• Nelson Pérez
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  • País: Venezuela
 
Como agua y aceite Sabed interpretar mis palabras. No cierres los ojos                     No es como que la mañana hubiese menguado rápidamente; sino que pareciese no haber podido existir. El tiempo estaba oscuro, dándoles una expresión hostil a los bosques colindantes a la institución Samura. Todo árbol de Hitachi se remecía con el viento; pero eran aquellos que rodeaban el liceo, los que bailaban suavemente, en un ritmo optimista y conciliador. No obstante el vals pasaba a un vivo heavy metal; dónde la música y el baile no parecían estar a par.                 El entrenamiento había acabado hace ya mucho. Tomo mi equipo estaba duchado, y gozábamos de la comida en un amplio comedor. Estábamos solos allí. Era tal la costumbre de ser los últimos en salir del entrenamiento, que por lo general el equipo comía solo en la estancia. Y faltando no mucho más que cinco minutos para nuestras clases, muchos siquiera habíamos probado bocado.                 Era Véncers el único que estaba en la primera mesa. Todos demás acostumbraban a sentarse al final, y pues, mi reducido tiempo me obligó a no seguirlos. Me senté junto al rubio, a su frente para ser más preciso. Yo lo miré una vez  dejé mi bandeja y no pude evitar un malestar sañoso al notar su paciencia e indiferencia. Aún así no supe de qué iba. — ¡Steve! Venga con nosotros hombre — ostentó Marc King                 Aquel hombre cuya tez morena relucía entre tanta palidez,  me hablaba sin mirarme a los ojos. Los suyos recaían en el jugador estrella, despreciándolo en una mueca de asco. Véncers se limitó a seguir con lo suyo, a pesar de intuir lo que pasaba. Sus facciones eran de un aborrecimiento irritante, y juro haberle hecho caso a Marc si de verdad no hubiese estado corto de tiempo. Un sentimiento que no estaba muy fuera del atacante King, se apoderó de mí, haciéndome perder el apetito. Dejé mi bandeja sin probar y salí del rellano.                   Lamenté no haber almorzado cuando puede. No llegué tarde a clase de castellano, pero inmediatamente el sopor del tema me embriagó. Maldita sea – pensé. Otra vez la declamación de poemas; su clasificación...                 No lograba realizar nada así me esforzase por mantener la concentración. Castellano no era del todo mío; y al cabo de un rato sin avances, dejé de lado aquel éxito de Neruda para divagar fácilmente. No me concentré en una cosa. Mis ojos viajaban de un lugar a otro, intentando no cruzarlos con los del profesor. Adriem Goldman era un hombre alto, de complexión fuerte, y de unos rasgos suaves casi angelicales. Tenía un aire de superioridad exquisito, casi como si de un buen dulce se tratase, más así, podía ser demasiado ácido y, ¿Por qué no? Hasta picante. — Señor Salders… — su voz no logró sacarme del sopor.                 Su voz era grave, de un espesor atrayente y perturbante.  Sus ojos se posaron sobre los míos en una expresión astuta y calculadora. Estuve obligado a verlo. Sabía que me estudiaba con sus ojos ámbar, brillantes por la tarea extra que de seguro me haría ejercer. Intuía que tenía noción de mis progresos acerca de la asignación que estaba intentando hacer. Todo parecía andar igual. La responsabilidad por los malos actos recaían sobre mí, así no los estuviese ejecutando por placer.                 Bajé mi mirada en una mueca de fastidio. Un regaño, una tarea extra; una nota para mis padres, un castigo; y para mejorarlos, hablar con el psicólogo del liceo. Como odiaba al profesor Goldman. La tenía agarrada conmigo, eso era más que seguro. ¿Y qué podía hacer? Sin más preámbulos me interné en mis obligaciones, amargado y con punzadas en la sien. ¡Odiaba los poemas de Neruda! Siempre habían sido interesantes, más nunca lograba interpretarlos. Aquel poeta y yo no veíamos el mundo de igual manera.                 Como agua y aceite — pensé con mucha lentitud. El momento parecía escurrirse por las rejas de mis recuerdos; remoto y lejano… Sí, claro. Lejanos serían unos cuantos partidos si llegaba a reprobar aquella materia.                 ¡Maldito Adriem Goldman!   .    .    .                 No eran siquiera las tres de la tarde y yo ya quería que ese día se fuese a la basura… al igual que todos los lunes de cuatro horas de castellano.                 Estaba en el patio, sentado en la grava a los linderos del bosque. Quería salir corriendo de aquel lugar, lo más alejado posible de los estudios. Pero internarme en el amasijo de colores guturales del frondoso paraje no haría más que acentuar el sentimiento de opresión y encarcelamiento. Los fuertes pinos a la distancia parecían compartir mis lamentos; a merced del bravío viento acompañado por la poética lluvia ceremonial. Me reflejé en ellos, cuando todo parecía durar para mucho. Estaba a merced de un profesor, con su bravío espesor de letras que, aunque lograban remecerme, no podían derrumbarme. — ¿Cómo te fue con el profesor Goldman? — Preguntó su voz… — No lo sé… — le contesté apesadumbrado                 Oí su suspiro cerca, muy cerca. Yo no hacía más que ver el paraje a mí alrededor.  