Solía despertarme generalmente a las ocho de la mañana, con el despertador que activaba cada noche antes de sumergirme en mis más delirantes sueños. Esa noche, un ruido proveniente de la cocina, hizo que me reincorporara de un salto, interrumpiendo mis pesadillas. Miré el reloj: eran las cinco de la mañana.Al apoyar el brazo sobre el otro lado de la cama, me di cuenta que mi marido no se encontraba allí. Supuse que había sido él el causante de aquel ruido. Pobre Enrique, siempre tan torpe y distraído, seguramente había roto un vaso o volcado el liquido en su intento atropellado de beber un poco de agua. Giré nuevamente a mi posición anterior y volví a cerrar mis ojos. Fue imposible no abrirlos otra vez cuando un ruido aún más desgarrador que el anterior se oyó escaleras abajo. Esta vez, se parecía a un ruido como el del metal. Un escalofrío me recorrió la espalda. Encendí las luces de de la planta alta y comencé a gritar el nombre de mi marido. Nadie contestó y eso logró ponerme los pelos de punta. ODIABA las bromas pesadas de mi esposo. Bajé las escaleras pisando fuerte, para que tuviera en claro que solo me dirgía a la cocina para tener una de nuestras típicas discusiones.Comenzé a preocuparme cuando vi que ninguna luz estaba encendida. Pensé en subir nuevamente para llamar a la policía, pero me detuve a mitad del trayecto;¿ cómo le explicaría al Comisario que el causante de mi miedo había sido el idiota de mi marido, que luego de cinco interminables minutos se había lanzado sobre mí gritándome: "¡SORPREEEESA!", como solía hacer siempre?FUE EL PEOR ERROR QUE PODRÍA HABER COMETIDO EN MI VIDA. Al encender la lámpara de la cocina, vi el río de sangre que corría bajo mis pies. Y allí, a dos metros de distancia se encontraba el cuerpo sin vida de mi marido, boca abajo y cortado en dos. Fue entonces cuando oí el sonido de una sierra eléctrica encendiéndose a mis espaldas...Un ruido proveniente de la cocina hizo que me reincorporara de un salto, interrumpiendo mis pesadillas. Miré el reloj: eran las cinco de la mañana. Al apoyar el brazo sobre el otro lado de la cama, me invadió una sensación de Deja Vú. Esperé un momento y sentí nuevamente el ruido a metal extraño. El destino no da segundas oportunidades. Me senté en la cama con los ojos abiertos de par en par y comencé a decir mis plegarias, SABÍA MEJOR QUE NADIE QUE OCURRIRÍA DESPUÉS.