Siente sobre su rostro la delicada caricia de los dedos tibios de un furtivo rayo de sol que penetra a través de la cornisa de la estación llenarle los párpados de un pesado sueño. Trata de vencer la invitación a dejarse sumir en la placidez de la soñolencia que cada vez se hace más irresistible, a pesar de la incomodidad del banco de madera en el que está sentado. Procurando olvidar la molesta vecindad de otros viajeros que también esperan expectantes compartiendo la estrechez de la bancada. La locomotora, en la cercanía, bufa inquieta su vaporoso hálito, como un animal ávido por partir, mostrado su impaciencia en cada uno de sus estruendosos resoplidos, pero aún no les dejan subir a bordo, tienen que aguardar no se sabe muy bién a quien, ni qué. Está lleno el andén de frenética actividad. Niños que corretean de aquí para allá y vuelta a empezar, desobedientes a las vanas reprensiones maternas cada vez más desesperanzadas. Maleteros que arrastran carros ahítos de bultos ajenos, buscadores desorientados del lugar más apropiado para dejar la pesada carga, perseguidos por los reproches de los propietarios de los bultos que muestran su predisposición a no desprenderse de su mozo hasta no estén los bultos debidamente colocados en los vagones. Amantes que sustentan las manos amadas procurando retrasar el doloroso momento de la indeseada partida. Padres que ofrecen un apenado adiós a hijos que partiran prontamente. Hijos que reprimen tristezas por ver marchar a padres desconsolados en su alejamiento. Afloraran llorados adioses, lacrimosas despedidas. Saludarán manos consternadas acompañando la lenta puesta en marcha del tren. Latirán corazones contrariados. Algunos creerán alejarse de espantosas soledades cuando el tren parta, ignorando que la soledad, de modo irremisible, viajará en el mismo convoy. A pesar de la bulliciosa actividad en su entorno el viajero ha sucumbido al letargo. Ha sido breve pero intenso el sueño. Aún aturdido por la modorra, conforme toma conciencia, busca sus cosas que ha descuidado perdiendo toda cautela y precaución. Allí está su maleta, su maletín, el sombrero y el bastón para su regocijo. Nada le falta. Sin embargo, nota una melancólica pesadumbre, como una negligente indiferencia hacia todo. Siente como una penetrante levedad ha invadido su mente. En ella se ha volatizado una parte sustancial que no sabe determinar. Indaga con inquietud. Hurga en sus recuerdos con angustia, cada vez con mayor excitación. El vacío se hace punzantemente notorio. Ni siquiera logra recordar con nitidez porqué está en la estación. Una nausebunda sensación se ha adueñado de su estómago. No se ha apercibido que los viajeros ya están en el tren. No oye los soliviantados silbidos de la locomotora anunciadores de su pronta marcha. Ni como el convoy emprende su cansina marcha dejando atrás los adioses y despedidas, las lágrimas y las tristezas de quienes permanecen en el andén ahora, silencioso, acallado por la añoranza. Con desidia observa la partida del tren. Desconcertado, confundido aún no ha advertido que lo que le han robado ha sido la ilusión.