Miraba la lluvia cayendo, las hojas remeciendo en la copa de los árboles; lodo y más abetos; pero no a él. Sin pensarlo mucho descubrí que no tenía ganas de mirarlo a los ojos. Ya bastaría con su presencia y de seguro con su sermón. — ¿Cómo que no sabes Steve?                 Allí empezó. Sus inesperadas palabras conducían suavemente por una carretera abrupta: mi mente. No estaba para esas “por debajito”. Suspiré con impaciencia atreviéndome a responder: — ¿Ves los árboles danzar en el espacio? – Señalé  los abetos más altos — así estoy yo.                 Sus ojos miraban más allá del lindero del bosque, con una expresión reflexiva; y no tuve que ser adivino para suponer lo que estaba pensando. — El viento sopla a su ritmo, meciendo las copas de los pinos, aprovechándose de su altura y su baja densidad para someterlo al vaivén de un vals sin descanso — expliqué sin ánimos — Sus hojas pueden caer, más todo él no. Pues posee un tronco fuerte y unas raíces acidas al suelo. Sus bases son su fortaleza Steve, ¿Qué no lo ves? — Claro que lo veo… — divagué, buscándole las cinco patas al gato — Puede que esté allí, de pie, de pecho al problema. Pero… ¿Le has preguntado acaso si quiere estar allí, bajo el yugo que lo somete? ¿Ha acaso sabido responderte? — Ese no es el problema Steve, lo sabes bien. — Me miró de frente. Su seriedad era devastadora — si no es el viento, es la lluvia, y si no cualquier otra cosa. Todos tenemos problemas, la razón no importa; lo que sí importa es que tenemos que saber sobreponernos. Lo bueno está por encima de lo malo. — ¿Y qué me dices si todo ataca de una vez? ¿Qué pasa si las cosas malas superan a las buenas? ¿Qué si no tengo cosas buenas?                 Mi cansancio mental era fuerte. Quería simplemente echarme a llorar sin pensar en reparos; sin pensar siquiera en si eso me ayudaría o no. Fue allí el momento de desconectar mi cerebro; pero para mi desgracia el problema no era del pensamiento si no de mi alma. Lagrimas cayeron, y no las contuve. Lloraba suavemente, intentando reprimir sonidos y pataletas sin ninguna causa más que el escándalo que éstos podían provocar. No estaba para escenitas, sin embargo no dejaba de llorar.  — ¿Cómo que no? — su pregunta dejó de lado el asombro para ser cruel en mi alma. — Tu familia, el equipo, tus amigos…                 Cabeceé con brusquedad para ocultar el dolor de aquellas palabras. Sentía mis lágrimas caer con más fluidez. Eran ellas las que nunca me destrozarían más que las siguientes; pero aún así, habían dejado un hueco sangrante; habían abierto la herida. Gruñí con orgullo. — ¿Ves aquellos robles  de allá?  — Su voz no dejaba paso a la inclemencia                 Miré hacia donde su índice señalaba. Efectivamente eran dos robles de un follaje exuberante. Sus colores vivos no eran opacados por la llovizna y se remecían cada uno a su ritmo a pesar de estar muy unidos. Sistemáticamente me obligué a pensar en una reflexión; pero yo no veía más que parte de lo mismo. Si es que la cosa no estaba dirigida al cambio de especies. — El viento abraza desde el oeste, golpeando en su brusquedad al árbol más alto. ¿Notas como muy poco se mueve el más bajo? — Ajá… — le invité a hablar — ¿Y qué si fuese al revés? — Me preguntó en tono reprochador — El árbol más bajo amortiguaría el viento… todos tenemos problemas Steve, al igual que esos robles; pero sólo unidos pueden aguantar la adversidad. El árbol es tu amigo, yo soy tu amigo — Exacto… es su amigo y nada más — le contesté, entrando en un terreno peligroso — ¿Por qué no puede ser su amor? ¿Lo que desea en la vida?... ¿Tú responderías esa pregunta? — ¡Steve! — Indagó. — Dijiste que tú no sabrías responderle a las preguntas sentimentales hechas ¿No? — Esperó a que asintiera para continuar — ¿Por qué entonces no le has preguntado tú?                 No supe qué responderle. No había esperado aquella facilidad de palabras, y mucho menos su respuesta. ¿Es que no había siquiera pensado en la remota posibilidad de que fuese de quien le estuviese hablando? Hice un esfuerzo por no burlarme de su ingenuidad. Pero no puede evitar alzar las  cejas con saña. — Sabes… no es tan fácil — fue lo último que le contesté.                 Me levanté con brusquedad, marchándome con mi orgullo por delante. No sé que, exactamente, fue lo que me molestó. Si le parecía tan fácil mi situación… bueno, debía reconocer que no podría tener ni idea de nada, de seguro…
Por ahí van, mis ojos traicioneros al observar, distante moreno. Su torso viril, color de heno baja a donde no debéis veros…   Su altura es como los lentos: el último es el más correcto ¿Quién dice que no soy atento, al llegar el momento perfecto?   Encanto llegar en su siesta cuando tarde se trata ésta. es mejor encontrarlo dormido, a que por el deseo, sumido   Su voz profunda llena mi alma; pero luego no encuentro calma. Es mejor encontrarlo dormido, a que por el deseo, sumido.       Su cabello muy bien peinado es como oleaje impensado viene y va, gran desorientado, como tú, recuerdo perturbado   Tú, boceto a blanco y negro. Yo, línea más u otra menos. Ambos, lienzo sin ningún diseño, más que abstracto amor del dueño.
