “paquetería”  (espacio de medio metro de largo con unos 15 guacales de mercado donde guardan los bultos y pertenencias de los asistentes)  yace una rockola “touch screen” que contrasta ampliamente con las decenas de cartones de cerveza apilados justo un lado de ella. De lado izquierdo del lugar abundan alrededor de 40 periqueras de madera vieja, pintadas de color negro con vivos fluorescentes que emulan un toque de modernidad al ambiente. Justo en la parte superior de un refrigerador de cervezas, del mismo lado de la barra, destaca en la pared un cuadro luminoso alumbrado por una veladora y desde donde la Virgen de Guadalupe y el Sagrado Corazón de Jesús cuida a los asistentes a tan pintoresca juerga dominical. A lado del Sagrado Corazón, el botiquín de emergencia luce triste e inútil, sabe que en estos lugares, la única forma de controlar una emergencia es mediante la riña o con más violencia. De fondo se escucha: “Urge, una persona que me arrulle entre sus brazos, a quien contarle de mis triunfos y fracasos, que me despierte con un beso enamorado”. Todos cantan la canción con un sentimiento similar al de los mundiales cuando se interpreta el Himno Nacional. Tarareo la canción mientras me aborda un sujeto de alrededor de 1.60 de estatura, de no más de 30 años, de tez morena, cabellos abundantes, lacios, rebeldes y con mirada libre de toda expresión y me pregunta: ¿Qué vas a tomar, Sol o Indio? En seguida se dirige hacia la barra y trae hasta mi mesa la Caguama Indio. Me indica que son 45 pesos, le extiendo un billete de 50 y como buscando las llaves de su domicilio en su bolsillo, o un alfiler en un pajar; me indica que no tiene cambio, que irá a cambiar; vuelto que por cierto, jamás vi en mi mano. Ya colocado en dietilamida y en mi silla del Go Bar,  mis ojos se movían de manera similar al de los niños cuando acuden a una dulcería, una tienda de tabletas o de celulares.  Alrededor se podían observar todo tipo de sujetos y sujetas (para aquellos inquisidores del género) que alzaban su vasito de plástico al ritmo de canciones de Jenny Rivera, Yuridia, José José, Ana Gabriel y Los Temerarios; por citar algunos de los más conocidos. Indudablemente y gracias a los efectos del así, evito cualquier tipo de contacto visual, físico o verbal con alguno de los asistentes. Sin embargo, ello no es impedimento para notar algunos de los rasgos más característicos de los asistentes, de los que se puede decir, la mayoría de ellos se alejan claramente de los estereotipos con que tanto se atormenta a la comunidad homosexual en estos tiempos.Sujetos de tonos morenos en sus distintos matices, ropas sencillas y usadas que lo único que buscan es vestir, no lucir. Caras brillosas, cejas pobladas, cuerpos redondos, miradas extrañas; toda esa mezcolanza de manchas atigradas en mi mente similar al animal print en leggins de gordas,  me traen una sensación extraña, que necesariamente tuve que achacar al también llamado “aceite”. Buscando una presa de mis cochambrosos e hirientes pensamientos, selecciono a una sujeta que se encontraba en el sitio, dicho ser humano llamó mi atención por su perturbador, pero no menos interesante aspecto. Tenía unos 30 años, era de complexión gruesa, con brazos oscuros,  de rostro cacarizo, con piernas flacas y encorvadas por el peso de la vida. Yacía dormida en una de las periqueras que se encontraba al fondo, justo por el acceso a los baños en el ala oriente sur del lugar. Usaba medias negras, falda corta de mezclilla vieja, blusa oscura de corte  ajustado sostenida por a un par de hombreras blancas, que se transparentaban bajo la tela desgastada del blusón. Por lo tenue de la luz del sitio no pude apreciar el tono exacto de la peluca, no obstante lo que sí era visible y para lo cual no se necesitaba lupa o luz de estudio, era la pésima calidad de la peluca de aquel travesti,  que se veía de lado, con orzuela sintética y a punto de mojarse las mechas gracias al vaso medio lleno de cerveza que se encontraba frente a sus brazos cruzados e inertes que sostenían con cansancio, la cabeza perdida de aquella sujeta. Zapatos blancos de tacón pequeño y punta prominente, arropaban un par