A pico y pala ¿Sólo vemos…? Sí, lo que queremos.                   No sólo inocentes se presentaban aquellas palabras; palabras que no había logrado asimilar desde el principio. ¿El amor de su vida había dicho? ¿Qué coño le estaba pasando por la mente a Steve?  No, no. De seguro que lo estaba exagerando más de la cuenta. Seguro de que se refería simplemente a que necesitaba al amor de su vida. No tenía por qué ser yo ¿Verdad? No debía engañarme. Habría que ponerle fin a la situación.                 Caminaba por las calles de Hitachi, cerca del plantel. Acababa de salir de las tormentosas clases, sin haber logrado concentrarme en más que no fuese las palabras del capitán del equipo. Y ahora, unas horas después de eso, aún no lograba sacármelas de la mente. Busqué la manera de distraerme mirando a mí alrededor. Las calles a pleno crepúsculo eran un paraje casi afrodisiaco si no fuese porque hubiese mucha gente. Una plaza no muy lejos cernía la oscuridad en esquinas vacías. Las farolas de un aspecto antiguo daban una fuente tenue de luz eléctrica, confundiendo así el trémulo albor de luna. Agua chapoteaba en una fuente de marfil pulido, con fluidez.  Ella, representaba martiriad quizá no figurara mucho ante mis ojos; pero sabía de quién decía que sus ángeles en posición fetal, le resultaban un emblema a la tristeza, al mundo interior. No había más que unas cuatro bocas que chorreaban agua. Para mí, nunca había tenido esplendor, y ahora menos que aquellos marmoleados seres parecían babear a causa de la poca fuerza del agua.                 Me obligué a quitar la mirada de aquella asquerosa escena, antes de que me entraran arcadas…                 No era la fuente digna de que el lugar tuviese mi total aprobación; de hecho, siquiera lo era del todo las luces, las lozas del suelo, el boscaje desaliñado por naturaleza y no por descuido… en fin, no eran aquellos elementos los que me hacían regocijarme al pisar su primer escalón de granito negro. No, que va.                 La tranquilidad era palpable, tanto así que esperaba que quisiese menos de lo normal; de su estadía estaba claro. Era aquel lugar antiguo el que consumía las energías negativas de mi vida, y las convertía en una gran fuente de un derroche que no me atrevería a clasificar. Quizá porque me preocupaba mucho lo que algunos “lectores… de mente” pudiesen estar diciendo. Bueno, la verdad de las verdades, siéndome sincero a mí mismo; el qué decir de la gente no me preocupaba más allá de afectar a los demás. Y digo demás, pues no querría que por casualidad llegasen a pensar en alguna persona en especial.                 Eso estaba muy alejado del sentimiento de bienestar en aquella plaza; así que evité preocuparme una vez la alfombra de polvo marcaba mi huella en un burdo intento de reconocer quién estuvo allí. Me hizo sonreír que aquella huella franjada perdurara con el tiempo y así al verla, regocijarme de una nueva visita al lugar. Pero aquella mueca se esfumó rápidamente.                 Para cuando había mirado la esquina opuesta de donde me encontraba, el sol ya se había puesto. La sombra era propicia, la luz daba baja, interpretando con ello una escena acogedora y casi erótica. Pues aunque nadie lo dijese, aquella era la esquina del “amor”                 Más que eso, dejando de un lado aquel sentimiento viril y nebuloso; existía el hecho de encontrarse en la esquina quizá más caliente de la población. La poca luz era más que perfecta para el romance encontrado, y hasta para el sexo no planificado. Lo decía por experiencia propia. Sus bancos negros, ocultaban la posición de los cuerpos que se funden allí; la oscuridad encierra en un manto borroso los destellos del manantial de sudor que corre por el pecho de ambos, por sus brazos y por sus piernas; por donde se unen en un placentero golpe en vaivén. ¿Cómo no recordar su voz oscura en juego con el placer? ¿Cómo no pensar en sus labios cuando me muero de las ganas de besarlos? Su piel… la expresión de su rostro mientras me pedía quitarme la ropa con desenfreno.                 Comencé a llorar sin saber por qué. Me sentía a gusto vislumbrando nuestro primer encuentro de amor, que… dejé pasar el mejor detalle.                 No estaba allí.                 Algo se rompió dentro de mí, como si el mecanismo de movimiento de alguna máquina sexual se hubiese partido sin previo aviso. Ya no vibraba, mi función básica había caducado en un abrir y cerrar de ojos. Me había desinflado; yo y mis atributos que fueron utilizados y desechados como cualquier juguete adúltero que ya no da placer.                 Me dejé caer en el suelo, simplemente deseando morir allí; pero ese era el punto. La agonía se sumía sobre mí, bañando con su dolor mis sentidos. No moriría, lo sabía. Pero hubiese preferido que fuese así. Saberme tan lleno de dolor y no perecer, era como clavar un alfiler en el punto exacto. No donde sangraba mi herida, no donde paralizase mis sentidos; sino que en el fondo de mi alma, donde ni la muerte aliviaría mis penas.                 Lloré y lloré.                     Se sentía mal, yo lo supuse. Como cuando mis lágrimas dejasen de caer, sería el fin de todo. Mi vida seguiría igual: la casa, el liceo, el entrenamiento... la casa. Pero no el que mi amor me haya abandonado. No sabía cuánto tiempo había estado llorando, así como tampoco cuánto más duraría aquello. No me importaba.                 Mi habitación estaba a oscuras. Yo sólo me había lanzado como fuese en  la cama, después de haber cerrado con llave.  No me acuerdo de lo que haya pasado, y no me interesa saber qué fue lo que me obligó a levantarme de aquella plaza y llegar a mi casa. No recuerdo por dónde pasé, como caminé, ni como no seguí de largo a divagar por las vacías calles de la población; sólo sé que estoy aquí.                 Lanzado en el colchón como un moribundo; ahogándome en mí pena. Casi no respiraba a causa del frío de mi alma; con las miles de gélidas agujas que golpeaban mi cuerpo; traspasando mi ropa mojada entre las babas y el llanto.                 Me estaba cansando de estar así. El sueño vencía a mis lágrimas. ¿Cuándo todo se acabó?                 No lo sé… 
    No A pico, tierra y pala.     Para cuando la mañana se acercaba, el clima no había mejorado. El viento hacía de las suyas mientras que la grotesca lluvia bañaba todo el suburbio. El frío era impasible.          Aquella habitación daba vueltas, centrifugando los colores de rosa a vino tinto. La oscuridad era casi total, más los cuadros en las pared contigua rezaba en nombre de la casa una oda inverosímil, con los rostros difusos en una mueca de horror como si quisiese representar la obra del grito.  Las manchas del techo me veían sin ningún apremio, me sentía suspendido, observado y tristemente atrapado entre unos ojos que me agudizaban en la oscuridad. No sé si me lo estaba imaginando, o si simplemente estaría soñando;  pero cuando abrí los ojos todos aquellos matices de colores, las manchas y los cuadros se había sumido en la completa oscuridad. Estaba en la habitación, en una de las cuantas que mis manos y mis ojos habían discernido. La luna a pleno madrugar se filtraba por la cortina del este; una luz atrayente. Azul y plata danzaban juntos, cerniéndose por el vidrio de la ventana. Y sin pensarlo dos veces me sentí una polilla, una mariposa negra bañada por el reflejo de la luna, un augurio de mala calaña que en esos momentos me hacía sentir indiferente. No había forma de quitar los ojos de la luz. Me sentía absorto y de seguro apacible; aferrándome a la única fuente de paz dentro de tanta hostilidad. Pero no debía. Siendo yo aquella mariposa en vuelo, no debería caer en la tentación de aquella luz fluorescente que abrasaría todos mis sentidos, la que se llevaría parte de mi vida. No debía cometer aquel error.          Sin embargo no sé por qué me levanté. Quizá fuese porque aquel insecto no era más que una interpretación teatral de mis sentimientos. O quizás no pude resistirme más a los rayos de una  hermosa luna. O simplemente el destino sabía que ese momento era para mí. Él sabía que me gustaba observar el crepúsculo, la vela de la noche en una mueca fría y silente. El ruido de la lluvia golpeando las coníferas y a la baja densidad de la luz unos ojos amarillentos pasaban surcando el Danubio: un charco de agua sucia.  Le sostuve la mirada a tan elegante vuelo, hasta que los ojos amarillos del búho nival se perdieron entre el follaje. Me quedé allí parado frente a la lluvia taciturna de la noche, vislumbrando en mi mente una escena desfigurada a causa del alcohol. «No quiero más» le decía yo, aunque seguí sorbiendo cada vasito de alcohol que ella me servía. — Toma una más — me decía ella con su voz embriagada — Que no quiero — le replicaba Y al cabo de dos segundos se lo arrancaba de la mano casi como si fuese un juego. Lo empinaba y me lo bebía de un trago. Y eso era lo único que podía recordar: nosotros dos, los vasos y una botella ya por vaciar de Cacique. Los demás detalles los podía recordar por pura intuición. La vislumbraba a ella sentada con los pies recogidos y a mí lanzado a la deriva por el alcohol, la luz proveniente de la chimenea y el crepitar obstínate del fuego; el hielo en el vaso, el sofá, la mesita del centro, las escaleras y los cuadros. Pero aquellos detalles se me hicieron lejanos, como si mi mente me pidiese que viese sólo aquel par de borrachos dentro de un reflector invisible.          Ladeé la cabeza a vislumbrar. El cuarto a mi espalda se quedó más a oscuras si era posible. No lograba adivinar más allá del resplandor azulado de la luna y mi sombra con ella. Sin embargo no gasté muchas energías en confirmar donde estaba. La habitación, los cuadros, los colores y las marcas del techo vinieron a mi mente por inercia. Las sábanas, las almohadas, los edredones y las cortinas; la cerámica, las alfombras y mis pantuflas. Todo lo veía claramente. La mesita de noche, el radio-reloj, la lámpara, unas pastillas y un vaso de agua; el espejo, un mohoso escaparate, las telarañas en las esquinas y mi esposa. Uhg… mi esposa.  Me invadió la idea de su cuerpo desnudo dentro de las sábanas blancas. Delineé con la imaginación todos sus contornos. Sus pechos en dos montañas pequeñas y blancas, lisas y perfectas sin ninguna arruga; el contorno de sus muslos y la suave caída de la tela en su entrepierna; sus manos abiertas en un intento de atrapar quién sabe qué; y los pies sobresaliéndole con soltura, mostrando una piel tostada. Quizás su cabello se encontrara esparcido sobre la almohada, buscando con ello seducir al hombre quien estuviese a su lado; una pierna cruzada tentadoramente y un gesto de profunda sumisión entre el rostro de malévola. Sus cejas alzadas casi invitándote al reto, los labios pequeños, lisos y curvos en una mueca de superioridad y un lunar no muy marcado cerca del ojo izquierdo. Quizá fuese la mejor visión de ella; pero sin duda alguna no la encontraría así. Tan diosa como ella quería aparentar, no era. Y a lo mejor fue por ello que no me llevó mucho tiempo darme cuenta de lo marginal que era. De sus faldas cortas de azul intenso y un hilo negro; una camisa blanca y posiblemente una braga del mismo color que su ropa interior. Unas piernas a mal afeitar; un sentar arqueado y de piernas abiertas; y el sudor que resbalaba desde sus muslos internos, como si el horno que llevase allí nunca dejase de calentar. Eso sí que era la vida cotidiana. Lo de ayer, lo de hoy y lo de mañana. Lo de ayer...       