de pies que lucían anchos y grandes,  dichos zapatos me recordaron  invariablemente a los que usó la tía Ángela durante su boda por ahí de los ochenta y que posteriormente; sirvieron para que yo pudiera declinar mi intención de usar tacones en mi vida adulta, sobre todo por lo incómodo que resultaba realizar labores domésticas con ellos puestos durante mi adolescencia. Se escucha de fondo: “Diciembre me gustó pa’ que te vayas… que sea tu cruel adiós mi navidad…”. -Chale- pienso, alguien se quedó en la fiesta de navidad y de año nuevo, como el protagonista de (la no muy recomendada)  “Chin chin El Teporocho” de mi compatriota de barrio, Armando Ramírez. Han pasado dos horas desde mi estancia en el Go Bar. Comienza a bajar el efecto del así y mis ojos se empiezan a cansar de ver oscuro y fúnebre. No me he podido terminar la caguama y al paladar ya se siente caliente;  caliente y espesa como la mirada de los sujetos y sujetas que cada vez están más ebrios. Al principio eran sólo risas pequeñas y ademanes mesurados los que se veían en las distintas mesas. Ahora son carcajadas y modales exagerados los que se intercambian entre los integrantes de las distintas mesas que convergen en el sitio. Los otros, aquellos que al igual que yo, contemplan el ambiente de manera solitaria en aquel bar, ya se les notan los ojos más despiertos, similares al de un lobo queriendo comerse a la oveja como en la canción de la adorada Banquells. Unos se empiezan a frotar con frenesí el paquete, otros; levantan el vasito de plástico con cerveza, ya mordido; en señal de fraternidad con las otras mesas y los menos tantos; divagan en sus pensamientos y analizan a las personas, quizá como yo, embriagándose de imágenes para después plasmarlas de alguna forma. Es más de la media noche. De las 40 mesas-periqueras que sirven para el lugar, ya sólo se encuentran ocupadas unas 5. El recinto alberga a unas 20 personas, ya la mayoría atravesadas por el rayo embriagante de la bebida y algunos de los que llegaron solos; ya avanzan tomados de la mano rumbo al hotel más cercano que se encuentra en la colonia Guerrero, cruzando Paseo de la Reforma. Cansado por el efecto del ajo y harto de un ambiente, taciturno, oscuro y deprimente; bajo con mucho cuidado de las escaleras negras y peligrosas que conducen a la salida a Reforma. Atónito por el repentino cambio del paisaje visual que me ofrece el ex llamado Paseo de la Emperatriz, se vislumbra soberbia y claramente iluminada la Columna del Ángel de la Independencia, el Monumento a Colón y “El Caballito” de Enrique Carbajal, mejor conocido como Sebastian. Ya es una noche fría. El Metro está cerrado y se aprecia menos cantidad de personas en la calle. El semáforo sigue funcionando. El anuncio luminoso del Cinemex Real se ha apagado y han dejado de chillar las bocinas desafinadas de los vende discos. Entre las sombras que ofrece la explanada del Centro Cultural José Martí, se pueden apreciar siluetas de sujetas y sujetos que buscan placer carnal, placer adictivo o simplemente, compañía al amanecer de un lunes. Espero solo en medio de un paradero ahogado por la madrugada. Llega el autobús que recorre todo el Paseo de la Reforma a la luz de la luna y en la oscuridad de la noche. Lo abordo. Voy a casa. Verde en su exterior, gris en su interior y con una capacidad para unos 40 pasajeros; el camión recorre vacío y gracias a un conductor con cara de frustración; colonias de diferente nivel sin discriminación alguna; desde la zona exclusiva de Santa Fe, pasando por Lomas de Chapultepec, Juárez, Centro, Guerrero, Morelos, Tlatelolco y La Joya para descansar finalmente en La Vila, donde se dice, se apareció la Madre de los Mexicanos un 12 de diciembre. Hoy ya es lunes. Y una vez más, la Ciudad de México despierta temprano, puntual y sin la necesidad de una alarma más que la natural del ruido citadino. Bosteza y se despabila para seguir ofreciendo historias que contar a todos los que de manera voluntaria e involuntaria; han amado, al menos alguna vez, esta grandiosa Ciudad de México, en cuyas entrañas se esconden los tesoros más valiosos de lo que alguna vez fue la capital del imperio Mexica. 