En la sala, a esas horas, no me esperaba nadie. La estancia era amplia y de un color pastel aborrecible. Yo estaba sentado en la esquina del mesón, esperando con ansias una taza de café mientras que afuera nada parecía cesar. Me encontraba abatido y entre lo que cabe mareado. Desde luego que todo se debía al estado de resaca; más no pude encontrar dentro de mí la razón por la cual un vacío me abrumaba. Quizá hubiese sido el acto de la noche pasada, donde el alcohol bañó mis sentidos y terminé en la cama con Kate; pero con todo y ello, parecía que faltaba una pieza del rompecabezas. Una que yo sabía cuál era, pero que no podía recordar. Ya averiguaría lo que estaba pasando. Después de todo, primero era lo primero. Tendría que enfrentar la mañana del domingo en el hogar, con una mujer que insinuaría la aventura de ayer como medio de restablecer aquella relación que hace muchos años ya se había acabado; y con un hijo que desde luego afianzaría aquel gesto como su pase a la indiferencia. La luz parpadeaba a lentos intervalos de tiempos, y con la fuerza de un aroma embriagador, la cafetera dejó de escurrir el líquido marrón oscuro. Serví una taza de café. El sabor amargo me cayó bien. Más aunque eso aliviase el estado físico, mis sentimientos no habían menguado en lo más mínimo. De hecho, cada segundo transcurrido me mortificaba aún más. Era como si a cada momento me acercara más a la respuesta, a una respuesta que de seguro me quedaría grabada para el resto de la vida. ¿Y qué demonios me pasaba? Haciendo conjeturas al azar no iba a resolver mis problemas. Por lo tanto preferí no darle muchas vueltas al asunto. «Bendición» Y como anillo al dedo; Steve entraba en la estancia. — Dios te bendiga — contesté con una sonrisa en el rostro Aún no había logrado ver al hombre en mi espalda, y estaba seguro de que no voltearía a verlo. Me interné en mi taza de café, cerrándome casi herméticamente. Steve Salders se sentó unos metros más allá, cogiendo una taza y sirviendo aquel líquido oscuro. Tuve la vaga idea de decirle que no tenía azúcar; pero al parecer no hizo falta. «Uhg» su quejido me dejó a ver que el café estaba demasiado fuerte para él. Y sin planteármelo mucho le lancé un gesto para que cerrara la boca. Aún así, no fue suficiente. — ¿Cuánto has bebido ayer? — No le contesté y prosiguió — Sabes que hoy tenemos juego a eso de la una.  Me atrevía a mirarlo de frente, haciéndole caso omiso a mi orgullo que me gritaba furioso que ya lo sabía. Más sin embargo, como eso no me lo creía ni yo mismo, pregunté: — ¿Todo está listo? — Sí… — fue lo que contestó antes de dudar — ¿Qué pasa? — la pregunta sonó a amenaza — Véncers no irá Aquellas palabras me golpearon. ¿Cómo no iría mi jugador estrella? — ¿Cómo? — Su madre dice que no se encuentra bien Y si pensé que las palabras anteriores me habían golpeado; éstas de seguro que dejaron un hueco en mis pulmones, en mi garganta, en mi estómago; y por muy cursi que sonara, en mi corazón. Aquel ataque de escopeta me dejó fuera de sí. La taza de rosas blancas cayó al suelo, haciendo que las flores se tiñeran de marrón.  
3. MHOMJE
Autor: Nelson Pérez  405 Lecturas
De Blanco a NegroDe Rosa a Azul I El filamento de la cordura estaba por romperse. Un nidal de mariposas revoloteaban en la oscuridad, en la profundidad de una cavidad húmeda y completamente inverosímil. Ellas buscaban la libertad, poder volar fuera de aquel ambiente y formar parte del deslumbrante atardecer en una plaza no muy apartada de donde estaban. Se les podía ver revoloteando alrededor de los ángeles cincelados de una fuente rústica y de un simbolismo cruel. Sin embargo el destello azul metálico de las alas de aquellos insectos, arropaban a la criatura de mármol, acobijándolo en una danza lenta y triste. Por un momento le recordó algunos opening de Mozart. Las notas de un piano empezaron a entonar una funesta interpretación de sus sentimientos. A caca tecla pisada una de aquellas criaturas voladoras se adhería a los ángeles que correaban agua. Y, después de una doliente interpretación, el mármol estaba cubierto de un follaje azul intenso. Era una marea de alas batidas. «Dolor» pensó. Y como obra de magia; o simplemente conciencia de un sueño extraño: las mariposas dejaron aquel cuerpo, revoloteando furiosas hasta convertirse en una bandada de cuervos. «Como si alejarse de aquella representación religiosa fuese la perdición de sus almas» se dijo.Los cuervos graznaban en una trémula banda sonora. Parecían pronunciar su nombre a la distancia por muy cerca que estuviesen. «Víctor, Víctor» «Víctor». Repetían una y otra vez con una voz ronca y aguda. «VICTOR»
Esa mañana, cómo olvidarla… Los recuerdos viajaban, volaban con la velocidad de un rayo dentro de su mente; viéndose detenidos por un constante “me duele” ó “no sigas pensando en ello”. De las palabras a la acción, y de la acción a la reacción. Era consciente de ello;  sabía que en sus pensamientos la acción no sería más que un sueño que traería dolor, cuando lo ejecutara sabría que aquello le haría sentir mal; y finalmente supo y ahora sentía que los efectos de la reacción eran devastadores. «Has hecho lo correcto»; y aún así, aquello no parecía disminuir sus lamentos. Apuntó sus ojos grises en la luz por encima de su cabeza; pidiendo en su acto que aquello se le viniese encima de una buena vez. Pero le tuvo miedo al dolor, y se retractó de sus deseos. — Irónico — y su mente lo dirigió a la solución: alcohol. Después de todo, no era la primera vez que lo ayudaba. Quizás unas cuantas cervezas… tal vez no fuesen lo mejor del mundo, pero las simplicidades de la vida serían aquellas que borrarían de su ser el dolor intacto de la desesperación, del sentimiento de haber tenido que correr o encaramarse y el decidiese correr; que se viese huyéndole al problema. O quizá una vodka, una de santomé, o simplemente caña clara, la famosa lava gallo. ¿Qué importaba? Cuando se trataba de disfrazar sus sentimientos en una un afluente de licor, nada, absolutamente nada, tenía que estar meditado.   Supo que era momento de lanzarse a la deriva en la desesperación, y que sus sentimientos fuesen los que detonaran sus acciones. Pero cuando lentamente se disponía a dejarse ir, el ruido de golpes en la madera le hizo cambiar de idea. — Pasa Steve entró en la habitación. Aquello le pareció un acto infantil, recordando vagamente su infancia al frente de aquella habitación de huéspedes que marcaban la decisión que hace ya muchos años habían tomado sus padres al separarse. Sin embargo, como aquello le afectaba en lo más mínimo, se atrevió a darle paso al libertinaje prematuro y a creer que su padre tenía la razón.        La puerta chirrió obstinadamente, y se preguntó si lo mismo no sentiría su padre. Pero rápidamente dejó de lado aquel sentimiento y se enfrascó en que aquella habitación no podría reflejar los sentimientos de su padre, en lo más mínimo. Sin embargo la oscuridad hizo recorrer un escalofrió por su espalda. — Te traje esto Viéndolo acercarse, Víctor sintió un alivio indescriptible. Sonrió complacidamente pensando en que su hijo ya había sido quien, dos veces, lo ayudase a encaminar sus sentimientos por el sendero del olvido; aunque también había sido quien de una manera u otra lo lanzase de nuevo a las brazas de su dolor. Siguió sonriéndole al difuso rostro de Steve mientas que la luz golpeaba sus contornos a la deriva. Imaginó sus ojos oscuros, llenos de un brillo que entre tanta hostilidad, emanaban un destello profundo; sus cejas gruesas; su nariz sin contorno aparente, muy parecida a la suya; sus labios intermedios, rosa con su brillo… y lo envidió, sinceramente lo envidió. Por un instante se miro en el espejo del tiempo, y se sintió nostálgico y opacado por la juventud que emanaba su hijo. Se preguntó cómo era su vida: ¿Cómo le iba en el liceo? ¿Tendría novia? ¿Qué hacía Steve fuera de los juegos y el entrenamiento? ¿Le interesaría la lectura o estaría vagueando en las calles con sus amigos? ¿Preferiría una lata de Pepsi, a una de la Polar? ¿Preferiría tal vez una cónsul o una beltmon, antes de una dosis de marihuana? ¿O si simplemente rechazaría todas aquellas opciones para imponer las propias suyas? Víctor Salders se interesó mucho más por la vida de aquel joven que de la suya. Y sintió como una amargura pasaba atravesando todas sus emociones, recordándose con ello que no sabía nada de la vida de su hijo, y que siquiera sabía como seguiría la suya misma. Steve se sentó a su lado, tan cándido como aupado. — Mi madre ha pegado el grito al cielo ayer — y se rió de algo aparentemente sin gracia alguna. —      Sabes que su enojo no es motivo de celebración — sus palabras rozaron la molestia por muy poco; no le hacía del todo gracia enojar a Kate. — Bueno, toma y no la partas... — Le doy lo suficiente como para que se compre unos cinco juegos. Apoyó su taza en la mesa de noche a su izquierda, se descalzó y montó los pies en la sábana que a su padre poco le costaba cuidar. Al girar la vista le pareció que Víctor meditaba seriamente el sorber del café que le había llevado. Detalló las flores de la taza y sin pensarlo le dio por arrancárselas de las manos, tirarla al suelo y esperar un golpe que con mucho gusto devolvería; pero no se atrevía a rozarlo, y mucho menos sus manos. — Oscuro — respiró sin mucho ánimo de hacerlo la verdad — y sin azúcar. Un gruñido áspero le dejó a notar que sus palabras habían rallado en lo anormal. Y no evitó sentir tristeza al notar como su padre se había encerrado en el café; casi como si de un imán se tratase: que atrae en una polaridad y en la otra  repele. Ya se había dicho que su padre no se preocupaba por él. Desde hace ya mucho, Víctor había dejado la ardua tarea de criar a su hijo, la de ser “el hombre de la casa”, para ocuparse seriamente de sus asuntos; aquellos de los cuales, nadie que no estuviese realmente involucrado, sabía de qué se trataban. Y así, Steve se reprochó la moral que poseía. No sabía mucho más de su padre fuera del equipo y de la casa, ¿Qué hacía cada tarde y cada noche por las que se encontraba ausente, fuera del encierro de aquellas cuatro paredes? ¿Qué sería de sus sentimientos? ¿Habría escogido a una mujer dentro de las tantas que babeaban por él? ¿Prefería respetar a su legal esposa, antes de propiciar un escándalo social? ¿Seguiría queriendo a su madre? O más importante, ¿Seguiría queriéndolo a él? Aquellas preguntas fueron rechazadas por la fuerza, por dolor; pues no quería enterarse que el remedio fuese peor que la enfermedad. Claramente, inicuamente y hasta cándidamente quisiese haber explotado y con ello sacar todas sus preocupaciones, sus lamentos, sus circunstancias, sus alegrías y sus emociones; pero se lo tomó con calma, pues pensándolo mejor, aquello no lo ayudaría, en lo más mínimo. Los segundos pasaban, y aquellos dos: padre e hijo, poco advertían el silencio incómodo y la fricción de la distancia apoderarse del remoto compartir que construían. Tanto uno como el otro cavilaba en sus pensamientos, encaminando sus problemas hacia sí mismos, de quien sabían que no era total la culpa. Casi lloraban por dentro a causa de ello. — ¿Quieres salir?