Chúpale que no siento
Autor: David Rosas  559 Lecturas
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La noche de anoche
Autor: David Rosas  513 Lecturas
La noche era fría y oscura con tonos marrones que anticipaban una humedad inevitable. Se dejaba escuchar el eco de una ciudad dormida ansiosa de un nuevo día. A mi alrededor, todas las caras reflejaban el hastío, la ilusión, el cansancio, la emoción, la embriaguez y la lujuria. De la colonia Del Valle a Paseo de la Reforma en transporte público son alrededor de 20 minutos, tiempo suficiente para crear más de una historia de vida para cada uno de los pasajeros del autobús. Incluyendo el análisis froidiano del porqué la insistencia de los ciudadanos de no recorrerse hacia el final de la unidad. Al llegar a Paseo de la Reforma vuelvo a admirar la belleza de la ciudad y como siempre, vuelvo a admirar y a detestar las instalaciones del Senado de la República. Reforma luce vacío y en cada una de sus esquinas se hace presente la nostalgia del tiempo e historia que la magnífica avenida resguarda en lo más profundo de sus entrañas. Camino rumbo al norte del lado derecho de la acera, siento el aire fresco que se desvanece por mis mejillas, por mi nariz, por mis piernas e indudablemente por mi pene, que se esconde detrás de una bermuda verde sin la presencia de ropa interior. Sigo avanzando. De frente observo una silueta de aspecto varonil y pienso "Claro que sí". En efecto, mi ojo clínico no me había fallado. Era moreno. Sus ojos me hacían recordar la llama de la vida y el deseo. Sus párpados eran prominentes, lo que me hacía relacionarlos con un gusto por la lectura. Sus manos eran grandes y suaves, lo que me hizo imaginar un estudiante exitoso. Su cuerpo era extraño: Su pecho reflejaba las carcajadas de la evasión y la interminable búsqueda del hombre ideal para acabar de amamantar y superar una etapa del crecimiento. Su abdomen era sólido y plano, lo que me hizo renegar por las diferencias étnicas. A pesar de ser de aspecto varonil, dominante y conductor, resultó todo lo contrario y ante ello, tuve que utilizar de manera inteligente mis habilidades. -Hola, yo Davo ¿cómo te llamas?- Miró con atención mis brackets y me respondió. - "Toño" - En efecto, era el clásico chico de clase media-baja al que con el sólo tono de voz se les notan las raíces. Inmediatamente después llegó a mi mente un pensamiento con humor negro y ácido que me hizo reflexionar y recordar que no andaba buscando el amor de mi vida. -"Tenemos dos opciones, le dije. ¿O me das un beso o te lo robo? Después esta frase encantadora lo tomé de la cadera y frente al Caballito de Sebastian, le di un beso increíblemente hot. Lo tomé de la quijada que enmarcaba su rostro mientras que mi otra mano acariciaba sus nalgas además de su pito.Ante ello, el metió su mano por abajo de mi bermuda y tomo mi pito con un frenesí que hasta cierto punto, me fue un poco doloroso. Sorprendido de que no traía ropa interior, acarió mis testículos con una delicadeza que me sobre exaltó. "Vamos allá atrás" -le dije-, señalando la calle que da justamente al Palacio Chino, aquél cine que ha soportado sismos y contingencias y que ha sido sede de varias historias populares. Caminamos por esa larga calle que bajo los efectos de la mota me llenaron de adrenalina la cabeza, esto por la posibilidad de que una patrulla nos encontrara escondidos; cojiendo. Encontré un lugar escondido y oscuro y lo pegué contra mi pecho al mismo tiempo que lo besaba y metía mi lengua a su boca. Con una loca intensidad y deseo, Toño se inclinó, bajó mi sierre y cuanto antes se metió a la boca mi pene. Abría la boca y chupaba sin parar, ensalivaba la cabeza y lamía mis testículos. De pronto, sentí como abrí su cogote con mi verga y eso me excitó mucho. Continuó mamando hasta que se paró y me preguntó ¿traes condón?  Más tardó en preguntarme eso cuando ya estaba en cuatro patas frente a la pared, como si fuera yo el policía y lo estuviera revisando. Eché saliva en su culo y metí mi dedo dentro de su ano lampiño y limpio que me excitaba cada vez más. Aún recuerdo la presión que ejercía su esfínter en mi glande, me gustaba imaginar un ano de tono rosado, estirado y atractivo. Toño gemía de manera particular. Era un tono masculino allegado de un placer femenino. Le abrí las nalgas y empujé más. Tal fue mi sorpresa, que de alguna extraña bolsa mágica como de las de los dibujos animados Toño sacó un frasco de poppers e inhaló.  