- Padre, ¿Qué te ocurre? Las palabras lo sacaron de su propia pesadumbre. Lo distrajeron momentáneamente del calor, del tráfico, de los peatones, de la vegetación natural y artificial, de las construcciones arcaicas dentro de los lujosos centros comerciales. Lo arrancaban como sanguijuela al cuerpo; como buscando con ello separarlo de la mismísima vida. Le sonrió a sus maquinaciones impertinentes si esperar por supuesto que aquel hombre tan formal dentro de lo informal, tan galante detrás del volante; pudiese siquiera salir de las nubes para responderle. Por lo menos se alegraba de haberlo sacado, era el avance de algo que no llevaba control. Para Víctor, aquella ocasión le resultaba extrañamente vaga, no por lo incómoda de su acción; sino por el tiempo de su aplicación. Mantenía el semblante serio, con los labios ligeramente fruncidos, tratando con ello ocultar su nerviosismo.        Salía todo el tiempo: con compadres aburridos, con colegas enfrascados en sus clases, con algún que otro noviazgo, o simplemente con una que otra cita de aquellas muchas pretendientes, sólo por pasar el rato. Sabía que hacer, cómo divertirse para pasar el tiempo; sabía como tratar a la adolescencia en citas, qué les gustaba y qué no. Pero tristemente, aunque Steve poseyese parte de cada una de sus experiencias; se les sumaba a ellas el hecho más importante de todos. El parentesco sanguíneo que juntos poseían era el detonante artificial de sí mismo. Aquello que corría por sus venas no era más que el fracaso próximo al que se veía lanzarse. Steve... ¿Cómo decirlo? Steve era y seguiría siendo una persona especial; alguien al que le gustaba ser tratado de una manera en particular, sin un estereotipo que lo definiese de por vida.Desde muy pequeño fue un niño que se devoraba al mudo con sus palabras. La confianza era su pase a una libertad emocional dispareja tan sorprendente, que hasta él mismo llegaba a preguntarse cómo es que del ser asocial; pasaba drásticamente a ser más que alguien social: un célebre niño que envolvía tanto a jóvenes como a adultos.En la actualidad, Víctor llegaba a entender el por qué de muchos asuntos morales en su lugar de estudio. No sólo se había ganado la popularidad por ser el hijo del entrenador Salders; sino que su ganado puesto como capitán del equipo masculino de Voleibol y su personalidad social; habían hecho de aquel niño, un joven abnegado al deporte, pero pésimo en sus estudios. Lo que sí no llegaba a entender, tal vez por su falta de información; es como Steve no confiaba en él. ¿Por qué nunca llegaba a comunicarle algo más fuera de su deber con el estudio y los entrenamientos? ¿Por qué no se  quedaba con los trofeos ganados por ser el capitán del equipo? ¿Por qué era él el único que trataba con Véncers? Se preguntaba tantas cosas que hasta cabía la posibilidad de no quererse enterar de las respuestas. Pero inmediato pronunciar al libero y jugador estrella de su equipo, sus sentimientos se revolvieron como quien revuelve dos huevos: misma especie, mismo sabor; pero de diferentes madres. La puso. Se había echado en la tierra fría y cóncava, declinada hacia abajo por su intenso escarbar. Al principio pensó: "el gallo no me ha pisado, así que no pondré". Pero aquel de quien pensó que era el gallo, se equivocó. Gallo era con quien compartía la vida, unas palabras, unas miradas, un roce y un cariño paternal. Gallo era Steve, el que marcaba la fecha, el lugar y la hora de su postura.Su hijo, de una manera u otra era una pieza fundamental en el tablero. Todo, absolutamente todo cambiaba al término de ser padre; pero sin embargo, nunca se percató del hecho de que aquella criatura delicada fuese un punto del cual sentarse a discutir, conllevase problemas fuera del matrimonio. E incluso, aún de tan viejo que era Steve, tuviese el descaro inocente de jugar fichas. "Como si la reina estuviese por encima del rey".- Padre- ¿Uhg?- ¿Qué sabes de Véncers? - Ni lo menciones - se quejó con una sorna abrumadora - al carajo lo que le pase- ¿Por qué tan drástico ese cambio de humor?- ¿Te parece poco haber perdido ayer? - Preguntó tan dolido como indignado - ¿Ah? - Véncers no fue - aclaró por si aquel ser no se acordaba - ¿Qué te pasa?- Eso mismo. Si no fuese tan inmaduro e irresponsable hubiésemos ganado el juego- ¿Dices que si hubiese jugado, no perderíamos? - Reprochó con enojo - ¡Él no es nadie sin nosotros! ¿Por qué siempre te empeñas en ponerlo por encima del equipo?- ¿Debo recordarte que está diez puntos por encima de ti?- Sólo recibiendo - Si recibe balones mejor que tú, es obvio que el doble de mejor que el resto del equipo.- Párate.- ¿Qué...? - ¡Que te pares! Una vez sus pies rozaron el asfaltado terreno de ida al centro comercial, se arrepintió de haber abierto la bocota. Más allá de su sentimiento de molestia, se sentía traicionado. Pues aunque se esforzase más de la cuenta por hacer las cosas bien; Víctor preferiría empeñar una de sus manos por poner a Véncers por encima de él. Le resultaba poco familiar esa contradicción en las palabras de aquel hombre tan sensato que apuntaba siempre hacia una misma dirección. ¿Qué no lo mencionara pues no había asistido a un juego que de seguro, con su presencia habrían ganado? ¿Y que después lo alabase como siempre? Arrepentido, no lo estaba después de todo, ¿O sí? Pero viéndolo bien, eso que le pasaba a su padre era exactamente lo que le sucedía a él. Más sin embargo, allí cabía que la culpa no era del jugador, sino del entrenador. No podía echarle la culpa a Véncers de lo que su padre dijese. Estaba claro que no alimentaría un odio hacia alguien que no fuese Víctor. ¿Por qué tenía que ser así? No le tenía ni más cuidado. No valdrá la pena defender el error del cual el ofensor nunca va a reconocer. 
-Steve, súbete al auto. Aquella frase no pasaba de ser el ruego que se interponía a la acción. Las ruedas de la camioneta negra giraban al temple de los pasos que aquel furioso pero arrepentido Steve daba con signos espasmódicos de vergüenza y alegría ¿Su padre haciendo tal escena? - Basta, no te...Quizás no fuese el mejor momento o tal vez sí; pero lo cierto es que desde el bolsillo izquierdo de sus jeans, la ajetreada música de rock advertía la prodigiosa comunicación con su portador. Al cogerlo, hubiese gritado al personaje detrás de la línea que se fuese al carajo; pero simplemente aquel tono no anunciaba nada fuera de un mensaje de texto entrante, y si además de ver quién se tratase, era sencillamente imposible. La emoción que Steve experimentó fue tan perturbante que inconscientemente estuvo obligado a sujetarse de la ventanilla del copiloto. Bajo la lista de notificaciones de su Androide, las letras del mensaje demostraban una incómoda advertencia de quien se trataba por medio de un saludo poco habitual. La represión en las palabras que decodificaba su teléfono, le pareció muy sobria e intimidante bajo el peso que representaba psicológicamente. Abrió el mensaje, y los segundos que tardó en aparecer en la pantalla, se le antojaron eternos.-Demonios, que teléfono tan lento - inclusive alcanzó a decir antes de leer.    Véncers: Eh, hola Steve. Soy Véncers Disculpa por no haber ido al juego ayer :-( pero eso no viene al tema. Quería preguntarte... bueno, q si quieres venir conmigo a Hitachi`s Place? Como a eso de las 5, puedes?Leyó y volvió a leer aquel mensaje, sin poder encontrar, sin embargo; aquello que le causó un deje de felicidad. Por unos momentos no pudo concentrarse en más que las palabras que habían resonado en su cabeza después de leerlas. Así que una vez dejó de fantasear con las letras, se encontró con la mirada de Víctor. Atípicamente la expresión de su padre era de una sonrisa atrayente, de aquellas que guardaba para actos que requerían de su total maldad. Aquellos ojos grises se convirtieron entonces en derroche de escepticismo y arbitrariedad.- Steve, súbete al autoLas palabras volaron hacia los oídos de Steve, como un ave que revolotea lentamente al perder altura. Se sintió presionado y el peso sumado a la gravedad en el contexto de la orden le confundió momentáneamente. Más que un amo y esclavo; el joven adolescente se sentía, como siempre, la víctima de la conexión personal que existía entre padre e hijo. Y, una vez más, sintió decepción por el hombre a su frente. Por un momento destacó los ojos como la mueca que siempre esperaba y nunca necesitaba en el rostro cruel del linaje familiar. Ardió en su interior un sentimiento de ira. Un calor insoportable que cruzó su estómago, su esófago y su lengua con la velocidad innata y congénita que usaba su familia para responder.- Lárgate, ya tengo planes para esta tarde.- ¿Qué coño dices? - ¡Que creas que puedes salir con tu hijo no te hace un mejor padre! El reproche en sus palabras iba perdiendo fuerza a medida que le daban paso a la tristeza. El tiempo se detuvo en su última frase. Y sin más experimentó como todo lo demás también se iba paralizando, reteniéndolo en el momento, aplastándolo contra una barrera invisible. El viento dejó de soplar y el sol de dar calor; el aire perdió el oxígeno y sus pulmones no soltaron el aire viciado; sus sentimientos se detuvieron en la ira y en la recién ponzoña del desconsuelo; el cambio inmediato en las facciones del hombre a su frente asemejó en su mente la obra más cruel de un asesino. Por primera vez en su vida sintió lo que era el placer y el dolor mezclados entre sí. Por primera vez en su vida sintió lo que era causarle dolor a un ser querido. Y por primera vez en su vida veía el dolor encarnado en el blanco rostro de Víctor...Por dios, ¿Qué había dicho?Prestando poca atención a los detalles hubiese notado el vacilante jadeo en la reacción causada; pero se dio cuenta que no valía la pena seguir causándose dolor, he impasible no bajó la vista hasta que su padre hubo captado que no debía seguir allí. Soltó el freno, pisó el acelerador, y se perdió de vista en el horizonte de la autopista que acababa de empalmar.En el siguiente minuto no hubo más en qué pensar más que el dolor desafiante que crecía en el fondo del estómago; como un nerviosismo que le causaba nauseas a medida que daba un paso al andar. Y así siguió el tanto tiempo que le llevó a recordar que Véncers le había hablado y que lo, extrañamente, invitara a salir. Véncers...Véncers Dániel...Véncers Dániel Goretti...Sonrió débilmente. Sabía que buscaba sacarse de la mente a su padre por la fuerza. ¿Por qué se sentía tan extraño? ¿Qué era aquel sentimiento que corría por su ser? ¿Qué clase de veneno fluía por su torrente sanguíneo? Y peor, ¿Cuál era el antídoto que protegía a su hígado y a su corazón?   Yo: HI, Véncers, q más? Son las... 230, nos vemos allá entonces?El tiempo de espera lo llevó hasta la parada de autobuses y tomar uno de regreso a su casa; pero no antes de asegurarse mentalmente de que allá no lo esperaba nadie. Su madre de seguro cotorreaba con las vecinas o estaba en la escuela de repostería y su... Víctor, de seguro que en cualquier lado menos que aquel.Véncers: Claro tonto. Nos vemos allá a las cinco, no te olvides ;-) Yo: OK

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