Ese olor siempre ha levantado las fantasías más eróticas y perversas de mi ser. Justo cuando más se empinaba colocó su brazo por encima de su hombro ofreciéndome el elixir de Baco, el Dios del vino y el ímpetu sexual. Agité con mucha fuerza el frasco e inhalé tanto como pude, cuatro jalones le dí imaginándonos en una escena de película. Yo, un tipo que ha dejado la vanidad para otros tiempos, un tipo al que muchos miran como sujeto raro. Yo, un tipo que en ocasiones prefiere pasar inadvertido y parecer siempre acorde con todo; cojiéndome a un desconocido en el pleno Centro de la Ciudad de México, infringiendo las leyes y enfriándome las nalgas al aire libre. Toño movía las nalgas de una manera particular al momento que se volteaba para besarme. Introduje mis dedos en su ano al mismo tiempo que metía y sacaba mi pito de adentro. Una vez impregnados de olor de vida y muerte, metí mis dedos en la boca de Toño para que saboreara el elixir del hedonismo puro. Un ligero olor fecal recorrió nuestras narices al momento que ambos chupábamos mis dedos. "Me encanta tu verga", dijo y justo en ese momento se puso en posición de cuatro en la calle, justo en el instante en que se abría las nalgas para que entrara mejor mi "cock".  Con el frasco de los poppers en la mano,jalé tanto como pude y una vez que sentí el efecto, nalguié sin cesar a Toño de tal manera que el ruido llegaba hasta la Alameda Central. Toño estaba encantado con las nalgadas y sentí su eyaculación al tiempo que su próstata latía con fuerza en mi pene.  En efecto, Toño se vino sin masturbarse. Era un rey, lo volví a lograr, soy un excelente activo. Lo seguí penetrando. Por alguna extraña razón nunca he podido venirme dentro de los cabrones y por ello duro mucho. Ya me quería venir y ansiaba que Toño se comiera mi semen. Con el torso desnudo y los calzones en los tobillos, voltié a Toño y lo hinqué para que me la mamara, le jalé a los poppers y metí con frenesí mi verga en la garganta de Toño, él la recibía gustoso y eso me excitó más. La explosión de semen en su boca fue por demás exuberante, Toño batía por toda su cara el semen y hasta los pechos se batió, tomó una gota espesa de semen que había en su mejilla y la metió dentro de su culo. Limpió mi verga de todo el semen que pudiera haber quedado. Se paró, subió sus calzones piratas de CK y enseguida, su pantalón Pull & Bear. En tanto, yo sólo tuve que subirme la bermuda, puesto que no traía nada más. Encendió un cigarro y emprendimos el camino de regreso a Reforma. En el camino le saqué la mayor cantidad de información posible. No, definitivamente no era viable para otra circunstancia. Toño es de los tipos clasemedieros que no tienen otra cosa más que ofrecer, que una cara bonita e interesante. Tenía planes de señora de barrio y se me hacía una copia fiel a su madre, que sin conocerla, puedo saber que era la típica señora que hacía tandas y que participaba en las novenas a la Virgen de Guadalupe. Toño esperaba con ansia una luz para poder observar mi cara con detenimiento. Cuando llegamos a la esquina, me observó con atención y sin importar que pasaran dos tipos cerca de nosotros, me besó y me tomó de la cintura con una extraña energía. Tomó mis manos y las apretó fuertemente. Algo me decía que esto no era buena señal y lo aparté de mí, saqué mi gitter y prendí. Sorprendido me preguntó que si era mota y asentí justo en el momento en que guardaba el objeto dentro de mi sudadera. Solté el humo, lo miré fijamente y lo besé. -"Toño, fue un placer pero me tengo que ir, cuidate"-. Toño me miró con cara de sorprendimiento, pude notar cierto sentimiento abstracto dentro de su mirada y su lenguaje corporal me lo comfirmó. Estaba decepcionado y ello me hizo recordar el sin fin de veces que yo sentí lo que él en ese momento. Dí la vuelta y busqué un chicle que traía en la sudadera. Me acomodé la ropa y entré a tomar la copa con personas víctimas de cada una de mis fantasías literarias.

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